La visión que nos da la Biblia acerca de la historia de la humanidad, está asociada a una lucha entre el Bien y el Mal. En principio puede decirse que el bien es lo que nos agrada y nos produce felicidad, mientras que el mal es lo no deseado y lo que nos produce infelicidad. Como la Biblia es un libro esencialmente ético, resulta justificado asociar tanto el Bien como el Mal a las componentes emocionales de la actitud característica, según el siguiente esquema:
El Bien: Amor
El Mal: Odio, Egoísmo, Indiferencia
Para el definitivo triunfo del Bien sobre el Mal, podemos establecer la siguiente sugerencia:
Trata de compartir las penas y las alegrías ajenas como propias.
Adviértase que esta ética natural y objetiva implica la elección de una de las componentes emocionales de nuestra actitud característica, tratando en lo posible de evitar las restantes. Esta sugerencia coincide esencialmente con el mandamiento de Cristo: "Amarás al prójimo como a ti mismo".
El amor, definido de esta manera, no es otra cosa que la empatía emocional, que ha sido fundamentada por la neurociencia con el descubrimiento de las neuronas espejo. Puede considerarse a la empatía emocional como el principal proceso natural que permite nuestra supervivencia, ya que adoptando la actitud del amor tendremos la predisposición a favorecer a los demás y a no perjudicarlos, a la vez que nos beneficiamos cada uno de nosotros mismos.
La simplicidad de una sugerencia ética no surge necesariamente como consecuencia de haber observado la naturaleza humana con cierta superficialidad, ya que el propio orden natural ha permitido que el conocimiento básico que ha de asegurar nuestra supervivencia como especie, sea accesible a todo ser humano, en forma independiente de su intelectualidad y de su inteligencia.
Es oportuno mencionar la definición que Baruch de Spinoza establece respecto del amor, escribiendo al respecto: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza; y uno y otro de estos afectos será mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada”.
También define al odio: “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá; y uno y otro afecto será mayor o menor según sea mayor o menor el afecto contrario en aquello a que tiene odio” (De “Ética”-Fondo de Cultura Económica-México 1985).
Hay quienes sostienen que el mandamiento cristiano nos induce a amar a todos por igual, tanto a justos como a pecadores, incluso a los delincuentes. Con ello estaríamos en cierta forma promoviendo el Mal, oponiéndonos al objetivo propuesto por la Biblia. Por el contrario, si consideramos que el amor al prójimo es una predisposición favorable a compartir penas y alegrías ajenas, esto se dará en forma natural siempre que los demás permitan que ello ocurra. Así, en el caso de un delincuente, resulta natural que despierte cierto rechazo por lo que impide que sus penas y alegrías sean compartidas por los demás.
Toda ética ha de describir tanto la manera de hacer el Bien como de rechazar el Mal. De ahí que debemos describir también las restantes componentes emocionales. Así, el egoísmo es la actitud que no produce el Bien en los demás, aunque tampoco el Mal; diríamos que es una actitud éticamente neutra, insuficiente para el triunfo del Bien sobre el Mal.
El odio es la actitud que favorece al Mal, por cuanto quien la padece siente alegría cuando algo malo le sucede a la persona odiada, manifestando a veces tal alegría en forma de burla. Cuando la persona odiada logra cierto éxito, el que odia sentirá desagrado o pena, lo que implica envidia.
La indiferencia es la actitud por la cual un individuo se despreocupa por los demás y también de sí mismo. El egoísta, como se dijo, se despreocupa de los demás, pero se interesa en sí mismo y en sus allegados, por lo que difiere en ese aspecto del indiferente; de ahí la conveniencia de diferenciarlos. Wolfgang Goethe escribió: "La negligencia y la disidencia producen en el mundo más males que el odio y la maldad".
No existen en los seres humanos, por lo general, los casos "puros", en los cuales predomina totalmente una de las actitudes básicas, ya que nuestra actitud característica está compuesta por todas ellas aunque en distintas proporciones. Como las emociones se van controlando con el razonamiento, es posible modificar tales proporciones hacia una actitud netamente cooperativa, radicando en ello la mejora ética individual.
Al poner en evidencia la existencia de las componentes emocionales de nuestra actitud característica, y al derivar de ellas una ética natural y objetiva, quedan sin efecto los planteos que proponen los difusores del relativismo moral, ya que en toda época y todo lugar el amor ha producido el Bien mientras que el odio, el egoísmo y la indiferencia lo han negado favoreciendo el predominio del Mal.
Puede decirse que una sociedad padece una crisis moral cuando en forma generalizada no se cumple con los mandamientos bíblicos, tanto por parte de ateos como de "creyentes". Así como resulta equivalente no saber leer a no leer nunca nada sabiendo hacerlo, resulta equivalente no cumplir los mandamientos siendo ateo a no cumplirlos siendo "creyente".
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2 comentarios:
La ética natural propuesta forma parte de la Psicología Social, o Psicología de las actitudes. Dentro de este marco, pueden advertirse dos tendencias básicas en el comportamiento individual: hacia la cooperación y hacia la competencia, acerca de las cuales tenemos la predisposición a seguir, aunque con preponderancia por una de ellas, o bien por ambas con similar intensidad.
Los seres humanos presentamos, además, una actitud o respuesta característica por la cual respondemos de igual manera en similares circunstancias. Si así no fuera, sería imposible conocer a las demás personas y mucho menos prever posibles comportamientos. Esta respuesta, que es más o menos constante en una etapa de nuestra vida, es susceptible de cambios. La posibilidad de una mejora ética implica justamente un cambio desde una actitud competitiva, o bien indiferente, hacia una actitud de cooperación. Esta respuesta típica, que es la base de nuestra personalidad, puede definirse de la siguiente manera:
Respuesta = Actitud característica x Estímulo
O bien:
Actitud característica = Respuesta / Estímulo
Tanto la respuesta como el estímulo son considerados desde un punto de vista tanto emocional como cognitivo, que poco tiene que ver con las relaciones del tipo estímulo-respuesta que aparecen en muchos estudios psicológicos asociados a nuestros sentidos.
La actitud característica de todo individuo admite tanto componentes emocionales como cognitivas. Para las primeras, podemos considerar las posibles respuestas ante un accidente que ocurre en la vía pública. Si alguien queda herido, podemos compartir algo de ese sufrimiento, o bien podemos alegrarnos por ello, o desinteresarnos porque poco nos importa lo que le suceda a los demás, o bien podemos ser indiferentes a todo lo que le sucede a los demás por cuanto somos indiferentes incluso a lo que nos sucede a nosotros mismos.
Adviértase que hemos considerados todas las respuestas posibles ante determinado acontecimiento. Tales respuestas varían entre las distintas personas, tanto cualitativa como cuantitativamente, es decir, en la intensidad con que podemos responder con pena o alegría ante el hecho observado. De ahí podemos extraer las cuatro componentes emocionales básicas:
Amor: actitud por la cual se comparten penas y alegrías ajenas.
Odio: actitud por la cual una alegría ajena nos produce tristeza y una tristeza ajena una alegría propia.
Egoísmo: actitud por la cual sólo nos interesa lo que a nosotros nos sucede.
Indiferencia: actitud por la cual no nos interesamos por nadie ni por nosotros mismos.
Respecto a las componentes cognitivas, puede considerarse el método asociativo, o de "prueba y error", en el cual debemos adoptar una referencia, para establecer luego una comparación para interpretar todo nuevo conocimiento. También en este caso encontramos cuatro componentes básicas:
La realidad como referencia.
Lo que piensa uno mismo.
Lo que piensa otra persona.
Lo que piensa la mayoría.
Tanto la actitud característica como sus componentes emocionales y cognitivas, constituyen los "cimientos" a partir de los cuales se establece un nuevo punto de vista para obtener conclusiones seguras respecto de varios interrogantes acerca del ser humano y de la sociedad. Erwin Schrödinger escribió: “La cuestión no es tanto ver lo que nadie ha visto todavía, sino pensar lo que aún nadie ha pensado acerca de lo que todo el mundo ve”.
El odio no sólo favorece el mal, sino que lo provoca y lo inflige en los demás. Se deleita en el sufrimiento ajeno y se entristece por la felicidad o el bienestar de los sujetos odiados. Este último aspecto se suele materializar mediante actos u omisiones encaminadas a impedir que las personas a quienes se quiere perjudicar puedan alcanzar o mantener bienes y objetivos que se sabe que tienen en buena estima.
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