La masiva distribución de dinero desde el Estado, interpretada como una forma de "justicia social" (ya que contribuiría a reducir las desigualdades económicas) generalmente resulta ser una maniobra eficaz para la compra de votos y voluntades.
Cuando al sector productivo se le quita, vía impuestos, la principal herramienta para la producción (el capital), se resiente la economía de la nación, algo que poco o nada le interesa al politiquero de turno, ya que sus intereses personales o sectoriales son la guía de sus acciones y de su vida.
Estas estrategias nefastas son conocidas como "clientelismo" y se conocen desde la antigua Roma. Al respecto leemos:
Los patronos con sus cortejos de clientes
Durante las campañas electorales los candidatos, para hacerse publicidad, se dejaban ver en compañía de numerosos amigos fieles. Además repartían regalos y entradas para los espectáculos, y asistían a los necesitados. Simulaban conocer los nombres de cada uno de sus electores, cuando era un esclavo el que se los iba diciendo al oído. El cortejo de clientes era uno de los elementos de la vida social de los patronos.
En los últimos tiempos de la República se generalizó el uso de la mentira, la lisonja e incluso trampas para reclutar clientes. A partir de Augusto los magistrados ya no eran designados por elección, sino nombrados por el emperador. Por lo tanto la aristocracia perdió parte de su poder, pero conservó sus privilegios honoríficos.
Espectáculo en los tribunales
Cuendo un hombre era citado a comparecer en un juicio, si no formaba parte de los poderosos, se ponía bajo la protección de su patrono, que le debía ayuda y asistencia. El patrono usaba sus influencias para intervenir en el funcionamiento de la justicia, y asistía al proceso rodeado de gente a sueldo que interrumpía los alegatos, aplaudía o profería grandes gritos para impresionar a los jueces. En los últimos tiempos de la República, y sobre todo durante las guerras civiles, a veces asistía gente armada a los procesos. El abogado se sentía amenazado y enrollaba la toga alrededor de su brazo para protegerse de los golpes.
(De "Viaje por la Roma de los Césares" de Eliz Trimbach y Loic Derren-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1989)
También el clientelismo ha sido usado en los países totalitarios, ya que la antigua táctica de "la zanahoria o el garrote", actualizada como "la plata o el plomo", es tan vieja como el mundo. Al respecto Carlos Alberto Montaner escribió:
Clientelismo
Fidel Castro, lector de Mussolini e imitador de su discípulo Perón, sabía que lo primero que debe hacer un gobernante populista es crearse una base de apoyo popular asignando privilegios a sabiendas de que a medio plazo eso significará la ruina del conjunto de la sociedad.
En 1959 comenzó por congelar y reducir arbitrariamente el costo de los alquileres y de los teléfonos y electricidad en un 50%, al tiempo que decretaba una reforma agraria que transfería a los campesinos en usufructo (no en propiedad) una parte sustancial de las tierras.
Esto le ganó, provisionalmente, el aplauso entusiasta de millones de cubanos (que era lo que perseguía), aunque destruyó súbitamente la construcción de viviendas y paralizó las inversiones en mantenimiento y expansión, tanto de la telefonía como de las redes eléctricas y de la conducción de agua potable, lo que luego sería una catástrofe para la casi totalidad de la sociedad. (Lo de «casi» es porque la nomenklatura, acaso el 1% de la población, suele estar a salvo de estas carencias tercermundistas).
Fue entonces, a partir del primer reclutamiento clientelista, cuando en cientos de miles de viviendas los cubanos agradecidos comenzaron por colocar en sus hogares letreros que decían «Fidel, ésta es tu casa», a los que luego agregaron otro más obsequioso que demostraba que le habían entregado al Caudillo cualquier indicio de juicio crítico: «Si Fidel es comunista, que me pongan en la lista».
En todo caso, esa primera fase provisional, en la medida en que se creaba el verdadero sostén de la dictadura: los servicios de inteligencia, para los que tuvo abundante ayuda soviética. En 1965 ya la contrainteligencia controlaba totalmente a la sociedad cubana, dedicada a desfilar bovinamente en todas las manifestaciones, mientras la inteligencia se dedicaba a fomentar los focos revolucionarios en medio planeta.
El clientelismo revoluconario, por supuesto, no se consagró solamente a los cubanos. Los extranjeros útiles como caja de resonancia (Sartre, García Márquez, por ejemplo), o por los cargos que desempañaban (el chileno Salvador Allende, el mexicano López Portillo, entre cientos de casos), eran cortejados y ensalzados en una labor de reclutamiento tan costosa como eficaz a la que le asignaban decenas de millones de dólares todos los años. A su manera, también eran estómagos o egos agradecidos.
(De "El estallido del populismo" de Álvaro Vargas Llosa (coordinador)-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2017).
El populismo peronista, o kirchnerista (es lo mismo), con la complicidad macrista-radical, finalmente logró la destrucción de la economía por muchos años. El clientelismo, esta vez, estuvo materializado por millones de planes sociales sin contraprestación laboral, millones de jubilaciones sin aportes previos, millones de empleos públicos innecesarios, más de un millón de pensiones por invalidez falsas, etc, etc. La enorme masa de "beneficiados" por el clientelismo constituye una base electoral no muy fácil de vencer, ya que a tales "beneficiados", al igual que a los peronistas del gobierno, poco o nada les interesa lo que le sucede a la mayoría de la población.
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1 comentario:
Pese a los enormes réditos electorales del clientelismo quienes lo practican, fundamentalmente la izquierda y asimilados, tienen su principal fuente de votos en lo atractiva que hacen su ideología a un gran número de ciudadanos, muchos de ellos paganos de ese clientelismo, pero proclives a votar a sus expoliadores por identificarse con sus muy sibilinas y mendaces posturas y banderas públicas, tales como la eutanasia, el pacifismo demagógico, la liberalización del consumo de drogas, el aborto irrestricto, la educación sin exigencias, etc.
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