La búsqueda del poder político y de la alternancia en el gobierno hace que en los sistemas democráticos surjan los opositores, quienes también participan del gobierno a través de sus diputados y senadores. También surgen los revolucionarios, que pretenden destruir el sistema democrático para instaurar el totalitarismo, y que muchas veces se presentan disfrazados de adherentes a la democracia. En caso de que accedan al poder e instauren alguna variante de socialismo, promoverán el surgimiento de los disidentes, quienes pretenderán restaurar la democracia perdida.
El revolucionario, con mucha habilidad para embaucar a los desprevenidos, promueve la instauración de un sistema carcelario en donde la libertad queda limitada a quienes ejercerán el gobierno, siendo sus aparentes intenciones “liberar” al pueblo de los enemigos, reales o imaginarios. Entre los disfraces y roles políticos más frecuentes del revolucionario aparecen el del liberador carismático, el del liberador nihilista, del marxista-leninista, del economista y del intelectual. Todas estas variantes han sido descriptas por Víctor Massuh y se mencionan a continuación:
a) “El liberador carismático: Es aquel que arraiga en el magma emocional de grandes multitudes. Esta es su fuerza: entenderse con la versión muchedumbrizada del pueblo más que con el pueblo mismo. No es un hombre del común sino el habilidoso manipulador de grandes masas. Ellas creen en sus virtudes milagrosas, en que él conoce un atajo que permite eludir el camino lento del esfuerzo organizado que recorrieron otros pueblos. Más que un dirigente, es un ser semidivino, un gobernante providencial, un mago. La adhesión política que suscita confunde fervores de calidades diversas, tanto nobles como bastardos: los que despiertan un símbolo religioso, un pugilista de éxito, un héroe musical o deportivo, una madre buena y santa, un macho enérgico y perdonavidas que, aunque no muy letrado, tiene una picardía que lo sabe todo”.
“El liberador carismático es un autócrata que puede resultar electo por abrumadora mayoría de votos. Con todo, su fe no es democrática porque no convierte a sus seguidores en ciudadanos sino en rebaño. No alcanza a formar una clase dirigente porque su personalismo asume los roles principales. Su partido es un conglomerado apenas unificado por la obsecuencia y la emoción de una mística ordinaria. Es un pésimo educador: no forma hombres libres sino esclavos, seguidores apasionados y ciegos. Su doctrina es un confuso populismo voluntarista que se expresa en pensamientos ocasionales y una ingeniosa versatilidad pragmática. La pobreza de sus contenidos doctrinarios resulta agobiante a través del recitado de sus seguidores, discípulos y legatarios, tanto leales como infieles, ortodoxos como heterodoxos”.
b) “El liberador nihilista: Hace de la negación enconada la fuente de su poder. Liberar es golpear en todas las formas posibles contra el orden establecido: se lo cambia mediante un rechazo global y no por correcciones parciales. Cree en la virtud transfiguradora de la sangre y el fuego, piensa que las hogueras de la Revolución tienen un poder purificador y genesiaco; barriendo con la burguesía y el imperialismo, engendrarán «un nuevo cielo y una nueva Tierra». El liberador nihilista está imbuido de una ideología apocalíptica. Cree en la violencia como única «partera de la historia» y por ello hace del manejo de las armas su prédica cotidiana”.
“No conoce otra política que la militancia bélica de la guerrilla o el atentado terrorista. Sabe solamente golpear, atacar, estar contra algo, con furia heroica o suicida. Es un asceta de la destrucción y se maneja lúcidamente en la noche de la clandestinidad, del escondite a la luz del día. No sabe qué hacer con la luz del día, ni con la persuasión de los otros. Se mueve en los intersticios de una sociedad pecaminosa a la que odia y niega, pero de cuyos jugos se alimenta y a la que desprecia totalmente. No sabe dar vida, ni qué hacer con la vida. Poseído por un impulso fanático, sabe que la muerte es una deidad poderosa en un mundo enfermo, y él ha decidido asumirla con el entusiasmo de un ángel exterminador”.
c) “El liberador marxista-leninista: Ha tomado el poder envilecido por un tiranuelo y lo acompañó la simpatía de toda América. Su triunfo fue una saludable algarabía juvenil que presagiaba el reino del pluralismo y la libertad. Pero el liberador tenía otros planes: adopta el marxismo-leninismo como doctrina del Estado, instaura el partido único, la prensa uniforme y el gobierno unipersonal. Estatiza la economía; transita los caminos del socialismo pero sólo alcanza a socializar el hambre, la privación y la pérdida de la libertad. En nombre de la paz levanta un ejército poderoso y desproporcionado con las medidas de su pequeño país. La tierra alegre y musical se convierte en una cárcel. La algarabía revolucionaria concluye en la instauración del régimen militar más estable y prolongado de América Latina”.
“Al pueblo le faltará alimentos y viviendas, pero no discursos que el liberador castrense pronunciará por largas horas ante una plaza colmada de estribillos. Pero hay algo que lo singulariza sobre todas las cosas; su generosa preocupación por liberar otros países. Esta es su obsesión, su misión sagrada, su única coherencia: la casa ajena. Aconseja copiosamente a los mandatarios extranjeros sobre lo que deben hacer en sus propias tierras; mejor aún si completa estos consejos con el envío de expedicionarios. Su ideal es contar con un ejército interminable disperso por el mundo, liberando incansablemente. Se diría que esta vocación por lo ajeno acaso enmascare una verdadera desaprensión por la propia casa sumida en el atraso y la pobreza. Tan hábil para entrar de modo subrepticio en países distantes y pontificar sobre lo que les conviene, por las buenas o por las malas, pero tan inhábil en el propio país: no sabe qué hacer con una economía que al cabo de dos décadas sigue a los tumbos y se obstina en no adecuarse a sus recetas razonables”.
d) “El economista liberador: Actúa en el seno de las más variadas estructuras políticas, pero es fiel a su credo: el Estado no sólo debe regular las actividades económicas sino convertirse en productor de bienes y servicios públicos. Es el cruzado del Estado-empresario. Liberar, para él, es estatizar, nacionalizar, poner funcionarios públicos al frente de empresas que en número creciente pasarán a depender del poder político. Lo que cuenta es que ellas pertenezcan a la Nación, controladas por una elite de funcionarios animados de una pasión vernácula. Este solo hecho lo llena de orgullo y de autoafirmación nacional. Que las empresas resulten deficitarias y presten un pésimo servicio, que la elite no resulte movida por la pasión esperada es un detalle menor que no atempera su entusiasmo. Si las cosas andan mal es porque no se ha ido más lejos aun, porque no se ha «profundizado» más la liberación”.
“Dilapida el poco dinero de que dispone para nacionalizar empresas extranjeras que brindan algún servicio, en lugar de emplearlo para crear otras nuevas y necesarias. Se enciende de santa ira ante las empresas multinacionales que limitan el poder de decisión nacional. Está hipersensibilizado ante el imperialismo y quiere vigilar cada movimiento de sus posesiones en el propio suelo. Elabora alambicadas reglamentaciones para controlar inversiones foráneas que no se producen justamente en razón de su excesivo celo vernáculo. La escasez, el desabastecimiento y el atraso tecnológico que este celo provoca serán empleados para acusar a esas compañías multinacionales que no vienen porque prefieren dirigir su voracidad hacia otros mercados. En fin, venga o no venga a nuestras tierras, el culpable será siempre el imperialismo. Más que obedecer a la pragmática de las cosas necesarias, el economista liberador es leal a un principio. Es un principista consecuente que no cede hasta que no esté paralizado todo el aparato productivo del país”.
e) “El liberador intelectual: Si es filósofo piensa más en la liberación que en la filosofía, y a esta última la concibe más como una praxis que como una teoría. Se empeña más en la propuesta de una cultura americana que en la cultura misma. En el trabajo de la inteligencia le interesan más los aspectos adjetivos que sustantivos. Por lo general está imbuido en un sentimiento antieuropeo, aun cuando se haya formado a través de una prolongada estadía en ese continente. La conceptuación que emplea para enunciar una cultura autóctona es de factura francesa, inglesa o germánica. Practica un antinorteamericanismo desdeñoso pero pasa largos periodos enseñando en universidades de ese país”.
“Si propone una literatura, un pensamiento o un arte genuinamente americanos, su propuesta confunde el destino de América con el destino personal: por lo general esa cultura liberada comienza con la propia obra. Más que entroncada en una tradición, ella sería una creación «ex nihilo». Cuando por desgracia todo el pasado cultural es de dependencia, la liberación comienza con mi época, con mi generación, conmigo. El trabajo de las generaciones pasadas, pese a su buena voluntad, está signada por la dominación: trabajaron bobamente para un amo secreto cuyo rostro él sí conoce. El intelectual liberador es el eje de un turno histórico auroral y único; no compartirlo es perder el tren de la historia, enfrentar su sentido y comprometerse con un proyecto cultural en declinación y retirada” (De “Ideología de la Liberación” en Escritos de Filosofía-Academia Nacional de Ciencias-Buenos Aires-Julio-Diciembre 1978).
Una vez que los “liberadores” llegan al poder, instalando sus sistemas totalitarios, surgen los disidentes, que son representativos de un pueblo al que todavía no le llegan los beneficios de la “liberación”. Por lo general, la palabra disidente se asocia a Alexander Solyenitsin y a Andrei Sajarov, y a otros científicos e intelectuales soviéticos que se atrevieron a enfrentar al Estado todopoderoso instalado en la ex URSS. Son personajes admirados por su valentía y patriotismo por cuanto arriesgaron sus vidas en la lucha que emprendieron a favor de la verdad y la libertad. Se única protección fue el reconocimiento público tanto en su país como en el exterior, por lo cual las autoridades totalitarias se cuidaban de no atentar contra sus vidas por cuanto en tal caso el régimen sufriría un enorme desprestigio que seria un obstáculo para continuar con la propaganda orientada por sus ambiciones expansionistas.
Otros disidentes menos conocidos terminaron sus vidas en un campo de trabajos forzados o en un hospital psiquiátrico ya que las autoridades aducían alguna perturbación mental no poseída. Mario Ferzetti escribió: “Una penalidad peculiar consiste en declarar al disidente «insano». Ello permite que el régimen disponga de un opositor sin proceso por un periodo indefinido. La persona declarada «insana» a menudo es encarcelada en la misma celda junto con criminales realmente peligrosos e insanos; de ser recalcitrante, será tratado con drogas deprimentes o con otra «terapia» punitiva” (De “La voz de los valientes”-Editorial Intercontinental-Buenos Aires 1971).
En la Venezuela actual, el “liberador” Nicolás Maduro vuelca todo su odio en los “disidentes” que luchan por alimentos y por sus necesidades básicas no satisfechas, mientras se los acusa de colaboracionistas del imperialismo yanqui. Lo grave del caso es el apoyo explícito y tácito que tal personaje nefasto recibe de la mayor parte de la izquierda política.
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