Mientras mayor sea el avance tecnológico, mayor ha de ser el reemplazo de mano de obra en tareas laborales poco especializadas, por lo cual el nivel de capacitación requerido del trabajador medio tiende a incrementarse. Aun así, el potencial laboral se pierde cuando en una sociedad predomina una escala de valores que reemplaza el hábito del trabajo por la diversión y el ocio, o bien cuando desde la política se descalifica toda actividad productiva eficiente aduciendo que produce “desigualdad social”. Como resultado de los malos hábitos, existe poca predisposición para la formación y el surgimiento de empresarios, por lo cual la sociedad tiende a estancarse y a limitarse económicamente. Ante la escasez de emprendedores, se advierte la ausencia del principal factor de la producción, no pudiendo establecerse una competencia suficiente, ni tampoco hablarse de un mercado establecido, siendo la desocupación crónica un hecho que surgirá como una consecuencia inevitable.
Cuando no se tienen en cuenta estos aspectos y se observa, bajo un análisis superficial, que una minoría empresarial supera económicamente al resto, se la culpará por “enriquecerse a costa de los demás”, sin advertir que, si no existiera esa minoría, la sociedad se sumiría en la pobreza total. Tales protestas se asemejan un tanto a las críticas que reciben los atletas olímpicos por no haber traído suficientes medallas al país sin advertir que, aun así, son los mejores exponentes del deporte y que la ausencia de medallas debe atribuirse principalmente a quienes no practican deportes a nivel competitivo.
Quien realiza sus razonamientos partiendo de la igualdad de los hombres, como una realidad y no como un anhelo, desconociendo la desigualdad real, tiende a asignar culpas a quienes logran algún éxito, de manera de ver cumplida su creencia previa. De ahí que el concepto de capital humano se fue dejando de lado ante la misma. Lester C. Thurow escribió: “Muchos individuos que creían en la igualdad humana dudaban en hacer hincapié sobre factores que parecieran indicar desigualdades entre los hombres. Cuando se veían presionados, admitían que los individuos difieren, pero no tomaban en cuenta las diferencias cuando pensaban en problemas sociales y económicos. De ningún modo podían reconciliar las diferencias e igualdades en sus propias mentes. Decir que los hombres eran económicamente desiguales era casi pensar que los hombres eran políticamente desiguales, o que no se les debería dar iguales derechos de consumo” (De “Inversión en capital humano”-Editorial Trillas SA-México 1978).
Quienes aducen que el Estado debe asumir el rol del empresariado faltante, tienen algo de razón. Si bien el Estado, al estar dirigido por políticos y no por empresarios, pocas veces logra resultados aceptables en ese rublo. El Estado, en realidad, debe crear el ambiente y la infraestructura propicios para el surgimiento de empresarios. Si su aptitud llegara hasta la formación de empresas eficientes, sería algo notable por lo poco común.
La inversión en capital humano, a través de una asignación bien administrada de recursos para la educación, es lo que en el futuro facilitará el aumento de la productividad de los trabajadores y de las empresas, como así también promoverá el proceso de la innovación, que son los aspectos necesarios para competir eficazmente en una economía globalizada.
Es importante resaltar que ningún país puede darse el lujo de prescindir de las empresas y de la creatividad del sector privado, ni puede tampoco prescindir del Estado en su labor específica de apoyo al sector productivo. Sin embargo, las tendencias socialistas proponen un Estado que tiende a entorpecer la labor empresarial desalentando a quienes pretenden consolidarla. La excesiva confiscación de ganancias tiende a limitar las posibilidades de inversión y de crecimiento de la actividad privada.
La eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, que es el ideal socialista, implica lisa y llanamente el derroche o la anulación de la creatividad individual con la absurda pretensión de eliminar la “desigualdad social” (o económica), ya que la igualdad en ese aspecto sólo sirve para reducir el malestar espiritual de resentidos y envidiosos. Brian Crozier escribió: “Consideremos objetivamente lo que ocurre en la URSS en el caso de aquellas personas –audaces y hasta inconscientes- que para remediar las deficiencias de la planificada economía de ese país practican, en pequeña escala, un comercio de adquisición y venta de bienes y servicios –es decir que practican la iniciativa privada- beneficiándose, así, a costa de la rebelión menor contra el Estado. Los castigos a que se exponen son, en cambio, mayores; mucho más severos que en cualquier otra parte del mundo ya que el Estado soviético clasifica esas actividades como «crímenes económicos» y los reprime con largas prisiones y hasta con la muerte” (De “Teoría del conflicto”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1977).
Puede decirse que una economía socialista es la que derrocha sistemáticamente el capital humano al restringir la libertad requerida para la creatividad individual, mientras que la economía de mercado es la que emplea plenamente y promueve el capital humano individual. La primera le exige al individuo obediencia y aceptación de la planificación establecida como un requisito básico para su supervivencia, mientras que la segunda requiere de la capacitación personal para lograr una buena productividad y para realizar innovaciones. De ahí provienen las notables diferencias comparativas entre las economías de países con poblaciones similares, como son los casos de Corea del Norte y Corea del Sur, o de la República Democrática Alemana (oriental) y la República Federal Alemana (occidental) o de la China comunista y la actual China con economía de mercado, logrando siempre mejores resultados las economías libres.
Entre las contradicciones que se observan frecuentemente aparece la de quienes aducen preocuparse por los pobres mientras que, simultáneamente, apoyan todo lo que implica un ataque frontal contra quienes muestran aptitudes productivas y empresariales. Con ello promueven la pobreza, en franca oposición a lo que manifiestan en todo momento. Así, las noticias que llegan desde Venezuela informan de un nuevo “avance” del socialismo del siglo XXI; socialismo que no difiere esencialmente de los aplicados en el pasado, por el cual se ha llegado a instaurar el racionamiento de alimentos y de bienes de consumo. Luego de haber combatido al empresariado, deteriorando la economía, aunque culpando de ello a los empresarios, el gobierno de ese país tiene un pretexto más para avanzar con medidas de control que finalmente llegarán hasta la expropiación de toda empresa privada. Con el racionamiento se entorpece toda actividad laboral ya que cada individuo ha de dividir su tiempo entre el trabajo y las largas esperas en las colas socialistas.
Como la finalidad es la concentración total y absoluta del poder, el racionamiento de tipo carcelario es visto por los gobernantes como un avance exitoso para lograr sus fines, mientras que el ciudadano común ha de sufrir el serio deterioro de su calidad de vida, ya que se verá definitivamente imposibilitado de alcanzar alguna meta de tipo personal o individual, debiendo conformarse con participar en las metas colectivas que las autoridades le han reservado.
En la Argentina se sigue un camino similar aunque con un retardo de algunos años. Tal es así que el gobierno culpa a los empresarios por la inflación y el consiguiente deterioro de la economía, por lo cual ha presentado al Congreso un proyecto de ley de abastecimiento que, aunque pueda ser rechazado por inconstitucional, refleja claramente la intención de avanzar hasta alcanzar los “logros” de la sociedad venezolana. Roberto Cachanosky escribió: “Esa famosa ley de abastecimiento que impulsa el gobierno tiene un claro objetivo. Sabe que los empresarios defienden su capital de trabajo con stocks, ya sea de mercaderías o de insumos. Lo que pretende el gobierno, en este camino hacia la dictadura, es financiar su populismo consumiendo stock de capital del sector privado. Como el sector privado se va a negar a sacrificar su capital de trabajo, entonces quiere una ley para violar los derechos individuales y el derecho de propiedad. Amenazas de confiscar las mercaderías, meter presos a los empresarios, etc., al más puro estilo fascista, es lo que le queda para forzar una nueva fuente de financiamiento. Esta ley fascista de abastecimiento es una especie de cepo cambiario. El cepo cambiario pretende que la gente no pueda defenderse del deterioro del peso. Pusieron el cepo con la idea de que la gente pague más impuesto inflacionario. Con esta ley de abastecimiento quieren que las empresas no puedan defenderse del impuesto inflacionario y le financie el populismo al gobierno. Quieren obligarlas a vender sus stocks a precios que luego no podrán reponer por la inflación y con eso pierden su stock de capital”.
“Para eso necesitan cada vez más autoritarismo hasta llegar a la dictadura. El solo hecho de que el Estado puede aplicar una multa y que luego la empresa vaya a la justicia a reclamar es un ejemplo de violación del derecho a la defensa. Primero se dicta la sentencia de culpable sin juicio previo y luego que vayan a reclamarle a Magoya. Además las autoridades quedan facultadas para incautar, consignar y vender bienes y servicios sin juicio de expropiación. Esto y el nacionalsocialismo son la misma cosa. Un grupo de gente se cree superior al resto. El nazismo consideraba que había una raza que era superior a otra y había que exterminar y someter al resto. Aquí pasa lo mismo. Un grupo de personas considera que son iluminados. Seres superiores, que tienen el derecho de decidir qué hay que producir, cómo, en qué cantidad y a qué precio vender. Es decir, se creen una raza superior que debe mandonear al resto” (De http://economiaparatodos.net).
Si bien en la mayoría de los países se aplican penalidades contra las empresas, tales castigos se establecen para proteger el eficaz funcionamiento del mercado, evitando la competencia desleal o los monopolios. Por el contrario, las leyes aplicadas en países con gobiernos socialistas o populistas apuntan a un mayor avance del Estado contra las empresas, exceptuando las ligadas al poder político.
Durante la primera etapa del kirchnerismo, al prohibirse la exportación de carne vacuna buscando la disminución de su precio en el mercado interno, se produjo una reducción del stock ganadero estimada en 10 millones de cabezas, por lo que el precio aumentó. Recientemente, bajo la lógica populista de considerar que, haciendo las mismas cosas, se producirán resultados diferentes, se ha vuelto a restringir la exportación de ganado para que baje el precio. Aunque la razón de tal decisión, quizás, sea otra. Posiblemente se busque un mayor deterioro de la economía para tener motivos adicionales para acentuar el control estatal. Puede decirse que poco sentido tiene promover la consolidación del capital humano en la población laboral cuando poco se hace respecto del capital humano asociado a los políticos, ya que, al ocupar éstos un lugar de mayor jerarquía, su influencia es mayor.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario