Si se adopta una postura por la cual se acepta que el Dios bíblico interviene en los acontecimientos humanos, incluso “dictando” a los autores de los diversos textos bíblicos lo que debían escribir y luego comunicar a los demás hombres, se advierte que existe un cambio esencial entre el Dios del Antiguo Testamento y el Dios-hombre encarnado en Jesucristo. Mientras que el Dios del Antiguo Testamento es celoso y vengativo, casi como un líder totalitario del siglo XX, el Dios interpretado por Cristo se vislumbra como un líder democrático que promueve el diálogo y el perdón.
Para describir la actitud del Dios del Antiguo Testamento se mencionan algunos textos bíblicos: “El Señor dijo a Moisés: Pasado que hubiereis el Jordán y entrados en tierra de Canaán exterminad a todos los moradores de ella, quebrad las aras, desmenuzad las estatuas y asolad todos los adoratorios de las alturas…si no queréis matar a los moradores del país…yo haré contra vosotros todo lo que tenía resuelto hacer contra ellos” (Números 33,50-56).
“Si un hermano tuyo, un hijo de tu madre, si tu hijo o tu hija, o tu mujer que es la prenda de tu corazón, o el amigo a quien amas como a tu misma alma quiere persuadirte y te dijera en secreto: Vamos y sirvamos a los dioses ajenos no conocidos ni por ti ni por tus padres, dioses de las naciones que te rodean, vecinas o lejanas de un extremo al otro del mundo, no condesciendas con él, ni le oigas, ni la compasión te mueva a tenerle lástima y a encubrirle, sino que al punto le matarás; tú serás el primero en alzar la mano contra él y después hará lo mismo todo el pueblo” (Deuteronomio 13,6) (Citas de “Las ideologías en el siglo XXI” de Ignacio Massun-Editorial Métodos SA-Buenos Aires 2004).
La interpretación teísta del mundo acepta un Dios que cambia en el tiempo y que incluso en la antigüedad utilizaba métodos disuasorios similares a los empleados posteriormente por Hitler o por Stalin. Por el contrario, la postura deísta, o religión natural, supone que los textos bíblicos surgen del hombre, y no de Dios, es decir, de hombres que miran hacia Dios y lo interpretan en una forma personal y subjetiva, que puede incluso variar con el tiempo. Sin embargo, la ley natural no cambia; lo que cambia es la descripción que los hombres hacemos de ella.
La consecuencia inmediata de la postura teísta, y de la interpretación literal de los textos religiosos, como ocurre especialmente con el judaísmo y el islamismo, es la división y el antagonismo que surge entre los seguidores de distintas religiones. Esto no debe extrañar a nadie, porque si algunas religiones se basan en ideas similares a las de Hitler y Stalin, no debe esperarse otra cosa que la violencia interreligiosa.
Las religiones morales, que son una guía (o deberían serlo) para la adaptación del hombre al orden natural, son generalmente utilizadas para resolver “situaciones de emergencia”, como es el caso de los milagros. En el caso de que Dios no intervenga en los acontecimientos humanos, los milagros no serán tales, sino que serán efectos surgidos en los seres humanos inspirados en la idea de Dios. De ahí que Cristo decía que es la fe personal la que produce los “milagros” y no intervenciones directas de Dios interrumpiendo momentáneamente la ley natural. Anthony de Mello decía que “milagro no significa que Dios cumpla con los deseos de los hombres, sino que los hombres cumplan con los deseos de Dios”.
Respecto de los milagros, Jean Jacques Rousseau escribía en 1764: “No sé si el arte de curar se ha conquistado ya, ni si será conquistado algún día. Pero lo que sí sé es que no pertenece a ningún ámbito sobrenatural. Tan natural es que un hombre cure como lo es que caiga enfermo, y en la misma medida cabe una súbita curación que una muerte súbita”.
“Lo más que sobre ciertas curaciones puede decirse es que resultan sorprendentes, pero no que sean imposibles, ¿cómo probar, pues, que se trata de milagros? Existen, sin embargo, lo confieso, cosas que me asombrarían mucho en el caso de producirse en mi presencia. No tanto el ver caminar a un cojo cuanto, por ejemplo, a un hombre que no tuviese piernas, ni ver mover a un paralítico su brazo como recobrar el que le falta a un hombre que sólo tuviese uno”.
“Y esto me asombraría, más aún, lo confieso, que ver resucitar a un muerto; porque, en fin, un muerto puede no estar muerto…Acaba de descubrirse el secreto de resucitar a los ahogados, se ha intentado ya el resucitar a los ahorcados, ¿y quién sabe si, en otros géneros de muerte, no se llegará a devolver la vida a cuerpos que se había creído privados de ella?”.
“Antaño no se sabía una palabra sobre operaciones de cataratas, que resultan un juego para nuestros cirujanos. ¿Y quién puede afirmar que no exista un secreto inasequible para curarlas de golpe? ¿Quién sabe si el poseedor de un secreto semejante no puede hacer con toda simplicidad algo que un espectador ignorante va a tomar por milagro y que un autor advertido puede hacer constar como tal? Todo esto no es verosímil, de acuerdo; pero no tenemos la prueba de que sea imposible, y precisamente de lo que se trata es de la imposibilidad física. Sin ello, Dios, al desplegar ante nuestros ojos su poder, sólo habría podido darnos unas señales verosímiles, simples probabilidades, y por este camino llegaríamos a concluir que, no estando fundada la autoridad de los milagros más que en la ignorancia de aquellos para quienes fueron producidos, lo que para un pueblo o un siglo resultaría milagroso ya no lo sería para otros; de modo que, a falta de la universalidad de la prueba, el sistema apoyado en la misma quedaría destruido. No; dadme milagros inalterables, ocurra lo que ocurra, que resistan el tiempo y el espacio. Y si algunos de los que la Biblia cuenta parecen estar en este caso, otros en cambio parecen no estarlo” (Citado en “El siglo de las luces” de J. Marie Goulemot-Launay-Ediciones Guadarrama SA-Madrid 1969).
Para muchos cristianos, el fundamento del cristianismo es la resurrección de Jesús. En caso de que tal acontecimiento no hubiese ocurrido, dejarían de ser sus seguidores, ya que se sentirían defraudados ante la creencia en una superioridad, sobre otras religiones, que no es tal. Desde el punto de vista de la religión natural (deísmo) el fundamento cristiano reside esencialmente en los efectos positivos que recibe quien cumple los mandamientos, ya que tal cumplimiento es prioritario en los Evangelios. El deísta piensa más en los beneficios de cada día de su vida que en las excepcionales situaciones de emergencia que alguna vez podría necesitar o en acontecimientos poco simples de comprender que sucedieron hace dos mil años.
Hay quienes aducen que una religión debe aceptarse o bien rechazarse completamente, y no sólo parcialmente. Sin embargo, quienes la aceptan deben optar por priorizar la acción ética concreta o bien la creencia de tipo filosófica. Si se trata verdaderamente de una religión moral, el acatamiento a los mandamientos debe ser prioritario. Rousseau prosigue: “Respóndeme, pues, teólogo: ¿pretendes que acepte todo en bloque, o me permites una selección? Una vez que hayas decidido en este sentido, entonces veremos…Los milagros son, como he dicho, las pruebas de los simples de espíritu, para quienes las leyes de la naturaleza forman un círculo muy estrecho a su alrededor. Pero la esfera se amplía a medida que los hombres se instruyen y comprenden cuánto les queda todavía por saber. El físico serio ve los límites de esta esfera tan lejos que no le resulta posible discernir a semejante distancia un milagro. Los sabios muy raramente dicen: «No puede ser», sino que mucho más frecuentemente prefieren el: «No sé»”.
El teísta adopta un sobrenaturalismo activo, ya que al vínculo con otras personas lo imagina considerando a Dios como un intermediario que orienta, dirige o influye en tal relación. Existiría un proceso similar al del socialismo, en el cual no se aceptan intercambios directos entre A y B, sino intercambios indirectos simbolizados por A, que se vincula con el Estado y luego el Estado que se vincula con B. Luego, si los creyentes no cumplen con los mandamientos de manera efectiva, posiblemente ello se deba a las complejidades incorporadas a la religión moral. Incluso algunos autores suponen que sin la intervención cotidiana de Dios, la sociedad no puede funcionar óptimamente. En cuanto a las leyes de Dios, o leyes naturales, Ignacio Andereggen escribió: “Tal ley no puede ser conocida en plenitud sino de manera teológica, es decir, abriéndose a la gracia de Dios. Sobre todo porque no puede entenderse cómo es el obrar virtuoso, el obrar regido por la ley en concreto, sino cuando el hombre se somete a la Ley Nueva. El cumplimiento de la ley natural, cuando no está la gracia –como sabemos teológicamente-, es siempre muy imperfecto y parcial; no se puede cumplir la totalidad de los preceptos de la ley natural sin la gracia de Dios” (Del Prólogo de “La ley y la psicología moderna” de Zelmira B. Seligmann-Editorial de la Universidad Católica Argentina-Buenos Aires 2012).
Desde el punto de vista deísta, se supone un universo “meritocrático” en el cual la actitud cooperativa es prioritaria, siendo el amor al prójimo interpretado como un efecto de la empatía, como fenómeno psicológico. La actitud que nos induce a compartir las penas y las alegrías de los demás como propias tiene valor en sí misma, aun cuando esté desvinculada de una ideología o de una creencia particular.
Para el “creyente”, toda la virtud posible se sintetiza en la creencia en un Dios que interviene en los acontecimientos cotidianos, mientras que el pecado se sintetiza en la ausencia en esa creencia. De ahí que el creyente utiliza, como examen de aceptación o rechazo de las personas, la pregunta clave: ¿Usted cree en Dios?, que implica algo como ¿Usted cree en el mismo Dios que yo creo? Casi nunca va a preguntar ¿Usted cumple con los mandamientos bíblicos?, ya que su prioridad no pasa por una cuestión ética sino filosófica.
En cuanto a la pregunta inicial acerca de la creencia en Dios, puede decirse que no es tan importante la opinión de alguien en particular, ya que tiene mayor importancia preguntarse acerca de cómo funciona el universo real y concreto, en lugar de preguntarnos cómo creemos que funciona, ya que nuestras creencias no van a determinar algo que no depende de nosotros.
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