El político profesional, que es apto y exitoso en su oficio, no es generalmente sólo un hábil tergiversador de la verdad sino también un hábil utilizador de disfraces ideológicos que le permiten embaucar con cierta facilidad a las crédulas masas. Esto puede observarse, en lo económico, cuando el político socialista, con disfraz democrático, promueve la confiscación legal de las ganancias empresariales, aunque respetando la propiedad privada de los medios de producción. Sin embargo, los excesivos impuestos exigidos al sector productivo implican una confiscación parcial de la propiedad privada, comparable a la expropiación total. El productor, sin embargo, es dueño tanto del árbol como de sus frutos, aunque el político convenza a la mayoría que esos frutos pertenecen a la sociedad en general, incluso a quienes poco o nada trabajan.
En cuanto a lo político, sucede otro tanto, ya que arreglan leyes y reglamentos de manera de disponer de un absoluto control del Estado con la posibilidad adicional de perpetuarse en el poder. Para ello desarrollan argumentos aceptados por la sociedad para que ésta crea que se trata de una legalización democrática que beneficia a todos por igual. Jean-François Revel escribió: "El problema propuesto consiste en saber cómo puede injertarse un poder autoritario en una sociedad acostumbrada de larga data a las instituciones liberales. Se trata de definir un «modelo» político que difiera de la verdadera democracia y de la dictadura brutal".
"Montesquieu sostiene la tesis del continuo progreso de la democracia, de la liberación y legalización crecientes de las instituciones y costumbres que harán imposible el retorno a ciertas prácticas. (¡Ay!, cuántas veces hemos escuchado ese «imposible» optimista... y cuántas veces, a quienes me aseguran que las cosas ya nunca volverán a ser como eran antes, desearía responderles: «Tiene usted razón, serán peores»)".
"Así como el despotismo «oriental», desde la muerte de Stalin, ha demostrado ser viable en forma colegiada y sin culto de la personalidad, al cual se lo creía ligado; así el despotismo moderno...parece viable independientemente del «poder personal» al que nosotros espontáneamente lo vincularíamos".
"Que el autoritarismo sea personal o colegiado es una cuestión secundaria; lo que importa es la confiscación del poder, los métodos que es preciso seguir para que dicha confiscación sea tolerada -es decir, para que pase en gran parte inadvertida- por los ciudadanos integrantes del grupo de aquellas sociedades que pertenecen históricamente a la tradición democrática occidental".
"¿Acaso no nos hallamos en un terreno conocido cuando leemos que el despotismo moderno se propone «no tanto violentar a los hombres como desarmarlos, no tanto combatir sus pasiones políticas como borrarlas, menos combatir sus instintos que burlarlos, no simplemente proscribir sus ideas sino trastocarlas, apropiándose de ellas»?".
"El despotismo moderno no debe de ninguna manera suprimir la libertad de prensa, lo cual sería una torpeza, sino canalizarla, guiarla a la distancia, empleando mil estratagemas...La más inocente de tales artimañas es, por ejemplo, la de hacerse criticar por uno de los periódicos a sueldo a fin de mostrar hasta qué punto se respeta la libertad de expresión. A la inversa de lo que ocurre en el despotismo oriental, conviene al despotismo moderno dejar en libertad a un sector de la prensa (suscitando, empero, una saludable propensión a la autocensura por medio de un depurado arte de la intimidación)" (Del Prefacio del "Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu" de Maurice Joly-Editorial Seix Barral SA-Barcelona 1977).
La perversa infiltración en todos los sectores del Estado y de la sociedad es necesaria para establecer un dominio total sobre una nación. En la actualidad podemos advertir este proceso en el caso del kirchnerismo, que apunta hacia objetivos similares al del chavismo venezolano, o al del peronismo original, pero con mayor habilidad y disimulo. Estos procedimientos ya fueron advertidos en el siglo XIX por Maurice Joly, siendo sintetizado su libro en el prefacio que se está transcribiendo parcialmente. Revel agrega: "Se trate de la destrucción de los partidos políticos y de las fuerzas colectivas, de quitar prácticamente al Parlamento la iniciativa con respecto a las leyes y transformar el acto legislativo en una homologación pura y simple, de politizar el papel económico y financiero del Estado a través de las grandes instituciones de crédito, de utilizar los controles fiscales, ya no para que reine la equidad fiscal sino para satisfacer venganzas partidarias e intimidar a los adversarios".
"De hacer y deshacer constituciones sometiéndolas en bloque al referéndum, sin tolerar que se las discuta en detalle, de exhumar viejas leyes represivas sobre la conservación del orden para aplicarlas en general fuera del contexto que les dio nacimiento (por ejemplo, una guerra extranjera que terminó hace rato), de crear jurisdicciones excepcionales, cercenar la independencia de la magistratura, definir el «estado de emergencia», fabricar diputados «incondicionales»".
"Promover una civilización policial, impedir a cualquier precio la aplicación del habeas corpus; nada de todo esto omite este manual del déspota moderno sobre el arte de transformar insensiblemente una república en un régimen autoritario o, de acuerdo con la feliz fórmula de Joly, sobre el arte de «desquiciar» las instituciones liberales sin abrogarlas expresamente. La operación supone contar con el apoyo popular y que el pueblo (lo repito por ser indispensable) esté subinformado; que, privado de información, tenga cada vez menos necesidad de ella, a medida que le vaya perdiendo el gusto".
"Pretender que un detentador del poder no es un dictador porque no se asemeja a Hitler equivale a decir que la única forma de robo es el asalto, o que la única forma de violencia es el asesinato. Lo que caracteriza a la dictadura es la confusión y concentración de poderes, el triunfo de la arbitrariedad sobre el respeto a las instituciones, sea cual fuere la magnitud de tal usurpación; lo que la caracteriza es que el individuo no está jamás al abrigo de la injusticia cuando solo la ley lo ampara".
"El totalitarismo exige mucho más del ciudadano que, a su modo, la dictadura o la «democradura». Estas últimas no se interesan más que por el poder político y el económico. Si el ciudadano no molesta y no dice nada, no tendrá problemas. Basta con su pasividad. El totalitarismo, en cambio, pretende hacer de cada ciudadano un militante. La sumisión no le basta, exige el fervor. La diferencia entre un régimen simplemente autoritario y uno totalitario está en que el primero quiere que no se le ataque, y el segundo considera un ataque todo lo que no es un elogio. Al primero le basta con que no se le desfavorezca; el segundo pretende además que nada se haga que no le favorezca".
En los países subdesarrollados se admira generalmente la "inteligencia" de quienes son capaces de adquirir un ilimitado poder sobre la nación, aunque el costo sea pagado con el sufrimiento de gran parte de la población. Por el contrario, deberíamos considerar "inteligente", y admirarlo verdaderamente, a quien logra administrar el Estado beneficiando a toda la población. Destruir es mucho más simple que construir.
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