En épocas pasadas, el sacerdote, el pastor protestante o el rabino, se dedicaban a orientar al individuo ante algún inconveniente personal, ya que la religión solucionaba tanto los efectos de la falta de sentido de la vida como de la presencia de pecados, o transgresiones a la ética natural. Dejaba en manos de los médicos los casos en los que podía existir alguna anormalidad. Las cosas han cambiado bastante en los últimos tiempos con la aparición del psicoanálisis, cuando se supone que las fallas individuales no son tanto éticas como mentales, cambiando incluso el concepto de “normalidad”. Martin L. Gross describe la sociedad actual como “la población más ansiosa, más insegura emocionalmente y más analizada de la historia de la humanidad: los ciudadanos de la contemporánea Sociedad Psicológica”. “El mayor agente de cambio ha sido la psicología moderna”. “Hoy, la psicología es arte, ciencia, terapia, religión, código moral, estilo de vida, filosofía y culto. Se yergue en el centro mismo de la sociedad contemporánea como un coloso internacional cuyos servidores profesionales se cuentan por centenares y miles” (De “La falacia de Freud”-Editorial Cosmos SA-Madrid 1978).
Mientras que la visión cristiana del hombre permitía considerarlo como alguien que buscaba en forma permanente un mejoramiento personal bajo un proceso de gradual adaptación a la ley natural, en la perspectiva psicoanalítica se lo considera como alguien que padece algún tipo de anormalidad. En lugar de adaptarnos a la ley natural, se nos propone adaptarnos a la “normalidad” sugerida por alguna escuela del pensamiento psicológico. “La Sociedad Psicológica contemporánea es la cultura más vulnerable de la historia. Su ciudadano es un nuevo modelo de hombre occidental, dependiente de otros para orientarse entre lo que es verdadero y lo que es falso. En el estado inseguro de su mente, hasta siente dudas acerca de la autenticidad de sus propias emociones. A medida que la ética protestante se debilitaba en la sociedad occidental, el confundido ciudadano se ha ido volviendo hacia la única alternativa que conoce: el experto en psicología que proclama que existe una nueva norma científica de conducta para reemplazar las marchitas tradiciones”.
Mientras que desde el cristianismo se busca orientar al individuo hacia la actitud que le permite “amar al prójimo como a uno mismo”, siendo este amor igualitario una meta inalcanzable, considera que la persona normal no es entonces el que la alcanza, sino el que orienta su vida para alcanzarla. “Los impresionables ciudadanos de la Sociedad Psicológica hasta llegan a equiparar, falsamente, la salud mental con el estado ideal, habitualmente imposible de obtener, que combina éxito, amor y ausencia de ansiedad. De ese modo, la Sociedad Psicológica crea la profecía que se adapta a sus propias aspiraciones: todos somos enfermos, porque la normalidad es casi inalcanzable”.
“La triquiñuela semántica consiste en igualar felicidad con normalidad. Al permitir esto, hemos renunciado a nuestro sencillo derecho a ser normales y sufrir al mismo tiempo. En cambio, nos hemos redefinido masivamente a nosotros mismos como neuróticos, o como incipientes casos clínicos mentales, especialmente cuando la vida nos juega sus tretas negativas. Es una tendencia que da a EEUU y, cada vez más, a la mayor parte del mundo civilizado el sentido de una gigantesca clínica psiquiátrica”. “En la Sociedad Psicológica, los problemas humanos ya no son considerados variaciones normales de impropias vueltas del destino. Ahora los vemos como productos de inadaptaciones psicológicas internas”.
El ciudadano actual, que tiende a creer en la efectividad de la ciencia y no tanto en la religión, supone que el seguimiento del método científico ha de garantizar los resultados de toda investigación emprendida, sin considerar que el camino hacia la verdad está determinado por una gran cantidad de ensayos y errores, y que la ciencia psicológica no garantiza tampoco resultados infalibles. Incluso las escuelas que estudian el inconsciente, como es el caso del psicoanálisis, al no ser sus propuestas verificadas experimentalmente, no pasan el examen que requiere el método científico. Mario Bunge escribió: “Pseudociencia: un cuerpo de creencias y prácticas cuyos cultivadores desean, ingenua o maliciosamente, dar como ciencia, aunque no comparte con ésta ni el planteamiento, ni las técnicas, ni el cuerpo de conocimientos. Pseudociencias aún influyentes son, por ejemplo, la de los zahoríes, la investigación espiritista y el psicoanálisis” (De “La investigación científica”-Siglo Veintiuno Editores SA-Barcelona 2000).
Al sospecharse que al hombre lo determina el subconsciente, asociado a instintos y pasiones, la solución de los problemas personales quedan a cargo del psicólogo que es capaz de realizar la “operación del alma” ayudando al paciente a traer a un nivel consciente todo lo que aparentemente lo perturba. En realidad, los conflictos pueden deberse también a una inadecuada prioridad en la elección de los valores humanos que hacen que el individuo se desvíe del camino ético adecuado. Para solucionar este inconveniente debe realizar una introspección de sus actitudes conscientes sin tener que recurrir a sesiones en las cuales se ha de focalizar el interés en lo que en alguna parte del cerebro queda el pasado memorizado. Juan J. López Ibor escribió: “Para el psicoanálisis, el secreto del proceso curativo consiste en traer al plano de la conciencia los contenidos rechazados que existen en el inconsciente. Cuando la conciencia arroja luz sobre ello, la tormenta del «ello» se deshace”. “[Sin embargo] el conocimiento de las cosas, el descubrimiento de sus leyes, no da un poder sobre ellas”.
“Freud ha escrutado maravillosamente lo que de menos humano hay en el hombre”. “Su falla es no sólo haber ignorado lo que de específicamente humano existe en el hombre, sino haberlo negado. Esto es ya demasiado grave. Por eso la herida de la doctrina psicoanalítica es, absolutamente, irreductible”.
“La conciencia no es sólo lo que está ante nuestra percepción en un momento determinado, sino ante nuestra motivación. Lucidez de conciencia se tiene en el obrar mucho más que en el percibir. La lucidez de conciencia estaba para Freud siempre envuelta en la neblina o en la nube densa del inconsciente. El obrar no era producto de una volición primaria y límpida, como un golpe en un cristal, sino como cargada de una resonancia instintiva más fuerte y poderosa que el acto volitivo primario. El hombre se transformaba, pues, del «ser de razón» en el «ser de la sinrazón» de sus instintos: a no ser que los instintos también razonen. He aquí la paradoja freudiana”. “El psicoanálisis, de una receta más en la vía curativa de los neuróticos, ha pasado a querer ser la vía iluminativa de neuróticos y sanos” (De “La agonía del psicoanálisis”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1951).
En lugar de mirar nuestra propia actitud, controlándola respecto de si es predominantemente cooperativa o bien competitiva, o si nuestras acciones pueden encuadrarse en el bien o en el mal, o si podrán permitirnos lograr nuestros objetivos en el futuro, el psicoanálisis sugiere una tendencia a tratar de asociar cada pequeño error, o cada sueño cotidiano, a la búsqueda de mensajes ocultos enviados por el subconsciente que nos ayudarán a detectar nuestros problemas. Si no somos aptos para realizar tal labor introspectiva, deberemos recurrir al psicoanalista. De ahí que tales prácticas puedan ser interpretadas como cierta anormalidad psicológica inducida desde la propia psicología, o desde el psicoanálisis. El remedio, en este caso, induce la enfermedad. Comenta el médico Donald J. Homes: “Millares de padres se torturan innecesariamente a sí mismos, exagerando la importancia de casos menores de conducta extraña y aparentemente inexplicable que son todos parte de la infancia. La tendencia a ver enfermedades mentales donde no existe ninguna es un error que cometemos demasiado a menudo los padres, maestros y todos nosotros” (De “La falacia de Freud”).
En cuanto a los estudios realizados para comprobar la efectividad de tales técnicas, Martin L. Gross escribió: “Hans J. Eysenck reunió informes, de 19 estudios profesionales diferentes, sobre 7.293 pacientes de psicoterapia ecléctica. Al principio, los resultados parecieron alentadores para una confiada profesión: un promedio del 64% de pacientes de psicoterapia mostraba mejoría. Pero cuando Eysenck dio un paso más, el optimismo se desvaneció. Comparó estos resultados con los pacientes que habían recibido poca o ninguna psicoterapia y con los que no habían tomado medicación. Sorprendentemente, este segundo grupo de pacientes neuróticos mostró un 62% de mejorías al segundo año, pese a la ausencia de cualquier tratamiento que no fuera el prescrito por el médico de cabecera”. “Las conclusiones de Eysenck fueron revolucionarias. Los datos demostraban, dice él, que «aproximadamente dos tercios de un grupo de pacientes neuróticos se recuperará o mejorará en un grado notable, dentro de un periodo de dos años, más o menos, desde el comienzo de su enfermedad, y tanto si se les trata o no por medio de psicoterapia»”.
No todos los aportes del psicoanálisis han sido negativos, ya que los errores que le son atribuidos se deben a un exceso de confianza en la validez de sus principios. Juan J. López Ibor escribió: “La influencia del psicoanálisis sobre la psiquiatría clínica no puede en modo alguno despreciarse. Bleuler no hubiera podido escribir su libro sobre la esquizofrenia sin el conocimiento ni la influencia de las ideas psicoanalíticas. Freud apenas se ocupó del psicoanálisis de la psicosis. En los primeros años de su vida todavía tuvo ocasión de estudiar algunos casos…Entre sus primeros casos está el famoso Scherber, a partir del cual planteó el problema de paranoia y homosexualidad. La génesis de la paranoia sería el siguiente. El subconsciente del homosexual se siente atraído por el hombre, pero su censura le reprime y transforma la atracción en odio, pero este odio que al principio es dirigido contra el hombre luego se siente reflejado sobre sí mismo y emanado de los demás. El «le odio» se transforma en «me odia», y sobre esta conclusión se establece todo el delirio de persecución. Esta misma transformación de impulsos instintivos se observaría en otros tipos de paranoia”.
Adviértase que el método de la religión tradicional, que promueve el amor y desalienta el odio, ofrece una alternativa más simple, y a nivel consciente, para solucionar este tipo de inconveniente y otros similares, si bien está limitado sólo para los adeptos o creyentes. La psicología social llega a resultados similares al de la religión. Sin embargo, el progreso evidente en cuestiones de psicoterapia ha sido el promovido por Viktor Frankl con su logoterapia en la cual predomina el concepto de sentido de la vida. Así, sostiene que la mayor parte de los conflictos humanos se deben a la ausencia de un sentido para nuestra propia vida o bien por haber elegido alguno equivocado, es decir, que no contempla el sentido aparente que nos ha impuesto el orden natural. La logoterapia resulta compatible con los métodos empleados por la religión tradicional, si bien sus alcances son mayores ya que puede ser aplicado tanto a creyentes como a no creyentes.
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