De la misma manera en que las personas tenemos virtudes y defectos, las sociedades, como conjuntos de individuos, también los tienen. Mientras que las virtudes conducen a la felicidad, los defectos conducen a la infelicidad. En forma semejante, las virtudes colectivas conducen al desarrollo social y económico, mientras que los defectos colectivos conducen al subdesarrollo y a la barbarie. Mientras que la ética individual implica un doble reconocimiento, de virtudes y defectos, para afianzar las primeras y evitar los segundos, la ética social requiere de un conocimiento similar; incluso puede decirse que esta ética colectiva surge de la ética individual "promedio", o bien de la ética individual predominante en la sociedad.
Por lo general, se supone que las virtudes y defectos observados en una sociedad dependen del sistema político y económico vigente, mientras que, desde el punto de vista adoptado en el presente escrito, se supone que la aceptación o el rechazo de los diferentes sistemas políticos y económicos, dependen esencialmente del previo nivel ético de la sociedad. De ahí que toda mejora posible dependerá esencialmente de una cuestión ética.
La prolongada decadencia de la Argentina depende esencialmente de la ausencia casi total de empatía emocional, lo que implica egoísmo, que se advierte en la mayor parte de la sociedad. Es frecuente observar el caso de repartidores domiciliarios de boletas, para el pago de servicios de luz, gas, etc., quienes las dejan prácticamente en la vereda para evitar el mínimo trabajo de ingresarlas a un lugar seguro. También algunos carteros muestran el mismo desinterés por la correspondencia que reparten desinteresándose completamente por los perjuicios que afectarán a los destinatarios en caso de no recibirlas.
Este egoísmo se advierte a todo nivel, incluso en el caso de los gobernantes, a quienes poco o nada les interesan los efectos que pueden ocasionar sus decisiones, por cuanto poco o nada se interesan por el sufrimiento de gran parte de la población. Cada político piensa esencialmente en sus objetivos y ventajas personales, o, a lo sumo, sectoriales, admitiendo la errónea definición de la política como medio para el logro y mantenimiento del poder, en lugar de considerarla como una tarea asociada a la administración del Estado.
La decadencia de la economía, la política, la cultura, la educación, etc., es la resultante inmediata de la decadencia moral de la sociedad, la que depende esencialmente de la ausencia de empatía emocional, como se dijo. Al ignorarse tal empatía, como proceso por el cual compartimos penas y alegrías ajenas, la igualdad social no se la busca mejorando tal actitud, sino que se la busca como una "igualdad económica", apuntando a los sectores productivos como generadores, no de riquezas, sino de "desigualdad social".
A partir de la casi exclusiva valoración de lo económico, se advierte otra actitud, complementaria al egoísmo, que es el odio, como una predisposición a la envidia y la burla. Ambas constituyen el camino seguro para el subdesarrollo y la barbarie, asociada en este caso a alguna forma de totalitarismo.
Los sucesivos gobiernos, en la Argentina, se han dedicado esencialmente al irresponsable aumento del gasto social y a una masiva ayuda social. Al estar desvinculada del trabajo y la producción, esta "ayuda" ha sido la causa principal del aumento de la pobreza y a la masiva creación de "parásitos sociales". Es oportuno mencionar el intento realizado en los EEUU en las últimas décadas del siglo XX, para erradicar la pobreza, logrando pésimos resultados, aún con el aporte de grandes cantidades de dinero. Tal fracaso se produjo al disociar tal ayuda del trabajo. Muchos hombres, al advertir que la sociedad (a través del Estado) se encargaría de mantener a sus hijos, se dedicaron a la vagancia y al libertinaje, produciéndose un serio deterioro social en varios sectores; algo similar a lo que está ocurriendo en estos momentos en la Argentina.
La "ayuda social" es usada actualmente, por el gobierno de turno, para la masiva "compra" de votos al sector parasitario. De ahí que es posible que la venezuelización de la Argentina se logre por vía democrática, o más bien, pseudo-democrática. Este ha de ser el golpe final contra la nación efectuado por un gobierno totalitario que tuvo el apoyo electoral del 48% de los votantes y que mantiene la prédica anti-empresarial y anti-capitalista heredadas tanto del peronismo como del marxismo.
El derrumbe final de la economía se debe a la mínima seguridad jurídica asociada a un gobierno que intenta establecer expropiaciones y que sólo sabe aumentar impuestos e imprimir billetes en grandes cantidades. Se aduce que "llenando el bolsillo" de la gente se promueve la producción y la oferta (adicionalmente piensan que la impresión monetaria no es causa de inflación, sino que ésta se debe a los "especuladores despiadados" que sólo buscan enriquecerse a costa de los pobres).
Para las sociedades en decadencia, el capital es algo malo, y de ahí la expresión "combatiendo al capital" incluida en la marcha peronista, el verdadero "himno nacional" de un gran sector de la población argentina.
A continuación se transcribe parcialmente un escrito al respecto, en el que se advierte la importancia del capital en todo proceso productivo:
Capital físico: el rol de la inversión en el crecimiento económico
Por José Luis Espert
Supongamos que se mantienen constantes los primeros dos "ingredientes" que hacen al crecimiento de un país: el capital humano y las ideas/innovaciones. Ahora podemos enfocarnos únicamente en el capital físico.
Como lo único que cambia en esta suposición o modelo que estamos construyendo es el capital, decimos que la producción (los bienes y servicios que genera la economía) son una función de ese capital, en el sentido de que depende únicamente de su cantidad.
Dos cuestiones fundamentales que atañen a la relación entre capital y producción: en primer lugar, más capital incrementa la producción (dos máquinas producen más que una), pero a partir de un determinado tiempo lo hace a una tasa cada vez menor (recordemos que, como la cantidad de trabajadores está fija, en algún momento se acabarán las personas para operar las nuevas máquinas, y cada máquina nueva será menos productiva que la anterior). Esto último se conoce como la "Ley de rendimientos (marginales) decrecientes" y explica en parte por qué países que están experimentando un crecimiento acelerado, como Corea del Sur, crecen a tasas mucho más altas que países ya consolidados como potencias, como Estados Unidos.
Para los países que transitan el sendero del crecimiento hace menos años, cada unidad de capital es muy productiva e incrementa mucho más la producción, justamente porque su escasez es de capital. Otro motivo para esta diferencia en las tasas de crecimiento de países recientemente desarrollados versus los ya consolidados en su crecimiento es la depreciación del capital. El capital se desgasta (las herramientas y las máquinas pierden valor debido al uso), y esta depreciación, naturalmente, aumenta a medida que aumenta también el inventario de capital (cuantas más herramientas y maquinarias hay, más costoso es para el conjunto de la economía repararlas y mantenerlas en su máxima capacidad de funcionamiento).
Economías más desarrolladas, por contar con una cantidad mayor de capital y por tanto mayores tasas de depreciación, deben destinar una gran proporción de su inversión al solo fin de conservar el capital en funcionamiento. Como la inversión proviene del ahorro (que mediante la intermediación financiera permite que el dinero vaya a emprendedores y empresarios), si la tasa de ahorro no alcanza ni siquiera para reemplazar el capital depreciado, o si el ahorro no puede traducirse en inversión a través del sistema bancario, el stock de capital del país disminuye, y la cantidad de producción decrece. En otras palabras, el país se estanca.
¿Cómo se aplica este sencillo esquema a la Argentina?
En nuestro país, por algún extraño motivo, y en contra de toda teoría económica sobre el crecimiento, nuestros políticos sostienen que el rol del Estado es "sostener el consumo". Redistribuir ingresos de los que más a los que menos tienen, para fomentar la actividad económica. Suena familiar, ¿cierto? Y hasta podría sonar lógico...si no lo pensamos demasiado.
Lo que no nos cuentan es que, ya de este primer y aparentemente inocente paso, se impide la conformación del primero de nuestros "ingredientes" para el crecimiento: el capital físico.
El capital físico depende de la inversión, que a su vez proviene del ahorro. El consumo es, por definición, lo contrario del ahorro, dado que cualquier agente puede o bien consumir su ingreso o ahorrarlo. Por más de que el consumo es importante, nada puede crecer si un país no ahorra parte de su ingreso y lo utiliza en invertir. Es tan lineal y sencillo como eso, pero, por algún motivo, en la Argentina nos salteamos ese paso y pensamos que para crecer basta con dar y repartir y consumir, aunque para eso haga falta endeudarnos o imprimir billetes a mansalva.
Así las cosas, no es una sorpresa nuestra trayectoria en el ranking de inversión como porcentaje del PBI (es decir, cuánto del ingreso total de nuestro país destinamos a invertir). Descendimos sesenta posiciones desde 1980 hasta la actualidad: del puesto 84 al 144 sobre los 175 países evaluados por el Fondo Monetario Internacional. La lectura que podemos hacer de esta penosa trayectoria es simple: mientras el resto de los países del mundo ha optado por valorar la inversión, y procurar que constituya una porción cada vez mayor de su ingreso, en la Argentina le fuimos dando progresivamente menos importancia.
Si pensamos en cómo nos va en el ranking de ingreso per cápita, podemos convenir que este sendero no es el acertado.
(De "La sociedad cómplice"-Sudamericana-Buenos Aires 2019)
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3 comentarios:
Como consuelo o como dato en directa relación se puede decir que en el resto del mundo, y gracias o tomando como excusa a la pandemia en curso, también se está perjudicando al ahorro por medio de un aumento de los impuestos que deviene necesario para afrontar una emisión de deuda pública en plena efervescencia. Necesariamente se traducirá en una disminución de la inversión y de los puestos de trabajo productivos.
Frase del libro citado:
"Te robaron otra vez. Y la culpa es tuya.
Es tuya porque repetís las ideas que habilitan a nuestros devoradores. No soy marxista, pero puedo asegurar que en la Argentina vivimos bajo un sistema de explotación del hombre por el hombre. Lo singular, en nuestro país, consiste en que unos pocos explotadores se han asociado de manera corporativa para devorar a millones de sus conciudadanos. No son los capitalistas, como creía Marx, sino las tres corporaciones que denuncié en mi libro anterior La Argentina devorada: los sindicatos, los políticos y los empresarios prebendarios. Su mejor herramienta son los mitos. Si vos no hicieras tuyos esos mitos, si no los repitieras acríticamente, esas corporaciones no durarían una semana, y la Argentina sería un país desarrollado".
Un componente de esa ausencia casi total de empatía emocional podría radicar aquí (nueva cita del libro mencionado):
"...muchos de los más importantes beneficios de la educación son intangibles, como el sentido de conciencia y deber ciudadano, la capacidad de discernir, la responsabilidad de la sociedad a la hora de votar sus representantes, menor corrupción en todas las esferas, entre otros".
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