En todo ámbito social encontramos adeptos tanto al socialismo como al capitalismo, por lo que no resulta extraño que en la propia Iglesia haya habido Papas que aceptaban el capitalismo y rechazaban el socialismo, como también a la inversa. En la época actual predomina en la jerarquía eclesiástica la postura socialista ya que, para quienes poco conocen la realidad, lo que ha fracasado en el mundo no es el socialismo, sino el capitalismo (a pesar de que la gran mayoría de los países ha optado por este último).
El atractivo del socialismo se debe a la semejanza existente entre una sociedad colectivista y un convento, ya que en ambos casos no existe la propiedad privada, o individual, empleándose los bienes materiales como un vínculo entre los seres humanos, que habría de agregarse al vínculo afectivo entre los mismos. Mientras que ambas sociedades son voluntarias, no surgen inconvenientes. Sin embargo, los serios conflictos comienzan cuando a todo ciudadano se le obliga a hacer una vida monástica y a ceder sus pertenencias para establecerla.
En realidad, los vínculos materiales no unen a las personas, sino que las atan. Bajo un sistema socialista, todo individuo forma parte de su establecimiento de trabajo y el futuro de su vida depende totalmente de las decisiones de los jerarcas que lo dirigen. La libertad social se logra cuando en una sociedad hay “muchos dueños”, mientras que en el socialismo existe “un solo dueño”: el Estado. Sin embargo, desde el sector socialista se dice que el Estado es de todos, aunque sus “dueños” no puedan decidir qué hacer con su “propiedad fraccional”, por lo cual resulta que, en realidad, nadie es dueño de nada.
La mentalidad anticapitalista de algunos sectores de la Iglesia se debe esencialmente a algunas prohibiciones morales enunciadas en la Edad Media y a la imperdonable acción de los mercaderes que favorecieron el fin de la sociedad medieval y del poder absoluto de la Iglesia. Como uno de los fundamentos del capitalismo es el ahorro, ya que implica la formación de capital, se lo asoció a uno de los siete pecados capitales propuestos por la Iglesia (el segundo en importancia): la avaricia. El capitalismo fue considerado como un sistema pecaminoso. Raymond Mortimer escribió: “La soberbia, la avaricia, la gula, la lujuria, la pereza, la envidia, la ira: he aquí los pecados considerados mortales por Santo Tomás de Aquino y, desde él en adelante, por todos los eclesiásticos occidentales”. “Mucho hemos andado desde el siglo XIII, cuando Santo Tomás se explayaba sobre el horrible poder de los Siete Pecados Capitales, e incluso desde el XIX, en que se infundía en los niños el horror al pecado apenas éstos sabían andar” (De “Los siete pecados capitales”-Compañía General Fabril Editora SA-Buenos Aires 1964).
La actitud de la Iglesia medieval se identifica con el pensamiento marxista, ya que, para ambos, es “pecado” comprar y vender, buscar ganancias, prestar dinero y acumular capital monetario. Incluso al mercader se lo consideraba miembro de una clase social inferior, es decir, de la misma forma en que el marxista considera al burgués, que es esencialmente el comerciante. Jacques Le Goff escribió: “Con frecuencia se ha pretendido que la actitud de la Iglesia respecto del mercader medieval lo obstaculizó en su actividad profesional y lo rebajó en el medio social. Condenado por ella en el ejercicio mismo de su oficio, habría sido una especie de paria de la sociedad medieval, dominada por la influencia cristiana”.
“De hecho, algunos textos célebres parecen poner en el índice al mercader. Una frase famosa extraída de una adición al decreto de Graciano, monumento del derecho canónico del siglo XII, lo resume: «Homo mercator nunquam aut vix potest Deo placere» (El mercader no puede complacer a Dios…o muy difícilmente). Los documentos eclesiásticos –manuales de confesión, estatutos sinodales, repertorios de casos de conciencia- que dan listas de profesiones prohibidas; «illicita negocia», o de oficios deshonrosos; «inhonesta mercimonia», casi siempre incluyen al comercio. Reproducen una frase de una decretal del papa San León el Grande –a veces atribuida a Gregorio el Grande- según la cual «es difícil no pecar cuando se hace profesión de comprar y vender». Santo Tomás de Aquino subrayará que «el comercio, considerado en sí mismo tiene cierto carácter vergonzoso»”.
“¿Cuáles son los motivos de esta condenación? En primer lugar, la misma finalidad del comercio: el deseo de ganancias, la sed de dinero, el «lucrum». Santo Tomás declara que el comercio «es censurado en justa ley porque en sí mismo satisface la apetencia de lucro que, lejos de conocer límite, se extiende hasta el infinito»” (De “Mercaderes y banqueros en la Edad Media”-EUDEBA-Buenos Aires 1975).
También se consideraba pecado prestar dinero para cobrar un interés; recordemos que bajo el socialismo no existe el comercio, el mercado y mucho menos los bancos, ya que la visión era esencialmente coincidente con la de la Iglesia medieval. Le Goff agrega: “Precisando más: el mercader y el banquero se ven arrastrados por su oficio a realizar acciones condenadas por la Iglesia, operaciones ilícitas, la mayoría de las cuales entran en la denominación de usura”.
“En efecto, la Iglesia entiende por usura todo trato que comporte el pago de un interés. De ahí que se halle prohibido el crédito, base del gran comercio y de la banca. En virtud de esta definición, prácticamente todo mercader-banquero es un usurero”.
Mientras que el marxista considera al trabajo como único factor creador de riqueza, la Iglesia medieval condena a los préstamos con interés por no ser considerados un trabajo. “Los autores eclesiásticos alegan también cierta cantidad de motivos basados en la moral natural. Dos son particularmente interesantes. En primer lugar, el que presta no realiza un verdadero trabajo, no crea ni transforma una materia, un objeto; explota el trabajo de otros, el trabajo del deudor. Ahora bien, la Iglesia, cuya doctrina se ha formado en el medio rural y artesanal judío, sólo reconoce a ese trabajo creador como fuente legítima de ganancia y de riqueza. Tanto más cuanto la ascensión en Occidente de las clases urbanas entre los siglos X y XIII vuelve a poner en el primer plano social a trabajadores en este sentido tradicional, comprendiendo entre ellos a los primeros mercaderes cristianos errantes”.
Mientras que el hábito del ahorro es considerado actualmente como una virtud, por cuanto permite la formación de capital productivo, siendo el dinero el medio que favorece tal acumulación, los socialistas consideran dicho hábito como una acción egoísta por cuanto sólo ven como lícita la formación de capital por parte del Estado, y no esa forma individual.
Incluso hay quienes afirman que el dinero es algo diabólico y que por ello debería suprimirse. Esta actitud promueve simultáneamente la destrucción del capitalismo y la consolidación del socialismo por cuanto, sin dinero, volveríamos a las épocas del trueque, imposibilitándose gran parte de los intercambios comerciales. Además, impediría la acumulación de ahorros y la formación de capital productivo a nivel individual. Luego, como los sistemas socialistas no necesitan del dinero por cuanto la distribución de mercaderías se realiza mediante el uso de tarjetas de racionamiento (al igual que en los conventos, en los regimientos y en las cárceles) prescindiendo del dinero, suponen que tal supresión es una forma de orientarnos hacia el socialismo. Todo indica que la Iglesia actual propone remedios económicos ineficaces para los problemas morales, olvidando que la religión debe ofrecer otro tipo de soluciones distinto al ofrecido por los economistas.
La Iglesia medieval, sin embargo, advirtió que los resultados prácticos del comercio eran beneficiosos para la sociedad, por lo cual tiende a revertir sus opiniones al respecto. Ya en la Edad media había gente razonable que revertía sus creencias si no eran compatibles con la realidad; algo bastante difícil de observar en la actualidad en el sector de la izquierda política que no se atreve a poner en duda la validez de los postulados de Marx. Le Goff escribe al respecto: “Impotente en la práctica, la Iglesia se avino a una teoría muy tolerante, admitió poco a poco derogaciones y justificó excepciones cada vez más numerosas e importantes. El estudio de las razones de esas dispensas, obra de la elaboración jurídica de canonistas y teólogos del siglo XIII, resulta particularmente interesante porque demuestra como la Iglesia hizo aceptar ideológicamente la posición conquistada por el mercader en la sociedad medieval en el plano económico y político”.
“En efecto, la noción de que los mercaderes eran útiles y necesarios fue lo que coronó la evolución de la doctrina de la Iglesia y les valió a ellos el derecho de ciudadanía definitivo en la sociedad cristiana medieval. Desde muy pronto se puso en evidencia la utilidad de los mercaderes que, al ir a buscar a países lejanos mercancías necesarias o agradables, géneros y objetos que no se hallaban en Occidente, y venderlas en las ferias, suministraban a las diversas clases de la sociedad lo que éstas necesitaban”.
Incluso Santo Tomás de Aquino acepta finalmente la legitimidad del lucro escribiendo: “Si el comercio se ejerce en vista de la utilidad pública, si la finalidad es que no falten en el país las cosas necesarias a la existencia, el lucro, en lugar de ser considerado como finalidad, es solo exigido como remuneración del trabajo”.
Resulta muy difícil distinguir entre “remuneración del trabajo” o “finalidad”, siendo lo más importante los efectos sociales que produce la búsqueda del lucro, ya que son indistinguibles las acciones de quien sólo busca una justa remuneración de aquellas de quien busca sólo sus ganancias, por lo que el sistema capitalista se adapta no sólo a las personas de elevada moral sino también al individuo normal con bastante dosis de egoísmo. De ahí que es muy distinto decir que el capitalismo requiere, para ser efectivo, del egoísmo de los individuos a decir que puede funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo de las personas.
Los sectores de la Iglesia que denigran al capitalismo y promueven el socialismo, deberían al menos leer algo sobre los resultados concretos que se logró con la aplicación de ambos sistemas. Jacques Paternot y Gabriel Veraldi escribieron: “No obstante, nuestro Señor, tan perfectamente inmerso en la realidad, previno: «Al árbol se lo juzga por sus frutos». ¿Sería demasiado pedir a nuestros sacerdotes que sigan dicho precepto evangélico? Cuando en los países subdesarrollados se reemplaza a Somoza por Ortega, al emperador por el líder revolucionario, los latifundios por los koljoses, la venalidad por la corrupción, la oligarquía por la Nomenklatura, la explotación por la expoliación, lo ineficaz por lo inoperante, la producción de pan no aumenta, al contrario. ¿Es pedir demasiado que el socialismo sea juzgado por sus frutos tangibles?” (De “¿Está Dios contra la economía?”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1991).
Es oportuno señalar que la ciencia experimental ha logrado exitosos resultados precisamente por tener presentes los “frutos” de toda elaboración teórica, y no solamente la estructura lógica de una descripción, mientras que el pensamiento basado tanto en la fe ciega como en el razonamiento no vinculado a la experiencia, sólo puede conducirnos hacia una profundización de los males que aquejan a la sociedad.
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2 comentarios:
Muy ejemplificador son los conceptos vertidos por cada uno de ellos. Gracias por ilustrarme.
En los albores del siglo XXI, está demás preguntarse qué sistema es mejor para el ser humano. Después del derrumbe de la Unión Soviética y su entrada a la economía capitalista, o de China en términos parecidos que ha sacado del hambre a 400 millones de personas en 20 años, abandonando su vetusto socialismo en términos de economía, y ver que solo quedan unos pocos países lastimosos que tratan de sostenerse en la filosofía del comunismo repartiendo escasez y sufrimiento a sus habitantes, sólo resta recordar la famosa frase de Wiston Churchill: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia, y la prédica de la envidia. Su defecto inherente es la distribución igualitaria de la miseria”.
La Iglesia Católica a lo largo de la Historia y por diversas causas, habitualmente ha abrazado el socialismo como ideología predominante sobre el liberalismo y capitalismo. Ha fracasado rotundamente con esos principios y sólo ha atinado una y otra vez a recurrir a la generosidad del ser humano presionándolo con sus vetustas creencias y pecados para lograr el bienestar general. Mientras tanto ha contribuido a consolidar la pobreza o la miseria y elevado éstas al grado de virtud. ¡¡¡NADA MÁS REPROBABLE!!!
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