Se dice que un individuo, un grupo o una institución, tienen poder, cuando pueden influir de alguna manera en el resto de la sociedad. Tal influencia puede ser negativa o bien puede ser la acción normal de quienes tienen alguna función social determinada. En toda sociedad existirá una división de poderes en conflicto, ya que por lo general existirá una superposición de las áreas asignadas a cada uno. Entre los principales poderes podemos mencionar el político, el económico, militar, judicial, religioso, medios de comunicación, sindical, ideológico, etc.
En cuanto al vínculo que debe predominar entre los diversos poderes, existen dos posiciones bien diferenciadas, siendo el liberalismo el que propone una máxima división de poderes para evitar monopolios que puedan conducir a tiranías y, posteriormente, a catástrofes sociales. En el otro extremo están las tendencias socialistas que buscan unificar todo poder en el Estado, por lo que no resulta extraño que los mayores genocidios hayan procedido de tales sistemas, como han sido los casos de Mao-Tse-Tung en China, Lenin y Stalin en la URSS y Hitler (nacional socialismo) en Alemania.
Se habla siempre de que debe buscarse una sociedad sin lucha de clases sociales hasta poder llegar a una clase social única. Sin embargo, si a ese resultado se ha de llegar eliminando a la clase social incorrecta, o esclavizándola en campos de concentración, poco eficaz ha de ser la solución. Max Eastman escribió: “Otro error de los socialistas fue imaginar que puede haber una paz fraternal en una sociedad libre, un arreglo, esto es, de todos los intereses en pugna, de todas las luchas de casta y de clase. Eso podría ocurrir en el cielo, pero en la Tierra los hombres se dividirán siempre en grupos con intereses antagónicos. A medida que la civilización avance quizás se dividirán en mayor cantidad de grupos, pero no menos agudamente opuestos. La tarea del idealista social no es tratar de suprimir estos grupos, o de reconciliarlos, sino mantenerlos en estado de equilibrio, nunca permitir que ninguno prepondere sobre los demás. Nuestras libertades dependen del éxito de este esfuerzo. Solamente donde cada grupo poderoso necesita libertad para sí mismo, compitiendo con los demás, puede ser libre el conjunto de la sociedad. Libertad es el nombre de la arena donde luchan las varias fuerzas sociales”.
“Los libertarios solían decir que «el amor a la libertad es el más fuerte de los motivos políticos», pero acontecimientos recientes nos han demostrado la extravagancia de esta opinión. El «instinto de rebaño» y el anhelo de una autoridad paternal son a menudo igualmente fuertes. En verdad la tendencia de los hombres a unirse en bandas comandadas por un jefe y someterse a su voluntad es, de todos los rasgos políticos, el mejor atestiguado por la historia. Ha sido tan espantosamente ejemplificado en los tiempos modernos, que sólo un sonámbulo podría ignorarlo al tratar de construir, o defender, una sociedad libre. Su primer propósito debe ser asegurarse de que ningún bando o grupo –ni el proletario, ni los capitalistas, ni los terratenientes, ni los banqueros, ni el ejército, ni la Iglesia, ni el gobierno mismo- tenga poder exclusivo” (De “Reflexiones sobre el fracaso del socialismo”-Ediciones La Reja-Buenos Aires 1957).
Puede decirse que el totalitarismo pleno implica que todos los poderes sociales dependen del Estado, o son absorbidos por el Estado. También existen totalitarismos parciales, que son los denominados populismos, existiendo una transición gradual que va desde la total división de poderes (democracia plena) a su total unificación en el Estado (totalitarismo pleno).
Las democracias comienzan a desvirtuarse cuando los votantes “votan a ganador”, es decir, cuando mayoritariamente se vota por un partido de manera que se forme una mayoría legislativa absoluta permitiendo su absorción por parte del poder Ejecutivo. El próximo paso es presionar a los jueces hasta dominar al poder Judicial para que los gobernantes dispongan del amparo suficiente para quedar cubiertos ante futuros actos ilegales o de corrupción.
Por lo general se considera como sistema democrático al que permite el acceso de políticos al gobierno por medio de una elección. Pero la legitimidad en el acceso al poder no garantiza la legitimidad de la gestión, siendo el mismo caso del automovilista que tiene el permiso que lo habilita a conducir aunque ello no garantice que luego ha de respetar las señales o los reglamentos que exige la conducción.
Uno de los casos de totalitarismo pseudo-democrático fue el peronismo. Este tipo de movimiento político se considera dueño del Estado de la misma manera en que un inquilino olvida que la transferencia de los derechos de propiedad sobre una vivienda será restringida y limitada en el tiempo. Marcelo A. Moreno escribió: “La burocracia peronista no era tan pacificadora: consolidando su poder, supo construir el único experimento totalitario en la historia argentina. Ni siquiera la sangrienta dictadura de Videla pudo lograr que no ser adicto al régimen pusiera en peligro al ciudadano. Los empleados públicos debían estar afiliados al partido peronista, empezando por los maestros. Los libros de la escuela primaria enseñaban a leer con textos y efigies de Perón y Evita, que muchas veces se confundían o reemplazaban a las figuras paternas”.
“La «doctrina» peronista, como en el comunismo de Castro, se enseñaba desde los primeros grados. Como también en la Cuba comunista, la España de Franco o el sistema de Saddam Hussein, comenzaron a actuar los «jefes de manzana», responsables políticos ante el partido y la policía de los movimientos de los vecinos, encargados de delatar a los que no cumplieran, o lo hicieran con tibieza, los preceptos del régimen. Los retratos de Perón y Evita, desde luego, pululaban y estaban presentes en todos los organismos públicos”.
“La prensa libre, ahogada, perseguida dejó de existir. Desde luego, Perón comandará el proceso. Como Ibérico Saint-Jean, años después, odia a los tibios: «El que se desentiende –dice ya en 1947-, egoísta, de hacer su parte es tan enemigo como el que trabaja en contra. La inactividad, culpable siempre, del indeciso y del inactivo, es la base de todos los fracasos colectivos. En esta lucha nadie puede faltar porque defendemos lo de todos: la Patria». Sí, primero que todo la Patria, la fe primera: «Ningún argentino de bien -1950- puede negar su coincidencia con los principios básicos de nuestra doctrina sin renegar primero de la dignidad de ser argentino»”.
“Es simple, el que no es peronista no es argentino. De ahí que, hacia 1952 relativiza: «No sólo es necesario consultar a los representantes del pueblo, porque esa representación es muy relativa. Algunas veces los pueblos están mal representados porque ellos tampoco tienen contralor sobre sus representantes. Entonces hay que oír la voz auténtica del pueblo en sus propias organizaciones, y por eso necesitamos que el pueblo esté organizado»”.
“Y también amenaza: «Les recuerdo (1948) a los señores ministros la obligación en que se encuentran de sanear las oficinas a su cargo, eliminando de las mismas a los empleados ineptos y a los que voluntariamente o involuntariamente realicen una obra contraria a las normas de la revolución». Para que quede bien claro: «Se lo deja cesante o se lo exonera por la simple causa de ser un hombre que no comparte las ideas del gobierno: eso es suficiente»” (De “Contra los argentinos”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2002).
La identificación de Gobierno-Partido-Patria-Estado es típica de los gobiernos totalitarios. Imre Nagy, gobernante comunista en la Hungría de los 50, advertía los inconvenientes de esta unión (por lo que luego fue destituido): “La dirección inescrupulosa y antipartidaria del Partido ha traído consigo una violación de los principios fundamentales de la Democracia Popular en lo concerniente a las relaciones entre el Partido y el Estado y entre el Estado y las masas…El error reside en que el Partido ha dominado excesivamente al Estado y a las fuerzas económicas del país; y en que el Partido, no sólo ha fijado los reglamentos y las decisiones, sino que también ha puesto en ejecución las medidas propuestas”.
“El partido no se adapta, ni en su estructura orgánica, ni en su funcionamiento, su conjunto o su carácter social, a la atención de las funciones del Estado, ni es ésta tampoco su misión. Sin embargo, ha interferido excesivamente en la ejecución de las tareas estatales, violando con ello la independencia de los órganos estatales, paralizando sus actividades, y desacreditando su reputación…A todo esto debe agregarse el hecho de que el Camarada Rákosi concentraba en su persona todos los poderes del país; era Primer Secretario del Partido y Presidente del Consejo de Ministros (Premier) y tomó bajo su autoridad inmediata la Autoridad de Seguridad del Estado (ASE)”.
“El Camarada Rákosi ha cometido graves errores, tanto en la dirección del Partido y del Estado como en la labor de la ASE, errores que encierran graves peligros…Podemos afirmar que el gobierno era en realidad un gobierno de sombras, que aprobaba las resoluciones ya aprobadas del Partido y que la autoridad y la responsabilidad de los ministros era también muy limitada…Tales órganos y métodos gubernamentales no son los más idóneos para garantizar absolutamente la legalidad en todos los aspectos de la vida estatal y económica. Es aquí donde yacen los males más serios de nuestra vida estatal, las raíces de la violación de la legalidad socialista que, en último análisis, derivan de una separación de las masas” (De “Contradicciones del comunismo”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1958).
Los regimenes totalitarios surgen de personajes psicológicamente anormales, que finalmente son los que orientan a los pueblos hacia una decadencia profunda, ya que poseen gran capacidad de convencimiento (algo típico en los psicópatas). Marcelo A. Moreno escribe sobre Perón: “Y esta faceta del líder acaso dibuje su rostro más patético: ya no el del seductor, el manipulador, el gran simulador, sino el del chanta argentino, el ignorante mandaparte, el fabulador de vuelo bajo, melancólico personaje que cubre bajo una alfombra de mentiras sus falencias de formación, de cultura, de pensamiento. Pero que hace lo imposible por quedar bien parado, por lo cual lo que no sabe lo inventa. Todo para demostrar su supuesta superioridad, su comprensión y manejo de la situación. Pero la alfombra evidencia desgaste, roturas, fallas; el polvo que por allí asoma aparece con la vergüenza de lo que se quiere esconder” (De “Contra los argentinos”).
El caso más asombroso de manipulación mental se estableció bajo el estalinismo cuando los jerarcas eran obligados a confesar por acciones o crímenes no cometidos, sometiéndose casi voluntariamente por cuanto estaban convencidos de la insignificancia de sus vidas ante las “elevadas finalidades” del socialismo, por lo cual es fácil imaginar la nula valoración que asignaban a la vida de los opositores. El citado autor escribe al respecto: “No resulta irrelevante este último elemento de la candorosa carta de Shatskin al jefe supremo de sus torturadores, porque explica con elocuencia la increíble pasividad demostrada por miles y miles de comunistas combativos víctimas de Stalin: revolucionarios convencidos, creían hasta ante el pelotón de fusilamiento, que su propia eliminación, aún sabiéndola injusta, respondía a una «necesidad histórica» dictaminada por el Partido omnipresente. Y aun en la tortura o en el exterminio de sus familiares y amigos, se negaban a ver en la monstruosa conducta de Stalin otro interés que el más sublime, el del Partido, por el cual se podían disimular estas mínimas, acaso indispensables injusticias” (De “El mal y los malditos de la historia”-Javier Vergara Editor SA-Buenos Aires 1994).
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