Por Álvaro C. Alsogaray
El 24 de febrero de 1946 Perón fue elegido Presidente de la Nación en comicios libres que significaron el fin de un largo periodo durante el cual las prácticas electorales estuvieron viciadas por fraudes que cometían sucesivamente los partidos mayoritarios. A las elecciones de 1946 concurrieron dos agrupaciones principales. Una de ellas, titulada Unión Democrática, estaba integrada por los partidos tradicionales (radicales socialistas, demócratas progresistas y otros) y se sumaron a ella grupos diversos incluido el Partido Comunista. Esta circunstancial asociación respondía al deseo de oponerse a Perón, cuyo crecimiento electoral e ideología implícita despertaban preocupaciones.
La otra agrupación se formó en torno a Perón, sobre la base de núcleos conocidos bajo rótulos diversos sin mayor significación política, entre ellos el Partido Laborista, del líder sindical Cipriano Reyes. La dinámica de esta agrupación, que terminó denominándose peronismo o justicialismo, fue avasalladora debido a la acción de Perón y Evita con el apoyo intuitivo y emocional de importantes sectores de la población, sobre todo de los trabajadores asalariados que orgullosamente se denominaban "descamisados". Dicha agrupación triunfó en las elecciones. Ese triunfo abrió un largo periodo de vigencia del peronismo, que se extendió hasta la muerte de Perón en 1974 y perdura todavía.
Este dilatado lapso de 47 años constituye una etapa especial de la vida argentina, que se desarrolló bajo la influencia de ese fenómeno político ciertamente excepcional que fue Perón, tanto como hombre de Estado de formación dictatorial, como demagogo de extraordinaria penetración en "las masas".
La evolución de Perón y su desempeño como gobernante y político estuvieron fuertemente influidos por el sistema económico que sobre la base de tendencias estatizantes comenzó a manifestarse a partir de 1930. Esa tendencia recibió un impulso decisivo al instalarse el gobierno peronista. Perón se consideraba a sí mismo como un demócrata ajeno al "culto de la personalidad". Afirmó, en su momento, que políticamente en la Argentina sólo se podía ser "radical o conservador" y al poco tiempo terminó organizando el peronismo y gobernando con mano férrea.
¿Cómo se produjo esa mutación? Obviamente tiene mucho que ver la idiosincracia de Perón, pero el sistema económico implantado desde los comienzos de su gestión fue determinante para la configuración del régimen que habría de imponer durante sus diez años de gobierno. Esta última consideración tiene gran importancia dentro del análisis de la interrelación entre la política y la economía que estamos efectuando. El tema había sido ya tratado por Hayek en su Camino de Servidumbre, y constituye la tesis fundamental de ese libro.
Dice Hayek, refiriéndose a las causas que arrastraron a Alemania hacia el totalitarismo nazi: "El problema no está en que los alemanes, como tales, son malos, lo que congénitamente no es probable que sea más cierto de ellos que de otros pueblos, sino en determinar las circunstancias que durante los últimos setenta años hicieron posible el crecimiento progresivo y la victoria final de un conjunto particular de ideas, y las causas de que, a la postre, esta victoria haya encumbrado a los elementos más perversos. Hemos abandonado progresivamente aquella libertad en materia económica sin la cual jamás existió en el pasado libertad personal ni política". Lo dicho para Alemania y el nazismo es aplicable a la Argentina y el peronismo. En nuestro país fueron las ideas elaboradas durante los años que van de 1930 a 1946 y el breve periodo durante el cual se gestó el surgimiento del peronismo, ideas contrarias a la libertad económica y la filosofía liberal, las que finalmente hicieron posible el triunfo de aquél.
La advertencia de Hayek, a la luz de lo que estaba ocurriendo en la Argentina en 1945-1946 y los primeros y cada vez más drásticos avances de Perón sobre la economía privada, fue para mí una verdadera revelación y me llevó a examinar al peronismo desde ese ángulo. Hoy creo más que nunca en la validez de aquella tesis. El totalitarismo económico engendra el totalitarismo político. No puede haber verdaderas libertades individuales si no hay libertad económica. Pero el problema no reside tanto en los casos extremos, donde las evidencias son concluyentes; la cuestión radica en las posiciones intermedias donde hay una dictadura económica total y se mantiene la ficción de una democracia.
Estas soluciones a "mitad de camino" son ineficientes y política y socialmente insatisfactorias. Si bien no suscitan grandes reacciones en los pueblos y hasta en algunos casos cuentan con apoyo popular, esos enfoques característicos de las social-democracias terminan produciendo graves daños a la comunidad. Pero en el caso de Perón, el régimen instaurado por él, a pesar de que oficialmente se lo consideraba como de tercera posición, no era en realidad sino un definido intento nacional-socialista cuya configuración y evolución se ajustaba rigurosamente al pronóstico de Hayek.
(La "tercera posición" de Perón se refería a la ubicación del país en el ámbito internacional, entre lo que representaba Estados Unidos y lo que significaba la Unión Soviética. Pero "tercera posición" implicaba también un camino intermedio entre la economía de mercado y la economía planificada característica del sistema socialista).
Tal vez esa calificación del peronismo como nacional-socialismo pueda parecer excesiva, sobre todo si se comparan las modalidades de ese régimen con las del nazismo. Pero técnicamente es irrefutable. Sobre todo si nos referimos al ámbito económico-social. Los métodos aplicados por el peronismo son definidamente socialistas. En cuanto al nacionalismo, su influencia en la conformación del peronismo es por demás evidente, tanto en el campo de la economía como en el de la política.
Perón llegó a configurar un régimen totalitario de características nacional-socialistas, como consecuencia de una creciente y cada vez más amplia intervención dictatorial del Estado en la economía. Resultaría monótono, y ciertamente escaparía a los límites de este trabajo, describir detalladamente el rápido proceso que condujo a esa regimentación. Pero vale la pena recordar algunos aspectos de ese proceso.
Todos los servicios públicos y grandes empresas consideradas estratégicas o "depositarias" de la soberanía nacional fueron estatizadas. Los ferrocarriles, los teléfonos, las líneas aéreas, las flotas marítimas y fluviales; los puertos; la explotación del petróleo, el gas, la energía eléctrica, el carbón, el hierro y otros recursos naturales; los más grandes bancos; la mayor parte de la industria naviera y aeronáutica; las presas y diques; la elaboración del cobre; la energía atómica; los seguros y reaseguros; las fábricas de pólvora, de armas y de equipos militares, y los transportes terrestres, pasaron a manos del Estado o fueron colocados bajo la administración estatal.
La estatización de los ferrocarriles fue considerada y festejada como un símbolo de la recuperación de nuestra soberanía (cuarenta y cinco años después, habiendo ocasionado durante ese prolongado lapso tremendas pérdidas que debió soportar el pueblo argentino y en estado total de obsolescencia e ineficiencia, debieron ser privatizados para evitar su colapso).
Pero el avance del Estado sobre las actividades privadas no se limitó a las citadas estatizaciones. Se extendió a todos los ámbitos del quehacer económico, aun cuando "nominalmente" se mantuviera el régimen de propiedad privada, a través del control de precios, salarios y tipos de cambio; de las exportaciones e importaciones, buena parte de las cuales fueron estatizadas al crearse el IAPI; de las regulaciones de todo tipo especialmente en el campo laboral; del control de los arrendamientos y los alquileres, y de innumerables reglas restrictivas en las más diversas actividades.
Esta intervención del Estado en la economía, que en un sentido amplio denominamos "dirigismo", y que se encuentra en la base del nacional-socialismo, es una de las variantes del colectivismo. Se diferencia de la versión comunista en que ésta implica la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, mientras que el nacional-socialismo mantiene esos medios en manos particulares, pero regula, controla y regimenta toda la actividad productiva y la distribución. Los resultados son ciertamente similares. Hitler llegó a decir que lo admiraba a Stalin por su manejo económico.
Al estatizar las principales actividades y empresas y regular toda la economía, el Estado se ve en la necesidad de crear vastos organismos de administración y control, lo cual da origen a una dominante burocracia. Ello ocurrió bajo el gobierno de Perón entre 1946 y 1955, generándose un pesado lastre del cual no hemos logrado todavía desembarazarnos. El financiamiento de esa burocracia y las ingentes pérdidas que siempre origina la administración estatal de emprendimientos económicos, generan un fuerte déficit que no puede ser atendido con la recaudación normal de impuestos aceptados voluntariamente. Se recurre entonces a la expansión artificiosa del crédito y a la emisión de moneda, que constituyen la causa directa de la inflación.
Si la economía es libre, la inflación aparece a la vista bajo la forma de un alza de precios, pero bajo un régimen de autoritarismo económico es ocultada mediante controles de todo tipo en los mercados oficiales, dando lugar a la llamada "inflación reprimida". Surgen entonces los mercados negros, en los cuales los precios suben más de lo que subirían si se dejara operar libremente, con el agregado de que en los mercados oficiales la oferta de bienes y servicios declina produciéndose un creciente desabastecimiento.
Esta evolución se cumplió también, rigurosamente, durante la primera etapa peronista. Los mercados negros florecieron y "el país de las vacas y el trigo" llegó a importar trigo, comer pan negro y racionar la carne. Un artificio, cuyas dramáticas consecuencias están pagando todavía hoy los jubilados, permitió a Perón no emitir "demasiada" moneda. Los aportes al sistema de previsión social, que sólo existían en algunos gremios, se hicieron obligatorios para todos los trabajadores a través de las distintas cajas que se fueron creando. Aún en los primeros momentos se fueron acumulando grandes recursos dado que los beneficiarios eran pocos. Perón tomó compulsivamente, mediante la colocación de títulos públicos, esos extraordinarios recursos que permitieron financiar gran parte de los déficits evitando una emisión mayor. Pero esas exacciones destruyeron el sistema jubilatorio, que nunca pudo hasta ahora ser rehabilitado.
Los trastornos económicos, sociales y también morales que acarrea la inflación reprimida hacen que ésta deba ser vista como peor que la inflación libre. Entre sus más lamentables consecuencias debe citarse su traumático desenlace: una violenta devaluación con explosión de precios como punto de partida del penoso reajuste a que siempre obligan esos procesos inflacionarios. Obsérvese lo que está ocurriendo en la ex Unión Soviética y países del Este, donde imperó por décadas la inflación artificiosamente reprimida por métodos autoritarios o totalitarios.
Procesos de esta clase no pueden circunscribirse al ámbito económico; necesariamente se extienden al político. En primer lugar porque se requiere una acción política para hacer cumplir compulsivamente el mandato de los planificadores económicos. Después, para acallar las protestas y aplastar las reacciones que ese mandato siempre suscita. Esto es lo que ocurrió con el régimen peronista que se fue configurando sobre la base de una creciente y absorbente intervención del Estado en la economía y en la estructura social del país. Los controles iniciales fueron requiriendo cada vez más fiscalización, hasta llegar a un completo autoritarismo económico. Este necesitó también un creciente autoritarismo político, con lo que el país se deslizó hacia la dictadura. La Revolución Libertadora de 1955 impidió que la caída fuera total pero no resolvió el problema.
La implantación y vigencia del "régimen peronista" fue fatal para el país. En 1945, al término de la Segunda Guerra Mundial, la Argentina tuvo una excepcional oportunidad. Emergente de ese conflicto con más de 20.000 millones de dólares de reserva (a valor actual 1993) y stocks agropecuarios que podía vender a altos precios; siendo vista como una esperanza por los pueblos que habían sufrido la catástrofe, parecía destinado a dar un gran salto adelante. Esa extraordinaria oportunidad se perdió debido al régimen instaurado en 1946, contrario al sistema liberal de la Constitución Nacional de 1853-60, la cual fue reemplazada por la Constitución peronista de 1949.
Las reservas acumuladas durante la guerra y la capitalización y recursos con que contaba el país le permitieron al peronismo llevar a cabo una falsa política de justicia social, que no era otra cosa que un desborde demagógico de vastos alcances, orientado a perpetuar el régimen. Esta demagogia no se limitó a otorgar privilegios y prebendas materiales, sino que se extendió a los más variados aspectos de la vida diaria. El eslogan "Perón cumple, Evita dignifica" tuvo una profunda significación para los sectores más postergados.
Un extraordinario aparato de propaganda hizo que gran parte de la población fuera alcanzada por ese eslogan, sostenido por algunos actos simbólicos que sugerían que los beneficios que recibían unos pocos pronto habrían de alcanzar a todos. La cuestión social; la defensa de la soberanía; el enfrentamiento con los EEUU, popularizado bajo el lema "Braden o Perón"; la lucha contra la oligarquía, los monopolios y los intereses extranjeros; el repudio al "capital", exaltado en la marcha peronista, y otras apelaciones similares constituían la "materia prima" de esa demagogia entronizada como instrumento fundamental del gobierno. Los capitales y los hombres de empresa, que al iniciarse la posguerra parecían dispuestos a venir al país a impulsar su progreso, advirtieron antes que los argentinos el tembladeral hacia el cual nos estábamos deslizando y buscaron otros horizontes, principalmente el Brasil. En eso consistió fundamentalmente la citada pérdida de la mayor oportunidad que tuvimos en el presente siglo.
Pero además de perder esa oportunidad, pronto comenzaron las dificultades internas. Las ilusiones iniciales no tardaron en disiparse. Las reservas y el capital de que disponía el país condujeron a un increíble despilfarro signado por las compras de sobrantes y desechos de guerra por parte del IAPI; el engaño del desarrollo nuclear que, según Perón, habría de proporcionar energía prácticamente sin costo a toda Latinoamérica, promesa ésta que es vista hoy como uno de los grandes "delirios argentinos"; la estatización innecesaria y las pérdidas que de inmediato comenzaron a soportar las empresas absorbidas por el Estado; el sostenimiento de una monumental burocracia; el enriquecimiento ilícito de los "favoritos del régimen", incluidos los dirigentes sindicales, a través de permisos de cambio para importaciones y otros métodos; la expansión desmesurada de las FF.AA. con vistas a una tercera guerra mundial que se creía inevitable; los planes quinquenales que no eran sino catálogos de gastos e inversiones fuera de toda realidad económica.
Las dádivas, prebendas y subsidios canalizados a través de organismos ad-hoc y los sindicatos en nombre de la "justicia social", y un sinnúmero de otras determinaciones de esa clase, alimentadas al principio por la "varita mágica" de Miguel Miranda a quien se suponía capaz de financiar cualquier aventura o despropósito, pronto agotaron los recursos, quedando en evidencia una lamentable realidad. Pero lo peor fue que para justificar u ocultar esa realidad debieron extremarse tanto la demagogia como los controles políticos. Estos últimos, como ya he señalado, iban configurando un régimen cada vez más dictatorial.
Llegó un momento en que todos los diarios y revistas del país (salvo unas pocas publicaciones que se autocensuraban) pertenecían al gobierno; lo mismo ocurría con la televisión y las radioemisoras; los chicos en las escuelas primarias debían aprender a leer en un texto único destinado a endiosar a Evita; los viajes al exterior estaban severamente controlados y virtualmente prohibidos al Uruguay; los libros liberales y muchas revistas extranjeras no podían entrar al país; algunos dirigentes católicos fueron amenazados o perseguidos (me tecó cierta vez sacar de un colegio religioso a un grupo de monjas vestidas de civil que habían experimentado esas amenazas); los principales dirigentes políticos sufrieron detenciones y cárceles; el diario La Prensa fue confiscado y entregado a la CGT; las leyes contra el agio, la especulación y el desabastecimiento eran utilizadas para clausurar comercios y negocios de empresarios desafectos: los chacareros no podían trabajar con sus hijos en su propiedad debiendo contratar peones sindicalizados; lo mismo ocurrió con los transportes: no se podía utilizar medios propios sino que se debía recurrir a transportistas agremiados.
Los funcionarios y empleados públicos y hasta los profesores en institutos militares debían afiliarse obligatoriamente al partido oficial; la señora de Perón -Evita- fue proclamada "Jefa Espiritual de la Nación" y Perón "Libertador de la República"; la Iglesia católica fue también perseguida y algunos de sus miembros deportados; en el colmo del extravío numerosas iglesias, con un patrimonio religioso y artístico irreemplazable, fueron incendiadas y la bandera argentina quemada en un acto público; lo mismo ocurrió con el Jockey Club, el diario La Vanguardia y la sede de algunos partidos políticos.
Los "jefes de manzana" -verdaderos espías- ejercían un severo control, particularmente a través de delaciones sobre la vida y las actividades de quienes vivían en su jurisdicción; los apremios ilegales y torturas eran corrientes en las prácticas policiales; en una palabra, las libertades civiles y políticas, como ya había ocurrido con las libertades económicas, estaban totalmente conculcadas. Quienes no hayan vivido ese ominoso período de la vida argentina, probablemente no lleguen a comprender hasta qué punto el régimen había sometido a todos los habitantes del país.
Pero inexorablemente la reacción habría de llegar. Los hombres soportan hasta cierto punto la arbitrariedad y el sometimiento, pero más allá de ese punto, tarde o temprano, se rebelan. Esto ocurrió en la Argentina cuando el régimen peronista se tornó insoportable...Impaciente Perón al no encontrar en sus adversarios un definido acatamiento a sus nuevas propuestas, se volcó abruptamente hacia una actitud agresiva. El 31 de agosto de 1955, desde los balcones de la casa de gobierno, ante una multitud reunida en la Plaza de Mayo, pronunció una violenta arenga en la cual, entre otras cosas, prometía: "...A la violencia hemos de contestar con una violencia mayor...Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos violentamente. Y desde ya establecemos como una conducta permanente en nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden ¡puede ser muerto por cualquier argentino! La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, ¡caerán cinco de los de ellos! Veremos si con esta demostración nuestros adversarios y nuestros enemigos comprenden: si no lo hacen, ¡pobres de ellos!". Este nuevo vuelco de Perón, que implicaba poco menos que una declaratoria de guerra civil, terminó con las vacilaciones de quienes luchaban por su alejamiento como única manera de abolir el totalitarismo.
(De "Experiencias de 50 años de política y economía argentina" de Álvaro C. Alsogaray-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1993)
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1 comentario:
En este hilo se afirma que el dirigismo desbocado de la época peronista estuvo precedido de otro menos intenso durante la década de los años treinta que probablemente se caracterizó, como en muchos otros países de Occidente en los períodos inmediatamente anterior y posterior al crac de 1929, por el intervencionismo monetario del banco central, siempre a indicación del correspondiente gobierno.
Al respecto conviene señalar que, desde un punto de vista ortodoxo, para evitar una depresión o una recesión lo que hay que hacer es no dopar a la economía con la emisión de más dinero del estrictamente necesario proveniente de la creación de nueva riqueza. De lo contrario se crea un boom económico o crecimiento falso ocasionado por esa manipulación de la masa monetaria, cuya artificial abundancia manda señales equivocadas a los mercados, ocasionando malas inversiones y aumentos de precios, incluidos los del trabajo.
Pero no hay que dejar de mencionar que estos resultados, en realidad no óptimos, son los queridos por esos gobernantes manipuladores porque dan durante un período relativamente largo la impresión de que se ha aumentado la riqueza y el nivel de vida del conjunto de la sociedad, con los consiguientes réditos electorales.
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