La aparición del cristianismo y su difusión posterior reconoce un fundador, Cristo, y un difusor principal, Pablo de Tarso, ciudadano romano y artífice de la adopción del cristianismo por la Roma imperial. Si bien sin la obra de San Pablo hubiese sido dudosa la difusión de la, entonces, nueva religión, es posible encontrar diferencias esenciales con respecto al espíritu de los Evangelios, ya que, mientras Cristo prioriza sus mandamientos éticos sobre la fe, justificando la fe sólo como un camino previo para acceder al cumplimiento de los mandamientos, para San Pablo constituye la esencia de la religión. Sin embargo, es posible cumplir los mandamientos desde otras posturas alejadas un tanto de la fe. De ahí que pueda decirse que la religión de Cristo haya sido esencialmente moral.
Mientras Cristo se siente como un enviado de Dios o como un adaptador del ser humano al orden natural, San Pablo promueve una religión cognitiva, en el sentido de que deifica a Cristo y prioriza la fe antes que los mandamientos bíblicos, si bien no resulta sencillo penetrar en la mente de un ser humano para disponer de una información fidedigna en cuestiones de religión. Will Durant escribió: "Pablo había encontrado un sueño de escatología judaica confinado en la Ley hebrea; lo liberó y lo amplió convirtiéndolo en una fe capaz de mover al mundo".
"Con la paciencia de un estadista entretejió la ética de los judíos con la metafísica de los griegos y transformó al Jesús de los Evangelios en el Cristo de la Teología. Creó un nuevo misterio, una nueva forma del drama de la resurrección, que absorbería y sobreviviría a todos los demás. Sustituyó la conducta por la fe como prueba de virtud y, en este sentido, inició la Edad Media. Fue un cambio trágico, pero tal vez así lo quería la humanidad; sólo unos pocos santos podían realizar la imitación de Cristo pero muchas eran las almas que podían alzarse a la fe y al valor en la esperanza de la vida eterna".
"El influjo de San Pablo no se sintió inmediatamente. Las comunidades que había fundado eran pequeños islotes en un mar de paganismo. La iglesia de Roma era de Pedro y continuó fiel a su memoria. En el siglo que siguió a su muerte, San Pablo quedó casi olvidado. Pero cuando, pasadas las primeras generaciones cristianas, empezó a perderse la tradición oral de los apóstoles y un crecido número de herejías desordenaban la mente cristiana, las epístolas de San Pablo proporcionaron un sólido armazón para un sistema estable de creencias que uniera a las diseminadas congregaciones en una poderosa iglesia".
"Con todo eso, el hombre que separó al cristianismo del judaísmo siguió siendo tan esencialmente judío por la fuerza de su carácter y su austeridad moral que la Edad Media, al adaptar el paganismo para crear un catolicismo lleno de colorido, no vio en él un espíritu afín, le levantó pocos templos y raras veces esculpió su efigie o hizo uso de su nombre. Pasarían quince siglos antes de que Lutero hiciera de San Pablo el Apóstol de la Reforma y Calvino encontrara en él la tesis de la doctrina de la predestinación. El protestantismo fue el triunfo de San Pablo sobre San Pedro; el fundamentalismo es el triunfo de San Pablo sobre Cristo" (De "César y Cristo"-Tomo II-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1967).
Entre las diversas interpretaciones establecidas en religión, especialmente cuando predominan las simbologías, el adepto tiende a adoptar la de más fácil realización. De ahí que, entre aceptar el cumplimiento del amor al prójimo o bien la creencia en la resurrección, como pasaje a la vida eterna, opta por esta última. Y en esto se observa el paso de la religión moral a la religión cognitiva. Lewis Munford escribió: "La ingenua respuesta a la pregunta ¿qué es un cristiano? es la de que es una persona que sigue a Jesucristo en espíritu. Pero era mucho más fácil seguirlo en la caminada ruta de las religiones misteriosas, «que si confesares con tu boca al Señor Jesús -dice Pablo en su Epístola a los Romanos- y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo». Para los incapaces de comprender la vida de Cristo, su muerte ofrecía la más simple, si bien la más supersticiosa aproximación" (De "La condición del hombre"-Compañía General Fabril Editora SA-Buenos Aires 1960).
Resulta también llamativo que muchos de los idólatras de Dios, rechazan su obra: el mundo en que vivimos. Rechazan toda lucha por mejorarlo, se alejan de la sociedad y sólo aspiran a una posible felicidad en el más allá. Si adoptaran la empatía emocional asociada al mandamiento del amor al prójimo, compartiendo penas y alegrías ajenas como propias, advertirían que la felicidad también existe en este mundo.
El rechazo de la felicidad en este mundo se advierte cuando se supone que toda ayuda o todo vínculo afectivo deben estar asociados a cierta forma de sacrificio, cuando, por el contrario, la auténtica empatía implica felicidad. De ahí el recuerdo personal de haber visitado a una pariente monja, en un convento católico, quien nos recibió a través de una reja. Comentando posteriormente mis dudas acerca de la relación que tal norma tenía con el cristianismo, recuerdo el rostro de repugnancia que desperté en una "creyente" que veía las cosas de otra manera. Mumford agrega: "El modo de vida cristiano implicaba el retiro del mundo y la perpetua humillación del cuerpo. Las afirmaciones orgánicas de Jesús fueron convertidas por Pablo en un principio dualista de negación, que rebajó el cuerpo y glorificó el espíritu, y Pablo, no Jesús, se convirtió en el cristiano modelo".
El Reino de Dios promovido por Cristo, sociedad en la que predominará el cumplimiento de sus mandamientos, implica esencialmente una plena adaptación cultural al orden natural. Tal cumplimiento servirá como medio para la vida eterna, en caso de que ésta exista. Mientras tanto debemos "asegurarnos" la felicidad en este mundo. El citado autor resume lo que es un cristiano, según la Iglesia Católica, advirtiendo que Cristo se opondría a tal caracterización: "Podemos ahora responder nuestra pregunta original. El cristiano es una persona que rechaza los usos de una sociedad agonizante y encuentra una nueva vida para él en la Iglesia. Vence las fuerzas locales de disociación y desintegración atándose a una sociedad universal. Constituye su vida alrededor de temas de rechazo y socorro; y equilibra todas sus dificultades temporales con la esperanza de una justicia divina que castigará a sus opresores y le dará participación en las glorias eternas. Cuando el cristianismo llegó a ser definido en estos términos, debiera saltar a la vista que Jesús de Nazareth fue el primer hereje".
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
El artífice de la adopción del cristianismo por la Roma imperial no fue San Pablo sino el emperador Constantino, trescientos años después de la supuesta muerte de aquél, tal y como nos lo dice la tradición cristiana.
Constantino adopta oficialmente la religión llevada a Roma previamente por Pablo de Tarso y otros predicadores. Una cosa es la divulgación y otra la adopción.
Publicar un comentario