Resulta llamativo que un sector importante de creyentes no acepte el proceso evolutivo por el cual se establece la formación y el surgimiento de las distintas especies y variedades del reino animal y vegetal. Implica una rebelión en contra de Dios por cuanto no aceptan su criterio para la creación del mundo, sino que optan por la versión bíblica, que es una descripción hecha por hombres que miraban a Dios y adoptaban la visión que del mundo se tenía en la época de la realización de la Biblia.
Si bien otros han aceptado la evolución biológica, aunque de mala gana, rechazan la adicional evolución que va desde la materia a la formación de la vida. Para el científico, por el contrario, quizás no exista algo más sorprendente que el Creador, o la propia naturaleza, como inteligencias hipotéticas diseñadoras del mundo, han tenido la habilidad de establecer leyes naturales al nivel de las partículas elementales que potencialmente llevarán todos los atributos que luego aparecerán en las mayores escalas de observación, es decir, la vida inteligente de alguna forma estaba latente en las leyes de la mecánica cuántica, previendo la formación de moléculas, células, organismos, seres humanos, etc. Hubert Reeves escribió: “La noción de evolución, introducida en principio por la biología, invade hoy todo el discurso científico. Desde hace quince mil millones de años, la materia evoluciona hacia estados de organización, de complejidad, de nivel, cada vez más elevados. A partir del caos primordial, ha engendrado sucesivamente: los nucleones, los átomos, las células y los organismos vivos”. “A nuestro primer enunciado: la naturaleza está estructurada como un lenguaje, añadiremos ahora un segundo: la pirámide de la complejidad se edifica en el curso del tiempo” (De “El sentido del universo”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1989).
Adviértase que esta visión del mundo implica esencialmente el principio de complejidad-conciencia formulado por Pierre Teilhard de Chardin, quien pretende que la religión lo tenga en cuenta para una posterior adaptación de sus planteos. En el ámbito científico resulta algo evidente ya que ni siquiera se hace referencia a quien (Teilhard) fue el primero en enunciarlo. Para la religión, en cambio, implica vislumbrar un sentido del universo o una finalidad implícita de la cual puede intuirse un sentido de la vida objetivo impuesto a los hombres por el orden natural.
Algunos sectores de la Iglesia, sin embargo, poco aprendieron de los conflictos que en el pasado se suscitaron entre religión y ciencia, como fue el caso de Galileo Galilei o el de Charles Darwin. En lugar de aceptar que la religión es una cuestión de ética y de sentido de la vida, se siguió entrometiendo en cuestiones científicas negando esencialmente los hallazgos y las conclusiones de la ciencia experimental. Es oportuno citar algunas prohibiciones surgidas en la Iglesia Católica del siglo XIX que rechazan la posibilidad de una evolución desde la materia a la vida. Los anatemas son maldiciones que pueden llevar a la excomunión: “Sea anatema: Quien niegue el único Dios verdadero creador y señor de todas las cosas visibles e invisibles. Quien afirme sin rubor que sólo existe materia. Quien diga que la substancia o esencia de Dios y de todas las cosas es única e igual”. “Quien diga que el hombre puede y debe por sus propios esfuerzos y por progresos constantes llegar al cabo de la posesión de toda verdad y virtud. Quien rehúse aceptar como sagrados y canónicos los libros de la Sagrada Escritura íntegros, con todas sus partes, según fueron enumerados por el santo Concilio de Trento, o niegue que son inspirados por Dios”.
“Quien diga que la razón es tan sabia e independiente, que Dios no puede pedirle la fe. Quien diga que la revelación divina no puede hacerse creíble por pruebas exteriores. Quien diga que no pueden hacerse milagros o que nunca pueden conocerse con certeza, y que el origen divino del cristianismo no puede probarse por ellos. Quien diga que la revelación divina no incluye misterios, sino que todos los dogmas de la fe pueden comprenderse y demostrarse por la razón debidamente comprobada. Quien diga que la ciencia humana debe proseguirse con tal espíritu de libertad que puedan considerarse sus afirmaciones como verdaderas, aun cuando se opongan a la verdad revelada. Quien diga que llegará un tiempo en el progreso de las ciencias en que las doctrinas enseñadas por la Iglesia deban tomarse en otro sentido que aquel que la Iglesia les dio y les da todavía” (Citado en “Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia” de Juan G. Draper-Editorial Tora-Buenos Aires 1954).
En tales prohibiciones está implícita una penosa separación entre ciencia y religión, que aun hoy tiene vigencia en algunos sectores de la Iglesia. Juan G. Draper escribió: “Venimos, pues, a parar a esta conclusión: que el cristianismo católico y la ciencia son absolutamente incompatibles, según reconocen sus respectivos adeptos. No pueden existir juntos: uno debe ceder ante la otra, y la humanidad tiene que elegir, pues no puede conservar ambos”.
El rechazo del evolucionismo generalizado se debe, entre otras causas, a la creencia de que la ética cristiana necesariamente habría de evolucionar hasta hacerse irreconocible; algo totalmente alejado de la realidad por cuanto todo proceso evolutivo implica periodos temporales del orden de los millones de años, imperceptibles para la humanidad en su relativamente corta historia. Se dice que si un hombre actual fuese ubicado entre los hombres que vivieron hace 10.000 años, nadie advertiría diferencias. El conflicto esencial entre la Iglesia tradicional y la visión científica del mundo, es que ésta coincide con la adoptada por la religión natural. Así, el cristianismo interpretado como religión natural, resulta compatible tanto con la ciencia experimental como con el mundo real.
La incompatibilidad entre la religión sobrenatural con la natural se manifiesta, entre otros aspectos, en el rechazo a Teilhard de Chardin desde varios sectores católicos. John Eppstein escribió: “En cuanto al cristianismo histórico, en el cual, por contradictorio que pueda parecer, dijo creer hasta el final (y así, sería efectivamente, pues en los casos de esquizofrenia cada una de las mitades de la personalidad escindida es igualmente auténtica). Pero para las personas de inteligencia normal, sean o no sean cristianas, resulta palmario que Teilhard reduce a un estado puramente relativo los hechos, acontecimientos y personas que tienen un valor absoluto en la tradición católica”.
“Esto es consecuencia de la pasión absorbente que le inspira la teoría de la evolución. Subyugado por las piedras desde la niñez, llegó a ser brillante paleontólogo y biólogo, y se embebió de los progresos de la ciencia moderna. El mundo en evolución llegó a ser para él la fuerza predominante y lo que todo lo explicaba. Otro tanto les ocurría a su amigo sir Julian Huxley y a otros no inquietados por una conciencia católica. Lo que distinguió a Teilhard de sus coetáneos no católicos fue su tentativa de conciliar su formación cristiana católica y su condición sacerdotal con su nuevo entusiasmo por el mundo en evolución, porque la fe católica, «arraigada en la idea de la encarnación, siempre ha dado en su estructura gran importancia a los valores del mundo y de la materia». Y así aboga por «una nueva cristología que abarque las dimensiones orgánicas de nuestro nuevo universo»”.
“Pero ¿qué es más importante? ¿Jesucristo o la evolución? ¿La religión o el progreso? ¿Dios o el mundo? La anteposición del segundo término de cada una de estas alternativas es lo que constituye la gran aberración de Teilhard de Chardin y el principal peligro que supone para teólogos y filósofos que se han dejado fascinar por sus obras” (De “¿Se ha vuelto loca la Iglesia Católica?”-Ediciones Guadarrama SA-Madrid 1973).
La “esquizofrenia” asociada a Teilhard es una forma de intentar ocultar otra bastante más acentuada al separar a Cristo de la realidad, a Dios del mundo, a la religión de la evolución y de la ciencia y a la postura ideológica de la realidad. La Iglesia, en lugar de aceptar una orientación “saludable” hacia la religión natural y hacia la ciencia experimental, terminó por asociarse al marxismo, que es una pseudo-ciencia y una anti-religión, materializada por la Teología de la Liberación, aceptada por las actuales autoridades de la Iglesia Católica. Ese es el precio que se está pagando por despreciar al mundo real y sus leyes persistiendo en la actitud obsecuente de priorizar la fe hasta llegar a despreciar la razón.
Si no hubiese existido Teilhard, el principio de complejidad-conciencia habría surgido igualmente, ya que es una consecuencia de la física de partículas y de la teoría cosmogónica del big-bang, que hasta el momento no puede decirse que sea desacertada. Los conservadores y tradicionalistas han sido los “kerenskys católicos” que, atacando todo lo que puede servir de fundamento científico del cristianismo, facilitaron el acceso del marxismo-leninismo en todos los niveles de la Iglesia. Incluso algunos autores tradicionalistas ni siquiera están convencidos de la veracidad de la evolución biológica. Rubén Calderón Bouchet escribió: “Los hombres de ciencia, aunque acepten como hipótesis de trabajo la teoría de la evolución o el transformismo, nunca la dan como un hecho científico comprobado ni extraen de ella conclusiones válidas para instaurar un régimen cognoscitivo capaz de vulnerar definitivamente los fundamentos de la sabiduría tradicional. Una pretensión de tal naturaleza no es científica, es ideológica y trataremos de ver por qué razón la adoptó el Padre Teilhard en su extraño sistema del hombre y del mundo” (De “La luz que viene del Norte”-Ediciones Nueva Hispanidad-Buenos Aires 2009).
De todo este planteo, es conveniente preguntarse, no por las creencias individuales o particulares de los distintos autores, sino acerca de cómo funciona el mundo real. Si se indaga con detenimiento cómo trabaja la ciencia experimental de nuestra época, con márgenes de error bastante pequeños, puede afirmarse que la realidad del mundo ha de estar cercana a lo expresado arriba por Hubert Reeves. De ahí la validez esencial de la propuesta de Teilhard y de la conclusión de que el mundo real se comporta aproximadamente como lo supone la religión natural y no tanto como lo estipula la religión sobrenatural. Teilhard de Chardin escribió: “Tuve siempre un alma naturalmente panteísta. Experimenté las aspiraciones invencibles, nativas; pero sin atreverme a usarlas libremente, porque no sabía conciliarlas con mi fe. Después de experiencias diversas (y de otras todavía) pude decir que he encontrado para mi existencia el interés inagotable y la paz inalterable. Vivo en el seno del Elemento único, Centro y detalle del Todo. Amor personal y potencia cósmica” (Citado en “La luz que viene del Norte”).
Al intentar seguir negando la visión científica del mundo, se vislumbra en la Iglesia un alejamiento paulatino de las nuevas generaciones que van adquiriendo tal visión en forma natural. Al negar asociarse a la ciencia, sigue en el ámbito de la filosofía y de la teología ante los riesgos concretos de quedar prisionera de ideologías perversas como el marxismo-leninismo, haciéndose cómplice de las tragedias sociales que tal ideología ha promovido.
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