Los conflictos sociales pueden ser descriptos mediante una analogía en la que la sociedad se considera como un cuerpo viviente que posee la capacidad de defenderse, mediante anticuerpos, de los virus que la atacan y que son generados por ella misma o bien por factores externos. Tanto los virus como los anticuerpos comienzan a gestarse por medio de individuos que tienen capacidad para influir sobre otros para crear grupos que actúan en el cuerpo social. La salud de la sociedad provendrá del predominio de los anticuerpos, mientras que la enfermedad será una consecuencia del predominio de los virus.
Por lo general, no resulta sencillo distinguir entre virus y anticuerpos, ya que incluso una organización realizada con nobles fines puede desnaturalizarse ante miembros que la desvirtúan cuando su acción es motivada por objetivos egoístas. Respecto de los “anticuerpos” sociales, Ramiro A. Calle escribió: “¿Cómo denominar a esos hombres? Aunque quizá no sea del todo acertado, podríamos llamarles «buscadores de la Verdad». Ellos no se satisfacen con la verdad común ni con la verdad a medias. No pretenden cubrir su vacío buscando la verdad científica, histórica, religiosa, social o política. Buscan la Verdad absoluta, trascendente. En su búsqueda arriesgan prácticamente todo lo que tienen, aun sabiendo de antemano que muy pocos hallarán lo buscado, aun teniendo clara conciencia de que pueden extraviarse definitivamente y penetrar para siempre en un mundo sin luz”.
“Algunos miembros de esa gran familia deciden recorrer el camino solos. Apartados del mundo, desapegados, renuncian a sus lazos familiares y a la vida cotidiana y se retiran a la soledad de los bosques o de las montañas, para allí, a través de la austeridad y de una rígida disciplina, comenzar la ardua empresa de rescatar su Yo. Otros pretenden la evolución desde dentro, confundidos entre los demás hombres, pasando inadvertidos, sin renunciar formalmente a nada, pero tratando de no depender de nada. Estos miembros de la gran familia que se quedan entre los otros hombres, agudizan enormemente su sensibilidad para encontrarse entre ellos, hasta un extremo tal que llegan a intuirse. Se buscan entre sí y cuando se encuentran forman grupos, escuelas, sectas o sociedades. Y frecuentemente se ven obligados por unos u otros motivos a guardar secreto, a evadirse de la curiosidad de los demás”.
Estos agrupamientos no siempre logran cumplir con sus objetivos iniciales. El citado autor agrega: “Las sociedades auténticamente iniciáticas han tenido siempre como finalidad mantener vivo el conocimiento oculto y preparar espiritualmente a la humanidad. Teóricamente al menos han pretendido enseñar a los hombres la verdad y adiestrarlos en el amor. No hay que olvidar, empero, que las sociedades están formadas por hombres, y que éstos en muchas ocasiones –como tantas veces así ha sucedido- se han servido de aquéllas para la consecución de sus propios fines. Cuando sus miembros se disputan el poder, cuando el egoísmo y la vanidad no son controlados, cuando los intereses del individuo se anteponen a los de la sociedad, ésta termina degenerando. Esto es lo que ha sucedido con diversos grupos iniciáticos, escuelas y sociedades secretas. Sin ningún miramiento, con una carencia absoluta de escrúpulos, algunos miembros han utilizado la sociedad a la que pertenecían como trampolín para obtener sus fines; miembros de una sociedad espiritualista, lobos disfrazados con piel de cordero que se han despreocupado de los principios y preceptos espirituales enseñados por la sociedad en cuestión, para entregarse a unos asuntos materiales y muchas veces turbios e indignos” (De “Historia de las sociedades secretas”-Editorial Planeta DeAgostini SA-México 2003).
Un ejemplo reciente de grupo que hace de anticuerpo ante el predominio de la enfermedad totalitaria, ha sido el de los disidentes soviéticos organizados en las sombras, ante el riesgo cotidiano de ser condenados por el amenazador poder del Estado opresivo y vigilante. El Manual de Psicopolítica, editado en la URSS, indica que: “La enfermedad podría mirarse como deslealtad de un organismo para con los demás. Esta deslealtad, al ponerse de relieve, origina la rebelión de una parte de la anatomía contra el resto del conjunto y de esa manera se produce de hecho una revolución interna. El corazón, al aislarse del grupo, se niega a solidarizarse y servir al resto del organismo, y vemos que el funcionamiento de todo el cuerpo se trastorna debido a la rebelión del corazón. El corazón se rebela porque no puede o no quiere cooperar con el resto del cuerpo. Si le permitimos al corazón rebelarse, los riñones, siguiendo su ejemplo, pueden a su vez rebelarse también y negarse a trabajar en beneficio del organismo. Esta rebelión, al extenderse a otros órganos y al sistema glandular, ocasiona la muerte del «individuo». Podemos apreciar, pues, que la rebelión significa la muerte; por lo tanto, no podemos transar con la rebelión”.
“El Estado, igual que el individuo, es una serie de conglomerados. Las entidades políticas existentes dentro del Estado deben todas cooperar para beneficio del Estado, porque de no hacerlo el mismo Estado puede desintegrarse y morir. De ahí el peligro que entraña la revolución”. “El credo del individualismo áspero, del determinismo personal, de la rebeldía, la imaginación y el poder creativo personal son tendencias que predisponen a las masas en contra del bien de un Estado Superior. Estas fuerzas rebeldes y salvajes no son otra cosa que enfermedades que provocarán la separación, la desunión y por último el derrumbe del grupo al que pertenece el individuo” (De “Psicopolítica” de Kenneth Goff-Editorial Nuevo Orden-Buenos Aires 1966).
Dentro del ámbito de la religión también se han dado situaciones similares. Santo Tomás de Aquino escribió: “Acerca de los herejes deben considerarse dos aspectos: uno por parte de ellos; otro por parte de la Iglesia. Por parte de ellos está el pecado, por el que no sólo merecieron ser separados de la Iglesia por la excomunión, sino aun ser excluidos del mundo por la muerte; pues mucho más grave es corromper la fe, vida del alma, que falsificar moneda, con que se sustenta la vida temporal. Y si tales falsificadores y otros malhechores justamente son entregados sin más a la muerte por los príncipes seglares, con más razón los herejes, al momento de ser convictos de herejía, podían no sólo ser excomulgados sino ser entregados a justa pena de muerte. Por parte de la Iglesia, está la misericordia para la conversión de los que yerran. Por eso no condena luego, sino ‘despues de una primera y segunda corrección’, como enseña el Apóstol Pablo. Pero, si todavía alguno se mantiene pertinaz, la Iglesia, no esperando su conversión, lo separa de sí por la sentencia de excomunión, mirando por la salud de los demás. Y aun va más allá, legándolos al juicio seglar para su exterminio del mundo por la muerte” (Citado en “Crítica de la religión y la filosofía” de Walter Kaufmann-Fondo de Cultura Económica-México 1983).
Más cercanas en el tiempo aparecen diversas sectas cristianas que comienzan con las mejores expectativas pero que, con el tiempo, las tentaciones individuales pueden desvirtuarlas. Rubén Calderón Bouchet escribió acerca del Opus Dei: “Nuestras dudas con respecto al valor religioso de la Obra nacen, precisamente, de la elaborada preparación de sus afiliados para enfrentar triunfalmente los desafíos del mundo moderno. En cuanto entramos en contacto con algunas de sus enseñanzas más resonantes, viene a nuestra mente la parábola del Mayordomo infiel o, como decía Castellani, del Mayordomo Camandulero. Es verdad que los bienes de este mundo deben ser usados para ganar la vida eterna, pero si nos preparamos demasiado para obtenerlos ¿no corremos el riesgo de invertir el orden de las preferencias? Una excesiva preocupación por las añadiduras ¿no nos hará perder de vista el Reino de los Cielos? Y si todavía debemos cuidar la santa presentación de nuestras fisonomías para obtener más éxito en la empresa ¿no terminaremos presas de una farisaica hipocresía que es uno de los mayores pecados que se pueden cometer?”.
“El Opus Dei hace todo lo que puede para prepararnos para el triunfo en éste y en el otro mundo, es muy cierto que nos advierte contra el humor triunfalista, pero lo hace para que podamos triunfar, no sea que una vanidosa ostentación del éxito nos haga fracasar ante los ojos de la sociedad a la que debemos destinar nuestros esfuerzos. La humildad es una carta jugada y tenemos que ponerla siempre en evidencia, aunque no sea, necesariamente, una actitud muy auténtica. Por supuesto el socialista de turno nos dice que en la Edad Media la Iglesia Católica supo captar la adhesión de las clases superiores y prepararlas para ejercer su efectivo comando sin perder de vista la efectiva prelacía espiritual de la Santa Sede. No olvidemos que su influencia sobre la nobleza tuvo un efecto más correctivo que exaltante y si comparamos el comportamiento del noble bárbaro y del noble cristiano, observaremos en primer lugar la disposición servicial del segundo y, luego, cuando la preocupación religiosa predominaba, su abandono do todas las pompas para consagrar su vida a la fe ¿Bernardo de Claraval, Santo Tomás de Aquino no fueron nobles? Pero su santificación les impuso el abandono de sus privilegios nobiliarios y su ingreso en la vida conventual. Por cierto el Opus no le niega al banquero adherente la posibilidad de tomar un hábito religioso, pero no lo anima demasiado en esta línea y lo prefiere en su condición de financiero para que colabore mejor con las obras de la fundación”.
“Como afirmábamos más arriba, las virtudes o los hábitos, no siempre virtuosos, de esta clase dirigente la hace bastante impermeable al influjo de la fe y ¿en qué medida una conversión verdadera conservaría sus aptitudes para el comando en la sociedad actual? Porque una cosa es una conversión auténtica, a la manera de San Roderico de Finchala que abandonó su comercio de cabotaje para dedicarse a hacer penitencia, y otra, bastante diferente, poner cara de santo para afilar mejor el anzuelo conque se pesca a río revuelto”.(De http://statveritasblog.blogspot.com.ar).
Por lo general, toda institución es denigrada por sus competidoras, ya sea que su accionar haya sido positivo como negativo para la sociedad. Además, los fines u objetivos expresados por una secta nefasta son similares a los expresados por una benevolente, siendo en aquel caso utilizados como disfraces para una plena aceptación posterior. De ahí que resulte difícil establecer una real y auténtica opinión sobre la efectividad de determinado grupo social, con la siempre presente posibilidad de que los individuos que la componen la desnaturalicen en cualquier momento.
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