Es posible distinguir entre una educación orientada hacia alumnos normales, varios de los cuales presentarán cierta negligencia mental y pocas aptitudes disciplinarias como para construirse por ellos mismos una buena base de conocimientos, por una parte, y una educación orientada hacia el genio, que con sólo sugerencias del docente podrá alcanzar altos niveles de erudición y de creatividad.
Bajo un sistema orientado al alumno promedio, ha de ser el docente quien apuntará a formar en la mente del estudiante una base organizada de conocimientos que le permitirá posteriormente acrecentar ese caudal. Bajo un sistema orientado al genio, ha de ser el docente alguien que sólo sugerirá al alumno dónde podrá encontrar los conocimientos que le permitirán formar por sí mismo tal base organizada de conocimientos.
En los distintos ámbitos educativos, no se encontrarán posiblemente ambos casos mencionados “en estado puro”, sino que coexistirán ambos, aunque seguramente predominará uno de ellos sobre el restante. Puede decirse que la educación tradicional ha de estar más cerca de una “educación para todos” mientras que la educación actual tiende a acercarse a la “educación para genios”, ya que niega que al alumno se le ofrezcan “conocimientos prefabricados”. La educación tradicional se adapta mejor a los niveles primario y secundario, mientras que la educación para genios, que apunta hacia el autodidacta, se adapta mejor al nivel terciario y universitario.
Como ejemplo de la exitosa educación para genios, puede considerarse el caso de Leonardo da Vinci, que por ser un hijo extramatrimonial, tuvo inconvenientes para recibir una educación formal. Recordemos que durante la Edad Media, y años posteriores, los niños extramatrimoniales carecían de algunos derechos poseídos por los hijos legítimos. Tal es así que a aquellos se los denominaba “hijos de la fornicación”. Galileo Galilei, quien tuvo dos hijas y un hijo extramatrimoniales, encuentra adecuado para sus hijas el ingreso a la vida religiosa.
En la época de Leonardo da Vinci (siglo XVI), los hijos legítimos recibían la instrucción tradicional, o teórica, mientras que Leonardo tiene que conformarse con una formación práctica y especializada. Sin embargo, tratándose de un genio, tal educación incompleta le permitió desarrollar todas sus potencialidades artísticas e inventivas. Quienes no poseían tales dones naturales, quedaban relegados a recibir formaciones intelectuales bastante limitadas. Charles Nicholl escribió: “Es bien sabido que Leonardo se describió a sí mismo como «omo sanza lettere» u «hombre iletrado». No quería decir con ello que lo fuera literalmente, pero sí que no había recibido el tipo de educación que conducía a la universidad y, por lo tanto, al estudio de las siete «artes liberales» (así llamadas precisamente por no estar ligadas a la necesidad de aprender un oficio): la gramática, la lógica, la retórica, la aritmética, la geometría, la música y la astronomía. Había seguido, en cambio, el camino del aprendizaje práctico, que era, evidentemente, una forma de educación, pero que tenía lugar en un taller y no en una antigua universidad, enseñaba un oficio en lugar de ejercicios intelectuales y se impartía en italiano en vez de en latín”.
“Cuando se describe a sí mismo como «omo sanza lettere», Leonardo está ironizando acerca de su falta de educación formal, pero no se está rebajando. Por el contrario, reafirma su independencia. Se siente orgulloso de su condición de iletrado: él ha llegado al conocimiento a través de la información y no lo ha recibido de otros en forma de opinión preconcebida. Leonardo es un «discípulo de la experiencia», un coleccionista de pruebas: «prefiero una pequeña certeza a una gran mentira». No puede citar a los eruditos, los minoristas de la sabiduría del ipse dixit, «pero sí citaré algo mucho más grande y más valioso: la experiencia, maestra de sus maestros». Aquellos que se limitan a «citar» –en el sentido de «seguir» o «imitar» además del literal- son «gente gonfiata», «inflada» con información de segunda mano, «voceros y recitadores de obras ajenas»” (De “Leonardo”-Taurus-Buenos Aires 2006).
En épocas como la actual, en la que predomina un obsesivo igualitarismo, se considera pecaminosa la desigualdad entre docente y alumno, ya que se la asocia a una relación entre dominador y dominado. De ahí la sugerencia de que el docente debe solamente orientar al alumno hacia su propia formación intelectual sin inculcarle “conocimientos prefabricados”, es decir, aunque aparentemente se buscaría una “educación igualitaria” se cae en el absurdo de promover en realidad una educación para genios, ya que el alumno promedio, primario y secundario, carece de las aptitudes requeridas para llegar a la ideal situación del autodidacta. Jorge Bosch escribió: “Una de las consecuencias más desopilantes de la ideología activista-creativista-anticonsumista es la pretensión de suprimir por medio de consignas revolucionarias ciertas diferencias objetivas que la realidad se empeña en mantener”.
“En términos generales, esta pretensión se puede describir diciendo que se aspira a suprimir las diferencias entre el emisor y el receptor de un mensaje, entre el maestro y el alumno, entre el estimulador y el estimulado, advirtiendo que todas estas diferencias están basadas en la relación dominante-dominado. El grado de penetración de esta ideología «igualitarista» y borradora de diferencias es enorme”.
“Los pedagogos ansiosos por ponerse a tono con las últimas novedades, y los funcionarios ansiosos de adaptarse a las ideas de esos pedagogos, tratan de llevar a la práctica aquellas recomendaciones…Se les pide que se limiten a «estimular» a los alumnos para que éstos planteen y resuelvan problemas, como si todo fuera cuestión de resolver problemas, como si no se necesitara partir de una base firme de conocimientos, como si no se necesitara el contacto directo con las grandes obras de la cultura, y como si fuera posible que los alumnos llegaran siquiera a sospechar la existencia de los problemas más interesantes y fecundos sin haber adquirido previamente una información sólida que ningún espontaneísmo puede proveer, aunque empleen los más maravillosos estímulos” (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).
Puede leerse en un libro patrocinado por la UNESCO: “Es la relación maestro-alumno, sobre la que descansa el edificio de la instrucción tradicional, la que puede y debe, en esta perspectiva, ser reconsiderada sobre su base, en la medida en que reviste el carácter de una relación de dominante a dominado, reforzada de un lado por las ventajas conjugadas de la edad, el saber y la autoridad indiscutida y del otro, por la situación de inferioridad y de sumisión”.
“Está claro que los enseñantes tienen cada vez menos como tarea única el inculcar conocimientos, y cada vez más el papel de despertar el pensamiento. El enseñante, al lado de sus tareas tradicionales, está llamado a convertirse cada día más en un consejero, un interlocutor; más bien la persona que ayuda a buscar en común argumentos contradictorios, que la que posee las verdades prefabricadas; deberá dedicar más tiempo y energías a las actividades productivas y creadoras: interacción, discusión, animación, comprensión y estímulo. Sin esta evolución de las relaciones entre educandos y educadores no puede haber democratización auténtica de la educación” (Citado en “Cultura y contracultura”).
La educación para genios (o para autodidactas) no sólo impide la transmisión de conocimientos científicamente verificados, sino que también impide el entrenamiento mental requerido para la asimilación de conocimientos ya elaborados. El alumno, al aprender por medio de la educación tradicional, entrena su mente en el mismo proceso educativo. Al denominarlos irónicamente como “prefabricados”, los ideólogos se oponen a la transmisión de información intergeneracional que constituye la esencia del proceso de adaptación cultural al orden natural.
Ante la imposibilidad de transmitir “conocimientos prefabricados” bajo el criterio imperante, el conocimiento de la física o de la matemática, por ejemplo, será accesible a una pequeña minoría (los genios) capaces de adquirirlos por su propia cuenta. Incluso en estos casos, sólo se podrán poner al día con el conocimiento actualizado cuando tengan ya varios años de edad, en lugar de adquirirlo en un tiempo breve por medio del “conocimiento prefabricado” ya disponible en la mente de un buen docente.
El autodidacta, estrictamente hablando, no existe, ya que lo que no aprende en una escuela, podrá aprenderlo en un libro escrito seguramente por algún otro docente, o por un investigador que ejerce indirectamente la docencia a través de un libro. De ahí que sea algo absurdo apuntar a que el alumno “ideal” (autodidacta) sea quien sólo deba aprender mediante libros (o Internet) en lugar de aprender directamente del docente que tiene al frente de la clase a la que concurre diariamente.
Al relegar la transmisión de contenidos a un lugar secundario, la "educación para genios" termina siendo una educación para nadie, por cuanto los genios son muy poco numerosos.
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1 comentario:
La pretendida democratización de la enseñanza es en realidad el desmoronamiento de su nivel y su conversión en adoctrinamiento por métodos lúdicos, es decir, que no contienen esfuerzo mental ni riesgo de frustración, fomentando la autoindulgencia, la incultura y la exigencia de derechos sin tomar conciencia de la necesaria contraprestación que llevan aparejados. En fin, una estafa que aliena a sus víctimas, que permite una vida laboral sin exigencias a los enseñantes y que produce unos ciudadanos manejables en exceso desde el poder.
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