El hombre necesita de la religión, ya que no puede vivir sin el sentido de la vida que ella puede ofrecer, aunque muchas veces tampoco puede vivir satisfactoriamente con ella. Si el vínculo que une a los hombres se deteriora, no cumple con la función esencial que debe cumplir, por lo que tampoco la sociedad podrá lograr la armonía que es deseable que posea. De ahí que debamos indagar sobre la actitud óptima que debe promover la religión para advertir, luego, que la ausencia parcial de algunos de sus atributos ha de conducir a algún tipo de conflicto. Se habrá establecido así una especie de introspección religiosa que podrá ayudar a comprenderlos y a superarlos. Antonio G. Birlán escribió: “La palabra religión significa, según su etimología, lo que une. Pocas veces el sentido de una palabra ha estado más en contradicción con la realidad. Que la religión, en realidad, no es lo que une, basta echar una ojeada sobre el presente y el pasado para comprobarlo. Ha unido, cuando más, parcialmente, y los unidos parcialmente se han enfrentado en todos los tiempos con otros unidos asimismo parcialmente. ¿Por qué esa unión parcial no se ha extendido? ¿Por qué lo que, según su sentido, y según sus orígenes, de donde su sentido, une, ha unido siempre tan imperfectamente?” (De “La religión”-Editorial Américalee-Buenos Aires 1956).
Puede decirse que la actitud óptima debe ser ascendente, lateral e igualitaria; ascendente porque mira hacia lo alto, hacia Dios, o el orden natural; lateral porque mira hacia los demás seres humanos, regidos por el mismo Dios, o por la misma ley natural. Finalmente, la actitud a adoptar, respecto de los “laterales”, ha de ser igualitaria, lo que implica que no habrá gobierno del hombre sobre el hombre. Así se logrará, no sólo la igualdad, sino también la libertad esencial requerida para desarrollar plenamente nuestras potencialidades individuales.
La actitud ascendente resulta similar, en algunos aspectos, a la advertida en otras especies. Charles Darwin escribió: “El sentimiento de afecto religioso es muy complejo; consiste en un amor, en una sumisión plena a un ser superior elevado y misterioso, en un vivo sentimiento de dependencia, de temor, de respeto, de gratitud en cuanto al pasado, de piadosa esperanza en cuanto al porvenir y, acaso, de otros elementos aún. Ningún ser podría tomar conciencia de una emoción tan compleja del alma antes de que sus facultades intelectuales y morales hayan alcanzado un nivel relativamente elevado. Sin embargo, vemos algo que parecería aproximarse a eso en el afecto profundo del perro por su amo, afecto al que acompañan una sumisión completa, cierto temor y, acaso, otros sentimientos aún. La marcha del perro cuando vuelve hacia su amo después de algún tiempo de ausencia, y también la del mono, puedo añadir yo, volviendo hacia su guardián favorito, difiere mucho de lo que manifiestan esos animales con respecto a sus semejantes. En este caso, los transportes de alegría parecen un poco menores y un sentimiento de igualdad aparece en cada acción”.
Vladimir Soloviev comenta el escrito anterior: “Así, el representante del transformismo en las ciencias naturales reconoce, pues, que en las relaciones casi religiosas del perro o del mono con el águila que les parece superior hay, además de miedo y la salvaguardia del interés propio, un elemento moral, y éste muy diferente de los sentimientos de simpatía que esos animales testimonian a sus semejantes. Este sentimiento específico con respecto a lo superior es precisamente lo que yo llamo reverencia. Si alguien lo admite en los perros y en los monos, sería extraño negarlo en el hombre y no deducir la religión humana sino del temor y el cuidado del interés propio. Sin duda, no puede negarse la parte que toman estos sentimientos inferiores en la formación y en el desenvolvimiento de la religión, pero de todos modos ésta encuentra su fundamento más íntimo en ese sentimiento moral específicamente religioso por el cual el hombre siente con respecto a lo que es más excelente que él mismo un amor matizado de respeto” (De “La religión”).
Desde el punto de vista de la religión natural, el vínculo entre Dios y los hombres es la ley natural, por lo que la validez de toda religión ha de provenir de su compatibilidad con dicha ley. Por el contrario, cuando no es compatible, se cae en el gobierno del hombre sobre el hombre, donde no hay igualdad ni libertad, es decir, es el caso en que el supuesto enviado de Dios, al no gobernar según la ley de Dios, gobierna según su propio criterio, constituyendo un “falso profeta”. Si el profeta, en realidad, predica en función de la ley natural mientras que sus difusores lo distorsionan, se produce la deformación de la “religión verdadera” que pasa a ser también una “falsa religión”, es decir, se trata de un caso semejante al de los gobiernos democráticos que, para ser eficaces, deben ser legítimos no sólo en cuanto al acceso al poder, sino también en cuanto a su desempeño. Si son ilegítimos bajo cualquiera de esos aspectos, las cosas tienden a no andar bien.
De todo esto puede decirse que la actitud ascendente óptima implica la intención de adaptarnos a la ley natural, dejando de lado el resto de las actitudes que derivan de la suposición de que Dios es un ser superior de forma humana al cual se lo debe alabar, o se lo puede adular, engañar y todas las restantes maniobras que el hombre hace para eludir el cumplimento de la ley estricta que nos ha impuesto el orden natural, o de los mandamientos religiosos. Toda religión que no contemple dicha ley, constituye un simple y vulgar paganismo.
Un error frecuente es el de la persona “elevada”, que observa a sus semejantes como seres inferiores, por cuanto en él predomina la actitud ascendente, anulando prácticamente toda posible actitud lateral e igualitaria. Este es el caso de las religiones contemplativas establecidas principalmente para religiosos antes que para hombres comunes. Albert Schweitzer escribió: “El pensamiento brahmán y budista sólo puede ofrecer algo a quienes están en condiciones de alejarse del mundo y vivir en el inactivo autoperfeccionamiento”.
También en Occidente se han propuesto religiones en que la fe (ascendente) es considerada prioritaria a las obras (laterales e igualitarias). Peter Stanford escribió: “Cuando, a principios del siglo XVI, Martin Lutero planteó públicamente la corrupción de la Iglesia, descubrió que había muchos creyentes desilusionados. Su rebelión tenía un fundamento teológico, tal como se advierte en su célebre obra «Las noventa y cinco tesis», un texto que clavó en la puerta de la iglesia alemana de Wittenberg en el año 1517. En este escrito negaba la idea de que mediante los buenos actos el individuo contribuyera a ganarse un lugar en el cielo tras la muerte. Para Lutero la salvación sólo era posible gracias a la fe en Dios: no era la santidad individual lo que importaba, sino el amor de Dios” (De “50 cosas que hay que saber sobre religión”-Ariel-Buenos Aires 2013).
Al identificar la ley natural con la ley de Dios, es posible valorar y analizar las distintas posturas religiosas. Por ejemplo, el Islam admite hasta cuatro esposas por cada hombre. Si nace, aproximadamente, la misma cantidad de hombres que de mujeres, muchos hombres se quedarán sin ninguna; no se tiene en cuenta un aspecto tan elemental. Si no se tiene en cuenta la ley natural, se está en camino del gobierno del hombre sobre el hombre a través de “leyes artificiales”, lo que aleja al hombre de la ley de Dios. Tampoco el Islam sugiere una actitud igualitaria hacia el prójimo, ya que establece una clara distinción entre los “fieles” a su doctrina y el resto, existiendo un “nosotros” y un “ellos” como el practicado por los políticos totalitarios. Se atribuye a Mahoma lo siguiente: “La espada es la llave del cielo y del infierno: todos los que la sacan en defensa de la fe serán recompensados con beneficios temporales; cada gota de sangre que derramen, cada peligro y tribulación que padezcan quedarán registrados en lo alto y se les atribuirá más mérito que el ayuno y la oración”. Puede decirse que, si esa es la voluntad de Dios, a la humanidad le espera un futuro violento.
Cuando, en lugar de adherir a la religión objetiva, basada en la ley natural, un individuo elige cualquiera de las posibles variantes subjetivas, se produce una divergencia de opiniones esencial que induce discusiones y conflictos posteriores. De ahí que pueda decirse que la actitud lateral e igualitaria se ha de dar principalmente luego de que se haya adoptado la óptima actitud ascendente. La ley esencial, accesible tanto a nuestras decisiones como a nuestro conocimiento, es la cercana e inmediata actitud característica que constituye el atributo esencial de la personalidad de todo hombre. De ella se deriva la elección del amor al prójimo como la actitud lateral óptima que es, además, igualitaria.
La adopción de la actitud cooperativa, por la cual tratamos de compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, tiende a ser el fundamento de lo que denominamos “la civilización Occidental”, ya que ella da lugar tanto a la democracia política como a la económica (mercado). Así, la democracia política apunta esencialmente a impedir el gobierno del hombre sobre el hombre promoviendo el gobierno de la ley sobre todo individuo, tratando de que la ley humana sea compatible con la ley natural. Por otra parte, el intercambio libre, que favorece a ambas partes en el acto económico elemental, tiene sentido a partir de una previa y predominante actitud cooperativa. Ludwig von Mises escribió: “Como filosofía del mundo, y no solamente como Iglesia, la religión es un producto de la cooperación social de los hombres, exactamente lo mismo que cualquier otra manifestación de la vida espiritual. Nuestro pensamiento no se presenta como un hecho individual, independiente de las relaciones y las tradiciones sociales…nuestro pensamiento tiene un carácter social”.
“La religión es también un hecho social en el sentido de que considera las relaciones sociales desde un ángulo determinado y de que fija reglas a la acción del hombre en sociedad. No puede abstenerse a tomar posición en las cuestiones de moral social. Ninguna religión cuidadosa de dar a los creyentes una respuesta a los enigmas que plantea la vida y de aportarles las consolaciones de que tiene más necesidad, puede contentarse con dar una interpretación de las relaciones del hombre con la naturaleza, el llegar a ser y la muerte. Si olvida dirigir su atención sobre las relaciones de los hombres entre sí, es incapaz de formular reglas para la vida terrestre y abandona al creyente a sí mismo cuando se pone a reflexionar en la imperfección de la sociedad”.
“Cuando quiere saber por qué hay ricos y pobres, poderes públicos y tribunales, periodos de guerra y de paz, la religión debe poder darle una respuesta, so pena de obligarle a buscar una respuesta en otra parte y de perder así su poder sobre los espíritus. Sin moral social, la religión es una cosa muerta” (De “El socialismo”-Editorial Hermes SA-México 1961).
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