lunes, 22 de abril de 2019

Salvación por la fe, por las obras o por los mandamientos

La moral cristiana apunta a la salvación de las almas ante un posible castigo de ultratumba promoviendo además la entrada a la vida eterna. Aún para quienes descrean de ese premio y de ese castigo, dicha moral podrá seguir teniendo validez (en caso de ponerse en práctica), ya que conducirá a la felicidad y evitará el sufrimiento. Al respecto puede leerse: “Salvación (especialmente en el vocabulario religioso): preservación del infierno y posesión de la felicidad eterna” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

Dentro del cristianismo predominan dos posturas distintas respecto de lo que todo individuo debería alcanzar para acceder al premio eterno; una de ellas implica la “salvación por la fe”, por la cual la fe en Cristo aseguraría la salvación mencionada. Otros sectores sostienen que son las obras de caridad las que deben priorizarse para alcanzar ese objetivo. En ambos casos se desconoce un tanto la prioridad propuesta por Cristo al enunciar que son los dos mandamientos (amor a Dios y al prójimo) cuyo cumplimiento garantizará la salvación. Mientras que la fe es un camino previo al cumplimiento de los mandamientos, las obras son una consecuencia de haberlos cumplido.

La poca efectividad que ha tenido la religión cristiana se debe esencialmente a que la fe como las obras de caridad (limosna a los pobres, por ejemplo) son relativamente fáciles de cumplir. Incluso el amor a un ser perfecto e imaginario resulta mucho más alcanzable que el amor a seres humanos reales e imperfectos. Como el mandamiento del amor al prójimo implica que debe llegarse a la actitud por la cual hemos de compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, no resulta nada fácil de alcanzar, se lo deja de lado y se lo reemplaza por creencias y acciones mucho más accesibles.

Si bien la fe religiosa implica una fuerza psicológica de gran empuje, no siempre ha sido conducida hacia fines nobles, perdiendo todo su valor si no está asociada a los mandamientos. El enorme esfuerzo de Pablo de Tarso para propagar el primitivo cristianismo, fue el resultado o consecuencia de la fe personal en Cristo. Roy L. Smith escribió: “En los tiempos anteriores, cuando Pablo había sido un perseguidor de los cristianos, ningún hombre le había aventajado como guardador de la Ley. Él era el más estricto entre los estrictos, pero en el camino de Damasco había tropezado con un nuevo reto espiritual, y, en los días que siguieron, lo había aceptado, dedicando todas sus fuerzas en la prosecución de este camino. Esto había dado por resultado una profunda experiencia espiritual, que produjo un gran alivio espiritual, una conciencia de perdón de los pecados, y una convicción íntima de que el Cristo viviente moraba en él. A esto fue a lo que llamó «fe», y, en comparación con esto, el formalismo sin vida del judaísmo era como nada” (De “Pablo lanza el Nuevo Testamento”-Casa Unida de Publicaciones-México 1956).

Si bien en el lenguaje cotidiano se le da a la palabra “fe” el mismo significado que “creencia”, en cuestiones religiosas adopta significados diferentes, tal el caso de la visión de Pablo que le hizo cambiar su postura opositora al cristianismo a una postura favorable. Esencialmente se trata de la previa aceptación de la existencia de un orden sobrenatural, que existiría junto al orden natural. José Ferrater Mora escribe: “… la fe como una fuente de conocimiento suprasensible o como una aprehensión directa (mediante «intuición intelectual») de lo real en cuanto tal” (Del “Diccionario de Filosofía”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1994).

Debe señalarse que la religión cristiana pierde toda la universalidad que pretende poseer cuando su aceptación depende esencialmente de una determinada postura filosófica mantenida por un cada vez más reducido porcentaje de la población. Por el contrario, la prioridad en el cumplimiento de los mandamientos asegura su accesibilidad por parte de todos los hombres que pueblan el planeta. Al buscarse una actitud moral, antes que filosófica, se debe dejar de lado la casi obligatoria búsqueda de la fe tradicional aceptando los restantes medios para el conocimiento (razonamiento e introspección).

Ello implica que si un hombre cumple con los mandamientos cristianos (especialmente con el más difícil de cumplir, el amor al prójimo) aun cuando no profese ninguna religión, se tratará de un cristiano práctico y auténtico. Por el contrario, quien no cumpla con los mandamientos, aun cuando se trate de un “creyente” en Cristo, no se lo deberá considerar como “cristiano”. Este es el caso de los “creyentes” que imaginan que el “juicio final” será algo parecido a los juicios realizados en la Unión Soviética de la época de Stalin, esperando que gran parte de la población mundial desaparezca en las llamas del infierno.

Las obras de caridad surgirán como consecuencia necesaria de haber adoptado previamente una actitud de cooperación hacia el resto de la sociedad y de la humanidad. Sin embargo, si tales obras se realizan en forma mecánica, sin una actitud afectiva asociada, existe la posibilidad de que se agoten en el tiempo, especialmente si se trata de ayudas de tipo material. Por el contrario, la comunicación y la amistad entre seres humanos, desvinculadas de toda materialidad, son de mayor importancia todavía.

Debe concluirse que existen diversas formas de acceder a los mandamientos bíblicos, sin necesidad de adoptar necesariamente una sola de esas formas, como la fe irracional o el puro razonamiento. Jorge O. Howard escribió: “Jamás fue despertada en hombre alguno la fe en Dios por medio de la argumentación; y ningún hombre jamás perdió su fe como resultado exclusivo de los razonamientos. Las fuentes de la fe y de la incredulidad, están mucho más adentro que eso, y la lógica no puede sacar del alma lo que no puede poner en ella. Cuando un hombre pierde su fe en Dios, a pesar de cuanto haga para racionalizar y explicar su negación, se debe a alguna crisis moral interior, a algún descuido espiritual –algún ácido que se ha destilado en el alma, disolviendo la perla de gran precio” (De “Nuestra civilización apóstata frente al cristianismo”-Editorial Círculo de Autores Cristianos-Buenos Aires 1935).

El citado autor, si bien resalta la independencia entre fe y razón, mantiene la creencia en que la fe es el camino exclusivo para el cumplimiento de los mandamientos bíblicos, ignorando que el amor al prójimo no radica en un proceso sobrenatural sino en una simple interacción empática respecto de los demás integrantes de la humanidad.

El verdadero apóstata no es el que ha perdido la fe, sino el que ha perdido la moral. (Apostatar: abandonar ciertas creencias, especialmente el cristianismo) (Del “Diccionario de la Lengua Española”-Grupo Editor Quinto Centenario SA-Madrid 1988).

Es oportuno aclarar que para el cristiano, la fe y la creencia son más amplias que el conocimiento. Walter Kaufmann escribió: “Una distinción entre tipos de verdad es casi tan antigua como la filosofía misma: desde los tiempos de Parménides y de Platón, los filósofos han distinguido conocimiento y creencia; y originalmente se creyó que éstos diferían en sus objetos. Al conocimiento se le consideró la aprehensión de lo eterno e inmutable, mientras que a la creencia se la identificó con la aprehensión de los objetos cambiantes de nuestra experiencia sensoria. Esta distinción fue acompañada por la convicción de que la creencia es inferior al conocimiento porque éste es cierto, mientras la creencia no lo es”.

“El cristianismo invirtió este argumento. El cristianismo afirma que el conocimiento es aprehensión de objetos sensorios cambiantes, mientras que sólo la creencia puede captar lo eterno e inmutable, y a la creencia se la considera superior porque sólo ella es cierta” (De “Crítica de la religión y la filosofía”-Fondo de Cultura Económica-México 1983).

Desde el punto de vista de un universo regido por leyes naturales invariantes, puede surgir la creencia en un universo favorable al hombre, ya que dicho orden natural emergente nos permite adaptarnos a esas leyes. Esta sería la “fe religiosa” desde el punto de vista de la religión natural. También existen quienes ven al universo como una trampa, o un caos sin sentido ni finalidad, adoptando una “fe negativa” que podría denominarse “atea”.

Si bien se han establecido discusiones y controversias respecto de la fe, la creencia, lo trascendente y demás, todas esas divergencias de opiniones se pueden obviar si se tiene presente que el hombre dispone de una actitud característica con cuatro componentes afectivas básicas: amor, odio, egoísmo y negligencia, existiendo una evidencia experimental a favor de la primera de esas componentes, por lo cual, desde el punto de vista de nuestras decisiones, lo aconsejable es adoptarla como objetivo para alcanzar en un futuro inmediato.

No hay comentarios: