Luego de leer “El hombre mediocre”, el libro más conocido de José Ingenieros, al lector puede darle la sensación de que su autor adopta una escala de valores que ubica, sobre los valores morales, los aspectos intelectuales. Si se tiene en cuenta que existen personas con pocas aptitudes intelectuales y elevados valores morales, y también individuos instruidos con limitados atributos éticos, tal descalificación puede parecer injusta o prematura. El citado autor escribió: “El mediocre no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra; pero, en cambio, custodia celosamente el armazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante siglos, defendiendo ese capital común contra la acechanza de los inadaptables”.
“Su rencor a los creadores compénsase por su resistencia a los destructores. Los hombres sin ideales desempeñan en la historia humana el mismo papel que la herencia en la evolución biológica; conservan y transmiten las variaciones útiles para la continuidad del grupo social. Constituyen una fuerza destinada a contrastar el poder disolvente de los inferiores y a contener las anticipaciones atrevidas de los visionarios. La cohesión del conjunto los necesita, como un mosaico bizantino al cemento que lo sostiene. Pero –hay que decirlo- el cemento no es el mosaico”.
“Para algunos, la mediocridad consistiría en la ineptitud para ejercitar las más altas cualidades del ingenio; para otros, sería la inclinación a pensar a ras de la tierra. Mediocre correspondería a Burgués…” (De “El hombre mediocre”-Editorial Época SA-México 1967).
La actitud despectiva hacia el hombre mediocre surge, posiblemente, porque tal tipo social tiende a oponerse a los cambios propuestos por ciertos agitadores de masas, como fue el caso de Ingenieros, que pretendían levantar una sociedad nueva sobre los escombros de la anterior, incluso con el alto costo de la pérdida de vidas inocentes; que habrían de ser, para el revolucionario, “vidas con poco valor”.
Ingenieros fue uno de los instigadores de la violencia que condujo, en 1919, a la “semana trágica”. Sergio Bagú escribió: “El orador fue ovacionado esa noche y, desde el día siguiente, su discurso fue el punto de ataque de la prensa. Los editoriales trasuntaban alarma y desde ellos no se le ahorró diatriba. Con su conferencia, Ingenieros rompió definitivamente con algunos círculos que hasta entonces habían respetado su valer de sabio, pero que no podían tolerar ahora su pública definición política. Su nombre aparecía en la calle como símbolo. Estar con él o contra él era apoyar o combatir una corriente”.
“Ya no fueron solamente los jóvenes quienes entraban en su consultorio para hablarle y escucharle, sino también dirigentes obreros, lo que inquietó seriamente a la policía, que finalizó poniéndole vigilancia permanente”. “La semana trágica, con sus 700 muertos y sus 4.000 heridos, quedó en la memoria de los porteños como pesadilla inconcebible” (De “Vida de José Ingenieros”-EUDEBA-Buenos Aires 1963).
Como buen socialista, entendió que son las minorías las que deben dirigir a la mayoría “mediocre”. Enrique Díaz Araujo escribió: “La obsesión de toda la vida de Ingenieros será la defensa de las minorías contra las mayorías populares. Por un motivo u otro –selección biológica, raza, educación, dinero, o lo que fuere- siempre estará dispuesto a quebrar lanzas por las minorías. No podía, pues, dejar de hacerlo en ocasión de la apología de los «maximalistas». Entonces dirá: «Las revoluciones son siempre la obra de minorías educadoras y actuantes… la gran masa es neutra y constituye siempre un obstáculo a cualquier género de proceso que la saca de sus hábitos y rutinas… las revoluciones verdaderamente principistas… alcanzan a todos y molestan a los amorfos, cuyo único ideal es seguir pastando tranquilamente, cerrando los ojos a todo beneficio ulterior»”.
“Como los «reaccionarios» se aprovechan de esta natural tendencia de la gente a seguir «pastando» -o, lo que es lo mismo, a no comer por debajo de su hambre, en no consentir alegremente el ayuno obligatorio que le imponen como norma los revolucionarios- se producen las represiones que Ingenieros llama «defensivas» de los profesionales de la Revolución. «¿Y cómo extrañar entonces los actos defensivos de Robespierre y de Marat, de Moreno y de Rivadavia, de Trotsky y de Lenin? La violencia no es la finalidad del revolucionario, sino la dolorosa defensa impuesta por las amenazas de los reaccionarios»” (De “José Ingenieros”-Ciudad Argentina-Buenos Aires 1998).
Ingenieros es un admirador de Lenin y acepta el terror y los asesinatos durante la Revolución bolchevique, por lo que escribió: “Se habló de terror. ¿Qué terror? ¿El de los zares que habían asesinado en las cárceles y en Siberia millones de ciudadanos que amaban la libertad, o el de los maximalistas que fusilaron unos cuantos centenares de domésticos que conspiraban para volverlos a la esclavitud?... Hay una verdad que es necesario afirmar, porque callarla equivaldría a mentir: comparando la revolución rusa con su congéneres, ella se caracteriza hasta ahora por cierta dulzura de procedimientos, casi angelicales frente a los de la gloriosa Revolución Francesa… sorprende que sus únicas víctimas… hayan sido una familia de autócratas, diez o veinte obispos, cuatro decenas de jefes militares y varios cientos de burócratas, espías y cosacos en cifras apenas apreciables en un imperio de tantos millones de habitantes…» (Citado en “José Ingenieros”).
Aunque Ingenieros escribiera libros sobre moral, mostraba defectos personales que llamaban la atención. Además de aceptar y apoyar con sus escritos los asesinatos políticos, tenía cierta predisposición a la burla. Díaz Araujo escribe al respecto: “Queda pues planteado el interrogante… ¿hasta dónde esta faceta de la vida de Ingenieros influyó sobre su condición de pensador? ¿Se trata de un caso psiquiátrico; de una de esas psicopatías a las que era tan afecto de investigar? ¿De un desdoblamiento de personalidad…?”.
“¿O era perfectamente normal y entonces vuelve a resurgir la opción: o humanitarista o fumista? Porque un hombre declaradamente «amante de la humanidad» no puede al mismo tiempo complacerse en la burla, en la fisga, en los bromazos al hombre concreto que llega ante él, ¿o no? Bagú dice a sus contemporáneos: «sorprendíales que este fisgón incurable fuera a la vez hombre de ciencia»”.
De la calumnia del socialista soberbio, no se salva ni siquiera Cristo. Al respecto, Ingenieros escribió: “El loco Jesús fue apóstol de una enfermiza decadencia, astro crepuscular ante una larga noche de la moral humana… Tuvo todas las suertes. No existían alienistas por ese entonces… Triunfó cuando para los cerebros enfermos nadie osaba entreabrir las puertas de un manicomio” (Citado en “José Ingenieros”).
Aunque los leninistas deploran toda religión, constituyen una nueva, que pretende reemplazar a todas las demás. Díaz Araujo escribe: “Por fin, al convertirse al bolchevismo, encontró otra fe, esta vez en Lenin y sus secuaces. Entonces escribió que la Revolución Rusa: «Ha asumido ciertos caracteres de verdadero misticismo, indispensables para servir con eficacia un ideal… Rusia es la galilea; los bolcheviques son los apóstoles. Se cree o no se cree en la Revolución Rusa; adherir a ella es un acto de fe en el porvenir, en la justicia, en el progreso moral de la humanidad. La actitud acrítica, durante la lucha, demuestra falta de fe y es obra de enemigos; los distingos y las reservas equivalen a negaciones»”.
Los diversos países se enorgullecen cuando desde ellos surgen personajes ilustres que hacen aportes concretos a favor de la humanidad. También se avergüenzan de aquellos que los desprestigian como simples sembradores de odio y discordia a nivel colectivo. De ahí que José Ingenieros llena parte del cupo de estos últimos. Su admirado Lenin fue el iniciador del terror totalitario y de los campos de concentración, procedimientos que luego adoptaron sus imitadores (Stalin y Hitler). Es por ello que, tanto intelectual como moralmente, Ingenieros haya sido bastante menos que mediocre.
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