Es frecuente encontrar resabios de épocas pasadas en las cuales se recurría a la fe en la revelación, la autoridad personal o la tradición como garantías de validez de alguna afirmación o bien de la validez de alguna visión del mundo. En la actualidad, también se ha adoptado la postura opuesta, tal la de negar toda posible validez a lo que proviene de una supuesta revelación, de la autoridad de algún pensador o bien de la tradición popular. Henri Poincaré escribió: "Dudar de todo o creerlo todo son dos soluciones igualmente cómodas, pues tanto una como otra nos eximen de reflexionar" (De "La ciencia y la hipótesis"-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1963).
Los partidarios de algunas posturas filosóficas, con la intención de imponer afirmaciones de dudosa validez, engañan a gran parte de la sociedad proponiendo un "socialismo científico", queriendo significar que se trata de un socialismo verdadero, o compatible con la realidad. Sin embargo, toda descripción científica, una vez establecida la respectiva experimentación, admite como resultado dos posibilidades: verdadero o falso, por lo cual, sólo con afirmar que se ha utilizado el método científico, no se asegura la validez de su resultado.
El engaño se confirma si se tiene presente que el marxismo se basa en la "lógica dialéctica", constituida por el proceso de tesis, antitesis y síntesis, advirtiéndose que ni siquiera emplea el método de la ciencia experimental. Es oportuno conocer la historia de las distintas ramas de la ciencia experimental para advertir que no existe ningún descubrimiento importante, ni tampoco elemental, que haya utilizado la secuencia mencionada.
También algunos seguidores de otras posturas filosóficas suponen que la coherencia lógica de cierto planteo basta para asegurar su veracidad. Si bien toda descripción bien fundamentada y coherente recurre al método axiomático, la lógica simbólica no resulta suficiente para la creatividad ni para garantizar la veracidad de un planteo. Régis Jolivet escribió: "El silogismo no sería más que puro verbalismo. Tal es la objeción que constantemente se repite desde Descartes contra el silogismo. Éste se reduciría a una pura tautología, y ningún progreso real proporcionaría al espíritu. Esto es lo que sobre todo Stuart Mill se esforzó en demostrar. En efecto, dice, examinemos el silogismo siguiente:
El hombre es un ser inteligente;
Pedro es hombre;
luego, es un ser inteligente.
Es claro que, para poder afirmar legítimamente la mayor universal «el hombre es un ser inteligente», primero hay que saber que Pedro, Juan, Santiago, etc., son seres inteligentes. La conclusión no puede, pues, enseñarme nada que yo no conociera ya. El silogismo es un puro verbalismo" (De "Tratado de Filosofía, Lógica y Cosmología"-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1960).
Siendo la "Ética demostrada según el orden geométrico", de Baruch de Spinoza, uno de los tratados mejor ordenados y fundamentados lógicamente, a pocos, o ninguno, de sus seguidores se le ocurrirá decir que "toda la verdad" está en dicho libro por el hecho de estar expuesto en forma axiomática y deductiva. El contenido, y no la forma, es lo que da, o no, veracidad al tratado.
También en el ámbito de las matemáticas algunos autores consideran que la lógica constituye una fuente de creatividad, siendo rechazada tal posibilidad por otros autores. Henri Poincaré escribió: "La lógica permanece siempre estéril a menos que esté fecundada por la intuición". "Se podría imaginar una máquina donde se introducirían los axiomas por un extremo, recogiéndose los teoremas por el otro extremo, como esa legendaria máquina de Chicago en la que los cerdos entran vivos y salen transformados en jamones y salchichas. Con estas máquinas, el matemático no tendría necesidad de saber lo que hace" (De "Ciencia y método"-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1963).
Por otra parte, coincidiendo con expresiones anteriores, Poincaré escribió: "El silogismo no puede enseñarnos nada esencialmente nuevo y, si todo debiera salir del principio de identidad, también todo debería poder reconducir a él. ¿Se admitirá entonces que los enunciados de todos esos teoremas que llenan tantos volúmenes no sean más que maneras retorcidas de decir que A es A?" (De "La ciencia y la hipótesis").
El desencuentro entre Galileo con el filósofo y el matemático aristotélico, además del teólogo, ha sido representado por el dramaturgo alemán Bertolt Brecht. Guillermo A. Obiols escribió: "A continuación se transcriben los pasajes principales de la discusión entre Galileo y los doctores de la universidad que, en presencia del Gran Duque de Florencia, a principios del siglo XVII, cuestionan los descubrimientos de Galileo:
GALILEO: Desde hace algún tiempo los astrónomos estamos encontrando grandes dificultades en nuestros cálculos. Utilizamos para ello un sistema muy antiguo, que si bien parece concordar con la filosofía, no es compatible con los hechos. Según ese sistema, llamado de Ptolomeo, los astros realizan movimientos complicadísimos. Y por eso no los encontramos donde supuestamente deberían estar. Por lo demás, el sistema de Ptolomeo no explica los movimientos de todos los astros. Por ejemplo, el de unos muy pequeños que giran alrededor de Júpiter y que descubrí hace poco...
EL FILÓSOFO: Antes de hacer uso de su famoso anteojo, querríamos tener el placer de una discusión filosófica con usted. El tema sería: ¿pueden existir esos astros?
GALILEO: Yo diría que basta con mirar por el telescopio para convencerse de que existen.
EL MATEMÁTICO: Por supuesto, por supuesto...Pero usted sabe, sin duda, que según la opinión de los antiguos no pueden existir astros que giren alrededor de otro centro que no sea la Tierra, ni tampoco astros que no tengan su correspondiente apoyo en el cielo.
GALILEO: Sí, lo sé, pero...
EL FILÓSOFO: Al margen de la existencia de esos nuevos astros, que mi distinguido colega parece poner en duda, yo quisiera con toda humildad, formular la siguiente pregunta: esos astros, ¿son necesarios?
GALILEO: ¿y si su Alteza comprobara en este mismo momento, por medio del anteojo, la existencia de esos astros tan imposibles como innecesarios?
EL MATEMÁTICO: Se podría argumentar, como respuesta, que si su anteojo muestra algo que no existe, no resulta un instrumento muy digno de confianza, ¿no le parece?
GALILEO: ¿Qué quiere decir con eso?
EL MATEMÁTICO: Sería mucho más provechoso, señor Galilei, que nos explicara las razones que lo llevaron a suponer que existen esos astros.
EL FILÓSOFO: Sí, las razones, señor Galilei, las razones.
GALILEO: ¿Qué importan las razones si con una mirada a los astros mismos, y mis notas, el fenómeno queda perfectamente demostrado? ¡Señores, esta discusión es absurda!
EL MATEMÁTICO: Si supiéramos con seguridad que no se va a irritar aun más de lo que está, podríamos agregar que lo que muestra su anteojo y lo que muestra el cielo bien pueden ser dos cosas completamente distintas...
EL FILÓSOFO: Alteza, mi distinguido colega y yo nos apoyamos nada menos que en la autoridad del divino Aristóteles.
GALILEO: La fe en la autoridad de Aristóteles es una cosa; los hechos que se pueden tocar con la mano son otra cosa. Señores, les ruego, con toda humildad, que confíen en sus propios ojos.
EL MATEMÁTICO: Mi estimado Galilei, yo tengo la costumbre -que a usted seguramente le parecerá anticuada- de leer a Aristóteles, y le aseguro que en ese caso sí confío en mis propios ojos.
GALILEO: ¡Pero Aristóteles no tenía telescopio!
EL MATEMÁTICO: Ni falta que le hacía...
EL FILÓSOFO: Si lo que aquí se pretende es enlodar a Aristóteles, cuya autoridad ha sido reconocida no sólo por todas las ciencias de la antigüedad sino también por los Santos Padres de la Iglesia, debo decir que me parece inútil continuar con esta discusión.
GALILEO: ¡La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad! Nuestra ignorancia es infinita; ¿por qué no tratamos de reducirla aunque sea en un milímetro? ¿por qué, en lugar de querer parecer tan sabios, no tratamos de ser un poco menos ignorantes?
EL TEÓLOGO: Alteza, yo me pregunto simplemente adónde nos conduce todo eso.
GALILEO: Y yo me inclinaría a pensar que a los hombres de ciencia como nostros no nos corresponde preguntarnos adónde puede conducirnos la verdad.
EL FILÓSOFO: ¡Señor Galilei, la verdad puede llevar a los peores extremos!
GALILEO: Alteza, esta noche cientos de telescopios como éste apuntan hacia el cielo desde toda Italia. Los nuevos astros no abaratan la leche, es cierto, pero nunca habían sido vistos antes y, sin embargo, existían. De este hecho, el hombre de la calle deduce que seguramente hay muchas otras cosas que podría ver con sólo abrir un poco los ojos. Y a ese hombre le debemos una explicación. No son los movimientos de algunos lejanos astros los que hoy hacen hablar a toda Italia, sino la noticia de que doctrinas que hasta ahora se consideraban inconmovibles han comenzado a resquebrajarse.
(De "Nuevo Curso de Lógica y Filosofía"-Kapeluz Editora SA-Buenos Aires 1993)
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