Ante la evidente crisis moral que afecta a las sociedades actuales, se advierte que la religión tradicional, basada en la fe en lo sobrenatural, no resulta suficiente para revertir la situación. De ahí que sea necesario fortalecerla, no reemplazarla ni destruirla, mediante la religión natural, como un conjunto de ideas y de conocimientos que llega a conclusiones similares con la ventaja de ser accesible a una cantidad de personas bastante mayor. En definitiva, la religión de la fe se sintetiza en unos pocos mandamientos éticos, accesibles a nuestras decisiones, que pueden también ser sugeridos por una religión basada en lo evidente, incluso en aquello que puede ser verificado bajo experimentación.
De la misma forma en que el médico que no puede sanar a un paciente debe aceptar que otro pueda hacerlo, siempre y cuando lo esencial para él sea la vida del enfermo, la institución religiosa que no pueda llegar a la sociedad para mejorar su condición moral, tampoco debe oponerse a que otras lo hagan, siempre y cuando la “salud espiritual” de la población sea para ella lo más importante.
Ante padecimientos originados por enfermedades incurables, accidentes o violencia urbana, se advierte que el sacerdote, pastor o rabino, en lugar de dedicarse a aliviar el dolor de quien sufre, se preocupa por defender la postura filosófica predominante en su religión, casi como si se tratara de un partido político en el cual no se cede fácilmente ante las críticas de los rivales. Harold Kushner escribió: “Es posible que el objeto de la mayoría de las respuestas religiosas no sea tanto aliviar el dolor de la persona sufriente sino defender y justificar a Dios, para persuadirnos de que lo malo es en realidad bueno, de que nuestra aparente desgracia sirve a los designios más grandes de Dios”. “Los libros a los cuales recurrí se ocupaban más de defender el honor de Dios, con pruebas lógicas de que lo malo es en realidad bueno y de que el mal es necesario para que este mundo sea bueno, que de calmar la preocupación y angustia del padre de un niño moribundo. Tenían respuestas para todas sus preguntas, pero ninguna para las mías”.
La religión tradicional de la fe, que supone la existencia de lo sobrenatural, se basa esencialmente en la creencia en un Dios que interviene en los acontecimientos humanos interrumpiendo las leyes naturales, es decir, como si los milagros se sucedieran en forma continua y permanente. Esta visión lleva a serias contradicciones lógicas que hace que sus promotores, para sostenerla, deban recurrir a inverosímiles recursos. Por el contrario, la religión de la razón, al rechazar lo ilógico y lo incoherente, supone que Dios no interviene en los acontecimientos humanos, sino que existen leyes naturales invariantes que deben ser respetadas por el hombre buscando adaptarse a las mismas.
Ante el acontecimiento inesperado, que no respeta méritos ni afiliaciones previas, pueden surgir actitudes de rebeldía contra el Dios, ya que, supuestamente, interviene en los acontecimientos cotidianos pudiendo por lo tanto haber evitado fácilmente alguna tragedia. Jorge Luis Borges escribió: “Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones…”.
Si tenemos presente la existencia de un mundo regido por leyes naturales, seguramente trataremos de proteger nuestra vida contemplando esa realidad. Por el contrario, quienes suponen que al adoptar una actitud cooperativa hacia los demás estarán exentos de sufrimientos ante la correspondiente protección de Dios, estarán expuestos, no sólo a un exceso de confianza que podrá perjudicarlos, sino a una gran desazón al advertir que el sufrimiento puede ser padecido aun cuando nuestra conducta sea la mejor. Harold Kushner, cuyo hijo padeció una enfermedad incurable, agrega: “Creía que estaba siguiendo los designios de Dios y haciendo Su trabajo. ¿Cómo era posible que le estuviera sucediendo eso a mi familia? Si Dios existía, si era mínimamente justo y, más aún, afectuoso e indulgente, ¿cómo era posible que me hiciera eso?” (De “Cuando la gente buena sufre”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1994).
Si consideramos al sufrimiento como una consecuencia de nuestra desadaptación al orden natural, podremos encontrar un alivio a nuestro dolor estableciendo vínculos afectivos adicionales con personas del medio social, además de las ya existentes en el propio medio familiar. Posiblemente allí encontremos el milagro que antes no sucedió. “El milagro puede ser que la fe de la comunidad sobreviva aún después de comprobar que en este mundo los niños inocentes enferman y mueren. Cuando vemos que gente débil se vuelve fuerte, que gente tímida se vuelve valiente y que gente egoísta se vuelve generosa, sabemos que estamos presenciando un milagro. Yo he visto esos milagros (muchos de ellos me sucedieron a mí). Sospecho que todos los hemos visto”.
Si bien el título del presente escrito muestra un posible antagonismo entre fe y razón, no siempre es así. Por lo general el partidario de la religión tradicional descalifica y rechaza la religión natural, mientras que los partidarios de esta última concentran sus pensamientos y sus esfuerzos en lograr la mejor descripción del mundo real priorizando la obra de Dios y sus leyes a las creencias subjetivas que los hombres podamos tener al respecto. En el Concilio Vaticano I, se manifestó: “Y no sólo no pueden jamás disentir entre sí la fe y la razón, sino que además se prestan mutua ayuda, como quiera que la recta razón demuestra los fundamentos de la ley y, por la luz de ésta, ilustrada, cultiva la ciencia de las cosas divinas; y la fe, por su parte, libra y defiende a la razón de los errores, «la provee de múltiples conocimientos»” (Citado en “Le destronaron” de M. Marcel Lefebvre-Ediciones San Pío X-Buenos Aires 1987).
Entre los intentos por compatibilizar el cristianismo con los conocimientos aceptados en el ámbito de la ciencia experimental, aparece la postura de Pierre Teilhard de Chardin, quien advierte que no sólo existe la evolución y adaptación biológica, sino también una tendencia general que involucra la evolución desde la materia a la vida hasta llegar a la vida inteligente. El citado autor escribió: “La Materia, abandonada a sí misma durante mucho tiempo bajo el juego prolongado y universal de los azares, manifiesta la propiedad de disponerse en grupos cada vez más complejos y, al mismo tiempo, cada vez más revestidos de conciencia; este doble movimiento conjugado de enrollamiento físico e interiorización psíquica continúa, se acelera y se extiende hasta el máximo posible, una vez iniciado”.
“Hasta ahora, en el Hombre sólo hemos considerado el edificio individual: el cuerpo con sus mil billones de células, y sobre todo el cerebro, con sus [cien] mil millones de núcleos nerviosos. Pero el Hombre, al mismo tiempo que un individuo centrado respecto de sí mismo (es decir, una «persona»), ¿no representa un elemento con relación a una síntesis nueva, y mucho más elevada? –conocemos los átomos, suma de núcleos y de electrones; las moléculas, suma de átomos; las células, suma de moléculas…-. ¿No habrá por delante de nosotros una Humanidad en formación, suma de personas organizadas?”.
“Se le ha reprochado a esta «filosofía» que no es más que un concordismo generalizado. A esta crítica, el P. Teilhard responde que conviene no confundir concordismo y coherencia. Religión y Ciencia representan evidentemente, en la esfera mental, dos meridianos diferentes que sería falso no separar (error concordista). Pero esos meridianos han de encontrarse necesariamente en alguna parte, en un polo de visión común (coherencia): de otro modo, todo se hunde en nosotros en el terreno del pensamiento y del conocimiento” (De “Yo me explico”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1968).
El Punto Omega de Teilhard, o punto de convergencia entre fe y razón, o entre religión y ciencia, habrá de coincidir esencialmente con el Juicio Final, que ha de ser el punto de encuentro entre ambas corrientes del pensamiento, dejando atrás etapas en que desde la fe se pretendía controlar a la razón o desde ésta someter aquélla. Este punto de encuentro implicará mirar hacia la ley natural bajo “una perspectiva de eternidad” en lugar de mirar solamente a los Libros Sagrados bajo la perspectiva que da la tradición y la fe. Tal punto de encuentro ha de implicar tanto lo afectivo como lo cognitivo, exaltando al amor junto a la verdad, siendo la verdad el vehículo que transporta al amor. Ambas son imprescindibles y podemos imaginar una humanidad que no solamente se vuelca hacia una actitud cooperativa, sino también hacia una actitud contemplativa en respuesta a la conciencia creciente que ha de implicar tal acontecimiento.
La etapa de surgimiento pleno de lo espiritual será la resultante del cumplimiento del mandamiento del amor al prójimo, constituyendo una comunidad de individuos conscientes de tu tarea de adaptación cultural al orden natural en contraste con un agrupamiento de hombres-masa que delegan su libertad ante el tirano que gobierna el Estado totalitario.
Gran parte de los religiosos han desviado su camino creyendo que la lucha esencial no es entre el Bien y el Mal, sino entre fe y razón. De la misma manera en que no existe un vínculo evidente entre virtud y nivel económico, tampoco existe una relación evidente entre virtud y actitud filosófica adoptada en tales cuestiones. Teilhard escribió: “Lo sobrenatural es un fermento, un alma, no un organismo completo. Viene a transformar «la naturaleza»; pero no puede prescindir de la materia que ésta le ofrece”. “La espera del Cielo no puede existir más que si se encarna. ¿Qué cuerpo podremos darle a nuestra espera de hoy?”.
“En el mundo no puede haber dos cimas, como en un círculo no caben dos centros. El Astro que el mundo espera, sin saber todavía pronunciar su nombre, sin apreciar exactamente su auténtica trascendencia, sin poder siquiera distinguir los más espirituales, los más divinos de sus rayos, es por fuerza el mismo Cristo que esperamos nosotros. Para desear la Parusía basta con que dejemos que lata en nosotros, cristianizándolo, el propio corazón de la Tierra” (De “El medio divino”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1965).
El punto de encuentro entre ciencia y religión también implicará la transición definitiva desde una religión subjetiva, basada en la fe y en razonamientos derivados de la lectura de los Libros Sagrados, a una religión objetiva, basada en evidencias y en razonamientos establecidos a partir de la observación directa de la ley natural.
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