Las religiones han sido históricamente una importante fuente de conflictos. Sin embargo, si nos atenemos a las sugerencias morales establecidas por cada una de ellas, se advertirán ciertas coincidencias que permiten vislumbrar acuerdos futuros; siempre y cuando tales sugerencias predominen sobre otros aspectos menos importantes de la religión. A continuación se mencionan algunas normas de convivencia en las que se advierte una misma idea subyacente:
Brahmanismo: “Ésta es la suma del deber: no hagas a otros lo que te produciría dolor que te hicieran a ti” (Mahabharata 5:1517)
Budismo: “No lastimes a los otros de la forma en que a ti te lastimaría” (Udanavaarga 5:18)
Cristianismo: “Cuánto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselos vosotros a ellos” (Mateo 7:12)
Confucionismo: “Haz a los otros lo que tú desearíais que te hicieran” (Analectos 15:23)
Islam: “Ninguno de vosotros es un creyente hasta que desee para su hermano lo que desea para sí mismo” (Sunan).
Judaísmo: “Lo que te es odioso no se lo hagas a tu prójimo. Ésa es toda la Ley; es resto es comentario” (Talmud, Shabbat 31ª)
Taoísmo: “Considera el beneficio de tu prójimo como tu propio beneficio y las pérdidas de tu prójimo como tus propias pérdidas” (Taishang, Kan-ying P’ien)
(Citado en “El prójimo” de Pacho O’Donnell-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2001).
En todas y cada una de estas sugerencias éticas está latente la igualdad de los hombres y la existencia de la empatía, proceso psicológico por el cual podemos ubicarnos imaginariamente en los sentimientos y en los pensamientos de los demás. Debido a que todos los líderes religiosos observan una misma naturaleza humana, que se mantiene esencialmente invariable en el tiempo, aparece cierta similitud en la manera en que proponen una optimización de nuestro comportamiento.
Otros podrán decir que alguien fue el primero en advertir este proceso y que los demás lo imitaron diciendo cosas parecidas, mientras que alguien, posiblemente, dirá que Dios reveló algo similar a cada uno de sus enviados. Sin embargo, resulta más simple suponer que, aun cuando no hubiera contacto entre los diversos predicadores, las coincidencias habrían de aparecer tarde o temprano.
Desde el punto de vista de la supervivencia de la humanidad, sería adecuado que prevaleciera este tipo de coincidencias. Sin embargo, desde el punto de vista de los representantes de las diversas religiones surgiría cierta decepción, ya que harían todo lo posible para mostrar que su propia religión es diferente y superior a las otras.
Las ideas simples, como aquellas que sugieren “hacer a los demás lo que queremos que los demás hagan por nosotros”, si bien son muy efectivas, resultan “aburridas” o “tediosas” para quienes dedicaron su vida a la religión y de ahí la necesidad de enmascarar tales sugerencias éticas bajo una gran cantidad de mitos, misterios, tradiciones e incoherencias lógicas. Baruch de Spinoza escribió: “La misma Escritura enseña clarísimamente en muchos pasajes qué debe hacer cualquiera para obedecer a Dios, a saber, que toda la ley consiste exclusivamente en el amor al prójimo. Por tanto, nadie puede negar que quien ama al prójimo como a sí mismo por mandato de Dios, es realmente obediente y feliz según la ley; y que, al revés, quien le odia o desprecia, es rebelde y contumaz. Finalmente, todos reconocen que la Escritura fue escrita y divulgada, no sólo para los expertos, sino para todos los hombres de cualquier edad y género. Esto basta para demostrar con toda evidencia que nosotros no estamos obligados, por mandato de la Escritura, a creer nada más que aquello que es absolutamente necesario para cumplir este precepto del amor”.
“La luz natural no sólo es despreciada, sino que muchos la condenan como fuente de impiedad; que las lucubraciones humanas son tenidas por enseñanzas divinas, y la credulidad por fe; que las controversias de los filósofos son debatidas con gran apasionamiento en la Iglesia y en la Corte; y que de ahí nacen los más crueles odios y disensiones, y otras muchísimas cosas, que sería demasiado prolijo enumerar aquí…”.
“Tanto han podido la ambición y el crimen, que se ha puesto la religión, no tanto para seguir las enseñanzas del Espíritu Santo, cuanto en defender las invenciones de los hombres; más aún, la religión no se reduce a la caridad, sino a difundir discordias entre los hombres y a propagar el odio más funesto, que disimulan con el falso nombre de celo divino y de fervor ardiente. A estos males se añade la superstición, que enseña a los hombres a despreciar la razón y la naturaleza y a admirar y venerar únicamente lo que contradice a ambas” (De “Tratado teológico-político”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994)
El científico auténtico es el que siente orgullo por haber podido colaborar con el avance del conocimiento humano sin menospreciar los aportes realizados por otros científicos. Sin embargo, el progreso de la ciencia se ha producido no sólo por las contribuciones de los científicos auténticos, en el sentido indicado, sino también por los de los egoístas y competitivos que no toleran compartir sus éxitos con los demás. De ahí que se hayan producido penosos conflictos, tal como el ocurrido entre quienes tuvieron la enorme satisfacción de haber salvado a varias generaciones de los efectos de la poliomielitis, como es el caso de Jonas Salk y de Albert Sabin. Hubo entre ellos un serio enfrentamiento por cuanto, especialmente Sabin, criticó severamente el trabajo de Salk dudando incluso de sus méritos científicos. En cambio, los iniciadores de la teoría de la evolución por selección natural, Charles Darwin y Alfred Wallace, se hicieron amigos al conocer el similar trabajo científico establecido por un colega.
La autenticidad del científico no difiere esencialmente de la del religioso. Albert Einstein escribió: “Algunos hombres se dedican a la ciencia, pero no todos lo hacen por amor a la ciencia misma. Hay algunos que entran en su templo porque se les ofrece la oportunidad de desplegar sus talentos particulares. Para esta clase de hombres de ciencia es una especie de deporte en cuya práctica hallan regocijo, lo mismo que el atleta se regocija con la ejecución de sus proezas musculares. Y hay otro tipo de hombres que penetra en el templo para ofrendar su masa cerebral con la esperanza de asegurarse un buen pago”.
“Estos hombres son científicos tal sólo por una circunstancia fortuita que se presentó cuando elegían su carrera. Si las circunstancias hubieran sido diferentes podrían haber sido políticos o magníficos hombres de negocios. Si descendiera un ángel del Señor y expulsara del Templo de la Ciencia a todos aquellos que pertenecen a las categorías mencionadas, temo que el templo apareciera casi vacío. Pocos fieles quedarían, algunos de los viejos tiempos, algunos de nuestros días. Entre estos últimos se hallaría nuestro Max Planck. He aquí por qué siento tanta estima por él”.
“Me doy cuenta de que esa decisión significa la expulsión de algunas gentes dignas que han construido una gran parte, quizás la mayor, del Templo de la Ciencia, pero al mismo tiempo hay que convenir que si los hombres que se han dedicado a la ciencia pertenecieran tan sólo a esas dos categorías, el edificio nunca hubiera adquirido las grandiosas proporciones que exhibe al presente, igual que un bosque jamás podría crecer si sólo se compusiera de enredaderas” (Del Prólogo de “¿Adónde va la ciencia” de Max Planck-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1961).
La actitud prevaleciente en muchos religiosos parece coincidir con aquella de Albert Sabin. El religioso, en lugar de buscar la felicidad como consecuencia de realizar acciones orientadoras hacia los demás hombres, se preocupa más por descalificar a sus colegas de su misma religión y de otras religiones, tratando siempre de acentuar las diferencias antes que las coincidencias. Jan Amos Comenius escribió: “Las principales causas de división entre los hombres son tres: 1. Las diferencias de opinión: no somos capaces de pensar de la misma manera acerca de las mismas cosas; 2. Los odios: no estamos dispuestos a admitir opiniones diferentes acerca de las mismas cosas sin que la amistad se resienta; por eso nuestras divergencias de opinión nos dan un sentimiento apasionado de prevención mutua; 3. Las injusticias y las persecuciones francas: que son producto de nuestros odios, para nuestra desdicha común”.
“El primer conflicto proviene del espíritu, el segundo de la voluntad y de los sentimientos, el tercero de las fuerzas que se oponen secreta o francamente en vista de la destrucción mutua. ¡Oh! Si estuviera permitido develar las intrigas hostiles de la filosofía, de la religión, de la política, y de los negocios privados, sólo veríamos intentos y esfuerzos crueles y sin fin de subversión mutua, como la lucha de las selvas contra el mar y la de las olas del mar contra las selvas, así como está escrito en el cuarto libro de Esdras…”.
“Califico de inhumanos los conflictos de esta categoría; pues el hombre, que ha sido creado a imagen de Dios, debe ser bueno, amable y generalmente pacífico. Pero cuando el hombre se separa del hombre, cuando es incapaz de soportar a su prójimo, cuando un hombre se enfurece con otro, asistimos a una verdadera decadencia de la humanidad. Es un comportamiento que no puede observarse en ninguna especie de criaturas mudas, salvo en los perros salvajes, cuya naturaleza es también la de irritarse mutuamente, ladrar, morderse unos a otros y luchar por un hueso para roer”.
“En consecuencia, si queremos que la inhumanidad dé paso a la humanidad, debemos buscar incansablemente los medios para alcanzar este objetivo. Esos medios son tres: primeramente los hombres deben dejar de confiar demasiado en sus sentidos y, teniendo en cuenta la fragilidad humana común, reconocer que es indigno de ellos abrumarse mutuamente con el odio por razones fútiles; deberán, en forma general, perdonarse las disputas, los daños y los perjuicios pasados. Llamaremos a esto borrar el pasado. Segundo, nadie debe imponer sus principios (filosóficos, teológicos o políticos) a quienquiera que sea: al contrario, cada uno debe permitir a todos los demás que hagan valer sus opiniones y gocen en paz de lo que les pertenece. Llamaremos a eso tolerancia mutua. Tercero, todos los hombres deberán tratar, en un esfuerzo común, de encontrar lo mejor para hacer, y, para lograrlo, conjugar sus reflexiones, sus aspiraciones y sus acciones. Es lo que llamaremos la conciliación” (Citado en “Paz en la Tierra”-UNESCO-Ediciones Revista Sur-Buenos Aires 1984).
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