Cuando alguien dice la verdad, queremos significar que ha descrito correctamente la realidad, o que es mínima la diferencia entre la descripción y lo descrito. En el caso de la ciencia experimental, a lo descrito podríamos denominarlo R, la realidad, mientras que a la descripción podríamos denominarla M(t), modelo de la realidad que va cambiando con el tiempo. Así, la verdad es la diferencia entre R y M(t) cuando tal diferencia se anula, o se hace muy pequeña; dependiendo de la magnitud del error decimos, convencionalmente, que tal descripción es científica, o no.
Error (E) = Lo descrito (R) - La descripción M(t)
Verdad = La Descripción M(t) (cuando el error es nulo)
Este proceso, conocido como “prueba y error”, es la base de la ciencia experimental, constituyendo un sistema de realimentación negativa por el que se trata de conocer la realidad R (o la ley natural que rige cierto fenómeno), obteniéndose un modelo de la realidad M1(t). Luego se establece una comparación entre modelo y realidad (experimentación) dando como resultado cierto error: E1 = R - M1(t)
Posteriormente, se propone alguna modificación del modelo, o un segundo modelo M2(t) con el objeto de reducir el error anterior, es decir, E2 = R - M2(t), siendo E2 menor que E1. Se sigue con este procedimiento iterativo hasta que el error se haya reducido en forma conveniente.
Mientras que la verdad, para el científico, está al final del camino, para la religión está al principio. Este es el caso de la Verdad revelada por Dios a los hombres. Sin embargo, como la religión tiene sus etapas y progresos, es posible que también haya empleado, quizás sin sospecharlo, el método de prueba y error, especialmente cuando se comprueba que resulta compatible con la ley natural.
El método de prueba y error no garantiza el éxito de una investigación. De ahí que resulta absurdo pretender imponer una ideología aduciendo que es “verdadera” por cuanto utiliza el método científico. César Lorenzano escribió: “En general, es difícil encontrar quien piense en un criterio puramente coherentista de la verdad. Sin embargo, quisiera recordar un exponente sui generis, Louis Althusser, para quien la verdad de la ciencia está dada por el proceso de producción de los conceptos científicos y de sus engarces, del que es parte esencial la ruptura con los campos ideológicos anteriores. Es esta verdad garantizada teóricamente la que da cuenta de la corrección de sus afirmaciones en el mundo de los fenómenos. La verdad de una teoría no se establece por su correspondencia con la realidad, sino por la garantía teórica que produce la propia práctica científica. Llegó a afirmar, en este sentido, que la doctrina de Marx no era verdadera porque hiciera predicciones acertadas sino que las hacía porque era verdadera. La inversión especular del método hipotético-deductivo estándar de la ciencia, es evidente” (De “El devenir de la verdad” de Augusto Pérez Lindo-Editorial Biblos-Buenos Aires 1992).
Además de la aceptación de la verdad por la correspondencia existente entre la realidad y la descripción (verdad experimental), existe la mencionada aceptación por la fe (Verdad revelada) y también una aceptación por su coherencia lógica (verdad racional). Estos son los tipos de verdad considerados por la ciencia, la religión y la filosofía, respectivamente.
Baruch de Spinoza escribió: “El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas” (“Ética”). Ello implica que toda descripción verdadera, o compatible con la realidad, ha de “heredar” la coherencia propia de la realidad, ya se trate de una coherencia lógica o bien matemática. Sin embargo, no puede asegurarse que toda descripción coherente, en esos sentidos, ha de ser necesariamente compatible con la realidad. De ahí que constituya un error considerar como verdadera a una descripción sólo por el hecho de ser coherente.
Cristo dijo: “Yo soy la Verdad, el camino y la vida”, indicando que había podido disponer de la información suficiente sobre el hombre para sugerirle cuál era la mejor actitud que debía adoptar para cumplir con la voluntad de Dios. En la actualidad, tal proceso se conoce como la “adaptación cultural del hombre al orden natural”, que le permite disponer de un sentido de la vida objetivo y básico, que podrá ser ampliado por el sentido particular que se le pueda agregar en forma individual; primero somos seres humanos, luego somos individuos.
El proceso de adaptación cultural implica también un sistema realimentado, ya que el profeta, el filósofo o el científico social, contemplan el comportamiento del hombre y lo comparan con lo que el hombre debería ser (a la luz de planteamientos éticos). Sus prédicas, o sugerencias, estarán orientadas a reducir la diferencia entre lo que el hombre es y lo que debería ser. De ahí que profetas, filósofos o científicos sociales actuarían como “lazos de realimentación” de la sociedad, o de la humanidad, tratando que el ser humano optimice su comportamiento ético y logre una mejor adaptación al orden natural.
Debido a que la religión moral busca mejorar al hombre (y no cambiar a Dios) resulta conveniente adoptar el método de la ciencia experimental, en forma explícita y decidida, ya que es el único que permite llegar a la verdad y universalizar sus conclusiones, si se lo aplica adecuadamente.
Nicola Abbagnano establece una síntesis de las diversas formas en que se accede a la verdad. Al respecto escribió: “Se pueden distinguir cinco conceptos fundamentales de la verdad: la verdad como correspondencia o relación; la verdad como revelación; la verdad como conformidad a una regla; la verdad como coherencia y la verdad como utilidad”.
“El concepto de la verdad como correspondencia es el más antiguo y difundido. Presupuesto por muchas de las escuelas presocráticas, fue por vez primera formulado explícitamente por Platón al definir el discurso verdadero en el Cratilo: «Verdadero es el discurso que dice las cosas como son, falso el que las dice como no son»”. “A su vez, Aristóteles decía: «Negar lo que es y afirmar lo que no es, es lo falso, en tanto que afirmar lo que es y negar lo que no es, es lo verdadero»” (Del “Diccionario de Filosofía”-Fondo de Cultura Económica SA-México 1986).
Gran parte de los conflictos promovidos por la religión y por los totalitarismos, se produce esencialmente por enfrentamiento generado por los “poseedores de la verdad” cuando tratan de imponerla al resto de la sociedad y al mundo entero. Sus “verdades parciales” distan bastante de la “verdad de todos”, que es la que surge desde los “buscadores de la verdad”.
El científico se aproxima a R (la realidad) porque es un buscador de la verdad. Conoce los modelos M(t) vigentes en la actualidad y, generalmente, conoce la historia de los anteriores modelos. Se siente un integrante de la humanidad y trata de compartir sus conocimientos con el resto.
El fanático, ya sea religioso o político, supone conocer a la realidad R mejor que nadie y por ello ignora o desconoce todos los modelos M(t) existentes o propuestos en el pasado. Trata de imponer “su verdad” a los demás sintiéndose parte sólo del sector de la humanidad al que pertenece.
El filósofo llega, mediante la intuición, a establecer un modelo M(t), o sistema filosófico, el cual ha de subyacer o sustentar a toda realidad R. Su conocimiento no puede compararse con R, por lo que su coherencia lógica, supone, bastará para asegurar su veracidad.
El teólogo, conectado mediante la fe con lo sobrenatural, ignora los modelos científicos, filosóficos y de otras religiones (excepto cuando apoyan sus creencias) mientras supone estar en un nivel superior al del resto de los mortales. Ignora a la realidad R por cuanto supone que lo sobrenatural le subyace o la sustenta.
El populista y el totalitario proponen modelos M(t) incompatibles con la realidad R. De ahí que, en lugar de mejorar sus modelos (como hace el científico) tratan de cambiar la realidad R mediante la mentira y el ocultamiento para que de esa forma sea compatible con sus falsas propuestas.
El partidario del relativismo cognitivo, no necesita cambiar su visión de la realidad R ni tampoco necesita mentir u ocultarla, ya que supone que existen tantas verdades posibles como seres humanos existan, como si la realidad constituyera una obra de arte abstracto que cada uno le ha de dar el significado subjetivo que desee.
Si bien el método científico no puede garantizar la veracidad de sus resultados, tampoco puede garantizar la falsedad de los resultados de lo que no se puede experimentar, tal como la filosofía y la religión. No todo lo que cae fuera de la verificación experimental ha de ser necesariamente falso, si bien resulta conveniente tener en cuenta los resultados ya obtenidos por la ciencia.
De la misma manera en que, en una persona, predomina una actitud sobre las restantes, en las sociedades predomina alguna de las posturas cognitivas mencionadas. Actualmente predominan las posturas anticientíficas haciendo que las personas normales elaboren pensamientos bastante alejados de la realidad, situación que caracteriza a quienes padecen alguna anormalidad psíquica. Tal es así que, mientras que el socialismo ha producido, y produce, nefastos resultados, gran porcentaje de la población mantiene su creencia de que debemos temer al capitalismo antes que al socialismo. Jean-François Revel escribió: “La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”.
En sociedades mentalmente dirigidas por ideologías elaboradas por fanáticos y por totalitarios, no debe esperarse grandes cambios, ya que las mejoras se logran en base al predominio de la verdad. Revel agrega: “Las sociedades abiertas, para utilizar el adjetivo de Henri Bergson y de Karl Popper, son a la vez la causa y el efecto de la libertad de informar y de informarse. Sin embargo, los que recogen la información parecen tener como preocupación dominante el falsificarla, y los que la reciben la de eludirla. Se invoca sin cesar en esas sociedades un deber de informar y un derecho a la información. Pero los profesionales se muestran tan solícitos en traicionar ese deber como sus clientes tan desinteresados en gozar de ese derecho. En la adulación mutua de los interlocutores de la comedia de la información, productores y consumidores fingen respetarse cuando no hacen más que temerse despreciándose. Sólo en las sociedades abiertas se puede observar y medir el auténtico celo de los hombres en decir la verdad y acogerla, puesto que su reinado no está obstaculizado por nadie más que por ellos mismos” (De “El conocimiento inútil”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1989).
domingo, 31 de julio de 2016
miércoles, 27 de julio de 2016
Derrame directo vs. derrame indirecto (Estado benefactor)
Quienes critican la “teoría del derrame directo” de la riqueza, a través del intercambio en el mercado, aducen que tal proceso es ineficaz por cuanto la riqueza no llega a todos. Los sectores liberales aducen, por el contrario que, luego que el sector productivo genere suficiente riqueza, ésta llegará, vía mercado, a todos los sectores. Si ello no ocurre será porque no existe suficiente producción o suficiente cantidad de empresarios; situación que caracteriza a los países subdesarrollados.
Los que critican al derrame directo, descartan que la ausencia de empresarios capaces y honestos sea la causa que impide una aceptable distribución, sino que “acusan” a la economía de mercado como la “culpable” de este problema. Por ello proponen alguna forma de socialismo, como el denominado Estado benefactor, que tiene como principal misión confiscar parte de las ganancias del sector empresarial para luego redistribuirla entre los “marginados por el mercado”. Puede hacerse un esquema de ambas propuestas:
Derrame directo: Productores intercambian con consumidores (El Estado garantiza el intercambio)
Derrame indirecto: Productores entregan su producción al Estado; el Estado redistribuye esa producción
Supongamos que, en una economía de mercado, a una empresa (luego de pagar sueldos, impuestos, etc.), le queda una ganancia de 100 unidades monetarias. Los accionistas de dicha empresa invertirán parte de esa ganancia y consumirán el resto. Supongamos que los porcentajes sean los siguientes:
Inversión: 60% - Consumo: 40%
La inversión productiva genera mayor cantidad de empleos o bien eleva los sueldos de los empleados existentes (si se trata de una reinversión en la misma empresa). Veamos ahora lo que sucede cuando interviene el Estado benefactor; luego de confiscar parte de esas ganancias, reduce la disponibilidad de recursos de los accionistas de la empresa y los porcentajes pueden variar de la siguiente forma:
Inversión: 30% - Consumo: 20% - Estado benefactor: 50%
Ahora es el Estado quien dispone de gran parte de los recursos que antes pertenecía al sector productivo. Sin embargo, el cambio más importante radica en que disminuyó la inversión. El país habrá de crecer menos, habrá menor cantidad de puestos de trabajo productivos (y habrá mayor cantidad de puestos estatales; generalmente improductivos o superfluos). También es posible que, ante una mayor presión fiscal, el empresariado limite sus actividades productivas o bien emigre hacia países con menor presión tributaria.
En este ejemplo elemental puede observarse que el “derrame indirecto” (por medio del Estado benefactor) tiende a reducir la producción y a empeorar las cosas. Desalienta al productor y alienta al parásito social. Por el contrario, el “derrame directo” tiende a estimular la producción y a desalentar la vagancia. Juan Llach escribió: “La crisis del Estado Benefactor afecta a su eficiencia, los incentivos a producir y su eficacia para mejorar la equidad social. Algunos de sus aspectos más relevantes podrían sintetizarse así: el Estado Benefactor se lleva hoy mucho dinero, y se lo lleva en proporción creciente para fines distintos de los que justificaron su existencia”.
“¿Cómo podemos saber que el Estado Benefactor se lleva, realmente, «demasiado dinero»? Intuitivamente podemos ver, en primer lugar, que la «cuña» interpuesta por el Estado Benefactor ha diluido demasiado el vínculo entre los esfuerzos o productividades del capital y del trabajo, por un lado, y el acceso de sus propietarios a los frutos de ese esfuerzo, por otro lado”.
“Es cierto que todos los que pensamos que el Estado tiene que cumplir un papel importante en el logro de una mayor equidad social debemos aceptar necesariamente impuestos que ponen una distancia entre los esfuerzos y los beneficios. Pero al mismo tiempo deberíamos reconocer que, en el Estado Benefactor, esa distancia es ya demasiado grande, porque quita incentivos a trabajar y producir a quienes son «pagadores netos» de recursos al Estado, y a veces también a los que son «receptores netos» y carecen de motivación suficiente para procurarse más recursos”. “Sin notarlo, y muy especialmente en los países desarrollados, se le fue, pues, atribuyendo al «Estado» la potestad para «producir» el bienestar con creciente independencia de lo que cada uno aportara al producto social y aun con cierta distancia de las necesidades de cada uno” (De “Otro siglo, otra Argentina”-Ariel-Buenos Aires 1997).
Otro aspecto a considerar es que las distintas generaciones se ven afectadas de distinta manera por tal proceso. El citado autor agrega: “La «producción» estatal del bienestar se basó cada vez más en el endeudamiento, comprometiendo el crecimiento e hipotecando por una doble vía el bienestar de las generaciones futuras; menos posibilidades de progresar, y más deudas. En el mismo sentido actuó la degradación del medio ambiente”.
“Nada menos que Paul Samuelson, economista keynesiano ilustre como pocos, reconoce en un artículo llamativamente titulado «¿Quién paga el futuro?»: «Mi generación, la de la época previa a la Segunda Guerra, fue doblemente afortunada. Gastamos casi todos nuestros ingresos en bienes necesarios y en lujos. Y cuando dejábamos de trabajar volvíamos a recibir un nuevo ingreso mínimo…Lo que los EEUU deben empezar a hacer –lo que Europa y Japón deben hacer- es mirar las reformas de Chile. El seguro social, con ‘S’ mayúscula, debe mantener al sector más pobre de la sociedad. Para los otros dos tercios todavía necesitamos la coacción que ordena ahorrar para el futuro»”.
“Esta hipoteca del futuro se ve con singular claridad en el nuevo enfoque de la contabilidad generacional, desarrollado por Auerbach y Kotlikoff en los EEUU. Pese a que es un país en el que la hipoteca del futuro no se llevó tan lejos, ellos calculan que mientras una persona de 70 años recibirá del Estado, de aquí en más, U$S 55.800, un joven de 20 años será un pagador neto al Estado por la suma de U$S 148.100, todo a valores de hoy. El principal supuesto del cálculo es que los beneficios vigentes se mantienen, pero que los impuestos se aumentan para que la política fiscal sea sostenible”.
“El proyecto estatal moderno, especialmente en los países desarrollados, y muy especialmente en Europa, se basó así en una falta de solidaridad entre las generaciones, y su desarrollo aparentemente ilimitado descansaba en una ilusión social”.
“Las cuentas sólo «cerraban» con un endeudamiento insostenible y, con diferencias apreciables entre los países, los logros de la «feliz asociación» se basaron en buena medida en un «paga Dios», un Dios bien terreno y presente en todos a los que se les prometió lo imposible, como los jubilados futuros, o en los chicos y jóvenes que deberán sacrificar parte de su bienestar para «pagar la fiesta» de sus mayores”.
Si el “derrame directo” (o distribución vía mercado), con sus limitaciones y desventajas, resulta ser el sistema económico menos malo, ello se debe a que se trata de un proceso natural autorregulado que se optimiza justamente haciendo uso de la ética natural implícita en las leyes psicológicas que rigen nuestra naturaleza humana. Por el contrario, los sistemas de tipo socialista se fundamentan en una actitud hipócrita de quienes son “generosos” repartiendo lo ajeno, o lo que otros producen, o bien fundamentado en el descaro de quienes pretenden vivir a costa del trabajo ajeno. Además, la forma en que las ideas socialistas se instalan en la sociedad se debe esencialmente a la difamación del sector productivo a través de una injusta generalización que no es otra cosa que una evidente discriminación social cuyos efectos no han sido, históricamente hablando, menores que los ocasionados por la discriminación racial.
Irving Kristol describe la mentalidad socialdemócrata imperante en el gobierno que sumió a New York en una grave crisis social y económica en los años 70: “Uno podría llamar a esta ideología la política de la compasión, o la política de la filantropía, o la política de la conciencia, o, quizás, simplemente, la política de la socialdemocracia. En verdad no disponemos de un nombre exacto y aceptable para clasificarla; sin embargo, tenemos una concepción lo suficientemente clara de ella. En realidad, su premisa básica ha sido brillantemente expresada por un distinguido filósofo de Harvard, John Rawls, en su libro A Theory of Justice…..”.
“Esta premisa afirma que las desigualdades económicas y todas las políticas sociales son justificadas sólo en la medida en que beneficien a los pobres y los ayuden a igualarse a los demás. Los neoyorkinos de la alta clase media se adhirieron con entusiasmo a esta premisa igualitaria mucho antes de que Rawls la definiera. Los frutos reales de ese principio, en el caso de la ciudad de New York, constituyen un fascinante experimento intelectual y social”.
“Los resultados del experimento son concluyentes, y yo afirmaría que demuestran que la premisa mencionada es la fórmula del desastre…Todo lo que el principio de ‘imparcialidad’ sostenido por Rawls significa, en efecto, es que nuestra sociedad se concentrará en lograr aparentes beneficios a corto plazo, destinados a los pobres. Esto resulta recomendable para la gente y los políticos de mentalidad ‘liberal’ [autodenominación utilizada por los socialdemócratas de EEUU], que no solamente desean hacer el bien, sino sentirse buenos y aparentar ser buenos mientras hacen el bien. El resultado final es una especie de ‘liberalismo’ [socialdemocracia] infantil que busca la gratificación inmediata, espiritual y política, mientras prepara el terreno para la frustración permanente…”.
“Para todos los que miran objetivamente la situación por la que pasa New York, es evidente que lo que los pobres de la ciudad necesitan es que haya más empleos. Por lo tanto, la principal política social de New York debería ser retener las fuentes de trabajo y crear nuevas. Desgraciadamente, alcanzar ese propósito significaría favorecer, a corto plazo, a los que no son pobres, es decir, a los hombres de negocios y a las empresas. Semejante política es totalmente repugnante para los que tienen un inflamado sentido de la compasión social, ya que si bien redundará en bien para los pobres, no hará bien a aquellos hombres y mujeres de holgada posición que necesitan sentirse buenos mientras otros los ven hacer el bien a los pobres. Semejante gente no puede posponer sus gratificaciones morales. Se trata, en verdad, de una forma de delincuencia moral desencadenada por una especie de elefantiasis del sentimiento moral, que hace que el estado mental de New York sea tan autodestructivo”.
“En lugar de favorecer la creación de empleos, la elite ‘liberal’ [socialdemócrata] de New York ha favorecido la destrucción de fuentes de trabajo en nombre de la reforma social… “.
“A menos que este estado mental se reforme, la ciudad se moverá inexorablemente hacia ese destino que parece haber elegido: ser un teatro moral para los acomodados y una reserva urbana para los pobres. Y todo eso existirá en nombre de la igualdad” (Citado en “La hora de la verdad” de William E. Simon-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1980).
Los que critican al derrame directo, descartan que la ausencia de empresarios capaces y honestos sea la causa que impide una aceptable distribución, sino que “acusan” a la economía de mercado como la “culpable” de este problema. Por ello proponen alguna forma de socialismo, como el denominado Estado benefactor, que tiene como principal misión confiscar parte de las ganancias del sector empresarial para luego redistribuirla entre los “marginados por el mercado”. Puede hacerse un esquema de ambas propuestas:
Derrame directo: Productores intercambian con consumidores (El Estado garantiza el intercambio)
Derrame indirecto: Productores entregan su producción al Estado; el Estado redistribuye esa producción
Supongamos que, en una economía de mercado, a una empresa (luego de pagar sueldos, impuestos, etc.), le queda una ganancia de 100 unidades monetarias. Los accionistas de dicha empresa invertirán parte de esa ganancia y consumirán el resto. Supongamos que los porcentajes sean los siguientes:
Inversión: 60% - Consumo: 40%
La inversión productiva genera mayor cantidad de empleos o bien eleva los sueldos de los empleados existentes (si se trata de una reinversión en la misma empresa). Veamos ahora lo que sucede cuando interviene el Estado benefactor; luego de confiscar parte de esas ganancias, reduce la disponibilidad de recursos de los accionistas de la empresa y los porcentajes pueden variar de la siguiente forma:
Inversión: 30% - Consumo: 20% - Estado benefactor: 50%
Ahora es el Estado quien dispone de gran parte de los recursos que antes pertenecía al sector productivo. Sin embargo, el cambio más importante radica en que disminuyó la inversión. El país habrá de crecer menos, habrá menor cantidad de puestos de trabajo productivos (y habrá mayor cantidad de puestos estatales; generalmente improductivos o superfluos). También es posible que, ante una mayor presión fiscal, el empresariado limite sus actividades productivas o bien emigre hacia países con menor presión tributaria.
En este ejemplo elemental puede observarse que el “derrame indirecto” (por medio del Estado benefactor) tiende a reducir la producción y a empeorar las cosas. Desalienta al productor y alienta al parásito social. Por el contrario, el “derrame directo” tiende a estimular la producción y a desalentar la vagancia. Juan Llach escribió: “La crisis del Estado Benefactor afecta a su eficiencia, los incentivos a producir y su eficacia para mejorar la equidad social. Algunos de sus aspectos más relevantes podrían sintetizarse así: el Estado Benefactor se lleva hoy mucho dinero, y se lo lleva en proporción creciente para fines distintos de los que justificaron su existencia”.
“¿Cómo podemos saber que el Estado Benefactor se lleva, realmente, «demasiado dinero»? Intuitivamente podemos ver, en primer lugar, que la «cuña» interpuesta por el Estado Benefactor ha diluido demasiado el vínculo entre los esfuerzos o productividades del capital y del trabajo, por un lado, y el acceso de sus propietarios a los frutos de ese esfuerzo, por otro lado”.
“Es cierto que todos los que pensamos que el Estado tiene que cumplir un papel importante en el logro de una mayor equidad social debemos aceptar necesariamente impuestos que ponen una distancia entre los esfuerzos y los beneficios. Pero al mismo tiempo deberíamos reconocer que, en el Estado Benefactor, esa distancia es ya demasiado grande, porque quita incentivos a trabajar y producir a quienes son «pagadores netos» de recursos al Estado, y a veces también a los que son «receptores netos» y carecen de motivación suficiente para procurarse más recursos”. “Sin notarlo, y muy especialmente en los países desarrollados, se le fue, pues, atribuyendo al «Estado» la potestad para «producir» el bienestar con creciente independencia de lo que cada uno aportara al producto social y aun con cierta distancia de las necesidades de cada uno” (De “Otro siglo, otra Argentina”-Ariel-Buenos Aires 1997).
Otro aspecto a considerar es que las distintas generaciones se ven afectadas de distinta manera por tal proceso. El citado autor agrega: “La «producción» estatal del bienestar se basó cada vez más en el endeudamiento, comprometiendo el crecimiento e hipotecando por una doble vía el bienestar de las generaciones futuras; menos posibilidades de progresar, y más deudas. En el mismo sentido actuó la degradación del medio ambiente”.
“Nada menos que Paul Samuelson, economista keynesiano ilustre como pocos, reconoce en un artículo llamativamente titulado «¿Quién paga el futuro?»: «Mi generación, la de la época previa a la Segunda Guerra, fue doblemente afortunada. Gastamos casi todos nuestros ingresos en bienes necesarios y en lujos. Y cuando dejábamos de trabajar volvíamos a recibir un nuevo ingreso mínimo…Lo que los EEUU deben empezar a hacer –lo que Europa y Japón deben hacer- es mirar las reformas de Chile. El seguro social, con ‘S’ mayúscula, debe mantener al sector más pobre de la sociedad. Para los otros dos tercios todavía necesitamos la coacción que ordena ahorrar para el futuro»”.
“Esta hipoteca del futuro se ve con singular claridad en el nuevo enfoque de la contabilidad generacional, desarrollado por Auerbach y Kotlikoff en los EEUU. Pese a que es un país en el que la hipoteca del futuro no se llevó tan lejos, ellos calculan que mientras una persona de 70 años recibirá del Estado, de aquí en más, U$S 55.800, un joven de 20 años será un pagador neto al Estado por la suma de U$S 148.100, todo a valores de hoy. El principal supuesto del cálculo es que los beneficios vigentes se mantienen, pero que los impuestos se aumentan para que la política fiscal sea sostenible”.
“El proyecto estatal moderno, especialmente en los países desarrollados, y muy especialmente en Europa, se basó así en una falta de solidaridad entre las generaciones, y su desarrollo aparentemente ilimitado descansaba en una ilusión social”.
“Las cuentas sólo «cerraban» con un endeudamiento insostenible y, con diferencias apreciables entre los países, los logros de la «feliz asociación» se basaron en buena medida en un «paga Dios», un Dios bien terreno y presente en todos a los que se les prometió lo imposible, como los jubilados futuros, o en los chicos y jóvenes que deberán sacrificar parte de su bienestar para «pagar la fiesta» de sus mayores”.
Si el “derrame directo” (o distribución vía mercado), con sus limitaciones y desventajas, resulta ser el sistema económico menos malo, ello se debe a que se trata de un proceso natural autorregulado que se optimiza justamente haciendo uso de la ética natural implícita en las leyes psicológicas que rigen nuestra naturaleza humana. Por el contrario, los sistemas de tipo socialista se fundamentan en una actitud hipócrita de quienes son “generosos” repartiendo lo ajeno, o lo que otros producen, o bien fundamentado en el descaro de quienes pretenden vivir a costa del trabajo ajeno. Además, la forma en que las ideas socialistas se instalan en la sociedad se debe esencialmente a la difamación del sector productivo a través de una injusta generalización que no es otra cosa que una evidente discriminación social cuyos efectos no han sido, históricamente hablando, menores que los ocasionados por la discriminación racial.
Irving Kristol describe la mentalidad socialdemócrata imperante en el gobierno que sumió a New York en una grave crisis social y económica en los años 70: “Uno podría llamar a esta ideología la política de la compasión, o la política de la filantropía, o la política de la conciencia, o, quizás, simplemente, la política de la socialdemocracia. En verdad no disponemos de un nombre exacto y aceptable para clasificarla; sin embargo, tenemos una concepción lo suficientemente clara de ella. En realidad, su premisa básica ha sido brillantemente expresada por un distinguido filósofo de Harvard, John Rawls, en su libro A Theory of Justice…..”.
“Esta premisa afirma que las desigualdades económicas y todas las políticas sociales son justificadas sólo en la medida en que beneficien a los pobres y los ayuden a igualarse a los demás. Los neoyorkinos de la alta clase media se adhirieron con entusiasmo a esta premisa igualitaria mucho antes de que Rawls la definiera. Los frutos reales de ese principio, en el caso de la ciudad de New York, constituyen un fascinante experimento intelectual y social”.
“Los resultados del experimento son concluyentes, y yo afirmaría que demuestran que la premisa mencionada es la fórmula del desastre…Todo lo que el principio de ‘imparcialidad’ sostenido por Rawls significa, en efecto, es que nuestra sociedad se concentrará en lograr aparentes beneficios a corto plazo, destinados a los pobres. Esto resulta recomendable para la gente y los políticos de mentalidad ‘liberal’ [autodenominación utilizada por los socialdemócratas de EEUU], que no solamente desean hacer el bien, sino sentirse buenos y aparentar ser buenos mientras hacen el bien. El resultado final es una especie de ‘liberalismo’ [socialdemocracia] infantil que busca la gratificación inmediata, espiritual y política, mientras prepara el terreno para la frustración permanente…”.
“Para todos los que miran objetivamente la situación por la que pasa New York, es evidente que lo que los pobres de la ciudad necesitan es que haya más empleos. Por lo tanto, la principal política social de New York debería ser retener las fuentes de trabajo y crear nuevas. Desgraciadamente, alcanzar ese propósito significaría favorecer, a corto plazo, a los que no son pobres, es decir, a los hombres de negocios y a las empresas. Semejante política es totalmente repugnante para los que tienen un inflamado sentido de la compasión social, ya que si bien redundará en bien para los pobres, no hará bien a aquellos hombres y mujeres de holgada posición que necesitan sentirse buenos mientras otros los ven hacer el bien a los pobres. Semejante gente no puede posponer sus gratificaciones morales. Se trata, en verdad, de una forma de delincuencia moral desencadenada por una especie de elefantiasis del sentimiento moral, que hace que el estado mental de New York sea tan autodestructivo”.
“En lugar de favorecer la creación de empleos, la elite ‘liberal’ [socialdemócrata] de New York ha favorecido la destrucción de fuentes de trabajo en nombre de la reforma social… “.
“A menos que este estado mental se reforme, la ciudad se moverá inexorablemente hacia ese destino que parece haber elegido: ser un teatro moral para los acomodados y una reserva urbana para los pobres. Y todo eso existirá en nombre de la igualdad” (Citado en “La hora de la verdad” de William E. Simon-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1980).
sábado, 23 de julio de 2016
Psicología de las multitudes
Un individuo, en interacción cercana con otros, puede ser influenciado de tal manera que sus respuestas lleguen a ser bastante distintas a las habituales, es decir, a aquellas surgidas en un estado de aislamiento circunstancial. Este es un fenómeno social que podría denominarse “inducción de la personalidad”, por el cual la actitud característica de una persona sufre modificaciones importantes ante la presión psicológica de otras personas o también ante la sensación de anonimato que percibe como integrante de una multitud.
Es oportuno decir que este fenómeno no es el mismo que el descrito por Ortega y Gasset acerca de la masificación del individuo. Si bien el hombre-masa es un producto de la influencia social y de su personalidad influenciable, se supone que, en ese caso, la inducción de la personalidad actúa en forma débil y permanente, mientras que la psicología de las multitudes implica la descripción de una influencia fuerte y momentánea. Gustave Le Bon escribió: “Entre los caracteres psicológicos de las muchedumbres hay algunos que son comunes con el individuo aislado; otros, por el contrario, le son absolutamente especiales, y no se encuentran sino en las colectividades”.
“El hecho más admirable que presenta una muchedumbre psicológica es el siguiente: el que, cualesquiera que sean los individuos que la componen, y por sus semejantes y desemejantes que sean su género de vida, sus ocupaciones, su carácter y su inteligencia, por el solo hecho de transformarse en muchedumbre poseen una clase de alma colectiva que les hace pensar, sentir y obrar de una manera completamente diferente a aquella de cómo pensaría, sentiría u obraría cada uno de ellos aisladamente. Emiten ideas, sentimientos, que no se producen o no se transforman en actos, sino en individuos constituidos en muchedumbre. La muchedumbre psicológica es un ser provisional formado de elementos heterogéneos que por un instante se unen, como las células que constituyen un cuerpo vivo forman por su reunión un ser nuevo que manifiesta caracteres muy diferentes a los poseídos por cada una de esas células”.
A pesar de la importancia del tema, el prestigio del citado autor fue decayendo en los últimos tiempos. Jean-Françoise Revel escribió: “Investigador omnidisciplinario, Gustave Le Bon escribió sobre biología, medicina, antropología, climatología, microfísica. Pero, si conoció la gloria, fue a causa de un librito publicado en 1895: «La Psychologie des foules». Esas ciento treinta y dos páginas dieron la vuelta al mundo y fueron, hasta la Segunda Guerra Mundial, una lectura obligada para cualquier candidato al bachillerato o al acta de diputado. Después vino el descredito, la desaparición. ¿Por qué? En primer lugar, porque se vio en Le Bon al «Maquiavelo de las masas», al mentor de los más nefastos manipuladores de muchedumbres del siglo XX: Mussolini, Hitler. De ser así, tan equitativo sería acusar a Pasteur de ser mentor de los microbios o a Charles Nicolle de ser responsable del tifus porque descubrió el virus que lo provoca” (De “El Renacimiento democrático”-Plaza & Janés Editores-Barcelona 1992).
El fenómeno social descrito por Le Bon puede ser utilizado tanto para el mal como para el bien. Así, un líder populista o totalitario puede reunir a miles de sus partidarios para inyectarles odio contra el resto de la sociedad como también puede surgir un Gandhi que reúne a su pueblo para orientarlo hacia una tarea pacífica y constructiva. Gustave Le Bon escribió: “La muchedumbre es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado; pero que, desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que estos sentimientos provocan, puede, siguiendo las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende de la manera en que está sugestionada la muchedumbre. Esto es lo que se ha desconocido por los escritores que han estudiado la muchedumbre desde el punto de vista criminal. La muchedumbre es frecuentemente criminal, sin duda, pero también es con frecuencia heroica. Tales son las muchedumbres a quienes se impulsa a dejarse matar por el triunfo de una creencia o de una idea, las muchedumbres se entusiasman por la gloria o por el honor, aquellas a quienes se arrastra casi sin pan y sin armas, como en la Era de las Cruzadas, para librar de infieles la tumba de Cristo….Si sólo hubiéramos de poner en el activo de los pueblos las grandes acciones fríamente razonadas, los anales del mundo registrarían muy pocos hechos heroicos” (De “Psicología de las multitudes”-Editorial Albatros-Buenos Aires 1972).
Algunos analistas políticos describen los movimientos populistas como un fenómeno análogo a una hipnosis masiva mediante la cual el líder conduce casi a voluntad los destinos de una nación. Es por ello que entre sus seguidores podrá encontrarse individuos de distintos niveles intelectuales y sociales. Jean-François Revel agrega: “Millares de individuos pueden encontrarse reunidos en un mismo lugar y no deslizarse hacia un comportamiento de muchedumbre. Por el contrario, dos docenas de participantes de una reunión pueden hacerlo, cuando las pasiones, la animosidad, la credulidad, el capricho y la impaciencia superan al razonamiento. Sabemos que una asamblea bien calentada por un cabecilla puede inclinarse hacia decisiones dementes que cada uno de los individuos que la componen no se hubiera atrevido a tomar solo. El sabio y el ignorante no se diferencian en nada cuando comulgan dentro de una misma exaltación colectiva en la que, dice Le Bon, «el sufragio de cuarenta académicos no es mejor que el de cuarenta aguadores»”.
“No hay ningún elitismo en la noción de muchedumbre según Le Bon. Un grupo humano se transforma en muchedumbre cuando repentinamente se hace sensible a la sugestión y no al razonamiento, a la imagen y no a la idea, a la afirmación y no a la prueba, a la repetición y no a los argumentos, al prestigio y no a la competencia”.
“En el seno de la muchedumbre, una creencia se extiende no por persuasión, sino por contagio. Los demagogos de todos los tiempos siempre han sabido jugar con esos mecanismos irracionales. Historiadores, memorialistas, novelistas, los han descrito a menudo en acción: ningún teórico les había analizado con tanta precisión como Gustave Le Bon, ni había anunciado tan claramente hasta qué punto eran portadores de una degradación e incluso de una destrucción de la democracia”.
“En un artículo de una desconcertante perspicacia, titulado «La evolución de Europa hacia las diversas formas de dictadura», publicado en 1924…, no solamente predijo a Europa días nefastos en una fecha en la que todavía apenas se esbozaba el auge del peligro, sino que enunció un axioma que, hasta hoy día, apenas comienza a ser penosamente aceptado, a saber, que «la dictadura de izquierdas es asimilable a la dictadura de derechas». Sobre todo –y ahí, sin exageración, podemos señalar un rasgo genial-, Le Bon formula, todavía con mayor anticipación, la idea que suministra por adelantado la explicación de la influencia de los medios audiovisuales, en un estadio de la técnica muy anterior a su aparición en la práctica”.
“Advierte que la cristalización de la muchedumbre, realidad ante todo psicológica, «no implica siempre la presencia de varios individuos en un mismo punto». Pues «millares de individuos separados pueden, en un momento dado, bajo la influencia de ciertas emociones violentas, adquirir los caracteres de una muchedumbre psicológica»”.
En la actualidad, podemos apreciar este fenómeno en el terrorismo islámico. Si bien alguien puede aducir que los diversos atentados son cometidos por un reducido número de individuos, se olvida que existe un apoyo tácito de millones de personas a lo largo y ancho del mundo. En una encuesta realizada por una radioemisora de Buenos Aires, luego del atentado a las torres de Nueva York, algo más de la mitad de los encuestados manifestó haber “festejado” ese hecho. De ahí que puede fácilmente conjeturarse que a otro porcentaje importante, tal hecho le puede haber resultado indiferente y un muy limitado porcentaje lo habrá visto como algo negativo ante el sufrimiento de muchos inocentes. El terrorismo islámico tiene el apoyo explícito del Corán cuando promete que “cada gota de sangre derramada en defensa de la fe tendrá más recompensa que el ayuno y la oración”, por lo cual el creyente que elimina a varios “infieles” tiene cierta certeza de que irá al cielo, finalizando su triste e insignificante vida, para comenzar otra, pero esta vez plena de dicha y felicidad.
A las ideologías que promueven el odio y la violencia, sólo se las puede combatir con “ideologías antídotos”, es decir, con información organizada que pueda convencer de alguna forma a los millones de seres humanos que apoyan en forma directa o indirecta la escalada de violencia.
Le Bon escribió: “Diversas son las causas que determinan la aparición de estos caracteres especiales en las muchedumbres, y que los individuos aislados no poseen. La primera es que el individuo en muchedumbre adquiere, por el solo hecho del número, un sentimiento de poder invencible que le permite ceder a instintos que, solo, hubiera seguramente refrenado. Esta falta de freno se dará tanto más cuanto el anónimo de la muchedumbre sea mayor, porque como el anónimo implica la irresponsabilidad, el temor, el sentimiento de la responsabilidad que siempre retiene al hombre, desaparece enteramente”.
“La segunda causa, el contagio, interviene igualmente para determinar en las muchedumbres la manifestación de caracteres especiales, y, al mismo tiempo, su orientación. El contagio es un fenómeno fácil de comprobar, pero no explicado, y que es preciso unir a los fenómenos de orden hipnótico…En una multitud, todo sentimiento, todo acto es contagioso, y contagioso hasta el punto que el individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al interés colectivo. Es ésta una aptitud muy contraria a su naturaleza, y de la cual forma parte una muchedumbre”.
“Una tercera causa, que es mucho más importante, determina en los individuos en muchedumbre, caracteres especiales a veces completamente contrarios a los del individuo aislado. Quiero hablar de la sugestibilidad, en la cual el contagio más intenso es sólo un efecto”.
“Observaciones muy determinadas parecen probar que el individuo, sumergido por algún tiempo en el seno de una muchedumbre tumultuosa, se encuentra bien pronto –por consecuencia de los efluvios que se desprenden de ella o por otras causas que no conocemos- en un estado particular que se aproxima mucho al estado de fascinación en que se halla el hipnotizado en manos del hipnotizador”.
“La personalidad consciente se desvanece enteramente, la voluntad y el discernimiento se pierden. Todos los sentimientos y los pensamientos son orientados en el sentido determinado por el hipnotizador”.
Mientras que los totalitarismos, ya sean políticos o teocráticos, se fundamentan en el gobierno mental que algunos líderes ejercerán sobre hombres que perderán su individualidad, las tendencias democráticas resaltan la individualidad junto a la responsabilidad personal, tratando de que cada hombre eluda cualquier influencia que pueda perturbar su libertad personal.
Es oportuno decir que este fenómeno no es el mismo que el descrito por Ortega y Gasset acerca de la masificación del individuo. Si bien el hombre-masa es un producto de la influencia social y de su personalidad influenciable, se supone que, en ese caso, la inducción de la personalidad actúa en forma débil y permanente, mientras que la psicología de las multitudes implica la descripción de una influencia fuerte y momentánea. Gustave Le Bon escribió: “Entre los caracteres psicológicos de las muchedumbres hay algunos que son comunes con el individuo aislado; otros, por el contrario, le son absolutamente especiales, y no se encuentran sino en las colectividades”.
“El hecho más admirable que presenta una muchedumbre psicológica es el siguiente: el que, cualesquiera que sean los individuos que la componen, y por sus semejantes y desemejantes que sean su género de vida, sus ocupaciones, su carácter y su inteligencia, por el solo hecho de transformarse en muchedumbre poseen una clase de alma colectiva que les hace pensar, sentir y obrar de una manera completamente diferente a aquella de cómo pensaría, sentiría u obraría cada uno de ellos aisladamente. Emiten ideas, sentimientos, que no se producen o no se transforman en actos, sino en individuos constituidos en muchedumbre. La muchedumbre psicológica es un ser provisional formado de elementos heterogéneos que por un instante se unen, como las células que constituyen un cuerpo vivo forman por su reunión un ser nuevo que manifiesta caracteres muy diferentes a los poseídos por cada una de esas células”.
A pesar de la importancia del tema, el prestigio del citado autor fue decayendo en los últimos tiempos. Jean-Françoise Revel escribió: “Investigador omnidisciplinario, Gustave Le Bon escribió sobre biología, medicina, antropología, climatología, microfísica. Pero, si conoció la gloria, fue a causa de un librito publicado en 1895: «La Psychologie des foules». Esas ciento treinta y dos páginas dieron la vuelta al mundo y fueron, hasta la Segunda Guerra Mundial, una lectura obligada para cualquier candidato al bachillerato o al acta de diputado. Después vino el descredito, la desaparición. ¿Por qué? En primer lugar, porque se vio en Le Bon al «Maquiavelo de las masas», al mentor de los más nefastos manipuladores de muchedumbres del siglo XX: Mussolini, Hitler. De ser así, tan equitativo sería acusar a Pasteur de ser mentor de los microbios o a Charles Nicolle de ser responsable del tifus porque descubrió el virus que lo provoca” (De “El Renacimiento democrático”-Plaza & Janés Editores-Barcelona 1992).
El fenómeno social descrito por Le Bon puede ser utilizado tanto para el mal como para el bien. Así, un líder populista o totalitario puede reunir a miles de sus partidarios para inyectarles odio contra el resto de la sociedad como también puede surgir un Gandhi que reúne a su pueblo para orientarlo hacia una tarea pacífica y constructiva. Gustave Le Bon escribió: “La muchedumbre es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado; pero que, desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que estos sentimientos provocan, puede, siguiendo las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende de la manera en que está sugestionada la muchedumbre. Esto es lo que se ha desconocido por los escritores que han estudiado la muchedumbre desde el punto de vista criminal. La muchedumbre es frecuentemente criminal, sin duda, pero también es con frecuencia heroica. Tales son las muchedumbres a quienes se impulsa a dejarse matar por el triunfo de una creencia o de una idea, las muchedumbres se entusiasman por la gloria o por el honor, aquellas a quienes se arrastra casi sin pan y sin armas, como en la Era de las Cruzadas, para librar de infieles la tumba de Cristo….Si sólo hubiéramos de poner en el activo de los pueblos las grandes acciones fríamente razonadas, los anales del mundo registrarían muy pocos hechos heroicos” (De “Psicología de las multitudes”-Editorial Albatros-Buenos Aires 1972).
Algunos analistas políticos describen los movimientos populistas como un fenómeno análogo a una hipnosis masiva mediante la cual el líder conduce casi a voluntad los destinos de una nación. Es por ello que entre sus seguidores podrá encontrarse individuos de distintos niveles intelectuales y sociales. Jean-François Revel agrega: “Millares de individuos pueden encontrarse reunidos en un mismo lugar y no deslizarse hacia un comportamiento de muchedumbre. Por el contrario, dos docenas de participantes de una reunión pueden hacerlo, cuando las pasiones, la animosidad, la credulidad, el capricho y la impaciencia superan al razonamiento. Sabemos que una asamblea bien calentada por un cabecilla puede inclinarse hacia decisiones dementes que cada uno de los individuos que la componen no se hubiera atrevido a tomar solo. El sabio y el ignorante no se diferencian en nada cuando comulgan dentro de una misma exaltación colectiva en la que, dice Le Bon, «el sufragio de cuarenta académicos no es mejor que el de cuarenta aguadores»”.
“No hay ningún elitismo en la noción de muchedumbre según Le Bon. Un grupo humano se transforma en muchedumbre cuando repentinamente se hace sensible a la sugestión y no al razonamiento, a la imagen y no a la idea, a la afirmación y no a la prueba, a la repetición y no a los argumentos, al prestigio y no a la competencia”.
“En el seno de la muchedumbre, una creencia se extiende no por persuasión, sino por contagio. Los demagogos de todos los tiempos siempre han sabido jugar con esos mecanismos irracionales. Historiadores, memorialistas, novelistas, los han descrito a menudo en acción: ningún teórico les había analizado con tanta precisión como Gustave Le Bon, ni había anunciado tan claramente hasta qué punto eran portadores de una degradación e incluso de una destrucción de la democracia”.
“En un artículo de una desconcertante perspicacia, titulado «La evolución de Europa hacia las diversas formas de dictadura», publicado en 1924…, no solamente predijo a Europa días nefastos en una fecha en la que todavía apenas se esbozaba el auge del peligro, sino que enunció un axioma que, hasta hoy día, apenas comienza a ser penosamente aceptado, a saber, que «la dictadura de izquierdas es asimilable a la dictadura de derechas». Sobre todo –y ahí, sin exageración, podemos señalar un rasgo genial-, Le Bon formula, todavía con mayor anticipación, la idea que suministra por adelantado la explicación de la influencia de los medios audiovisuales, en un estadio de la técnica muy anterior a su aparición en la práctica”.
“Advierte que la cristalización de la muchedumbre, realidad ante todo psicológica, «no implica siempre la presencia de varios individuos en un mismo punto». Pues «millares de individuos separados pueden, en un momento dado, bajo la influencia de ciertas emociones violentas, adquirir los caracteres de una muchedumbre psicológica»”.
En la actualidad, podemos apreciar este fenómeno en el terrorismo islámico. Si bien alguien puede aducir que los diversos atentados son cometidos por un reducido número de individuos, se olvida que existe un apoyo tácito de millones de personas a lo largo y ancho del mundo. En una encuesta realizada por una radioemisora de Buenos Aires, luego del atentado a las torres de Nueva York, algo más de la mitad de los encuestados manifestó haber “festejado” ese hecho. De ahí que puede fácilmente conjeturarse que a otro porcentaje importante, tal hecho le puede haber resultado indiferente y un muy limitado porcentaje lo habrá visto como algo negativo ante el sufrimiento de muchos inocentes. El terrorismo islámico tiene el apoyo explícito del Corán cuando promete que “cada gota de sangre derramada en defensa de la fe tendrá más recompensa que el ayuno y la oración”, por lo cual el creyente que elimina a varios “infieles” tiene cierta certeza de que irá al cielo, finalizando su triste e insignificante vida, para comenzar otra, pero esta vez plena de dicha y felicidad.
A las ideologías que promueven el odio y la violencia, sólo se las puede combatir con “ideologías antídotos”, es decir, con información organizada que pueda convencer de alguna forma a los millones de seres humanos que apoyan en forma directa o indirecta la escalada de violencia.
Le Bon escribió: “Diversas son las causas que determinan la aparición de estos caracteres especiales en las muchedumbres, y que los individuos aislados no poseen. La primera es que el individuo en muchedumbre adquiere, por el solo hecho del número, un sentimiento de poder invencible que le permite ceder a instintos que, solo, hubiera seguramente refrenado. Esta falta de freno se dará tanto más cuanto el anónimo de la muchedumbre sea mayor, porque como el anónimo implica la irresponsabilidad, el temor, el sentimiento de la responsabilidad que siempre retiene al hombre, desaparece enteramente”.
“La segunda causa, el contagio, interviene igualmente para determinar en las muchedumbres la manifestación de caracteres especiales, y, al mismo tiempo, su orientación. El contagio es un fenómeno fácil de comprobar, pero no explicado, y que es preciso unir a los fenómenos de orden hipnótico…En una multitud, todo sentimiento, todo acto es contagioso, y contagioso hasta el punto que el individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al interés colectivo. Es ésta una aptitud muy contraria a su naturaleza, y de la cual forma parte una muchedumbre”.
“Una tercera causa, que es mucho más importante, determina en los individuos en muchedumbre, caracteres especiales a veces completamente contrarios a los del individuo aislado. Quiero hablar de la sugestibilidad, en la cual el contagio más intenso es sólo un efecto”.
“Observaciones muy determinadas parecen probar que el individuo, sumergido por algún tiempo en el seno de una muchedumbre tumultuosa, se encuentra bien pronto –por consecuencia de los efluvios que se desprenden de ella o por otras causas que no conocemos- en un estado particular que se aproxima mucho al estado de fascinación en que se halla el hipnotizado en manos del hipnotizador”.
“La personalidad consciente se desvanece enteramente, la voluntad y el discernimiento se pierden. Todos los sentimientos y los pensamientos son orientados en el sentido determinado por el hipnotizador”.
Mientras que los totalitarismos, ya sean políticos o teocráticos, se fundamentan en el gobierno mental que algunos líderes ejercerán sobre hombres que perderán su individualidad, las tendencias democráticas resaltan la individualidad junto a la responsabilidad personal, tratando de que cada hombre eluda cualquier influencia que pueda perturbar su libertad personal.
miércoles, 20 de julio de 2016
Pensamiento único vs. Ideología única
Cuando se habla de “pensamiento único”, tendemos a pensar en Fidel Castro, o en otros líderes totalitarios, que prohíben pensar de otra forma que no sea la admitida por el Estado; quien lo haga, o difunda ideas ajenas a la ortodoxia oficial, será pasible de algún tipo de sanción. Sin embargo, los marxistas emplean la expresión “pensamiento único” para asociarla a sectores liberales.
Las figuras representativas del liberalismo europeo, Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek, han sido economistas que han hecho aportes a la ciencia económica. Como en toda rama de la ciencia experimental, existe un consenso generalizado acerca de lo que ha sido suficientemente verificado; de ahí que exista un “pensamiento único” respecto de las hipótesis o de las teorías que concuerdan con la realidad descrita. Por ejemplo, todos están de acuerdo en que el mecanismo del mercado es un proceso autorregulado. Sin embargo, no todos están de acuerdo respecto a que el Estado deba corregir sus ocasionales perturbaciones, y otros aspectos relativos al mismo.
En todas las ramas de la ciencia experimental sucede algo similar. Así, en física, nadie ha de dudar de la veracidad de la teoría de la relatividad o de la mecánica cuántica, ya que son teorías suficientemente verificadas. Sin embargo, Albert Einstein y Niels Bohr discutían arduamente respecto del significado de tales teorías y de su validez definitiva. Puede decirse que existen acuerdos respecto de lo que ha sido verificado, mientras que aparecen distintas posturas en las fronteras del conocimiento experimental, especialmente en cuanto a los pasos a seguir en el futuro.
En otros ámbitos de la cultura y del conocimiento, no existe algo similar por cuanto, en lugar de emplear el método experimental, se utilizan descripciones de la realidad sostenidas por la fe o por la razón, lo que da lugar a que todo sea cuestionable, excepto aquello que resulta bastante evidente. Este es el mundo de las ideologías, que son esquemas conceptuales organizados que tienden a dirigir las conductas individuales. Este es el caso de la filosofía y la religión, incluso las ideologías penetran en la política y en la economía por cuanto algunas ramas de las ciencias sociales permanecen en una etapa precientífica, como es el caso de la sociología. Esto puede evidenciarse cuando coexisten teorías opuestas y contradictorias respecto de un mismo aspecto de la realidad. Edward Shils escribió: “La ideología es una de las formas que pueden revestir los diversos modelos integradores de las creencias morales y cognitivas sobre el hombre, la sociedad y el universo (este último en relación con el hombre y la sociedad) que florecerá en las sociedades humanas. Credos y concepciones del mundo, programas, sistemas y corrientes de pensamiento figuran también entre aquellos tipos de modelos integradores que es preciso distinguir de la ideología”.
“Estos modelos de integración se diferencian entre sí por su grado de: (a) claridad de la formulación; (b) integración sistémica lograda en torno de una creencia moral o cognitiva determinada; (c) afinidad admitida con otros modelos pasados o contemporáneos; (d) hermetismo ante los nuevos elementos o variaciones; (e) imperatividad de expresión en el comportamiento; (f) afectividad implícita; (g) consenso exigido a aquellos que los aceptan; (h) carácter autoritario de la promulgación; e (i) asociación con un órgano corporativo destinado a encarnar el modelo de creencias” (De la “Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1979).
Si consideramos que una ideología es un conjunto organizado de ideas (algo similar a una teoría científica axiomática), puede decirse que encontraremos ideologías con fundamento científico e ideologías sin ese fundamento; ideologías compatibles con la realidad e ideologías incompatibles (en diversos grados). De ahí que no todo lo que no esté sustentado en el método de la ciencia ha de ser necesariamente falso o erróneo, ya que la instancia superior, en estos casos, es la propia realidad con sus leyes naturales. En todo caso, una ideología acertada debe ser, al menos, compatible con los resultados verificados por alguna rama de la ciencia experimental.
La expresión “pensamiento único” constituyó una reacción ante la aparición del libro “El fin de la historia y el último hombre” de Francis Fukuyama. Así como existe un “fin de la historia” bíblico, profetizado en el Apocalipsis, existe también un fin de la historia profetizado por Marx, quien supone que será el comunismo la sociedad que adoptará la humanidad en el futuro.
De la misma manera en que la Biblia predice el fin de una etapa de la humanidad para dar inicio a otra mejor, y no un fin destructivo de la humanidad, Fukuyama sostiene, ante el evidente fracaso del socialismo, que ha de ser la democracia liberal la que prevalecerá en el futuro. Si se hubiese contemplado esa posibilidad, se habría evitado el sufrimiento del pueblo venezolano en manos del chavismo y se dejaría de perder tiempo con experiencias similares que se tratan de imponer en algunos otros países. Ya es hora de que dediquemos el tiempo completo a perfeccionar y a implantar, gradualmente, la economía de mercado y la democracia política. Francis Fukuyama escribió: “Los distantes orígenes de este libro se encuentran en un artículo titulado «¿El fin de la historia?», que escribí para la revista The National Interest en el verano de 1989. En él argumentaba que un notable consenso respecto a la legitimidad de la democracia liberal como sistema de gobierno había surgido en el mundo, durante los años anteriores, al ir venciendo a ideologías rivales, como la monarquía hereditaria, el fascismo y, más recientemente, el comunismo. Más que esto, sin embargo, argüía que la democracia liberal podía constituir «el punto final de la evolución ideológica de la humanidad», la «forma final de gobierno», y que como tal marcaría «el fin de la historia». Es decir, que mientras las anteriores formas de gobierno se caracterizaron por graves defectos e irracionalidades que condujeron a su posible colapso, la democracia liberal estaba libre de estas contradicciones”.
“Esto no quería decir que las democracias estables de hoy, como las de EEUU, Francia o Suiza, no contuvieran injusticias o serios problemas sociales. Pero esos problemas se debían a una aplicación incompleta de los principios gemelos de libertad e igualdad, en los que se funda la democracia moderna, más que a una falla de los principios mismos. Si bien algunos países actuales pueden no alcanzar una democracia liberal estable, y otros pueden recaer en formas más primitivas de gobierno, como la teocracia o la dictadura militar, no se posible mejorar el ideal de la democracia liberal”.
“Tanto Hegel como Marx creían que la evolución de las sociedades humanas no era infinita, sino que acabaría cuando la humanidad hubiese alcanzado una forma de sociedad que satisficiera sus anhelos más profundos y fundamentales. Ambos pensadores, pues, postulaban un «fin de la historia»; para Hegel era el Estado liberal, mientras que para Marx era una sociedad comunista. Esto no significaba que el ciclo natural de nacimiento, vida y muerte llegara a su fin, ni que ya no hubieran de ocurrir acontecimientos importantes o que dejaran de publicarse los periódicos que informaran sobre ellos. Significaba, más bien que no habría nuevos progresos en el desarrollo de los principios e instituciones subyacentes, porque todos los problemas realmente cruciales habrían sido resueltos” (De “El fin de la historia y el último hombre”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1994).
La gran diferencia existente entre las ideologías con fundamento científico, como el liberalismo, y las que carecen de ese fundamento (fascismo, nazismo, marxismo, religiones subjetivas, etc.) radica en que las primeras van progresando a medida que el tiempo transcurre mientras que las restantes tienden a ser rígidas y a combatir ferozmente a las demás, es decir, no admiten la posible validez de las restantes por cuanto no tratan de encontrar la verdad sino que buscan imponer sus propios criterios sectoriales.
Así como toda religión excluye a las demás, por cuestiones de fe y dogmatismo, las diversas ideologías totalitarias hacen otro tanto con el resto. Por el contrario, la ciencia económica, al tener valor universal (se pueden verificar sus conclusiones en cualquier parte del mundo), se difunde por sus valores intrínsecos sin necesidad de descalificar al resto, si bien resulta necesario advertir los errores inherentes a las teorías rivales.
Quienes tratan de imponer alguna “ideología única”, ya sea por la fuerza o por el engaño, muestran altas dosis de soberbia y de cinismo, ya que lo que pretenden masificar no tiene compatibilidad alguna con la ética natural. De ahí cierto paralelismo entre el totalitarismo marxista-leninista y el fundamentalismo islámico. La simpatía, disimulada muchas veces, que sienten los marxistas por el terrorismo islámico se debe a que éste está alcanzado éxito en su tarea destructiva de la civilización occidental.
Aunque la nuestra ha sido reconocida como una era científica, al menos desde el punto de vista de las aplicaciones tecnológicas de la ciencia, el pensamiento predominante dista bastante de fundamentarse y de ser compatible con ella. Por el contrario, se sigue considerando a la fe como la guía de nuestras acciones (como sucede en religión), o bien se considera al razonamiento y a la coherencia lógica (como sucede en filosofía), dejando un tanto relegado el criterio experimental de la ciencia.
Las ideologías que resultan perjudiciales al hombre y a la sociedad, parten de principios accesibles sólo a la fe, como es el caso de las religiones violentas y de las ideologías totalitarias. Luego, a partir de esos principios, desarrollan las consecuencias lógicas, que generalmente son incompatibles con la realidad y con la ética elemental, induciendo comportamientos absurdos y destructivos. Edward Shils escribió: “En relación a la veracidad cognitiva de las ideologías, habría que señalar que ninguna gran ideología ha considerado nunca la búsqueda disciplinada de la verdad, mediante procedimientos científicos y desde el talante característico de la ciencia moderna, como parte integrante de sus deberes. La misma concepción de una esfera y de una tradición autónomas de actividad intelectual disciplinada es ajena a las exigencias totalizadoras de la orientación ideológica. En efecto, las ideologías no acreditan los esfuerzos ni las capacidades cognitivas independientes del hombre”.
Se aduce que la religión debe ser compatible con la ciencia de manera de ir eliminando los conflictos que generan. También el método científico podrá ayudar a resolver los problemas generados por las falsas ideologías. Recordemos que las grandes catástrofes humanitarias ocurrieron cuando alguien “descubrió” que existían razas superiores e inferiores, sugiriendo que las primeras debían eliminar a las segundas para mejorar la humanidad. O cuando alguien “descubrió” que existen clases sociales correctas e incorrectas, sugiriendo que las primeras debían eliminar a las segundas para mejorar la sociedad y la humanidad.
El actual contenido de la Psicología Social permite disponer de un fundamento concreto y verificable, cuyas deducciones permiten establecer una ideología capaz de reemplazar a las ideologías pobremente fundamentadas, además de reforzar aquellas compatibles con la ley natural.
Las figuras representativas del liberalismo europeo, Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek, han sido economistas que han hecho aportes a la ciencia económica. Como en toda rama de la ciencia experimental, existe un consenso generalizado acerca de lo que ha sido suficientemente verificado; de ahí que exista un “pensamiento único” respecto de las hipótesis o de las teorías que concuerdan con la realidad descrita. Por ejemplo, todos están de acuerdo en que el mecanismo del mercado es un proceso autorregulado. Sin embargo, no todos están de acuerdo respecto a que el Estado deba corregir sus ocasionales perturbaciones, y otros aspectos relativos al mismo.
En todas las ramas de la ciencia experimental sucede algo similar. Así, en física, nadie ha de dudar de la veracidad de la teoría de la relatividad o de la mecánica cuántica, ya que son teorías suficientemente verificadas. Sin embargo, Albert Einstein y Niels Bohr discutían arduamente respecto del significado de tales teorías y de su validez definitiva. Puede decirse que existen acuerdos respecto de lo que ha sido verificado, mientras que aparecen distintas posturas en las fronteras del conocimiento experimental, especialmente en cuanto a los pasos a seguir en el futuro.
En otros ámbitos de la cultura y del conocimiento, no existe algo similar por cuanto, en lugar de emplear el método experimental, se utilizan descripciones de la realidad sostenidas por la fe o por la razón, lo que da lugar a que todo sea cuestionable, excepto aquello que resulta bastante evidente. Este es el mundo de las ideologías, que son esquemas conceptuales organizados que tienden a dirigir las conductas individuales. Este es el caso de la filosofía y la religión, incluso las ideologías penetran en la política y en la economía por cuanto algunas ramas de las ciencias sociales permanecen en una etapa precientífica, como es el caso de la sociología. Esto puede evidenciarse cuando coexisten teorías opuestas y contradictorias respecto de un mismo aspecto de la realidad. Edward Shils escribió: “La ideología es una de las formas que pueden revestir los diversos modelos integradores de las creencias morales y cognitivas sobre el hombre, la sociedad y el universo (este último en relación con el hombre y la sociedad) que florecerá en las sociedades humanas. Credos y concepciones del mundo, programas, sistemas y corrientes de pensamiento figuran también entre aquellos tipos de modelos integradores que es preciso distinguir de la ideología”.
“Estos modelos de integración se diferencian entre sí por su grado de: (a) claridad de la formulación; (b) integración sistémica lograda en torno de una creencia moral o cognitiva determinada; (c) afinidad admitida con otros modelos pasados o contemporáneos; (d) hermetismo ante los nuevos elementos o variaciones; (e) imperatividad de expresión en el comportamiento; (f) afectividad implícita; (g) consenso exigido a aquellos que los aceptan; (h) carácter autoritario de la promulgación; e (i) asociación con un órgano corporativo destinado a encarnar el modelo de creencias” (De la “Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1979).
Si consideramos que una ideología es un conjunto organizado de ideas (algo similar a una teoría científica axiomática), puede decirse que encontraremos ideologías con fundamento científico e ideologías sin ese fundamento; ideologías compatibles con la realidad e ideologías incompatibles (en diversos grados). De ahí que no todo lo que no esté sustentado en el método de la ciencia ha de ser necesariamente falso o erróneo, ya que la instancia superior, en estos casos, es la propia realidad con sus leyes naturales. En todo caso, una ideología acertada debe ser, al menos, compatible con los resultados verificados por alguna rama de la ciencia experimental.
La expresión “pensamiento único” constituyó una reacción ante la aparición del libro “El fin de la historia y el último hombre” de Francis Fukuyama. Así como existe un “fin de la historia” bíblico, profetizado en el Apocalipsis, existe también un fin de la historia profetizado por Marx, quien supone que será el comunismo la sociedad que adoptará la humanidad en el futuro.
De la misma manera en que la Biblia predice el fin de una etapa de la humanidad para dar inicio a otra mejor, y no un fin destructivo de la humanidad, Fukuyama sostiene, ante el evidente fracaso del socialismo, que ha de ser la democracia liberal la que prevalecerá en el futuro. Si se hubiese contemplado esa posibilidad, se habría evitado el sufrimiento del pueblo venezolano en manos del chavismo y se dejaría de perder tiempo con experiencias similares que se tratan de imponer en algunos otros países. Ya es hora de que dediquemos el tiempo completo a perfeccionar y a implantar, gradualmente, la economía de mercado y la democracia política. Francis Fukuyama escribió: “Los distantes orígenes de este libro se encuentran en un artículo titulado «¿El fin de la historia?», que escribí para la revista The National Interest en el verano de 1989. En él argumentaba que un notable consenso respecto a la legitimidad de la democracia liberal como sistema de gobierno había surgido en el mundo, durante los años anteriores, al ir venciendo a ideologías rivales, como la monarquía hereditaria, el fascismo y, más recientemente, el comunismo. Más que esto, sin embargo, argüía que la democracia liberal podía constituir «el punto final de la evolución ideológica de la humanidad», la «forma final de gobierno», y que como tal marcaría «el fin de la historia». Es decir, que mientras las anteriores formas de gobierno se caracterizaron por graves defectos e irracionalidades que condujeron a su posible colapso, la democracia liberal estaba libre de estas contradicciones”.
“Esto no quería decir que las democracias estables de hoy, como las de EEUU, Francia o Suiza, no contuvieran injusticias o serios problemas sociales. Pero esos problemas se debían a una aplicación incompleta de los principios gemelos de libertad e igualdad, en los que se funda la democracia moderna, más que a una falla de los principios mismos. Si bien algunos países actuales pueden no alcanzar una democracia liberal estable, y otros pueden recaer en formas más primitivas de gobierno, como la teocracia o la dictadura militar, no se posible mejorar el ideal de la democracia liberal”.
“Tanto Hegel como Marx creían que la evolución de las sociedades humanas no era infinita, sino que acabaría cuando la humanidad hubiese alcanzado una forma de sociedad que satisficiera sus anhelos más profundos y fundamentales. Ambos pensadores, pues, postulaban un «fin de la historia»; para Hegel era el Estado liberal, mientras que para Marx era una sociedad comunista. Esto no significaba que el ciclo natural de nacimiento, vida y muerte llegara a su fin, ni que ya no hubieran de ocurrir acontecimientos importantes o que dejaran de publicarse los periódicos que informaran sobre ellos. Significaba, más bien que no habría nuevos progresos en el desarrollo de los principios e instituciones subyacentes, porque todos los problemas realmente cruciales habrían sido resueltos” (De “El fin de la historia y el último hombre”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1994).
La gran diferencia existente entre las ideologías con fundamento científico, como el liberalismo, y las que carecen de ese fundamento (fascismo, nazismo, marxismo, religiones subjetivas, etc.) radica en que las primeras van progresando a medida que el tiempo transcurre mientras que las restantes tienden a ser rígidas y a combatir ferozmente a las demás, es decir, no admiten la posible validez de las restantes por cuanto no tratan de encontrar la verdad sino que buscan imponer sus propios criterios sectoriales.
Así como toda religión excluye a las demás, por cuestiones de fe y dogmatismo, las diversas ideologías totalitarias hacen otro tanto con el resto. Por el contrario, la ciencia económica, al tener valor universal (se pueden verificar sus conclusiones en cualquier parte del mundo), se difunde por sus valores intrínsecos sin necesidad de descalificar al resto, si bien resulta necesario advertir los errores inherentes a las teorías rivales.
Quienes tratan de imponer alguna “ideología única”, ya sea por la fuerza o por el engaño, muestran altas dosis de soberbia y de cinismo, ya que lo que pretenden masificar no tiene compatibilidad alguna con la ética natural. De ahí cierto paralelismo entre el totalitarismo marxista-leninista y el fundamentalismo islámico. La simpatía, disimulada muchas veces, que sienten los marxistas por el terrorismo islámico se debe a que éste está alcanzado éxito en su tarea destructiva de la civilización occidental.
Aunque la nuestra ha sido reconocida como una era científica, al menos desde el punto de vista de las aplicaciones tecnológicas de la ciencia, el pensamiento predominante dista bastante de fundamentarse y de ser compatible con ella. Por el contrario, se sigue considerando a la fe como la guía de nuestras acciones (como sucede en religión), o bien se considera al razonamiento y a la coherencia lógica (como sucede en filosofía), dejando un tanto relegado el criterio experimental de la ciencia.
Las ideologías que resultan perjudiciales al hombre y a la sociedad, parten de principios accesibles sólo a la fe, como es el caso de las religiones violentas y de las ideologías totalitarias. Luego, a partir de esos principios, desarrollan las consecuencias lógicas, que generalmente son incompatibles con la realidad y con la ética elemental, induciendo comportamientos absurdos y destructivos. Edward Shils escribió: “En relación a la veracidad cognitiva de las ideologías, habría que señalar que ninguna gran ideología ha considerado nunca la búsqueda disciplinada de la verdad, mediante procedimientos científicos y desde el talante característico de la ciencia moderna, como parte integrante de sus deberes. La misma concepción de una esfera y de una tradición autónomas de actividad intelectual disciplinada es ajena a las exigencias totalizadoras de la orientación ideológica. En efecto, las ideologías no acreditan los esfuerzos ni las capacidades cognitivas independientes del hombre”.
Se aduce que la religión debe ser compatible con la ciencia de manera de ir eliminando los conflictos que generan. También el método científico podrá ayudar a resolver los problemas generados por las falsas ideologías. Recordemos que las grandes catástrofes humanitarias ocurrieron cuando alguien “descubrió” que existían razas superiores e inferiores, sugiriendo que las primeras debían eliminar a las segundas para mejorar la humanidad. O cuando alguien “descubrió” que existen clases sociales correctas e incorrectas, sugiriendo que las primeras debían eliminar a las segundas para mejorar la sociedad y la humanidad.
El actual contenido de la Psicología Social permite disponer de un fundamento concreto y verificable, cuyas deducciones permiten establecer una ideología capaz de reemplazar a las ideologías pobremente fundamentadas, además de reforzar aquellas compatibles con la ley natural.
domingo, 17 de julio de 2016
De la crisis a la normalidad económica
La salida de las economías de tipo socialista, populista o intervencionista, para llegar a una economía de mercado, por lo general resulta dificultosa, o bien fallida. En caso de que tal salida sea exitosa, se advertirá que el proceso requirió de varios años, en los cuales los iniciadores del cambio hicieron partícipes a gran parte de la población de un cambio de mentalidad. Sin la participación de la sociedad, tal cambio no podrá establecerse.
La implantación de una economía de mercado requiere el abandono lento y paulatino de viejas prácticas tales como las de los empresarios que no quieren competir con otros del propio país y mucho menos con los extranjeros, ya que buscan optimizar ganancias bajo el proteccionismo y la complicidad de los políticos a cargo del Estado. Sin competencia no hay mercado, sino alguna forma solapada de monopolio. Tampoco los gremialistas admiten la competencia laboral, ya que, al igual que la mayor parte de los empresarios, busca optimizar “ganancias” a cualquier precio.
Los cambios requeridos, para llegar al capitalismo, no deben apuntar hacia metas concretas sino, sobre todo, a un cambio de dirección. Álvaro Alsogaray escribió: “Hay que avanzar siempre hacia una economía abierta, a la cual tal vez nunca se llegue, pero que reportará grandes beneficios tan solo por la circunstancia de encaminarse hacia ella. En este campo es especialmente importante destacar lo que ya se ha dicho en términos generales acerca de la tendencia. La economía de Mercado no pretende pasar del estado actual a un libre cambio absoluto en el término de días y ni siquiera de años. Lo que busca es que se establezca una tendencia hacia un comercio internacional más libre, donde nosotros seremos capaces de vender lo que sabemos producir a bajo costo y donde podremos comprar, a los mejores precios, lo que otros se esfuerzan en vender. Esta tendencia o transición asegura a los empresarios actuales que nunca se verán expuestos a situaciones imposibles de resolver de la noche a la mañana, pero les fija, al mismo tiempo una orientación precisa para que puedan formular sus propios planes”.
“La decisión de tender hacia una economía abierta debe complementarse, naturalmente, con la formación de una verdadera mentalidad exportadora. Los mercados deben ser conquistados en franca competencia con otros vendedores y esto exige el desarrollo de aptitudes especiales en lo que hace al comercio internacional”.
“La Economía Social de Mercado es una tendencia y no una ruptura dramática con todo el orden establecido. Da tiempo para que cada uno se adapte a las nuevas situaciones que se van creando, las cuales, por otra parte, abren nuevas y promisorias oportunidades. Sólo algunas medidas deben ser tomadas de una sola vez, sin vacilaciones ni temores, pero aun esas medidas no producen sino efectos paulatinos e individualmente controlados. En esta noción de tendencia y no de sujeción a un modelo rígido, reside una de las claves fundamentales de la acción política relacionada con el orden económico-social y la Economía Social de Mercado” (De “Bases para la acción política futura”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1968).
La transición gradual requiere de cierto proteccionismo del Estado, especialmente ante la importación de bienes desde países con mayor nivel tecnológico. Tal proteccionismo se debe ir limitando a medida que se mejora la competitividad. Si se abren las importaciones totalmente, se actúa como aquellos instructores de natación que arrojan al agua a quien no sabe nadar; o aprende rápidamente o se ahoga. El citado autor escribe al respecto: “Todo país debe aspirar a una mayor industrialización. Por regla general dicha industrialización requerirá, en los momentos iniciales, un cierto grado de proteccionismo. La economía de Mercado no se opone a ello. No aboga por el funcionamiento de un libre cambio absoluto que elimine las barreras aduaneras, sobre todo cuando no existe reciprocidad en ninguna parte del mundo. Pero la industrialización debe ser sana en términos económicos y no debe estar dirigida por la burocracia sino por los indicadores del Mercado”. “Además, el nivel de protección no debe ser tan elevado ni extenderse durante un lapso tan prolongado como para que signifique un premio a la ineficiencia y una garantía «sine-die» basada en esos privilegios. La regla más conveniente es la de establecer niveles razonables de protección, de carácter no discriminatorio, para que los empresarios instalen aquellas fábricas o emprendan aquellas actividades que puedan funcionar dentro de esos niveles”.
“Además debe fijarse una escala decreciente, a lo largo de un cierto número de años, para ir disminuyendo paulatinamente la protección de manera de aproximarse cada vez más a los precios internacionales. Cuando determinadas industrias obtengan del gobierno estímulos o privilegios especiales, la exigencia de no apartarse demasiado de los niveles del mercado internacional deberá ser todavía más severa”.
“El funcionamiento irrestricto del Mercado puede provocar, en determinadas circunstancias, y sobre todo durante el periodo de transición, daños graves a numerosos individuos que estos últimos no podrían por sí solos sobrellevar. En esos casos el criterio social obliga a intervenir para limitar las fricciones y asperezas que produce el libre juego del Mercado”.
El auge y la permanencia del populismo, en los países subdesarrollados, tienen un aliado importante, y son los políticos que imitan lo que hacen los países desarrollados sin pasar previamente por las etapas que la transición exige. Sin la participación masiva de la población, sin la búsqueda de una tendencia sino de resultados inmediatos, sin la gradualidad aconsejada por economistas como el citado autor, la transición exitosa tendrá pocas posibilidades de establecerse.
En la Argentina, pocas veces se ha visto a un gremialista alentar a los trabajadores a mejorar su desempeño para que las empresas estatales sean más eficientes y dejen de dar pérdidas. En países con un patriotismo casi nulo, cada trabajador trata de trabajar lo menos posible y recibir del Estado lo más posible. Ante el exceso alarmante de empleos estatales, al menos debería intentarse un reciclaje del personal buscando la realización de tareas útiles para el resto de la sociedad. Puede decirse que las fuerzas productivas trabajan, no para la inversión y el crecimiento, sino para mantener a unos 2 millones de empleados estatales prescindibles.
La decadencia económica se debe a la eficaz instalación de políticas erróneas, mientras que a las políticas correctas, a veces se las ha deseado implantar, aunque con poca eficacia. Es decir, por más que se tenga la intención de implantar en la nación una economía sana, no se logrará tal objetivo si previamente no existe, al menos, un consenso parcial de la población. Por el contrario, en la Argentina se cree que lo que ha fallado en el mundo no ha sido el socialismo, sino el capitalismo, por lo que la prédica de los políticos apunta casi siempre a protegernos del capitalismo impulsando a la vez alguna forma de socialismo.
La mentalidad redistribucionista no es criticable si lleva por objetivo solucionar los problemas sociales de la gente con menores recursos. Lo criticable es que se ha intentado “solucionar” el problema de la vagancia generalizada traspasando recursos del sector productivo al sector parasitario. Además, ninguna política de asistencia social será viable si no existe previamente una economía eficiente que la sustente. Al intentar repartir lo que no hay, o mucho más de lo que hay, sólo se logra reducir la inversión y el crecimiento, para insertar la inflación y el estancamiento económico.
Los sectores populistas y totalitarios han sido eficaces en la difamación permanente del capitalismo, incluso denominan “sistema injusto” a los propios engendros intervencionistas que califican como “capitalismo”. Jorge Martinoli escribió: “El capitalismo tiene mala prensa. Teñido de una propaganda ideológica eficiente, se lo identifica con un sistema que sirve para explotar al hombre, para hacer aún más desgarradora su existencia”. “«Ricos contra pobres», «Poderosos frente a débiles», «Beneficiados o marginados», son algunas de las consignas utilizadas para endilgar las responsabilidades que por estas diferencias se le adjudican a esta forma de producción de bienes”. “El capitalismo no es ni malo ni bueno, ni solidario ni explotador, ni admite ninguna otra adjetivación, pues se trata simplemente de una forma de producir –de un método- no de una finalidad política en sí misma”. “Hace carne el principio «la unión hace la fuerza», pues en lo fáctico se imbrica en la tendencia moderna de que el trabajo por equipo es más beneficioso que el individual”. “Los hombres con iniciativa unen su esfuerzo, así como sus capitales y destrezas para producir más y mejor. Eso –nada más que eso- significa «capitalismo»”.
“Me pregunto y los interrogo: ¿Qué sería del mundo moderno –de ustedes- sin empresas? Con una población que crece en progresión geométrica, mientras que los recursos naturales, con cálculos optimistas, sólo lo hacen en aritmética, ¿dónde estaríamos sin los bienes, trabajos, servicios e impuestos que brindan estas organizaciones?”. “Estar contra el capitalismo es estar en contra de la vida, el progreso, o a favor de la destrucción y aniquilación de nuestros congéneres, por cuanto no se puede concebir alimentar un mundo inmenso en constante expansión, sin el concurso de todos, más la ayuda de la tecnología” (De “¡Salvemos la República perdida! ¿o podrida?”-Ediciones Del Boulevard”-Córdoba 1999).
Respecto a las economías mixtas, con un Estado distorsionando al proceso autorregulado del mercado, Jean François Revel escribió: “A fin de comprender por qué fracasan la mayor parte de las reformas liberales en los sistemas centralizados, podemos pensar en la diferencia que existe en química entre una combinación y una mezcla. Cuando se «inyecta mercado» como dicen los burócratas, en una economía colectivizada o dirigida, se obtiene una mezcla, es decir; una simple superposición de sustancias heterogéneas que no crean ninguna dinámica nueva. Por el contrario, en una verdadera economía de mercado, las diversas sustancias que la componen se asocian entre ellas según proporciones determinadas para forma una combinación, es decir; para producir un cuerpo nuevo que no pueda desagregarse ni retornar a sus elementos primitivos”.
“La combinación posee la estabilidad de una estructura homogénea y original. Los frecuentes fracasos de las liberalizaciones limitadas proceden de que los conversos recientes ignoran demasiado esta ley y creen que se pueden contentar con añadir unos retoques a una organización centralizada y nacionalizada cuya naturaleza profunda rechaza en su totalidad el mercado. De ahí las penosas sacudidas que desencadenan, con sus modificaciones parciales, los reformistas valientes que, por otro lado, no dejan de obtener algunos éxitos, pero también parciales…..Si esos hombres desencadenan seísmos, es sobre todo porque reforman ciertos aspectos y no otros…” (De “El Renacimiento democrático”-Plaza & Janés Editores-Barcelona 1992)
La implantación de una economía de mercado requiere el abandono lento y paulatino de viejas prácticas tales como las de los empresarios que no quieren competir con otros del propio país y mucho menos con los extranjeros, ya que buscan optimizar ganancias bajo el proteccionismo y la complicidad de los políticos a cargo del Estado. Sin competencia no hay mercado, sino alguna forma solapada de monopolio. Tampoco los gremialistas admiten la competencia laboral, ya que, al igual que la mayor parte de los empresarios, busca optimizar “ganancias” a cualquier precio.
Los cambios requeridos, para llegar al capitalismo, no deben apuntar hacia metas concretas sino, sobre todo, a un cambio de dirección. Álvaro Alsogaray escribió: “Hay que avanzar siempre hacia una economía abierta, a la cual tal vez nunca se llegue, pero que reportará grandes beneficios tan solo por la circunstancia de encaminarse hacia ella. En este campo es especialmente importante destacar lo que ya se ha dicho en términos generales acerca de la tendencia. La economía de Mercado no pretende pasar del estado actual a un libre cambio absoluto en el término de días y ni siquiera de años. Lo que busca es que se establezca una tendencia hacia un comercio internacional más libre, donde nosotros seremos capaces de vender lo que sabemos producir a bajo costo y donde podremos comprar, a los mejores precios, lo que otros se esfuerzan en vender. Esta tendencia o transición asegura a los empresarios actuales que nunca se verán expuestos a situaciones imposibles de resolver de la noche a la mañana, pero les fija, al mismo tiempo una orientación precisa para que puedan formular sus propios planes”.
“La decisión de tender hacia una economía abierta debe complementarse, naturalmente, con la formación de una verdadera mentalidad exportadora. Los mercados deben ser conquistados en franca competencia con otros vendedores y esto exige el desarrollo de aptitudes especiales en lo que hace al comercio internacional”.
“La Economía Social de Mercado es una tendencia y no una ruptura dramática con todo el orden establecido. Da tiempo para que cada uno se adapte a las nuevas situaciones que se van creando, las cuales, por otra parte, abren nuevas y promisorias oportunidades. Sólo algunas medidas deben ser tomadas de una sola vez, sin vacilaciones ni temores, pero aun esas medidas no producen sino efectos paulatinos e individualmente controlados. En esta noción de tendencia y no de sujeción a un modelo rígido, reside una de las claves fundamentales de la acción política relacionada con el orden económico-social y la Economía Social de Mercado” (De “Bases para la acción política futura”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1968).
La transición gradual requiere de cierto proteccionismo del Estado, especialmente ante la importación de bienes desde países con mayor nivel tecnológico. Tal proteccionismo se debe ir limitando a medida que se mejora la competitividad. Si se abren las importaciones totalmente, se actúa como aquellos instructores de natación que arrojan al agua a quien no sabe nadar; o aprende rápidamente o se ahoga. El citado autor escribe al respecto: “Todo país debe aspirar a una mayor industrialización. Por regla general dicha industrialización requerirá, en los momentos iniciales, un cierto grado de proteccionismo. La economía de Mercado no se opone a ello. No aboga por el funcionamiento de un libre cambio absoluto que elimine las barreras aduaneras, sobre todo cuando no existe reciprocidad en ninguna parte del mundo. Pero la industrialización debe ser sana en términos económicos y no debe estar dirigida por la burocracia sino por los indicadores del Mercado”. “Además, el nivel de protección no debe ser tan elevado ni extenderse durante un lapso tan prolongado como para que signifique un premio a la ineficiencia y una garantía «sine-die» basada en esos privilegios. La regla más conveniente es la de establecer niveles razonables de protección, de carácter no discriminatorio, para que los empresarios instalen aquellas fábricas o emprendan aquellas actividades que puedan funcionar dentro de esos niveles”.
“Además debe fijarse una escala decreciente, a lo largo de un cierto número de años, para ir disminuyendo paulatinamente la protección de manera de aproximarse cada vez más a los precios internacionales. Cuando determinadas industrias obtengan del gobierno estímulos o privilegios especiales, la exigencia de no apartarse demasiado de los niveles del mercado internacional deberá ser todavía más severa”.
“El funcionamiento irrestricto del Mercado puede provocar, en determinadas circunstancias, y sobre todo durante el periodo de transición, daños graves a numerosos individuos que estos últimos no podrían por sí solos sobrellevar. En esos casos el criterio social obliga a intervenir para limitar las fricciones y asperezas que produce el libre juego del Mercado”.
El auge y la permanencia del populismo, en los países subdesarrollados, tienen un aliado importante, y son los políticos que imitan lo que hacen los países desarrollados sin pasar previamente por las etapas que la transición exige. Sin la participación masiva de la población, sin la búsqueda de una tendencia sino de resultados inmediatos, sin la gradualidad aconsejada por economistas como el citado autor, la transición exitosa tendrá pocas posibilidades de establecerse.
En la Argentina, pocas veces se ha visto a un gremialista alentar a los trabajadores a mejorar su desempeño para que las empresas estatales sean más eficientes y dejen de dar pérdidas. En países con un patriotismo casi nulo, cada trabajador trata de trabajar lo menos posible y recibir del Estado lo más posible. Ante el exceso alarmante de empleos estatales, al menos debería intentarse un reciclaje del personal buscando la realización de tareas útiles para el resto de la sociedad. Puede decirse que las fuerzas productivas trabajan, no para la inversión y el crecimiento, sino para mantener a unos 2 millones de empleados estatales prescindibles.
La decadencia económica se debe a la eficaz instalación de políticas erróneas, mientras que a las políticas correctas, a veces se las ha deseado implantar, aunque con poca eficacia. Es decir, por más que se tenga la intención de implantar en la nación una economía sana, no se logrará tal objetivo si previamente no existe, al menos, un consenso parcial de la población. Por el contrario, en la Argentina se cree que lo que ha fallado en el mundo no ha sido el socialismo, sino el capitalismo, por lo que la prédica de los políticos apunta casi siempre a protegernos del capitalismo impulsando a la vez alguna forma de socialismo.
La mentalidad redistribucionista no es criticable si lleva por objetivo solucionar los problemas sociales de la gente con menores recursos. Lo criticable es que se ha intentado “solucionar” el problema de la vagancia generalizada traspasando recursos del sector productivo al sector parasitario. Además, ninguna política de asistencia social será viable si no existe previamente una economía eficiente que la sustente. Al intentar repartir lo que no hay, o mucho más de lo que hay, sólo se logra reducir la inversión y el crecimiento, para insertar la inflación y el estancamiento económico.
Los sectores populistas y totalitarios han sido eficaces en la difamación permanente del capitalismo, incluso denominan “sistema injusto” a los propios engendros intervencionistas que califican como “capitalismo”. Jorge Martinoli escribió: “El capitalismo tiene mala prensa. Teñido de una propaganda ideológica eficiente, se lo identifica con un sistema que sirve para explotar al hombre, para hacer aún más desgarradora su existencia”. “«Ricos contra pobres», «Poderosos frente a débiles», «Beneficiados o marginados», son algunas de las consignas utilizadas para endilgar las responsabilidades que por estas diferencias se le adjudican a esta forma de producción de bienes”. “El capitalismo no es ni malo ni bueno, ni solidario ni explotador, ni admite ninguna otra adjetivación, pues se trata simplemente de una forma de producir –de un método- no de una finalidad política en sí misma”. “Hace carne el principio «la unión hace la fuerza», pues en lo fáctico se imbrica en la tendencia moderna de que el trabajo por equipo es más beneficioso que el individual”. “Los hombres con iniciativa unen su esfuerzo, así como sus capitales y destrezas para producir más y mejor. Eso –nada más que eso- significa «capitalismo»”.
“Me pregunto y los interrogo: ¿Qué sería del mundo moderno –de ustedes- sin empresas? Con una población que crece en progresión geométrica, mientras que los recursos naturales, con cálculos optimistas, sólo lo hacen en aritmética, ¿dónde estaríamos sin los bienes, trabajos, servicios e impuestos que brindan estas organizaciones?”. “Estar contra el capitalismo es estar en contra de la vida, el progreso, o a favor de la destrucción y aniquilación de nuestros congéneres, por cuanto no se puede concebir alimentar un mundo inmenso en constante expansión, sin el concurso de todos, más la ayuda de la tecnología” (De “¡Salvemos la República perdida! ¿o podrida?”-Ediciones Del Boulevard”-Córdoba 1999).
Respecto a las economías mixtas, con un Estado distorsionando al proceso autorregulado del mercado, Jean François Revel escribió: “A fin de comprender por qué fracasan la mayor parte de las reformas liberales en los sistemas centralizados, podemos pensar en la diferencia que existe en química entre una combinación y una mezcla. Cuando se «inyecta mercado» como dicen los burócratas, en una economía colectivizada o dirigida, se obtiene una mezcla, es decir; una simple superposición de sustancias heterogéneas que no crean ninguna dinámica nueva. Por el contrario, en una verdadera economía de mercado, las diversas sustancias que la componen se asocian entre ellas según proporciones determinadas para forma una combinación, es decir; para producir un cuerpo nuevo que no pueda desagregarse ni retornar a sus elementos primitivos”.
“La combinación posee la estabilidad de una estructura homogénea y original. Los frecuentes fracasos de las liberalizaciones limitadas proceden de que los conversos recientes ignoran demasiado esta ley y creen que se pueden contentar con añadir unos retoques a una organización centralizada y nacionalizada cuya naturaleza profunda rechaza en su totalidad el mercado. De ahí las penosas sacudidas que desencadenan, con sus modificaciones parciales, los reformistas valientes que, por otro lado, no dejan de obtener algunos éxitos, pero también parciales…..Si esos hombres desencadenan seísmos, es sobre todo porque reforman ciertos aspectos y no otros…” (De “El Renacimiento democrático”-Plaza & Janés Editores-Barcelona 1992)
jueves, 14 de julio de 2016
La evolución de la actitud religiosa
Las diversas actitudes religiosas, predominantes en distintas sociedades, dependen tanto del lugar como de la época. La primera etapa estuvo constituida por el animismo, creencia en que todos los objetos existentes tienen atributos similares a los de los seres vivos. Clifford Geertz escribió: “La definición más concisa de religión es la siguiente: «la creencia en seres espirituales». La comprensión de la religión se vio reducida, pues, a la comprensión de la base de esa creencia en su nivel más primitivo”.
“La creencia en los espíritus surgió de un esfuerzo acrítico, pero racional, para explicar fenómenos empíricos tan misteriosos como la muerte, los sueños y la posesión. La noción de un alma separable del cuerpo hizo inteligibles tales fenómenos, que se interpretaron respectivamente como el abandono del alma, el errar del espíritu y la invasión de un cuerpo por un espíritu”.
“Tylor creía que la idea de la existencia de un alma se utilizó para explicar fenómenos naturales más y más remotos, y por tanto más y más abstrusos, hasta llegar a pensar que prácticamente todo árbol y toda roca estaban habitados por alguna especie de presencia sutil. De esta base animista, filosofía primigenia de toda la humanidad, se derivaron formas superiores más evolucionadas de la «creencia en seres espirituales», primero el politeísmo y más tarde el monoteísmo, depuradas por pensadores más avanzados a través de un proceso de análisis crítico” (De la “Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1979).
Puede hacerse una síntesis de la secuencia de las actitudes religiosas, previendo “la religión del futuro”, posiblemente constituida por la religión natural:
a- Espíritus distribuidos (animismo)
b- Dioses especializados (politeísmo)
c- Dios único (monoteísmo)
d- Humanismo evolucionista (religión natural)
Algunos autores consideran que la visión primitiva del mundo permitía a todo individuo sentirse parte importante de lo que le tocaba vivir, sensación que se fue perdiendo con el tiempo, por lo que resultaría necesario “reencantar” nuevamente la realidad. Morris Berman escribió: “La visión del mundo que predominó en Occidente hasta la víspera de las Revolución Científica fue la de un mundo encantado. Las rocas, los árboles, los ríos y las nubes eran contemplados como algo maravilloso y con vida, y los seres humanos se sentían a sus anchas en este ambiente. En breve, el cosmos era un lugar de pertenencia, de correspondencia. Un miembro de este cosmos participaba directamente en su drama, no era un observador alienado. Su destino personal estaba ligado al del cosmos y es esta relación la que daba significado a su vida. Este tipo de conciencia –la que llamaremos «conciencia participativa»- involucra coalición o identificación con el ambiente, habla de una totalidad psíquica que hace mucho ha desaparecido de escena. La alquimia resultó ser en Occidente la última expresión de la conciencia participativa” (De “El reencantamiento del mundo”-CuatroVientos Editorial-Santiago de Chile 1987).
A la visión mencionada, consecuencia de opiniones subjetivas, se le opone la moderna visión científica de la realidad, que con una validez objetiva, permite también que el hombre “viva a sus anchas”, fascinado por los complejos fenómenos naturales que la humanidad ha ido descubriendo. Richard P. Feynman expresó: “Decía una vez un poeta: «El universo entero está en un vaso de vino». Probablemente nunca sabremos lo que quería decir, pues los poetas no escriben para ser comprendidos. Pero es cierto que si miramos un vaso de vino lo suficientemente cerca, vemos el universo entero. Ahí están las cosas de la física: el líquido que se arremolina y se evapora dependiendo del viento y del tiempo, las reflexiones en el vidrio, y nuestra imaginación agrega los átomos. El vidrio es un destilado de las rocas terrestres y en su composición vemos los secretos de la edad del universo y la evolución de las estrellas”.
“¿Qué extraño arreglo de elementos químicos hay en el vino? ¿Cómo llegaron a ser? Están los fermentos, las enzimas, los sustratos y los productos. Allí en el vino se encuentra la gran generalización: toda vida es fermentación. Nadie puede descubrir la química del vino sin descubrir, como lo hizo Louis Pasteur, la causa de muchas enfermedades”. “¡Cuán vívido es el vino tinto que imprime su existencia dentro del conocimiento de quien lo observa! ¡Si nuestras pequeñas mentes, por alguna conveniencia, dividen este vaso de vino, este universo, en partes –física, biología, astronomía, psicología, etc.-, recuerden que la naturaleza no lo sabe! Así, reunamos todo de nuevo sin olvidar en última instancia para qué sirve. Dejemos que nos dé un placer final más: ¡bébanlo y olvídense de todo!” (De “Lecciones de Física” de R.P. Feynman, R.B. Leighton y M. Sands-Fondo Educativo Interamericano SA-California 1971).
Puede decirse que la visión científica de la realidad, que es natural y objetiva, puede hacer que el mundo nos resulte tan encantador, o más, que la visión animista de la realidad, que es subjetiva. De forma similar, las religiones politeístas y monoteístas tienden a considerar que todo lo existente está dividido entre lo natural y lo sobrenatural, predominando lo subjetivo. Por el contrario, la ciencia experimental, al describir las leyes naturales que rigen todo lo existente (las leyes de Dios), tiene la posibilidad de fundamentar una religión natural y objetiva. Julian Huxley escribió: “El concepto de Dios ha alcanzado los límites de su utilidad: no puede continuar evolucionando. Los poderes sobrenaturales fueron creados por el hombre para que llevasen la carga de la religión. Del difuso «maná» mágico a los espíritus personales; de los espíritus a los dioses; de los dioses a Dios –así, en líneas generales, ha ido la evolución”.
“Sin embargo –y esto es vital- el desvanecimiento de Dios no significa el fin de la religión. La desaparición de Dios es, en el sentido más estricto de la palabra, un proceso teológico; y mientras las teologías cambian, los impulsos religiosos que les dieron origen persisten”.
“La desaparición de Dios significa una refundición de la religión, y una refundición fundamental. Significa que el hombre tome sobre sus hombros la carga de responsabilidades finales que anteriormente había traspasado a Dios”. “El derrumbe de la teología sobrenaturalista ha sido acompañado por el derrumbe, primero de las sanciones morales sobrenaturales y luego de todo fundamento absoluto para la moral. Esto también debe considerarse como un proceso que, en caso de continuidad de la civilización, es irreversible”.
El citado autor vislumbra que, en el futuro, será la psicología social la que podrá orientar al hombre siendo la rama científica central del humanismo evolucionista, denominación que Huxley atribuye a la religión del futuro. “Los hombres se darán cuenta de que el planeo económico y social no resuelve sus problemas en tanto que la ignorancia y la falta de control continúen respecto a sus propias mentes. La ciencia psicológica ocupará entonces el lugar que le corresponde, con la psicología social como rama dominante. Y esto significará una nueva comprensión de los fenómenos religiosos y nuevas posibilidades de integrarlos en la vida de la comunidad”.
“El resultado probable será que, en el Estado socializado, la relación entre religión y ciencia cesará gradualmente de ser una relación de choque y se convertirá en cooperativa. La ciencia será llamada a aconsejar qué manifestaciones del impulso religioso son intelectualmente permisibles y socialmente deseables, si este impulso ha de ser adecuadamente integrado en otras actividades humanas y uncido para participar en el arrastre del carro del destino del hombre a lo largo de la ruta del progreso” (De “El hombre está solo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1947).
Si bien la religión natural surgió varios siglos atrás, cuando el conocimiento científico era un tanto rudimentario, nunca antes la humanidad tuvo la imperiosa necesidad de “unir a los adeptos” como en la actualidad. Los conflictos sociales y religiosos escapan a las posibilidades de las religiones vigentes, de ahí la importancia del planteo establecido por Julian Huxley, quien escribió: “La hipótesis sobrenatural, considerada como una reunión de la hipótesis teísta, de la hipótesis espiritual y de las diferentes consecuencias derivadas de ellas semeja haber llegado al límite de su utilidad como interpretación del universo y del destino humano y como base satisfactoria para la religión”.
“Una consecuencia casi universal y tal vez inevitable de la hipótesis teísta en sus formas desarrolladas es la suposición de la verdad absoluta. Una religión monoteísta casi invariablemente sostiene estar en posesión de la verdad absoluta sobre el destino humano; el hecho de que las religiones rivales afirmen criterios semejantes generalmente se supera afirmando que son «falsos» en tanto que únicamente la propia religión es «verdadera»”.
“Considero que los descubrimientos de la fisiología, la biología general y la psicología no sólo tornan posible sino que requieren una hipótesis naturalista, en la cual no hay lugar para lo sobrenatural y donde las fuerzas espirituales que funcionan en el universo se consideran como parte de la naturaleza, en la misma forma que las fuerzas materiales. Lo que es más, esas fuerzas espirituales son un producto particular de la actividad mental en el sentido amplio y las actividades mentales en general se consideran como poseedoras de una mayor importancia e intensidad en el curso del tiempo cósmico. Por lo tanto, nuestra hipótesis básica no es naturalista por oposición a lo sobrenatural, sino monista por oposición a lo dual y evolucionista por oposición a estática”.
“Otro postulado del pensamiento moderno es que la verdad no se revela de una vez por todas, sino que tiene que ser descubierta progresivamente. Esto en sí es un descubrimiento científico de primera magnitud. También es una consecuencia inevitable de nuestra hipótesis básica del naturalismo evolutivo, y el hecho de que la ciencia moderna ha determinado el descubrimiento progresivo de nuevas y mayores verdades confirma esa hipótesis” (De “Religión sin revelación”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1967).
Teniendo presente las tendencias básicas de cooperación y competencia, y la existencia de la actitud característica, con sus componentes afectivas y cognitivas, es posible fundamentar las prédicas cristianas desde el ámbito de la psicología social. Con ello se logra la tan ansiada unificación entre ciencia experimental y religión moral, pudiendo interpretarse al cristianismo como una religión natural. Esta propuesta puede resultar incompatible con la ortodoxia católica, aunque resulte compatible con las leyes naturales que son, en realidad, la instancia superior que debemos tomar como referencia.
“La creencia en los espíritus surgió de un esfuerzo acrítico, pero racional, para explicar fenómenos empíricos tan misteriosos como la muerte, los sueños y la posesión. La noción de un alma separable del cuerpo hizo inteligibles tales fenómenos, que se interpretaron respectivamente como el abandono del alma, el errar del espíritu y la invasión de un cuerpo por un espíritu”.
“Tylor creía que la idea de la existencia de un alma se utilizó para explicar fenómenos naturales más y más remotos, y por tanto más y más abstrusos, hasta llegar a pensar que prácticamente todo árbol y toda roca estaban habitados por alguna especie de presencia sutil. De esta base animista, filosofía primigenia de toda la humanidad, se derivaron formas superiores más evolucionadas de la «creencia en seres espirituales», primero el politeísmo y más tarde el monoteísmo, depuradas por pensadores más avanzados a través de un proceso de análisis crítico” (De la “Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1979).
Puede hacerse una síntesis de la secuencia de las actitudes religiosas, previendo “la religión del futuro”, posiblemente constituida por la religión natural:
a- Espíritus distribuidos (animismo)
b- Dioses especializados (politeísmo)
c- Dios único (monoteísmo)
d- Humanismo evolucionista (religión natural)
Algunos autores consideran que la visión primitiva del mundo permitía a todo individuo sentirse parte importante de lo que le tocaba vivir, sensación que se fue perdiendo con el tiempo, por lo que resultaría necesario “reencantar” nuevamente la realidad. Morris Berman escribió: “La visión del mundo que predominó en Occidente hasta la víspera de las Revolución Científica fue la de un mundo encantado. Las rocas, los árboles, los ríos y las nubes eran contemplados como algo maravilloso y con vida, y los seres humanos se sentían a sus anchas en este ambiente. En breve, el cosmos era un lugar de pertenencia, de correspondencia. Un miembro de este cosmos participaba directamente en su drama, no era un observador alienado. Su destino personal estaba ligado al del cosmos y es esta relación la que daba significado a su vida. Este tipo de conciencia –la que llamaremos «conciencia participativa»- involucra coalición o identificación con el ambiente, habla de una totalidad psíquica que hace mucho ha desaparecido de escena. La alquimia resultó ser en Occidente la última expresión de la conciencia participativa” (De “El reencantamiento del mundo”-CuatroVientos Editorial-Santiago de Chile 1987).
A la visión mencionada, consecuencia de opiniones subjetivas, se le opone la moderna visión científica de la realidad, que con una validez objetiva, permite también que el hombre “viva a sus anchas”, fascinado por los complejos fenómenos naturales que la humanidad ha ido descubriendo. Richard P. Feynman expresó: “Decía una vez un poeta: «El universo entero está en un vaso de vino». Probablemente nunca sabremos lo que quería decir, pues los poetas no escriben para ser comprendidos. Pero es cierto que si miramos un vaso de vino lo suficientemente cerca, vemos el universo entero. Ahí están las cosas de la física: el líquido que se arremolina y se evapora dependiendo del viento y del tiempo, las reflexiones en el vidrio, y nuestra imaginación agrega los átomos. El vidrio es un destilado de las rocas terrestres y en su composición vemos los secretos de la edad del universo y la evolución de las estrellas”.
“¿Qué extraño arreglo de elementos químicos hay en el vino? ¿Cómo llegaron a ser? Están los fermentos, las enzimas, los sustratos y los productos. Allí en el vino se encuentra la gran generalización: toda vida es fermentación. Nadie puede descubrir la química del vino sin descubrir, como lo hizo Louis Pasteur, la causa de muchas enfermedades”. “¡Cuán vívido es el vino tinto que imprime su existencia dentro del conocimiento de quien lo observa! ¡Si nuestras pequeñas mentes, por alguna conveniencia, dividen este vaso de vino, este universo, en partes –física, biología, astronomía, psicología, etc.-, recuerden que la naturaleza no lo sabe! Así, reunamos todo de nuevo sin olvidar en última instancia para qué sirve. Dejemos que nos dé un placer final más: ¡bébanlo y olvídense de todo!” (De “Lecciones de Física” de R.P. Feynman, R.B. Leighton y M. Sands-Fondo Educativo Interamericano SA-California 1971).
Puede decirse que la visión científica de la realidad, que es natural y objetiva, puede hacer que el mundo nos resulte tan encantador, o más, que la visión animista de la realidad, que es subjetiva. De forma similar, las religiones politeístas y monoteístas tienden a considerar que todo lo existente está dividido entre lo natural y lo sobrenatural, predominando lo subjetivo. Por el contrario, la ciencia experimental, al describir las leyes naturales que rigen todo lo existente (las leyes de Dios), tiene la posibilidad de fundamentar una religión natural y objetiva. Julian Huxley escribió: “El concepto de Dios ha alcanzado los límites de su utilidad: no puede continuar evolucionando. Los poderes sobrenaturales fueron creados por el hombre para que llevasen la carga de la religión. Del difuso «maná» mágico a los espíritus personales; de los espíritus a los dioses; de los dioses a Dios –así, en líneas generales, ha ido la evolución”.
“Sin embargo –y esto es vital- el desvanecimiento de Dios no significa el fin de la religión. La desaparición de Dios es, en el sentido más estricto de la palabra, un proceso teológico; y mientras las teologías cambian, los impulsos religiosos que les dieron origen persisten”.
“La desaparición de Dios significa una refundición de la religión, y una refundición fundamental. Significa que el hombre tome sobre sus hombros la carga de responsabilidades finales que anteriormente había traspasado a Dios”. “El derrumbe de la teología sobrenaturalista ha sido acompañado por el derrumbe, primero de las sanciones morales sobrenaturales y luego de todo fundamento absoluto para la moral. Esto también debe considerarse como un proceso que, en caso de continuidad de la civilización, es irreversible”.
El citado autor vislumbra que, en el futuro, será la psicología social la que podrá orientar al hombre siendo la rama científica central del humanismo evolucionista, denominación que Huxley atribuye a la religión del futuro. “Los hombres se darán cuenta de que el planeo económico y social no resuelve sus problemas en tanto que la ignorancia y la falta de control continúen respecto a sus propias mentes. La ciencia psicológica ocupará entonces el lugar que le corresponde, con la psicología social como rama dominante. Y esto significará una nueva comprensión de los fenómenos religiosos y nuevas posibilidades de integrarlos en la vida de la comunidad”.
“El resultado probable será que, en el Estado socializado, la relación entre religión y ciencia cesará gradualmente de ser una relación de choque y se convertirá en cooperativa. La ciencia será llamada a aconsejar qué manifestaciones del impulso religioso son intelectualmente permisibles y socialmente deseables, si este impulso ha de ser adecuadamente integrado en otras actividades humanas y uncido para participar en el arrastre del carro del destino del hombre a lo largo de la ruta del progreso” (De “El hombre está solo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1947).
Si bien la religión natural surgió varios siglos atrás, cuando el conocimiento científico era un tanto rudimentario, nunca antes la humanidad tuvo la imperiosa necesidad de “unir a los adeptos” como en la actualidad. Los conflictos sociales y religiosos escapan a las posibilidades de las religiones vigentes, de ahí la importancia del planteo establecido por Julian Huxley, quien escribió: “La hipótesis sobrenatural, considerada como una reunión de la hipótesis teísta, de la hipótesis espiritual y de las diferentes consecuencias derivadas de ellas semeja haber llegado al límite de su utilidad como interpretación del universo y del destino humano y como base satisfactoria para la religión”.
“Una consecuencia casi universal y tal vez inevitable de la hipótesis teísta en sus formas desarrolladas es la suposición de la verdad absoluta. Una religión monoteísta casi invariablemente sostiene estar en posesión de la verdad absoluta sobre el destino humano; el hecho de que las religiones rivales afirmen criterios semejantes generalmente se supera afirmando que son «falsos» en tanto que únicamente la propia religión es «verdadera»”.
“Considero que los descubrimientos de la fisiología, la biología general y la psicología no sólo tornan posible sino que requieren una hipótesis naturalista, en la cual no hay lugar para lo sobrenatural y donde las fuerzas espirituales que funcionan en el universo se consideran como parte de la naturaleza, en la misma forma que las fuerzas materiales. Lo que es más, esas fuerzas espirituales son un producto particular de la actividad mental en el sentido amplio y las actividades mentales en general se consideran como poseedoras de una mayor importancia e intensidad en el curso del tiempo cósmico. Por lo tanto, nuestra hipótesis básica no es naturalista por oposición a lo sobrenatural, sino monista por oposición a lo dual y evolucionista por oposición a estática”.
“Otro postulado del pensamiento moderno es que la verdad no se revela de una vez por todas, sino que tiene que ser descubierta progresivamente. Esto en sí es un descubrimiento científico de primera magnitud. También es una consecuencia inevitable de nuestra hipótesis básica del naturalismo evolutivo, y el hecho de que la ciencia moderna ha determinado el descubrimiento progresivo de nuevas y mayores verdades confirma esa hipótesis” (De “Religión sin revelación”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1967).
Teniendo presente las tendencias básicas de cooperación y competencia, y la existencia de la actitud característica, con sus componentes afectivas y cognitivas, es posible fundamentar las prédicas cristianas desde el ámbito de la psicología social. Con ello se logra la tan ansiada unificación entre ciencia experimental y religión moral, pudiendo interpretarse al cristianismo como una religión natural. Esta propuesta puede resultar incompatible con la ortodoxia católica, aunque resulte compatible con las leyes naturales que son, en realidad, la instancia superior que debemos tomar como referencia.
viernes, 8 de julio de 2016
Los factores de la producción
Para poder establecerse todo proceso productivo, confluyen distintos factores. La ausencia de uno de ellos impide que se logren los resultados esperados. Sin embargo, algunos son más fáciles de reemplazar que otros. De ahí que se les haya otorgado una diferente importancia apareciendo una “escala de valores productivos” de la misma forma en que en toda sociedad existe una “escala de valores éticos”. En la actualidad, el principal factor de la producción es el empresario. Ante el grave problema del desempleo, no debe suponerse que las necesidades de la gente están plenamente satisfechas, sino que la cantidad de empresarios es menor que la cantidad óptima que requiere determinada sociedad.
Los países que han advertido la importancia del empresariado, han logrado mejores resultados que aquellos que los descalifican permaneciendo en el subdesarrollo. En tales países, existe una generalizada predisposición a lograr puestos de trabajo en el Estado, o en una gran empresa, pensando llevar una vida segura y sin demasiadas preocupaciones, o bien esperar que un gobierno populista mantenga a quienes pretenden vivir sin trabajar recibiendo parte de lo que el Estado le confisca al sector productivo. La pobre predisposición a establecer una empresa propia, y las dificultades que se deben sortear ante los numerosos escollos que el Estado establece para iniciarlas, favorecen la pobreza y el subdesarrollo.
Los factores de la producción han ido apareciendo junto a las necesidades cambiantes que se le presentaban al hombre. Luis Pazos escribió: “Con la evolución de la humanidad, los factores o elementos que han hecho posible la producción y, en consecuencia, la satisfacción de las necesidades del hombre, han variado en importancia. En la época prehistórica, la tierra o recursos naturales eran suficientes para que el hombre viviera. Al paso del tiempo, se hizo necesario la intervención de otro factor para la satisfacción de las necesidades: el trabajo. El hombre se encontró con que los frutos maduros caídos de los árboles, ya habían sido recogidos por otros y que para comer y vestir necesitaba hacer un esfuerzo, pues los satisfactores brindados espontáneamente por la naturaleza empezaban a escasear”.
“En los tiempos actuales, aunque todavía es posible producir bienes y servicios con la tierra y el trabajo, existen otros factores gracias a los cuales se multiplica la producción y se pueden satisfacer con menor esfuerzo las múltiples necesidades de una inmensa y creciente población: capital y empresa” (De “Ciencia y teoría económica”-Editorial Diana SA-México 1976).
De la misma manera en que, en distintas sociedades, existen distintas escalas de valores, las posturas políticas y económicas atribuyen a distintos factores de la producción como el más importante. El citado autor escribió: “Muchos economistas y sociólogos han dado más importancia a un factor que a otro. Los fisiócratas –escuela económica que floreció en Francia en el siglo XVIII- sostuvieron que el factor tierra era el único que producía riqueza y que los demás factores eran improductivos o estériles. Marx –en el siglo XIX- consideró al trabajo como el único factor que agregaba valor a los bienes durante su elaboración, y a los trabajadores como a los únicos destinatarios de dicho valor. Schumpeter sostiene que es el empresario el personaje central en el desarrollo económico de un país. Otros, afirman que es el capital el factor que ha hecho posible los altos niveles de producción alcanzados en la actualidad”.
Los diversos intereses entran en conflicto en cuanto debe fijarse el porcentaje de las utilidades que logra una empresa, buscándose una distribución justa según la importancia de cada factor. El criterio inmediato, pero poco efectivo, consiste en considerar que, sin uno de los factores, no puede lograrse la producción, por lo cual cada sector productivo supone que el propio es el principal. Paul A. Samuelson escribió: “Los dirigentes laborales solían decir: «Sin el trabajo, la producción es nula; de manera que todo el producto es atribuible al trabajo». Los propietarios del capital empleaban el mismo argumento para llegar al resultado opuesto: «Si quitamos todos los bienes de capital, el trabajo no conseguirá arrancar más que una mísera pitanza a la tierra; de manera que casi todo el producto debería entregarse al capital». Lo peor de estas proposiciones baladíes es que reparten el 200 o el 300 por 100 del producto entre los dos o tres factores que intervienen en la producción, mientras que no existe más que el 100 por 100 de la cosecha para repartir. Y tampoco tiene sentido decir: «Ambas partes tienen algo de razón; así que apliquemos la media de la razón y, contra toda razón, dividimos el producto en partes iguales entre todos los factores». El mundo económico real no es una sala de justicia en la que unos diestros leguleyos anden dilucidando «la razón de la sinrazón que a mi razón se hace» para resolver el problema social «para quién» (De “Curso de Economía Moderna”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1998).
En cuanto a los porcentajes que se dan en algunos casos concretos, Luis Pazos escribió: “Este problema, que se plantean casi todos los economistas, da lugar a que se hable de injusticia y explotación bajo uno u otro sistema económico”. “Para algunos, la solución más justa sería dar a cada uno una parte equivalente a su participación en el proceso productivo. Si aplicáramos dicho criterio, la parte que se llevarían los capitalistas sería mucho mayor de la que actualmente se llevan”.
“En EEUU, país considerado sede del «capitalismo», más del 95% de la producción de las corporaciones es creada a través de las herramientas o bienes de capital, cuyos propietarios reciben menos del 10% del producto total. Del esfuerzo humano o trabajo sólo proviene un 5% de la energía producida (incluyendo la fabricación y distribución de productos y de herramientas); sin embargo, el factor trabajo recibe cerca del 90% del valor de lo producido. Con base en el criterio antes mencionado, la injusticia se cometería con el capitalista o dueño de los medios de producción. Pero no es en la participación en la producción lo que determina cuánto es lo que corresponde a cada factor, sino su oferta y demanda”.
“Paradójicamente, en EEUU, el país más capitalista del mundo, es donde los trabajadores tienen la mayor retribución por su esfuerzo, y el capitalista, debido a la abundancia relativa de capital, obtiene menos rendimiento; mientras que en los países llamados socialistas o con gobierno de y para los trabajadores, es donde el trabajador obtiene los más bajos rendimientos por su esfuerzo, y el capitalista, que es el Estado, se queda con una mayor proporción: en la URSS más del 50% del valor de lo producido lo retiene el Estado en su carácter de capitalista, terrateniente y empresario”. “Concluimos que toda distribución de los factores que no esté basada en la ley de la oferta y la demanda disloca o hace irreal el valor de cada uno de ellos y, en muchas ocasiones, lejos de beneficiar al factor trabajo, al que casi siempre se le coloca en el papel de víctima, lo perjudica”.
A nivel de las grandes empresas, incluso de los Estados, se ha sintetizado brevemente a tales factores, esta vez incluyendo aquellos que inciden en las innovaciones tecnológicas, como son la ciencia y la tecnología. Douglas C. North escribió: “El modelo neoclásico, con el supuesto de comportamiento de maximización de la riqueza, vale para cualquier tipo de sistema económico (capitalista, socialista, etc.). La producción de la sociedad es una función del acervo de capital que a su vez consiste en el acervo tecnológico (innovación pasada), el acervo de conocimientos (que junto con las calificaciones de los inventores amplían el acervo tecnológico), el acervo de capital humano (las calificaciones incorporadas en seres humanos para producir), el acervo de capital físico (maquinarias, edificios, etc.), y finalmente el acervo de recursos naturales. Suponiendo una función de producción lineal y homogénea, la producción (Y) puede ser expresada como sigue:
Y = F(N,T,R,P,H)
Donde N es el acervo de conocimientos, T el acervo de tecnología, R el acervo de recursos naturales, y P y H los acervos de capital físico y humano, respectivamente” (De “Economía del largo plazo” de Guido Di Tella y Charles P. Kindleberger-Editorial Tesis SA-Buenos Aires 1989).
En cuanto a la actitud que todo individuo debe lograr, para adaptarse a los requerimientos de los factores de la producción, puede decirse que tal adaptación no sólo implica una ventaja individual, sino que resulta ser una imperiosa necesidad. A las siempre presentes aptitudes laborales y morales, debe agregarse la búsqueda intelectual de superación mediante el conocimiento adquirido. De ahí que la educación constituye, más que nunca, la base cultural y material de toda la sociedad; en este caso, a partir de una mejora del capital humano apto para el desempeño en cuestiones económicas.
El crecimiento de una economía se ha de establecer siguiendo una secuencia que va desde la educación, que debe favorecer la ética y el conocimiento, como así también los hábitos de trabajo, ahorro e inversión. Sin embargo, bajo gobiernos populistas, se le hace creer a la sociedad que un país crece cuando crece el consumo, mientras que en realidad crece con el aumento de la inversión productiva, es decir, tanto con el incremento de capital físico como humano. North agrega: “El crecimiento de la producción y el crecimiento de la producción per capita serán determinados por la fracción de ingreso ahorrado (es decir, la tasa de inversión en la ampliación del acervo de capital) y la tasa de crecimiento de la población. Una tasa más alta de crecimiento de los ahorros que de la población conducirá al crecimiento del ingreso per capita”.
En realidad, la mayor parte de las economías nacionales, tanto de los países desarrollados como de los subdesarrollados, priorizan el consumo, a través del crédito, antes que la inversión, muchas veces consumiendo más allá de las reales posibilidades. De ahí que la mayor parte de las economías nacionales son inestables y susceptibles de caer en alguna crisis importante.
Así como la salud del paciente depende de su herencia genética y de sus hábitos de vida, y no tanto del nivel alcanzado por la medicina y por los médicos, la “salud económica” de las diversas sociedades no depende tanto del nivel alcanzado por la ciencia económica y por quienes trasmiten sus conclusiones, sino de los hábitos generalizados de la sociedad.
Tanto la adaptación cultural al orden natural como la adaptación a la economía de mercado implica que quienes tienen desmedidas ambiciones materiales, las moderen, mientras que quienes tienen mínimas ambiciones de ese tipo, las incrementen, siendo ésta la manera en que el empresariado mejore su función social; y sobre todo, cuando se vaya incorporando una mayor cantidad de personas a la clase emprendedora.
Los países que han advertido la importancia del empresariado, han logrado mejores resultados que aquellos que los descalifican permaneciendo en el subdesarrollo. En tales países, existe una generalizada predisposición a lograr puestos de trabajo en el Estado, o en una gran empresa, pensando llevar una vida segura y sin demasiadas preocupaciones, o bien esperar que un gobierno populista mantenga a quienes pretenden vivir sin trabajar recibiendo parte de lo que el Estado le confisca al sector productivo. La pobre predisposición a establecer una empresa propia, y las dificultades que se deben sortear ante los numerosos escollos que el Estado establece para iniciarlas, favorecen la pobreza y el subdesarrollo.
Los factores de la producción han ido apareciendo junto a las necesidades cambiantes que se le presentaban al hombre. Luis Pazos escribió: “Con la evolución de la humanidad, los factores o elementos que han hecho posible la producción y, en consecuencia, la satisfacción de las necesidades del hombre, han variado en importancia. En la época prehistórica, la tierra o recursos naturales eran suficientes para que el hombre viviera. Al paso del tiempo, se hizo necesario la intervención de otro factor para la satisfacción de las necesidades: el trabajo. El hombre se encontró con que los frutos maduros caídos de los árboles, ya habían sido recogidos por otros y que para comer y vestir necesitaba hacer un esfuerzo, pues los satisfactores brindados espontáneamente por la naturaleza empezaban a escasear”.
“En los tiempos actuales, aunque todavía es posible producir bienes y servicios con la tierra y el trabajo, existen otros factores gracias a los cuales se multiplica la producción y se pueden satisfacer con menor esfuerzo las múltiples necesidades de una inmensa y creciente población: capital y empresa” (De “Ciencia y teoría económica”-Editorial Diana SA-México 1976).
De la misma manera en que, en distintas sociedades, existen distintas escalas de valores, las posturas políticas y económicas atribuyen a distintos factores de la producción como el más importante. El citado autor escribió: “Muchos economistas y sociólogos han dado más importancia a un factor que a otro. Los fisiócratas –escuela económica que floreció en Francia en el siglo XVIII- sostuvieron que el factor tierra era el único que producía riqueza y que los demás factores eran improductivos o estériles. Marx –en el siglo XIX- consideró al trabajo como el único factor que agregaba valor a los bienes durante su elaboración, y a los trabajadores como a los únicos destinatarios de dicho valor. Schumpeter sostiene que es el empresario el personaje central en el desarrollo económico de un país. Otros, afirman que es el capital el factor que ha hecho posible los altos niveles de producción alcanzados en la actualidad”.
Los diversos intereses entran en conflicto en cuanto debe fijarse el porcentaje de las utilidades que logra una empresa, buscándose una distribución justa según la importancia de cada factor. El criterio inmediato, pero poco efectivo, consiste en considerar que, sin uno de los factores, no puede lograrse la producción, por lo cual cada sector productivo supone que el propio es el principal. Paul A. Samuelson escribió: “Los dirigentes laborales solían decir: «Sin el trabajo, la producción es nula; de manera que todo el producto es atribuible al trabajo». Los propietarios del capital empleaban el mismo argumento para llegar al resultado opuesto: «Si quitamos todos los bienes de capital, el trabajo no conseguirá arrancar más que una mísera pitanza a la tierra; de manera que casi todo el producto debería entregarse al capital». Lo peor de estas proposiciones baladíes es que reparten el 200 o el 300 por 100 del producto entre los dos o tres factores que intervienen en la producción, mientras que no existe más que el 100 por 100 de la cosecha para repartir. Y tampoco tiene sentido decir: «Ambas partes tienen algo de razón; así que apliquemos la media de la razón y, contra toda razón, dividimos el producto en partes iguales entre todos los factores». El mundo económico real no es una sala de justicia en la que unos diestros leguleyos anden dilucidando «la razón de la sinrazón que a mi razón se hace» para resolver el problema social «para quién» (De “Curso de Economía Moderna”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1998).
En cuanto a los porcentajes que se dan en algunos casos concretos, Luis Pazos escribió: “Este problema, que se plantean casi todos los economistas, da lugar a que se hable de injusticia y explotación bajo uno u otro sistema económico”. “Para algunos, la solución más justa sería dar a cada uno una parte equivalente a su participación en el proceso productivo. Si aplicáramos dicho criterio, la parte que se llevarían los capitalistas sería mucho mayor de la que actualmente se llevan”.
“En EEUU, país considerado sede del «capitalismo», más del 95% de la producción de las corporaciones es creada a través de las herramientas o bienes de capital, cuyos propietarios reciben menos del 10% del producto total. Del esfuerzo humano o trabajo sólo proviene un 5% de la energía producida (incluyendo la fabricación y distribución de productos y de herramientas); sin embargo, el factor trabajo recibe cerca del 90% del valor de lo producido. Con base en el criterio antes mencionado, la injusticia se cometería con el capitalista o dueño de los medios de producción. Pero no es en la participación en la producción lo que determina cuánto es lo que corresponde a cada factor, sino su oferta y demanda”.
“Paradójicamente, en EEUU, el país más capitalista del mundo, es donde los trabajadores tienen la mayor retribución por su esfuerzo, y el capitalista, debido a la abundancia relativa de capital, obtiene menos rendimiento; mientras que en los países llamados socialistas o con gobierno de y para los trabajadores, es donde el trabajador obtiene los más bajos rendimientos por su esfuerzo, y el capitalista, que es el Estado, se queda con una mayor proporción: en la URSS más del 50% del valor de lo producido lo retiene el Estado en su carácter de capitalista, terrateniente y empresario”. “Concluimos que toda distribución de los factores que no esté basada en la ley de la oferta y la demanda disloca o hace irreal el valor de cada uno de ellos y, en muchas ocasiones, lejos de beneficiar al factor trabajo, al que casi siempre se le coloca en el papel de víctima, lo perjudica”.
A nivel de las grandes empresas, incluso de los Estados, se ha sintetizado brevemente a tales factores, esta vez incluyendo aquellos que inciden en las innovaciones tecnológicas, como son la ciencia y la tecnología. Douglas C. North escribió: “El modelo neoclásico, con el supuesto de comportamiento de maximización de la riqueza, vale para cualquier tipo de sistema económico (capitalista, socialista, etc.). La producción de la sociedad es una función del acervo de capital que a su vez consiste en el acervo tecnológico (innovación pasada), el acervo de conocimientos (que junto con las calificaciones de los inventores amplían el acervo tecnológico), el acervo de capital humano (las calificaciones incorporadas en seres humanos para producir), el acervo de capital físico (maquinarias, edificios, etc.), y finalmente el acervo de recursos naturales. Suponiendo una función de producción lineal y homogénea, la producción (Y) puede ser expresada como sigue:
Y = F(N,T,R,P,H)
Donde N es el acervo de conocimientos, T el acervo de tecnología, R el acervo de recursos naturales, y P y H los acervos de capital físico y humano, respectivamente” (De “Economía del largo plazo” de Guido Di Tella y Charles P. Kindleberger-Editorial Tesis SA-Buenos Aires 1989).
En cuanto a la actitud que todo individuo debe lograr, para adaptarse a los requerimientos de los factores de la producción, puede decirse que tal adaptación no sólo implica una ventaja individual, sino que resulta ser una imperiosa necesidad. A las siempre presentes aptitudes laborales y morales, debe agregarse la búsqueda intelectual de superación mediante el conocimiento adquirido. De ahí que la educación constituye, más que nunca, la base cultural y material de toda la sociedad; en este caso, a partir de una mejora del capital humano apto para el desempeño en cuestiones económicas.
El crecimiento de una economía se ha de establecer siguiendo una secuencia que va desde la educación, que debe favorecer la ética y el conocimiento, como así también los hábitos de trabajo, ahorro e inversión. Sin embargo, bajo gobiernos populistas, se le hace creer a la sociedad que un país crece cuando crece el consumo, mientras que en realidad crece con el aumento de la inversión productiva, es decir, tanto con el incremento de capital físico como humano. North agrega: “El crecimiento de la producción y el crecimiento de la producción per capita serán determinados por la fracción de ingreso ahorrado (es decir, la tasa de inversión en la ampliación del acervo de capital) y la tasa de crecimiento de la población. Una tasa más alta de crecimiento de los ahorros que de la población conducirá al crecimiento del ingreso per capita”.
En realidad, la mayor parte de las economías nacionales, tanto de los países desarrollados como de los subdesarrollados, priorizan el consumo, a través del crédito, antes que la inversión, muchas veces consumiendo más allá de las reales posibilidades. De ahí que la mayor parte de las economías nacionales son inestables y susceptibles de caer en alguna crisis importante.
Así como la salud del paciente depende de su herencia genética y de sus hábitos de vida, y no tanto del nivel alcanzado por la medicina y por los médicos, la “salud económica” de las diversas sociedades no depende tanto del nivel alcanzado por la ciencia económica y por quienes trasmiten sus conclusiones, sino de los hábitos generalizados de la sociedad.
Tanto la adaptación cultural al orden natural como la adaptación a la economía de mercado implica que quienes tienen desmedidas ambiciones materiales, las moderen, mientras que quienes tienen mínimas ambiciones de ese tipo, las incrementen, siendo ésta la manera en que el empresariado mejore su función social; y sobre todo, cuando se vaya incorporando una mayor cantidad de personas a la clase emprendedora.
martes, 5 de julio de 2016
Todo es igual, nada es mejor
Para denunciar la decadencia moral de la sociedad argentina, Enrique Santos Discepolo expresaba, en la letra del tango Cambalache: “Todo es igual, nada es mejor, lo mismo es un burro que un gran profesor”, haciendo evidente una comparación injusta que se establece cuando predomina el relativismo moral y se degrada al superior mientras se eleva al inferior, hasta igualarlos en una escala de valores que no reconoce méritos ni mediocridades.
En la Argentina actual, las cosas no han cambiado demasiado, ya que, en el ámbito de la política, se trata de igualar la acción de una organización delictiva que gobernó y saqueó el Estado durante 12 años, comparándola con el actual gobierno cuyos integrantes, hasta ahora, han dado apenas algunos indicios de intentar una evasión impositiva, pero que están todavía muy lejos de alcanzar el record de los más de 20.000 millones de dólares que algunas estimaciones atribuyen al fraude kirchnerista.
Luego de la suba de precios de la energía, poco se tiene en cuenta que el gas utilizado en el país es importado en su mayor parte; que viene en barcos y que se paga en dólares, herencia del gobierno kirchnerista que destruyó el sistema energético tanto como el autoabastecimiento en ese rubro. Según un sector de la población, el gobierno populista anterior (que mucho amaba a los pobres) distribuía el gas a precios muy bajos, mientras que el gobierno actual (que se complace con generar pobreza) ha elevado los precios para satisfacer su maldad inherente.
Si bien se puede discutir la forma en que se trata de que cada uno pague su consumo de energía, no se debe olvidar el daño que el gobierno anterior infligió al sector energético. No resulta justo criticar solamente a quien intenta arreglar el desbarajuste económico, que puede o no tener éxito en su empeño, olvidando la corrupción y la mala gestión del gobierno populista anterior.
Al igualar a ambos gobiernos, se intenta abrirle las puertas a la asociación ilícita para que intente acceder nuevamente al poder. No sólo el grupo de seguidores deshonestos promueve el “todos son iguales”, o “siempre hubo corrupción”, sino también muchos periodistas que, intentando ser objetivos, no encuentran algo mejor que criticar por igual a ambos gobiernos para mostrar a la opinión pública su imparcialidad, logrando de esa manera establecer un eficaz encubrimiento a la mencionada asociación delictiva.
Luego de que se ha hecho evidente y pública la acción ilícita encabezada por los Kirchner, un 20% de los votantes, aproximadamente, tendría la intención de votarlos nuevamente, en caso de que la Presidente saliente fuese candidata. La democracia sólo puede resultar eficaz si existe el “voto castigo”, por el cual se promueve la salida de los malos gobiernos. Sin embargo, muchos sólo tienen en cuenta sus casos particulares y poco les interesa lo que le sucede al resto, y mucho menos a la nación. De ahí que favorezcan, con su actitud, la “compra de votos” que cada gobierno de turno pueda efectuar con los medios económicos del Estado.
La “compra de votos” más efectiva es la realizada mediante la concesión de empleos en el Estado. De ahí que, con el desmedido aumento de empleados públicos realizado bajo el gobierno kirchnerista, se estima que unos 2 millones de empleados estatales realizan tareas prescindibles. Con tanto derroche de recursos, es imposible reducir el déficit fiscal, la presión tributaria y la inflación. Se estima que unos 8 millones de argentinos, que realizan trabajo productivo, mantienen a unos 19 millones que no lo hacen (jubilados, empleos parasitarios, planes sociales, etc.). Incluso resulta sorprendente que exista un fuerte consenso para realizar una “justa redistribución de la riqueza” antes de promover una justa distribución del trabajo y de las responsabilidades.
El cinismo kirchnerista parece no tener límites. En lugar de aceptar los errores de su gestión y la corrupción en gran escala, ni siquiera muestran señales de culpa o de arrepentimiento. El peronismo, en lugar de hacerse responsable del kirchnerismo que promovió, ahora lo critica como alguien ajeno al partido. Algo similar ocurrió con el menemismo. Ello implica que, no sólo el votante no cumple con las reglas democráticas del voto castigo, sino que uno de los principales partidos nacionales (Partido Justicialista) ni siquiera se hace cargo de los graves errores cometidos. Por el contrario, los radicales siempre aceptaron sus errores y no negaron sus fracasos.
Quienes aducen que “todos los políticos son corruptos” no advierten la diferencia entre los radicales, que cuando dejan el gobierno tienen un patrimonio similar a cuando accedieron al poder, y los peronistas, que por lo general arreglan su situación económica personal, a veces hasta asegurar más de una de sus futuras generaciones. En ambos casos, por supuesto, puede haber excepciones. Pero se advierte siempre la tendencia encubridora que utiliza como lema tácito el “todo es igual, nada es mejor”.
La intelectualidad, por otra parte, con su silencio se hace cómplice de los movimientos políticos corruptos. Muchos escritores temen ser catalogados de “gorilas” si alguna vez intentan informar acerca de lo que en realidad fue el peronismo. Por el contrario, debería considerarse un orgullo ser considerado “gorila” si tal calificativo proviene de un peronista. Una crítica similar realizó Mario Vargas Llosa quien, respondiendo a una pregunta sobre quiénes son los intelectuales «condicionados» por la izquierda, expresó: “Gabriel García Márquez, Mario Benedetti y Julio Cortázar. Estos son los más ilustres, pero luego hay un número infinito de intelectuales medianos y menores, todos perfectamente manipulados, subordinados, corruptos. Corruptos por el reflejo condicionado del miedo de afrontar el mecanismo de satanización que posee la extrema izquierda. […] Intelectuales respetabilísimos tragan las mentiras más infames simplemente para no ser triturados por ese mecanismo de difamación” (De “Escritores contra escritores” de Albert Angelo-El Aleph Editores-Barcelona 2006).
La actitud de periodistas e intelectuales, aun cuando no se sientan presionados, parece invocar el lema “somos todos pecadores”, lo cual es una verdad a medias. Si partimos de que no existen hombres perfectos, se sigue evidentemente que “somos todos pecadores”, de ahí surge la aparente igualdad entre un múltiple asesino y quien comete una leve infracción de tránsito.
Otro de los medios utilizados para dejar abiertas las puertas a una futura vuelta al poder de los sectores políticos nefastos consiste en calificar a los fracasados regímenes de tipo socialista diciendo que son “de derecha”. Confunden a la gente al hacerles creer que el término “socialista” implica un movimiento democrático. Por el contrario, Fidel Castro, alguien representativo de la izquierda socialista, se caracterizó por tomar el poder por las armas y dirigir a la sociedad cubana bajo su criterio personal, disponiendo de bienes y de personas como si fuese el dueño absoluto de Cuba. Su aliado y seguidor, Nicolás Maduro, seguramente será calificado por algunos periodistas como un gobernante “de derecha” a fin de dejar las puertas abiertas en Latinoamérica para futuras incursiones del socialismo siglo XXI.
La deshonestidad de los sectores peronistas y kirchneristas es llamativa, ya que en poco tiempo han olvidado todos los errores de la gestión K. Como partícipes y cómplices no tienen ninguna autoridad moral para criticar los errores del actual gobierno, que por supuesto los tiene, sino que, como cómplices del deterioro de la nación, deberían tener al menos un poco de dignidad y dejar que la gente decente proceda a hacer las críticas correspondientes.
Algunos hablan de la necesidad de “cerrar la grieta” que divide a los argentinos. Sin embargo, ello no resultará posible hasta que el sector que roba, miente, descalifica y destruye, siendo consciente de ese proceder, muestre algunos síntomas de arrepentimiento y de reconocimiento de errores, algo que por el momento parece imposible. La grieta ha de continuar, con efectos nefastos para la nación, por cuanto una persona decente, con sólo mirar en televisión el cinismo mostrado por kirchneristas y peronistas, posiblemente sufrirá un malestar emocional que le podrá durar medio día, o el día entero, optando posiblemente por escuchar música en su tiempo libre para poder llevar una vida cercana a la normal.
También en este caso surgen los intelectuales y periodistas “objetivos e imparciales” que promueven el cierre de la grieta esperando un cambio favorable en ambos bandos. Si es uno de los dos el sector que está alejado de la ética elemental mientras que el otro, al menos, intenta orientarse por criterios éticos, llegamos a la conclusión de que la grieta es consecuencia de la antigua división entre justos y pecadores, por lo cual el cambio mayor debe darse en estos últimos.
Seguramente que hubo quienes votaron por los Kirchner sin ser beneficiados directos de un empleo estatal o por alguna otra forma “redistributiva” que el Estado destinaba a la compra de votos. Por ello, el sector kirchnerista puede dividirse entre engañados por la asociación ilícita, que habla todo el tiempo de los pobres cuando lo que buscan es el enriquecimiento y el poder, y por los adeptos incondicionales que sienten un profundo odio hacia la clase media y la superior, incluso siendo parte de ellas. El argentino típico se jacta de la “viveza criolla”, que es una forma de denominar a la deshonestidad que nos caracteriza. Si se tiene en cuenta la forma en que la población fue engañada por embaucadores profesionales, advertimos que, de la viveza auténtica (como una forma de inteligencia), tenemos bastante poco.
La tolerancia hacia la asociación ilícita que nos gobernó durante la “década ganada” (o robada) se ha transformado de pronto en una intolerancia extrema hacia el macrismo, que a veces llega a confundirse con el golpismo y el sabotaje. Recordemos que, nuevamente, los argentinos no pudimos votar libremente, sino en contra de alguien. Cuando apareció Zanini como candidato a vicepresidente de Scioli, se advirtió, sin la menor duda, que tal lista presentaba una continuidad de la asociación ilícita que por más de una década detentaba el poder. El casi 50% de apoyo electoral es una muestra elocuente de la severa crisis moral que reina en nuestra sociedad.
No faltan quienes aducen que “la culpa es del sistema” y de “una ley del año 47”. De ahí que los integrantes de la asociación delictiva serían víctimas inocentes del sistema corrupto. Sin embargo, con otro sistema, habrían cambiado de estrategia, y hubieran logrado resultados distintos. Si todo se tratara del “sistema”, las cosas se arreglarían mucho más fácilmente.
En la Argentina actual, las cosas no han cambiado demasiado, ya que, en el ámbito de la política, se trata de igualar la acción de una organización delictiva que gobernó y saqueó el Estado durante 12 años, comparándola con el actual gobierno cuyos integrantes, hasta ahora, han dado apenas algunos indicios de intentar una evasión impositiva, pero que están todavía muy lejos de alcanzar el record de los más de 20.000 millones de dólares que algunas estimaciones atribuyen al fraude kirchnerista.
Luego de la suba de precios de la energía, poco se tiene en cuenta que el gas utilizado en el país es importado en su mayor parte; que viene en barcos y que se paga en dólares, herencia del gobierno kirchnerista que destruyó el sistema energético tanto como el autoabastecimiento en ese rubro. Según un sector de la población, el gobierno populista anterior (que mucho amaba a los pobres) distribuía el gas a precios muy bajos, mientras que el gobierno actual (que se complace con generar pobreza) ha elevado los precios para satisfacer su maldad inherente.
Si bien se puede discutir la forma en que se trata de que cada uno pague su consumo de energía, no se debe olvidar el daño que el gobierno anterior infligió al sector energético. No resulta justo criticar solamente a quien intenta arreglar el desbarajuste económico, que puede o no tener éxito en su empeño, olvidando la corrupción y la mala gestión del gobierno populista anterior.
Al igualar a ambos gobiernos, se intenta abrirle las puertas a la asociación ilícita para que intente acceder nuevamente al poder. No sólo el grupo de seguidores deshonestos promueve el “todos son iguales”, o “siempre hubo corrupción”, sino también muchos periodistas que, intentando ser objetivos, no encuentran algo mejor que criticar por igual a ambos gobiernos para mostrar a la opinión pública su imparcialidad, logrando de esa manera establecer un eficaz encubrimiento a la mencionada asociación delictiva.
Luego de que se ha hecho evidente y pública la acción ilícita encabezada por los Kirchner, un 20% de los votantes, aproximadamente, tendría la intención de votarlos nuevamente, en caso de que la Presidente saliente fuese candidata. La democracia sólo puede resultar eficaz si existe el “voto castigo”, por el cual se promueve la salida de los malos gobiernos. Sin embargo, muchos sólo tienen en cuenta sus casos particulares y poco les interesa lo que le sucede al resto, y mucho menos a la nación. De ahí que favorezcan, con su actitud, la “compra de votos” que cada gobierno de turno pueda efectuar con los medios económicos del Estado.
La “compra de votos” más efectiva es la realizada mediante la concesión de empleos en el Estado. De ahí que, con el desmedido aumento de empleados públicos realizado bajo el gobierno kirchnerista, se estima que unos 2 millones de empleados estatales realizan tareas prescindibles. Con tanto derroche de recursos, es imposible reducir el déficit fiscal, la presión tributaria y la inflación. Se estima que unos 8 millones de argentinos, que realizan trabajo productivo, mantienen a unos 19 millones que no lo hacen (jubilados, empleos parasitarios, planes sociales, etc.). Incluso resulta sorprendente que exista un fuerte consenso para realizar una “justa redistribución de la riqueza” antes de promover una justa distribución del trabajo y de las responsabilidades.
El cinismo kirchnerista parece no tener límites. En lugar de aceptar los errores de su gestión y la corrupción en gran escala, ni siquiera muestran señales de culpa o de arrepentimiento. El peronismo, en lugar de hacerse responsable del kirchnerismo que promovió, ahora lo critica como alguien ajeno al partido. Algo similar ocurrió con el menemismo. Ello implica que, no sólo el votante no cumple con las reglas democráticas del voto castigo, sino que uno de los principales partidos nacionales (Partido Justicialista) ni siquiera se hace cargo de los graves errores cometidos. Por el contrario, los radicales siempre aceptaron sus errores y no negaron sus fracasos.
Quienes aducen que “todos los políticos son corruptos” no advierten la diferencia entre los radicales, que cuando dejan el gobierno tienen un patrimonio similar a cuando accedieron al poder, y los peronistas, que por lo general arreglan su situación económica personal, a veces hasta asegurar más de una de sus futuras generaciones. En ambos casos, por supuesto, puede haber excepciones. Pero se advierte siempre la tendencia encubridora que utiliza como lema tácito el “todo es igual, nada es mejor”.
La intelectualidad, por otra parte, con su silencio se hace cómplice de los movimientos políticos corruptos. Muchos escritores temen ser catalogados de “gorilas” si alguna vez intentan informar acerca de lo que en realidad fue el peronismo. Por el contrario, debería considerarse un orgullo ser considerado “gorila” si tal calificativo proviene de un peronista. Una crítica similar realizó Mario Vargas Llosa quien, respondiendo a una pregunta sobre quiénes son los intelectuales «condicionados» por la izquierda, expresó: “Gabriel García Márquez, Mario Benedetti y Julio Cortázar. Estos son los más ilustres, pero luego hay un número infinito de intelectuales medianos y menores, todos perfectamente manipulados, subordinados, corruptos. Corruptos por el reflejo condicionado del miedo de afrontar el mecanismo de satanización que posee la extrema izquierda. […] Intelectuales respetabilísimos tragan las mentiras más infames simplemente para no ser triturados por ese mecanismo de difamación” (De “Escritores contra escritores” de Albert Angelo-El Aleph Editores-Barcelona 2006).
La actitud de periodistas e intelectuales, aun cuando no se sientan presionados, parece invocar el lema “somos todos pecadores”, lo cual es una verdad a medias. Si partimos de que no existen hombres perfectos, se sigue evidentemente que “somos todos pecadores”, de ahí surge la aparente igualdad entre un múltiple asesino y quien comete una leve infracción de tránsito.
Otro de los medios utilizados para dejar abiertas las puertas a una futura vuelta al poder de los sectores políticos nefastos consiste en calificar a los fracasados regímenes de tipo socialista diciendo que son “de derecha”. Confunden a la gente al hacerles creer que el término “socialista” implica un movimiento democrático. Por el contrario, Fidel Castro, alguien representativo de la izquierda socialista, se caracterizó por tomar el poder por las armas y dirigir a la sociedad cubana bajo su criterio personal, disponiendo de bienes y de personas como si fuese el dueño absoluto de Cuba. Su aliado y seguidor, Nicolás Maduro, seguramente será calificado por algunos periodistas como un gobernante “de derecha” a fin de dejar las puertas abiertas en Latinoamérica para futuras incursiones del socialismo siglo XXI.
La deshonestidad de los sectores peronistas y kirchneristas es llamativa, ya que en poco tiempo han olvidado todos los errores de la gestión K. Como partícipes y cómplices no tienen ninguna autoridad moral para criticar los errores del actual gobierno, que por supuesto los tiene, sino que, como cómplices del deterioro de la nación, deberían tener al menos un poco de dignidad y dejar que la gente decente proceda a hacer las críticas correspondientes.
Algunos hablan de la necesidad de “cerrar la grieta” que divide a los argentinos. Sin embargo, ello no resultará posible hasta que el sector que roba, miente, descalifica y destruye, siendo consciente de ese proceder, muestre algunos síntomas de arrepentimiento y de reconocimiento de errores, algo que por el momento parece imposible. La grieta ha de continuar, con efectos nefastos para la nación, por cuanto una persona decente, con sólo mirar en televisión el cinismo mostrado por kirchneristas y peronistas, posiblemente sufrirá un malestar emocional que le podrá durar medio día, o el día entero, optando posiblemente por escuchar música en su tiempo libre para poder llevar una vida cercana a la normal.
También en este caso surgen los intelectuales y periodistas “objetivos e imparciales” que promueven el cierre de la grieta esperando un cambio favorable en ambos bandos. Si es uno de los dos el sector que está alejado de la ética elemental mientras que el otro, al menos, intenta orientarse por criterios éticos, llegamos a la conclusión de que la grieta es consecuencia de la antigua división entre justos y pecadores, por lo cual el cambio mayor debe darse en estos últimos.
Seguramente que hubo quienes votaron por los Kirchner sin ser beneficiados directos de un empleo estatal o por alguna otra forma “redistributiva” que el Estado destinaba a la compra de votos. Por ello, el sector kirchnerista puede dividirse entre engañados por la asociación ilícita, que habla todo el tiempo de los pobres cuando lo que buscan es el enriquecimiento y el poder, y por los adeptos incondicionales que sienten un profundo odio hacia la clase media y la superior, incluso siendo parte de ellas. El argentino típico se jacta de la “viveza criolla”, que es una forma de denominar a la deshonestidad que nos caracteriza. Si se tiene en cuenta la forma en que la población fue engañada por embaucadores profesionales, advertimos que, de la viveza auténtica (como una forma de inteligencia), tenemos bastante poco.
La tolerancia hacia la asociación ilícita que nos gobernó durante la “década ganada” (o robada) se ha transformado de pronto en una intolerancia extrema hacia el macrismo, que a veces llega a confundirse con el golpismo y el sabotaje. Recordemos que, nuevamente, los argentinos no pudimos votar libremente, sino en contra de alguien. Cuando apareció Zanini como candidato a vicepresidente de Scioli, se advirtió, sin la menor duda, que tal lista presentaba una continuidad de la asociación ilícita que por más de una década detentaba el poder. El casi 50% de apoyo electoral es una muestra elocuente de la severa crisis moral que reina en nuestra sociedad.
No faltan quienes aducen que “la culpa es del sistema” y de “una ley del año 47”. De ahí que los integrantes de la asociación delictiva serían víctimas inocentes del sistema corrupto. Sin embargo, con otro sistema, habrían cambiado de estrategia, y hubieran logrado resultados distintos. Si todo se tratara del “sistema”, las cosas se arreglarían mucho más fácilmente.
domingo, 3 de julio de 2016
La Iglesia entre la ortodoxia y la compatibilidad
La Iglesia Católica denomina “ortodoxo” a lo que resulta “conforme al dogma”, o a la doctrina emanada de la misma. Quienes aducen ser cristianos, pero se separan del dogma y de la doctrina, son considerados ajenos a la Iglesia, o incluso herejes si promueven la difusión masiva de alguna postura innovadora. La referencia adoptada por la Iglesia es la instancia superior constituida por la Biblia, a la cual se accede mediante la fe, o la confianza en la plena veracidad de su contenido. Puede decirse que se trata de una referencia subjetiva por cuanto la Biblia ha sido escrita por hombres que miraban a Dios y a sus leyes, sin otra garantía que sus aptitudes y sus buenas intenciones.
Respecto de las herejías, Miguel de Unamuno escribió: “El verdadero pecado, acaso el pecado contra el Espíritu Santo, que no tiene remisión, es el pecado de herejía, el de pensar por cuenta propia. Ya se ha oído aquí, en nuestra España, que ser liberal, esto es, hereje, es peor que ser asesino, ladrón o adúltero. El pecado más grave es no obedecer a la Iglesia, cuya infalibilidad nos defiende de la razón”.
“¿Y por qué ha de escandalizar la infalibilidad de un hombre, del Papa? ¿Qué más da que sea infalible un libro: la Biblia, una sociedad de hombres: la Iglesia, o un hombre solo? ¿Cambia por eso la dificultad racional de esencia? Y pues no siendo más racional la infalibilidad de un libro o la de una sociedad que la de un hombre solo, había que asentar este supremo escándalo para el racionalismo” (De “Del sentimiento trágico de la vida”-Espasa-Calpe SA-Madrid 1980).
Desde el punto de vista científico, existe una referencia objetiva constituida por las leyes naturales que rigen todo lo existente, incluido el hombre, que son justamente las leyes de Dios consideradas por la religión. De ahí que, en lugar de buscar la conformidad de una postura religiosa respecto de un dogma, se debe verificar su compatibilidad respecto de tales leyes. En lugar de ser aceptada una doctrina en base a la fe, debe buscarse su verificación empleando la experimentación y el razonamiento.
Las leyes naturales de mayor interés, en este caso, son las estudiadas por la psicología y por la psicología social; que son unas de las ramas humanistas de la ciencia que han entrado en una etapa experimental. Alain Minc escribió respecto de Ernest Renan: “Tras haber abandonado sin dramatismo el seminario en 1845, sigue siendo, según sus palabras, un «cristiano no ortodoxo»”. “Renan permanece unido al catolicismo, a su ambiente y a su espíritu. Inclinándose entonces por la enseñanza pública, manifiesta la misma desenvoltura soberana que en el catolicismo” (De “Una historia política de los intelectuales”-Duomo Ediciones-Barcelona 2012).
Todo aquel que se separa del dogma es visto como un enemigo de la Iglesia, acusándosele de hereje o bien de ateo. De esa forma, la Iglesia parece adoptar la postura de ser una “concesionaria exclusiva” de la interpretación de las leyes naturales que rigen al hombre. El citado autor agrega sobre Renan: “No utiliza ninguna violencia verbal respecto a una religión cuyo papel de estabilizador social aprecia: «Sólo personas mal informadas pueden creer que yo haya querido destruir algo en un edificio social que a mí me parece está demasiado quebrantado»”.
“El mundo eclesiástico no lo entiende así. Sabe mejor que nadie hasta qué punto el ataque apunta a la esencia misma de la religión. Si, como escribe Renan, Jesús es «ante todo un seductor», el edificio entero se derrumba. De ahí procede la violencia de los insultos, incluso manifestaciones que le impedirán volver durante quince años a su Bretaña natal. Renan no es ateo. No ha cuestionado ni el sentimiento divino ni la exigencia de la religión en el hombre. Si se acerca a los medios ateos no es tanto por convicción como por necesidad de solidaridad frente a una Iglesia cuya hostilidad hacia él no disminuye con el tiempo”.
La visión de Ernest Renan contempla la existencia de leyes naturales invariantes, coincidiendo con la postura de la mayor parte de los científicos. De ahí que interpreta a los milagros como fenómenos naturales con poca probabilidad de ocurrencia, excluyendo intervenciones directas de Dios. Al respecto escribió: “Es preciso tener presente que, a excepción de las grandes escuelas científicas de la Grecia y de sus adeptos romanos, toda la antigüedad admitía los milagros, y que Jesús, no solamente creía en ellos, sino que no tenía ni la más remota idea de un orden natural sujeto a leyes invariables. Sus conocimientos sobre este punto en nada eran superiores a los de sus contemporáneos. Lejos de ello, una de las opiniones más profundamente arraigadas en Jesús, era que la fe y la oración dan al hombre ilimitado poder sobre la naturaleza” (De “Vida de Jesús”-Librería El Ateneo Editorial-Buenos Aires 1958).
Es importante tener presente que el cristianismo es una religión moral antes que una filosofía contemplativa. Por ello, puede decirse que cristiano es aquel que cumple con los mandamientos bíblicos (o al menos hace el esfuerzo por cumplirlos), en forma independiente de sus creencias acerca de cómo cree que funciona el mundo. Si hemos de señalar un defecto importante de la religión actual, puede decirse que tal defecto consiste en la creencia de que la aceptación de los dogmas eclesiásticos basta para que alguien sea considerado cristiano, aun cuando pocas sean sus intenciones de compartir las penas y las alegrías de los demás como propias. Bernard Delfgaauw escribió: “El ateísmo y la fe en Dios no se revelan simple y únicamente por profesar o no la fe en Dios”. “Creer en Dios o no creer en Dios, no es cosa que se decida por palabras, sino por acciones y obras”. “Ser cristiano significa aceptar el Evangelio esto es: entrar en una relación muy especial con la persona de Cristo. Y esta relación especial se llama desde antiguo creer” (De “Creyentes e incrédulos”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1968).
La forma efectiva que tiene el sector teísta (postura que supone la existencia de un Dios que interviene en los acontecimientos humanos) para descalificar y agraviar las posturas deístas (las que identifican a Dios con la ley natural) es acusar a sus seguidores de “negar la divinidad de Cristo”. Con ello ahuyentan del cristianismo a quienes toman como referencia a la ley natural. El paso del teísmo al deísmo responde a una transición desde la fe al razonamiento lógico, como fue el caso de Ernest Renan. Un gran progreso se advertirá en la sociedad cuando se priorice el cumplimiento de los mandamientos de Cristo sobre las creencias en los dogmas, ampliando de esta forma la cantidad de adeptos. Ernest Renan escribió: “La gente de mundo que piensa que uno elige sus opiniones por razones de simpatía o de antipatía se extrañarán, ciertamente, del tipo de razonamientos que me separó de la fe cristiana, a la cual tenía motivos tanto de corazón como de intereses para seguir unido. Las personas que no tiene talante científico no comprenden que uno deje que sus opiniones se formen fuera de uno mismo por una especie de concreción impersonal, de la cual no se es en cierto modo más que espectador”.
“Mis razones fueron todas de orden filológico y crítico; no fueron en absoluto de orden metafísico, de orden político o de orden moral. Estas últimas categorías me parecen poco tangibles y medibles, en todos los sentidos. Pero la cuestión de saber si hay contradicciones entre el cuarto Evangelio y los sinópticos es algo completamente palpable” (Citado en “Las voces de la libertad” de Michel Winock-Edhasa-Barcelona 2004).
La religión-filosofía, que prioriza las creencias antes que la acción, establece razonamientos y deducciones acerca de la naturaleza de Dios y de sus atributos, mientras que la religión moral establece indagaciones respecto del hombre, por cuanto busca prioritariamente la respuesta moral que debe surgir en cada individuo. Recordemos que Cristo expresó: “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (y no tanto en el cielo).
Según la opinión de varios teólogos, las cosas están cambiando en los últimos tiempos ya que se está dejando un tanto de lado la adhesión absoluta de los dogmas para darle lugar a un método más cercano al de la ciencia experimental. En realidad, se sigue adoptando a la Biblia, y no tanto a la propia ley natural, como referencia para el estudio religioso. Bernard Lonergan escribió: “La teología, de ciencia deductiva ha pasado a ser en gran parte ciencia empírica. Fue ciencia deductiva en el sentido en que sus tesis eran conclusiones que había que probar con las premisas sacadas en la Escritura y la tradición. Se ha convertido en ciencia empírica en el sentido en que la Escritura y la tradición ahora no ofrecen premisas, sino datos que hay que examinar en perspectiva histórica”.
“Esos datos han de ser interpretados a la luz de las técnicas y métodos contemporáneos. Antes el paso de las premisas a las conclusiones era breve, simple y cierto; hoy, sin embargo, el paso del dato a la interpretación resulta largo, difícil y, en el mejor de los casos, probable. Una ciencia empírica no demuestra: acumula información, crea una comprensión, recoge el mayor número posible de materiales, pero no excluye el descubrimiento de datos ulteriores importantes, o el que emerjan visiones nuevas y se consiga una penetración más comprensiva” (De “Teología de la renovación”-Varios autores-Ediciones Sígueme-Salamanca 1972).
En realidad, un método similar al mencionado fue puesto en práctica por Baruch de Spinoza, respecto del judaísmo, algunos siglos antes. Incluso Spinoza da un paso más y describe parte de las leyes naturales que rigen la conducta humana. Atilano Domínguez escribió: “La convicción de que la religión, cristiana y judía, es un hecho histórico, lleva a Spinoza a elaborar un método general de hermenéutica bíblica y a ponerlo a prueba en ciertos temas candentes, como la autenticidad del Pentateuco, el significado de las notas marginales, la fijación del canon, etc.”.
“La Escritura, dice Spinoza, no es una carta enviada por Dios del cielo a los hombres. Es un conjunto de textos que hay que analizar con el mismo rigor con que examinamos el nitro, la sangre o las pasiones humanas” (De la Introducción del “Tratado teológico-político” de Baruch de Spinoza-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).
Mientras el teísta concentra su interés en el Dios que actúa en el mundo, tratando de conocer sus atributos y su voluntad, el deísta concentra su interés en la respuesta del hombre a la aparente voluntad implícita en el espíritu de la ley natural. Spinoza escribió: “Se demuestra que la Escritura no enseña sino cosas muy sencillas, ni busca otra cosa que la obediencia, y que, acerca de la naturaleza divina, tan sólo enseña aquello que los hombres pueden imitar practicando cierta forma de vida”.
“La obediencia a Dios consiste exclusivamente en el amor al prójimo (puesto que quien ama al prójimo, si lo hace para obedecer a Dios, ha cumplido la ley…), se sigue que en la Escritura no se recomienda otra ciencia que la que es necesaria a todos los hombres para poder obedecer a Dios conforme a ese precepto y cuya ignorancia hace a los hombres inevitablemente contumaces [tenaces en mantener un error] o, al menos, incapaces de obedecer”.
Respecto de las herejías, Miguel de Unamuno escribió: “El verdadero pecado, acaso el pecado contra el Espíritu Santo, que no tiene remisión, es el pecado de herejía, el de pensar por cuenta propia. Ya se ha oído aquí, en nuestra España, que ser liberal, esto es, hereje, es peor que ser asesino, ladrón o adúltero. El pecado más grave es no obedecer a la Iglesia, cuya infalibilidad nos defiende de la razón”.
“¿Y por qué ha de escandalizar la infalibilidad de un hombre, del Papa? ¿Qué más da que sea infalible un libro: la Biblia, una sociedad de hombres: la Iglesia, o un hombre solo? ¿Cambia por eso la dificultad racional de esencia? Y pues no siendo más racional la infalibilidad de un libro o la de una sociedad que la de un hombre solo, había que asentar este supremo escándalo para el racionalismo” (De “Del sentimiento trágico de la vida”-Espasa-Calpe SA-Madrid 1980).
Desde el punto de vista científico, existe una referencia objetiva constituida por las leyes naturales que rigen todo lo existente, incluido el hombre, que son justamente las leyes de Dios consideradas por la religión. De ahí que, en lugar de buscar la conformidad de una postura religiosa respecto de un dogma, se debe verificar su compatibilidad respecto de tales leyes. En lugar de ser aceptada una doctrina en base a la fe, debe buscarse su verificación empleando la experimentación y el razonamiento.
Las leyes naturales de mayor interés, en este caso, son las estudiadas por la psicología y por la psicología social; que son unas de las ramas humanistas de la ciencia que han entrado en una etapa experimental. Alain Minc escribió respecto de Ernest Renan: “Tras haber abandonado sin dramatismo el seminario en 1845, sigue siendo, según sus palabras, un «cristiano no ortodoxo»”. “Renan permanece unido al catolicismo, a su ambiente y a su espíritu. Inclinándose entonces por la enseñanza pública, manifiesta la misma desenvoltura soberana que en el catolicismo” (De “Una historia política de los intelectuales”-Duomo Ediciones-Barcelona 2012).
Todo aquel que se separa del dogma es visto como un enemigo de la Iglesia, acusándosele de hereje o bien de ateo. De esa forma, la Iglesia parece adoptar la postura de ser una “concesionaria exclusiva” de la interpretación de las leyes naturales que rigen al hombre. El citado autor agrega sobre Renan: “No utiliza ninguna violencia verbal respecto a una religión cuyo papel de estabilizador social aprecia: «Sólo personas mal informadas pueden creer que yo haya querido destruir algo en un edificio social que a mí me parece está demasiado quebrantado»”.
“El mundo eclesiástico no lo entiende así. Sabe mejor que nadie hasta qué punto el ataque apunta a la esencia misma de la religión. Si, como escribe Renan, Jesús es «ante todo un seductor», el edificio entero se derrumba. De ahí procede la violencia de los insultos, incluso manifestaciones que le impedirán volver durante quince años a su Bretaña natal. Renan no es ateo. No ha cuestionado ni el sentimiento divino ni la exigencia de la religión en el hombre. Si se acerca a los medios ateos no es tanto por convicción como por necesidad de solidaridad frente a una Iglesia cuya hostilidad hacia él no disminuye con el tiempo”.
La visión de Ernest Renan contempla la existencia de leyes naturales invariantes, coincidiendo con la postura de la mayor parte de los científicos. De ahí que interpreta a los milagros como fenómenos naturales con poca probabilidad de ocurrencia, excluyendo intervenciones directas de Dios. Al respecto escribió: “Es preciso tener presente que, a excepción de las grandes escuelas científicas de la Grecia y de sus adeptos romanos, toda la antigüedad admitía los milagros, y que Jesús, no solamente creía en ellos, sino que no tenía ni la más remota idea de un orden natural sujeto a leyes invariables. Sus conocimientos sobre este punto en nada eran superiores a los de sus contemporáneos. Lejos de ello, una de las opiniones más profundamente arraigadas en Jesús, era que la fe y la oración dan al hombre ilimitado poder sobre la naturaleza” (De “Vida de Jesús”-Librería El Ateneo Editorial-Buenos Aires 1958).
Es importante tener presente que el cristianismo es una religión moral antes que una filosofía contemplativa. Por ello, puede decirse que cristiano es aquel que cumple con los mandamientos bíblicos (o al menos hace el esfuerzo por cumplirlos), en forma independiente de sus creencias acerca de cómo cree que funciona el mundo. Si hemos de señalar un defecto importante de la religión actual, puede decirse que tal defecto consiste en la creencia de que la aceptación de los dogmas eclesiásticos basta para que alguien sea considerado cristiano, aun cuando pocas sean sus intenciones de compartir las penas y las alegrías de los demás como propias. Bernard Delfgaauw escribió: “El ateísmo y la fe en Dios no se revelan simple y únicamente por profesar o no la fe en Dios”. “Creer en Dios o no creer en Dios, no es cosa que se decida por palabras, sino por acciones y obras”. “Ser cristiano significa aceptar el Evangelio esto es: entrar en una relación muy especial con la persona de Cristo. Y esta relación especial se llama desde antiguo creer” (De “Creyentes e incrédulos”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1968).
La forma efectiva que tiene el sector teísta (postura que supone la existencia de un Dios que interviene en los acontecimientos humanos) para descalificar y agraviar las posturas deístas (las que identifican a Dios con la ley natural) es acusar a sus seguidores de “negar la divinidad de Cristo”. Con ello ahuyentan del cristianismo a quienes toman como referencia a la ley natural. El paso del teísmo al deísmo responde a una transición desde la fe al razonamiento lógico, como fue el caso de Ernest Renan. Un gran progreso se advertirá en la sociedad cuando se priorice el cumplimiento de los mandamientos de Cristo sobre las creencias en los dogmas, ampliando de esta forma la cantidad de adeptos. Ernest Renan escribió: “La gente de mundo que piensa que uno elige sus opiniones por razones de simpatía o de antipatía se extrañarán, ciertamente, del tipo de razonamientos que me separó de la fe cristiana, a la cual tenía motivos tanto de corazón como de intereses para seguir unido. Las personas que no tiene talante científico no comprenden que uno deje que sus opiniones se formen fuera de uno mismo por una especie de concreción impersonal, de la cual no se es en cierto modo más que espectador”.
“Mis razones fueron todas de orden filológico y crítico; no fueron en absoluto de orden metafísico, de orden político o de orden moral. Estas últimas categorías me parecen poco tangibles y medibles, en todos los sentidos. Pero la cuestión de saber si hay contradicciones entre el cuarto Evangelio y los sinópticos es algo completamente palpable” (Citado en “Las voces de la libertad” de Michel Winock-Edhasa-Barcelona 2004).
La religión-filosofía, que prioriza las creencias antes que la acción, establece razonamientos y deducciones acerca de la naturaleza de Dios y de sus atributos, mientras que la religión moral establece indagaciones respecto del hombre, por cuanto busca prioritariamente la respuesta moral que debe surgir en cada individuo. Recordemos que Cristo expresó: “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (y no tanto en el cielo).
Según la opinión de varios teólogos, las cosas están cambiando en los últimos tiempos ya que se está dejando un tanto de lado la adhesión absoluta de los dogmas para darle lugar a un método más cercano al de la ciencia experimental. En realidad, se sigue adoptando a la Biblia, y no tanto a la propia ley natural, como referencia para el estudio religioso. Bernard Lonergan escribió: “La teología, de ciencia deductiva ha pasado a ser en gran parte ciencia empírica. Fue ciencia deductiva en el sentido en que sus tesis eran conclusiones que había que probar con las premisas sacadas en la Escritura y la tradición. Se ha convertido en ciencia empírica en el sentido en que la Escritura y la tradición ahora no ofrecen premisas, sino datos que hay que examinar en perspectiva histórica”.
“Esos datos han de ser interpretados a la luz de las técnicas y métodos contemporáneos. Antes el paso de las premisas a las conclusiones era breve, simple y cierto; hoy, sin embargo, el paso del dato a la interpretación resulta largo, difícil y, en el mejor de los casos, probable. Una ciencia empírica no demuestra: acumula información, crea una comprensión, recoge el mayor número posible de materiales, pero no excluye el descubrimiento de datos ulteriores importantes, o el que emerjan visiones nuevas y se consiga una penetración más comprensiva” (De “Teología de la renovación”-Varios autores-Ediciones Sígueme-Salamanca 1972).
En realidad, un método similar al mencionado fue puesto en práctica por Baruch de Spinoza, respecto del judaísmo, algunos siglos antes. Incluso Spinoza da un paso más y describe parte de las leyes naturales que rigen la conducta humana. Atilano Domínguez escribió: “La convicción de que la religión, cristiana y judía, es un hecho histórico, lleva a Spinoza a elaborar un método general de hermenéutica bíblica y a ponerlo a prueba en ciertos temas candentes, como la autenticidad del Pentateuco, el significado de las notas marginales, la fijación del canon, etc.”.
“La Escritura, dice Spinoza, no es una carta enviada por Dios del cielo a los hombres. Es un conjunto de textos que hay que analizar con el mismo rigor con que examinamos el nitro, la sangre o las pasiones humanas” (De la Introducción del “Tratado teológico-político” de Baruch de Spinoza-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).
Mientras el teísta concentra su interés en el Dios que actúa en el mundo, tratando de conocer sus atributos y su voluntad, el deísta concentra su interés en la respuesta del hombre a la aparente voluntad implícita en el espíritu de la ley natural. Spinoza escribió: “Se demuestra que la Escritura no enseña sino cosas muy sencillas, ni busca otra cosa que la obediencia, y que, acerca de la naturaleza divina, tan sólo enseña aquello que los hombres pueden imitar practicando cierta forma de vida”.
“La obediencia a Dios consiste exclusivamente en el amor al prójimo (puesto que quien ama al prójimo, si lo hace para obedecer a Dios, ha cumplido la ley…), se sigue que en la Escritura no se recomienda otra ciencia que la que es necesaria a todos los hombres para poder obedecer a Dios conforme a ese precepto y cuya ignorancia hace a los hombres inevitablemente contumaces [tenaces en mantener un error] o, al menos, incapaces de obedecer”.
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