Entre las formas posibles de describir una sociedad tenemos aquella que distingue a individuos que realizan esfuerzos por superarse de quienes ni siquiera intentan hacerlo. Mientras que los primeros utilizan su mente en forma intensa, los últimos están dominados por cierta negligencia mental. Los primeros utilizan como referencia a la propia realidad, como lo hace el científico, mientras los segundos utilizan principalmente como referencia lo que opina la mayoría; siendo uno de los atributos del hombre-masa. José Ortega y Gasset escribió: “El eterno hombre-masa, consecuente con su índole, deja de apelar y se siente soberano de su vida. En cambio, el hombre selecto o excelente está constituido por una íntima necesidad de apelar de sí mismo a una norma más allá de él, superior a él, a cuyo servicio libremente se pone”.
“Distinguimos al hombre excelente del hombre vulgar diciendo: que aquél es el que se exige mucho a sí mismo, y éste, el que no se exige nada, sino que se contenta con lo que es y está encantado consigo”. “Contra lo que suele creerse, es la criatura de selección, y no la masa, quien vive en esencial servidumbre. No le sabe su vida si no la hace consistir en servicio a algo trascendente. Por eso no estima como una opresión la necesidad de servir. Cuando ésta, por azar, le falta, siente desasosiego e inventa nuevas normas más difíciles, más exigentes, que le opriman. Esto es la vida como disciplina –la vida noble. La nobleza se define por la exigencia, por las obligaciones, no por los derechos. «Noblesse oblige». «Vivir a gusto es de plebeyo: el noble aspira a la ordenación y la ley» (Goethe)” (De “La rebelión de las masas”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1985).
Debido a que, casi siempre, los extremos son malos, ignorar completamente la opinión de los demás, como vivir enteramente en función de sus opiniones, son extremos que se deben evitar. En el primer caso, implica separarse de la sociedad, ya que ignorar una opinión resulta similar a hacerlo con una persona. En el segundo caso, al adoptar como referencia lo que los demás opinan de uno, puede implicar una equivocación, ya que, en lugar de tener objetivos personales, se tienen objetivos indefinidos y aleatorios como consecuencia del azar reinante en el campo de las opiniones. Quien vive enteramente de la opinión ajena es el hombre-masa, que renuncia así a un saludable individualismo. Ayn Rand, a través de uno de sus personajes, expresó: “¿Cuál fue su objetivo en la vida? Grandeza, a los ojos de los demás. Fama, admiración, envidia; todo lo que procede de los demás. Los demás le dictaron sus convicciones, pues él carecía de ellas pero estaba satisfecho de que los demás creyesen que las tenía. Los demás fueron su fuerza motriz y su principal preocupación. No quería ser grande, sino que se le creyera grande”.
“¿Y no es esa la raíz de toda acción despreciable? No el egoísmo, sino precisamente la ausencia de ego. Míralos. El hombre que engaña y miente, pero que conserva una fachada respetable. Él se sabe deshonesto, pero los otros creen que es honesto, y saca su respeto a sí mismo de allí, en forma parasitaria. El hombre que recibe el crédito por un logro que no es suyo. Se sabe mediocre, pero es genial a los ojos de los demás. El desventurado frustrado que profesa amor hacia el ser inferior y se cuelga de los menos dotados para establecer su superioridad por comparación”.
“No les interesan los hechos, las ideas, el trabajo. Sólo se interesan por la gente. No preguntan: «¿Es esto cierto?», preguntan: «¿Es esto lo que los demás creen que es cierto?». No juzgan, repiten. No hacen, dan la impresión de que hacen. No crean, aparentan. No tienen habilidad, sino amistades. No tienen mérito, sino influencias.” (De “El nuevo intelectual”-Grito sagrado Editorial-Buenos Aires 2009).
Complementando la visión anterior, Ortega y Gasset escribe: “El hombre-masa se siente perfecto. Un hombre de selección, para sentirse perfecto, necesita ser especialmente vanidoso, y la creencia en su perfección no está consustancialmente unida a él, ni es ingenua, sino que le llega de su vanidad, y aun para él mismo tiene un carácter ficticio, imaginario y problemático. Por eso el vanidoso necesita de los demás, busca en ellos la confirmación de la idea que quiere tener de sí mismo. De suerte que ni aun en este caso morboso, ni aun «cegado» por la vanidad, consigue el hombre noble sentirse de verdad completo. En cambio, el hombre mediocre de nuestros días, el nuevo Adán, no se le ocurre dudar de su propia plenitud. Su confianza en sí es, como de Adán, paradisíaca. El hermetismo nato de su alma le impide lo que sería condición previa para descubrir su insuficiencia: compararse con otros seres. Compararse sería salir un rato de sí mismo y trasladarse al prójimo. Pero el alma mediocre es incapaz de transmigraciones –deporte supremo”.
Puede decirse que el hombre habituado al esfuerzo vive una vida bajo la tensión permanente originada por la diferencia existente entre lo que quiere llegar a ser y lo que realmente es. Podrá también compararse con alguien para emularlo, adoptando una meta personificada en quien considera superior. Por el contrario, el hombre-masa, o el hombre mediocre, o bien no se compara con nadie debido a su autosuficiencia, o bien se compara con los supuestamente inferiores, para reafirmar su vanidad. Y hablando del hombre mediocre, podemos citar a su ilustre descriptor, José Ingenieros: “El mediocre no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra; pero, en cambio, custodia celosamente el armazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante siglos, defendiendo ese capital común contra la acechanza de los inadaptables. Su rencor a los creadores compénsase por su resistencia a los destructores. Los hombres sin ideales desempeñan en la historia humana el mismo papel que la herencia en la evolución biológica; conservan y transmiten las variaciones útiles para la continuidad del grupo social. Constituyen una fuerza destinada a contrastar el poder disolvente de los inferiores y a contener las anticipaciones atrevidas de los visionarios. La cohesión del conjunto los necesita, como un mosaico bizantino al cemento que lo sostiene. Pero –hay que decirlo- el cemento no es el mosaico” (De “El hombre mediocre”-Editorial Época SA-México 1967).
Ortega y Gasset veía en el Estado el máximo peligro para la civilización; precisamente cuando cae bajo el gobierno indirecto del hombre-masa a través de sus “representantes”; los líderes populistas y totalitarios. Cuando ello ocurre, se llega a la plenitud del fenómeno catastrófico conocido como la “rebelión de las masas”. Al respecto escribió: “Cuando la masa actúa por sí misma, lo hace sólo de una manera, porque no tiene otra: linchar”. “Ni mucho menos podrá extrañar que ahora, cuando las masas triunfan, triunfe la violencia y se haga de ella la única razón, la única doctrina”. “Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización; la estratificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos”.
Ayn Rand describe la mentalidad del líder socialista a través de uno de sus personajes: “Si aprendes a gobernar el espíritu de un solo hombre, puedes gobernar al resto de la humanidad. Se trata del espíritu. Ni látigos, ni espadas, ni hogueras, ni fusiles. He ahí la razón por las cual los Césares, los Atilas y los Napoleones resultaron tontos y no hicieron nada duradero. Nosotros lo haremos”. “El espíritu, Peter, es lo que no puede ser gobernado. Tiene que ser quebrado. Métele una cuña, pon tus dedos sobre él, y el hombre es tuyo. No necesitarás un látigo; él te lo traerá y te pedirá que lo azotes”.
“Hay muchas maneras. Ésta es una: hacer que el hombre se sienta pequeño. Que se sienta culpable. Matar sus ideales y su integridad. Esto será difícil”. “Matar la integridad mediante la corrupción interna. Usar al hombre contra sí mismo. Dirigirlo hacia un ideal destructivo de toda integridad. Predicar el altruismo. Decirle que debe vivir para los demás. Decirle que la generosidad es el ideal. Ninguno lo ha alcanzado ni lo alcanzará. Su instinto de supervivencia grita contra eso. Pero ¿no ves lo que consigues? El hombre altruista advierte que es incapaz de alcanzar lo que acepta como la más noble de las virtudes, y eso le da un sentimiento de culpa, de pecado, de su propia indignidad fundamental. Dado que el ideal supremo está fuera de su alcance, al final desiste de todo ideal, de toda aspiración, de toda noción de su valor personal. Se siente obligado a predicar lo que no puede practicar. Pero uno no puede ser bueno a medias o semi-honesto. Preservar la propia integridad es una dura batalla. ¿Para qué proteger lo que uno sabe que ya está corrompido? Su espíritu desiste del respeto hacia sí mismo. Obedecerá. Él estará contento de obedecer, porque no puede confiar en sí mismo, se siente inseguro, se siente impuro. Éste es un camino”.
“Hay otro: destruir el sentido del valor humano. Destruir la capacidad de reconocer o de lograr la grandeza. Los grandes hombres no pueden ser dominados. No queremos ningún gran hombre. No hay que negar la concepción de grandeza, hay que destruirla desde dentro. Lo grande es lo raro, lo difícil, lo excepcional. Establece niveles de éxito posibles para todos, para los más ineptos, y detendrás el ímpetu del esfuerzo en todos los hombres, grandes y pequeños. Detén todos los incentivos de mejora, de excelencia, de perfección”. “No te pongas a destruir todos los santuarios, o asustarás a los hombres. Venera la mediocridad, y los santuarios serán desvastados”.
“Hay todavía otra manera: destruir por medio de la risa. La risa es el instrumento de la alegría humana. Aprende a usarla como alma de destrucción. Conviértela en una burla. Es sencillo: di a la gente que se ría de todo. Dile que el sentido del humor es una virtud ilimitada. No dejes que quede nada sagrado en el espíritu del hombre, y su espíritu no será sagrado para él. Mata la adoración y habrás destruido lo heroico del hombre. Uno no reverencia con una risa tonta. Obedecerá y no pondrá límites a su obediencia; todo está permitido, nada es tomado en serio”.
“Aun hay otra manera. La más importante: no permitir que los hombres sean felices. La felicidad es auto-contenida y auto-suficiente. Las personas felices no disponen de tiempo ocioso ni son de utilidad para ti. Las personas felices son libres. De manera que debes destruirle la alegría de vivir. Quítales todo lo que les sea grato e importante. Nunca les permitas que tengan lo que quieren. Hazles sentir que el mero hecho de tener un deseo personal es malo. Condúcelos a un estado en que el simple decir «yo quiero» no constituya ya un derecho natural, sino una admisión vergonzosa. El altruismo es una gran ayuda para lograr esto. Los hombres infelices irán hacia ti. Te necesitarán. Irán en busca de consuelo, de apoyo, de escapatoria. La naturaleza no acepta el vacío. Vacía el espíritu humano, y podrás ocupar su espacio”.
El reemplazo del amor al prójimo por el altruismo socialista tuvo en los pueblos un alto costo, ya que, mientras que el primero busca esencialmente un beneficio simultáneo entre dos personas, contemplando tanto los aspectos emotivos como materiales, el segundo busca el sacrificio propio en beneficio ajeno, por lo cual los resultados obtenidos sólo pueden justificarse aduciendo cierta intencionalidad, como la manifestada por la citada autora.
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