En la actualidad coexisten dos descripciones de la sociedad que resultan incompatibles entre ellas. Una es la "lucha de clases", sociales o económicas, postulada por el marxismo. La otra descripción apunta a una "clase cultural" asociada al hombre-masa, que pretende imponer su voluntad al resto de la sociedad.
Desde un punto de vista ético, y mirando hacia una mejora individual, se advierte que toda forma de lucha o todo tipo de conflicto, son consecuencias inmediatas de fallas morales individuales. De ahí que la supuesta lucha de clases no resulta ser algo básico e inevitable para adoptarlo como el "motor de la historia" o algo semejante.
En una sociedad libre, o que pretende serlo, existe competencia entre empleados de una misma empresa y también con otros empleados en el mercado laboral. También existe competencia entre empresarios, como aspecto básico de la economía de mercado. De ahí que pocas veces se establece una verdadera lucha entre empleados (o proletarios, según Marx) contra empresarios (o burgueses). Tampoco existe, en un mercado competitivo, una supuesta explotación laboral "necesaria e inevitable", ya que el empleado constituye el "capital humano" de una empresa. En las nuevas "sociedades de la información", nadie quiere perder capital humano y mucho menos pretende obsequiarlo a la competencia.
La enorme falla que se advierte en la descripción marxista aparece ante la negación o supuesta inexistencia de la clase media, la de quienes no son explotadores ni explotados y que, por lo general, son personas agradecidas con el empresario que les permite solucionar el problema laboral y asegurar su nivel económico.
El hombre-masa de Ortega y Gasset, por el contrario, puede formar parte de las clases económicas mencionadas y su "rebelión" se debe a cuestiones esencialmente culturales, antes que económicas, por lo que a esta teoría no resulta facil encontrarle alguna deficiencia.
Toda descripción sociológica debe ser contrastada con la propia realidad, ya que una coherencia lógica interna no asegura su veracidad. Así, los diversos colectivismos surgidos en el siglo XX (fascismo, nazismo, comunismo) son consecuencias de la rebelión de las masas en lugar de la conquista del poder por parte del proletariado. Esto se advierte en el acceso al poder de los bolcheviques, que fueron miembros de la burguesía rusa antes que proletarios.
Puede decirse que la “lucha de clases” tiene sentido sólo en sociedades tradicionales en que no existe movilidad social, como en la India con su sistema de castas. Así, quien nace en una de ellas no puede aspirar, en esta vida, a cambiar de clase social. Quien no esté conforme con la situación en que ha nacido, tiene derecho a protestar contra las injusticias padecidas.
También bajo los sistemas totalitarios se forman clases sociales definidas, como la “nomenklatura”, la clase dominante en la sociedad soviética. Puede considerarse al comunismo real como una sociedad de clases sociales definidas, con poca o ninguna movilidad social, en la cual se restringe toda posible lucha de clases debido al espionaje previo y al poder militar que ejerce el Estado sobre su población. Basta esperar varios años, hasta que el Estado sea encabezado por una persona normal, o no violenta, como lo fue Mijail Gorbachov, para que tal sociedad de clases se desintegrara en la búsqueda de mayor igualdad.
Por el contrario, la sociedad democrática, tanto en lo político como en lo económico (mercado), es una sociedad con movilidad social sin que existan clases sociales estancas. Si bien existe una tendencia marcada a permanecer dentro del sector social en donde se ha nacido, nada impide que la persona capaz ascienda o la incapaz descienda socialmente. Ludwig von Mises escribió: “Los estamentos sociales, hace doscientos años, en la era precapitalista, resultaban inconmovibles. Heredaba el hombre de sus padres el correspondiente status, que ya nunca cambiaría. Si pobre naciera, no menos mísero moriría; si, por el contrario, viera la luz en rica cuna, por vida conservaría sus títulos nobiliarios y las propiedades que iban aparejadas a ellos”.
“Cuando hoy en día contemplamos similares situaciones en otras partes del mundo, la India, por ejemplo, conviene no pasar por alto que las gentes en la Inglaterra dieciochesca vivían aún peor que esas personas cuyo bienestar, ahora, tanto nos preocupan”.
“Fue, ciertamente, tan dramática situación la triste partera que facilitó el nacimiento del capitalismo. De entre tanto paria, de entre tantos menesterosos, hubo algunos, sin embargo, que consiguieron convencer e impulsar a quienes aún algo tenían a lanzarse al montaje de pequeños talleres rentables y productivos. La cosa era revolucionaria. Tales innovadores, desde luego, no pensaban en producir mercancías caras con las que atender los caprichos de los ricos; lo que querían era fabricar mercancías baratas, precisamente las que estaba reclamando el pueblo bajo. He ahí el origen del moderno capitalismo”.
Resulta un tanto sorprendente que se considere a Karl Marx como uno de los “fundadores” de la sociología, por cuanto la lucha de clases por él supuesta sólo se producía en sociedades pre-capitalistas mientras que el socialismo, planteado como “solución” a esa situación, conduce a acentuar el mal, ya que establece un simple cambio de clase social dominante. Ludwig von Mises agrega: “Karl Marx, en el primer capitulo del Manifiesto Comunista, ese pequeño panfleto con el que inicia su movimiento socialista, cuando proclama la existencia de una inevitable lucha clasista, para probar su tesis, no consigue, sin embargo, presentar más que ejemplos y situaciones de las épocas precapitalistas. Entonces sí hallábase la sociedad en diversos estamentos de condición hereditaria, similares a las castas de la India. Un francés, en aquellos tiempos, por ejemplo, más que francés era aristócrata, burgués o campesino nacido en territorio galo. La mayoría de la población francesa la componían los siervos, servidumbre que no desapareció allí hasta después de la revolución americana y mucho más tarde en otras zonas europeas” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).
Mientras que el marxismo sostiene que la pertenencia a una clase social determina esencialmente la conducta de sus integrantes, razón por la cual no los distingue mediante sus atributos individuales, José Ortega y Gasset describe la psicología individual del “hombre-masa”, existente en todas las clases sociales, lo que le permitió incluso predecir las catástrofes sociales derivadas de los totalitarismos europeos. Helio Carpintero escribió: “Es interesante anotar que este diagnóstico orteguiano presenta importantes coincidencias con otros puntos de vista de índole psicológica y social, desde los que se han tratado cuestiones similares o fronterizas”.
“Por lo pronto, Ortega muestra cierta coincidencia en su análisis con alguna de las teorías de Alfred Adler acerca del hombre neurótico. Éste se refería al neurótico considerándolo como un «niño mimado», que cree que todo le es debido a él y que por el contrario él no tiene deberes para con los demás, y por ello no respeta ni estima los modos de ser de los otros. Así, tanto el hombre-masa como el neurótico serían «niños mimados», hombres con un proceso de socialización insuficiente o anormal, por lo que no han sido capaces de apropiarse los valores comunes a la humanidad”.
Adviértase que el mensaje demagógico va dirigido siempre al hombre-masa, o al “niño mimado”, que no tiene deberes, sino sólo derechos. En las sociedades libres tiene derecho a vivir a costa de las obligaciones del sector productivo, mientras que bajo el socialismo tiene derecho a vivir a costa del Estado, previa sumisión incondicional. El populismo y el totalitarismo tienden a deteriorar la integridad psicológica de los individuos promoviendo sus atributos neuróticos en favor del gobierno mental y material de los tiranos y de los dictadores.
Mientras que la lucha de clases tiende a surgir en sociedades con poca o ninguna movilidad social (o voluntariamente en las sociedades capitalistas), la rebelión de las masas resulta ser un fenómeno que surge ante la pobre adaptación del individuo a la libertad que el medio social le otorga. El autor antes citado agrega: “Este tipo humano resultaría ser un producto histórico, casi un efecto automático de la cultura occidental, más precisamente de la del siglo XIX. Los sistemas educativos y las circunstancias sociales y técnicas del mundo moderno habrían sido los factores decisivos en su aparición”.
“Es esta una civilización fundamentada en una orientación política liberal y en el desarrollo científico y técnico. Ambos factores han hecho posible un enorme aumento demográfico durante el siglo XIX”. “Esta explosión humana ha dificultado extraordinariamente la labor de educación de sus espíritus. Si bien ha sido posible transmitir técnicas y conocimientos esquemáticos, no se ha conseguido dar a las nuevas generaciones una formación moral abierta hacia «los grandes deberes históricos» del hombre de hoy. La formación técnica ha ido por un lado y por otro ha ido la formación moral y personal” (De “Psicología social” de Robert A. Baron y Donn Byrne-Prentice Hall Iberia-Madrid 1998).
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1 comentario:
El Occidente actual vive de las rentas acumuladas por sus inmediatos antepasados, herencia que, sin embargo, negamos cada vez con más intensidad, constituyendo ésta una actitud que nos va a dejar como simples parásitos condenados sin remedio a ser sustituidos por pueblos con más vigor moral y material.
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