En el siglo XIX, David Ricardo llegó a conclusiones optimistas respecto del comercio internacional teniendo en cuenta las facilidades productivas de cada país. Su análisis vislumbró la posibilidad de que los intercambios entre distintos países, aun cuando unos fueran ricos y otros pobres, permitirían lograr un beneficio simultáneo para ambas partes. Se oponía al mercantilismo prevaleciente por el cual se estimaba conveniente exportar lo más posible anulando las importaciones. La mentalidad mercantilista estaba asociada al nacionalismo extremo, buscando el beneficio propio y el perjuicio ajeno, o bien desinteresándose por todo lo extranjero.
Adam Smith mostraba las ventajas y la necesidad del comercio entre las naciones. Al respecto escribió: “Lo que es prudencia en la conducta de una familia privada, difícilmente puede ser locura en un gran reino. Si un país extranjero puede suministrarnos un bien más barato de lo que nosotros mismos podemos hacerlo, resulta mejor comprarlo en alguna parte del producto de nuestra propia industria, empleada en alguna forma en la cual tengamos ventaja…Utilizando vidrios, abonos y paredes con calefacción podrían cultivarse muy buenas uvas en Escocia, y también podría hacerse de ellas muy buen vino a más o menos treinta veces el costo por el cual podría comprarse un vino de igual calidad a países extranjeros. ¿Sería, entonces, una ley razonable prohibir la importación de todos los vinos extranjeros, simplemente para fomentar la producción del clarete y el borgoña en Escocia? En la medida en que un país tenga todas esas ventajas y otro país desee tenerlas, siempre será más ventajoso para este último comprarle al primero que fabricar él mismo” (Citado en “Economía internacional” de Miltiades Chacholiades-McGraw-Hill Interamericana SA-Bogotá 1992).
Así, si el país A puede producir manzanas con cierta facilidad y el país B puede hacerlo con los duraznos, resulta conveniente que se tenga en cuenta la división del trabajo entre naciones y que cada uno produzca lo que le resulta más ventajoso, para hacer luego un intercambio comercial con el otro país, de manera de beneficiarse ambos simultáneamente. Ello produciría mejores resultados que si cada país produjera manzanas y duraznos, aun cuando una de estas frutas no fuese tan fácil de producir. Thomas Friedman escribió: “David Ricardo (1772-1823) fue el economista inglés de la escuela del mercado libre que desarrolló la teoría de la ventaja comparativa, según la cual, si cada nación se especializa en la producción de aquellos bienes en los que goza de una ventaja comparativa en términos de costes y a continuación comercia con otra nación para adquirir los bienes en los que ésta se ha especializado, el comercio obtendrá una ganancia general y en cada país participante los niveles de ingresos deberían incrementarse” (De “La Tierra es plana”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2008).
Las cosas no son tan simples cuando se trata de la producción de varias mercancías, como es el caso de un país que produce alimentos y vestimentas a menor costo que otro. Sin embargo, aun en esta situación, es posible encontrar ventajas para ambos países. La conclusión a la que llega David Ricardo fue enunciada de la siguiente forma por Paul Samuelson: “Dadas dos regiones distintas, sea o no una de ellas más eficiente en la producción de todos los artículos, el comercio entre ellas será beneficioso para las dos si cada una se especializa en aquellas producciones en las que tiene ventaja comparativa (o mayor eficiencia «relativa»). Los salarios reales de los factores de producción se elevarán en ambas regiones”.
“Un arancel prohibitivo, lejos de favorecer al factor productivo que quiere proteger, reducirá su salario real al encarecer las importaciones y al restar eficiencia al mundo entero, ya que destruye la especialización y división óptimas del trabajo” (De “Curso de Economía Moderna”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1978).
La ventaja comparativa no sólo tiene en cuenta la eficacia en comparación con otros países, sino también de las posibilidades propias de producción, limitadas por el medio geográfico y por la población. Samuelson aclara esta situación: “Un ejemplo tradicionalmente usado para aclarar esta paradoja de las ventajas comparativas es el caso del abogado que es el mejor de todos los de la ciudad al mismo tiempo que es también el mejor mecanógrafo de la misma”.
“¿No es evidente que se especializará en la abogacía, dejando la mecanografía para una secretaria? ¿Cómo podría restar parte de su precioso tiempo al campo de las leyes, en el que su ventaja comparativa es muy grande, para dedicarlos a actividades mecanográficas, en las que, si bien tiene una ventaja absoluta, su ventaja relativa es mucho menor? Y enfocando el asunto desde el punto de vista de la secretaria, ésta se encuentra en desventaja relativa con respecto al abogado en ambas actividades, pero su desventaja relativa es menor en mecanografía. Es decir, que, relativamente hablando, posee una ventaja comparativa en la mecanografía”.
“Así ocurre entre los países. Si América produce alimentos con la tercera parte de trabajo que Europa y ropa con la mitad de trabajo, América tiene una ventaja comparativa en la producción de alimentos y una desventaja comparativa en la ropa, aunque en términos absolutos es más eficiente en ambos productos. Por la misma razón, Europa tiene una ventaja comparativa en la ropa”.
“La clave del concepto de la palabra «comparativa» consiste en que todos y cada uno de los países tienen una clara «ventaja» en algunos bienes y una clara «desventaja» en otros”.
Existe un aspecto interesante respecto de la aplicación de esta ley económica y es el hecho de que fue establecida para los casos en que los trabajadores permanecen en su propio país, por lo que surgen ciertas dudas acercas de su validez para el caso actual de la globalización económica en donde no sólo circulan mercancías sino también trabajadores, o las comunicaciones permiten el trabajo a distancia, de país a país. “Ricardo enfatizó que el principal aspecto característico del comercio internacional es la inmovilidad internacional del trabajo, aunado a su perfecta movilidad entre países” (De “Economía internacional”).
Thomas Friedman comenta al respecto: “Cuando Ricardo escribió sus obras, se comerciaba con bienes, pero no con el conocimiento ni con los servicios, en general. En aquel entonces debajo del mar no había cable de fibra óptica que sirviese para que EEUU y la India comerciasen con empleos relacionados con las tecnologías de la información”.
“Para mí la pregunta clave era: ¿resultará beneficioso el mercado libre para EEUU en conjunto cuando el mundo se vuelva plano y tantas personas puedan colaborar –y competir- con mi prole? Da la impresión de que habrá infinidad de puestos vacantes. ¿No sería mejor para el ciudadano estadounidense que su gobierno erigiese algunos muros y prohibiese algo de subcontratación y de traslado de fábricas?”.
Otro aspecto a tener en cuenta es el del avance tecnológico por el cual, en ciertas actividades productivas como la agricultura, con sólo un porcentaje cercano al 5% de la población laboral activa, se cubre toda esa producción. Es por ello que debe darse prioridad a las actividades que mejor realiza una nación, pero sin dejar de lado otras actividades que permitan una ocupación laboral plena. También una estricta especialización en un determinado rubro, torna riesgosa una economía nacional cuando, por alguna razón, deja de ser redituable.
En contraste a la creciente desocupación tecnológica (reemplazo de mano de obra por automatización), han surgido los empleos en el sector servicios, los cuales constituyen actualmente entre el 70 y 80% de los empleos en muchos países.
Thomas Friedman ofrece un ejemplo concreto del comercio internacional actual con movilidad tanto de mercancías como de mano de obra junto con cierta conclusión al respecto. Tal conclusión tiene en cuenta los argumentos a favor como en contra de la globalización: “Después de escuchar los argumentos de ambas partes, llego a donde llega la inmensa mayoría de los economistas: a que Ricardo sigue teniendo razón y a que, si no erigimos barreras que frenen la subcontratación extranjera, la conexión entre los sistemas de planificación de las empresas y sus proveedores y el traslado de fábricas allende nuestras fronteras, a más americanos les irán mejor las cosas que si las erigimos. El simple mensaje de este capítulo es que, aun cuando el mundo se aplane, EEUU en conjunto se beneficiará más ciñéndose a los principios básicos del mercado libre, como ha hecho siempre, que tratando de erigir muros”.
“Imagínate que sólo hay dos países en el mundo: EEUU y China. E imagina que la economía estadounidense sólo está compuesta por 100 personas. De esas 100 personas, 80 son asalariados con formación superior en ámbitos propios de la sociedad de la información y la comunicación, y las otras 20 son asalariados con formación básica y sin especialización. Ahora imagina que el mundo se aplana y que EEUU llega a un acuerdo de mercado libre con China, que cuenta con 1.000 personas pero es un país menos desarrollado. China tiene igualmente 80 trabajadores del conocimiento con formación superior, y los otros 920 son trabajadores sin capacitación específica”.
“Antes de que EEUU llegase a este acuerdo de mercado libre con China, en su entorno sólo había 80 trabajadores de la era de la información y comunicación. Ahora hay 160 en este mundo de dos países. Los trabajadores americanos de la información y comunicación notan que la competencia es mayor, y están en lo cierto. Pero si te fijas en el objetivo que persiguen, en estos momentos es un mercado muy expandido y muy complejo. Pasó de ser un mercado compuesto por 100 personas a uno de 1.100, con muchas más carencias y necesidades. Por eso, debería representar una ganancia tanto para los trabajadores de la información y comunicación americanos como para los chinos”.
“Por quienes sí hay que preocuparse es por los 20 estadounidenses con baja preparación, que ahora deben competir más directamente con los 920 chinos con baja preparación. Si hasta ahora los 20 trabajadores americanos no cualificados ganaban un sueldo decente, se debía, entre otras razones, a que no eran muchos en comparación con los 80 americanos cualificados. Toda economía necesita de mano de obra no cualificada. Pero ahora que China y EEUU han firmado un acuerdo de mercado libre, en este mundo de dos países hay ya 940 trabajadores no cualificados, frente a 160 especializados en tecnologías de la información y la comunicación”.
“Aquellos trabajadores estadounidenses no cualificados que tienen un empleo permutable (un empleo que se puede permutar fácilmente a China) se verán en apuros. No se puede negar. Sin duda, sus sueldos bajarán. Con el fin de mantener o mejorar su nivel de vida, van a tener que cambiar de trabajo verticalmente, no horizontalmente. Tendrán que actualizar su formación y sus destrezas para poder ocupar alguno de los nuevos empleos que sin duda se generarán en el nuevo mercado expansivo creado entre EEUU y China”.
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