Si deseamos caracterizar a una sociedad en crisis, según las tendencias cognitivas y afectivas dominantes, puede decirse que seguramente está impulsada por las fuerzas del egoísmo, la envidia y la mentira, con la complicidad de la negligencia. Incluso los gobiernos populistas promueven el nacionalismo; una especie de egoísmo colectivo que descalifica a la mayor parte de las restantes naciones tanto como al sector de la población local que supuestamente es partidario de alguna “nación enemiga”. También promueven la envidia cuando exaltan los valores económicos y materiales hasta el punto de ubicar al rico en el pedestal de la felicidad y al pobre en una situación denigrante, mientras que, seguidamente, culpan al primero por todos los padecimientos del último, siendo una generalización incorrecta que sólo sirve para crear graves enfrentamientos. Gonzalo Fernández de la Mora escribió: “¿Por qué se acude a la deletérea envidia y no a la creadora emulación? Porque esta última no acentúa la división, que es lo que conviene a la polarizada clase política”. “La envidia enfrenta al inferior con el superior; distancia, divide. Pero si esto es así, ¿cómo puede servir de cohesión social? La envidia, como relación bilateral, es, efectivamente, un resorte separador porque abre un abismo entre el «yo» y el «tú», el de la inasimilable inferioridad felicitaria” (De “La envidia igualitaria”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1984).
Los gobiernos populistas y totalitarios se destacan por la inusitada utilización de la mentira para tratar de cambiar la realidad hasta hacerla compatible con las ideologías directrices, e incluso intentando desplazar la realidad de las mentes de los hombres para reemplazarla por la ideología partidaria. Fernando Savater escribió: “Una de las tendencias de quienes están en posesión del poder consiste en cambiar el pasado mediante mentiras y hacer desaparecer realidades que no les gustan. En «1984», la novela de George Orwell, hay un Ministerio de la Mentira, dedicado a cambiar la historia de forma permanente y transformar la realidad, una copia de lo que ha ocurrido en los últimos cien años”.
Tanto la envidia como la predisposición a la mentira se sienten interiormente, pero se manifiestan a escondidas de los demás, y a veces de uno mismo, ya que en general se duda de las ventajas de su desafortunada posesión. Quizás, si se tuviese una plena conciencia de la envidia, no sería necesaria la mentira que la encubre ante los ojos de los demás. Isaac Sacca manifestó: “El que envidia roba, el que envidia levanta falso testimonio, el que envidia mata, el que envidia comete adulterio. La envidia es la raíz de los grandes males de la sociedad”.
“No levantar falso testimonio es un pilar de la sociedad que se constituye civilizadamente. Si se miente, no se puede formar una sociedad. El que promete no paga, el que compra no retribuye, el que da su palabra no cumple, el que da su testimonio lo hace mintiendo. Es una comunidad condenada a la destrucción. Nosotros consideramos que la sociedad que practica la mentira desaparece, no puede constituirse” (Citado en “Los diez mandamientos en el siglo XXI” de Fernando Savater-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).
Los psicólogos consideran que las deficiencias psíquicas de una persona se manifiestan según el grado de desadaptación frente a la realidad, por lo que puede decirse que la mentira, como hábito, implica una falla psíquica más. Cuando el hábito llega a los gobernantes, la situación de crisis se acentúa de la misma manera en que un mismo deterioro físico ubicado en la cabeza es más grave que en el resto del cuerpo. Emilio Mira y López escribió: “Sin mayor equivocación puede afirmarse que el grado de fortaleza psíquica de un país –el tono ético y su auténtico valor axiológico- se mide por el promedio de mentiras que dice por día el promedio de sus habitantes” (De “Cuatro gigantes del alma”-Librería “El Ateneo” Editorial-Buenos Aires 1957).
La envidia y la burla son los síntomas del odio, ya que odiar a alguien implica alegrarse por sus penas y entristecerse por su alegría. En el primer caso, puede manifestarse en forma de burla mientras que en el segundo caso aparecen los síntomas de la envidia. Así como somos dependientes de las personas cercanas a nuestros afectos, también lo somos respecto de aquellos a quienes se odia. Carlos Castilla del Pino escribió: “La dependencia unidireccional del envidioso respecto del envidiado persiste aún cuando el envidiado haya dejado de existir. Y esta circunstancia –la inexistencia empírica del sujeto envidiado y la persistencia, no obstante, de la envidia respecto de él- descubre el verdadero objeto de la envidia, que no es el bien que posee el envidiado, sino el sujeto que lo posee”.
“Una de las peculiaridades de la actuación envidiosa es que necesariamente se disfraza o se oculta, y no sólo ante terceros, sino también ante sí mismo. La forma de ocultación más usual es la negación: se niega ante los demás y ante uno mismo sentir envidia”. “La envidia revela una deficiencia de la persona, del self del envidioso, que no está dispuesto a admitir”. “Si el envidioso estuviera dispuesto a saber de sí, a re-conocerse, asumiría ante los demás y ante sí mismo sus carencias”.
La envidia produce un sufrimiento moral cercano e inmediato, sin embargo, muchos no advierten que tal actitud ha de constituir su principal causa de sufrimiento moral, ya que depende esencialmente de quien la adopta para su vida. Algunos autores han advertido que resulta ser un “vicio justo”, por cuanto viene con su propio castigo incorporado. Esprit Fléchier escribió: “Es el único vicio que puede llamarse justo…porque él mismo castiga con su propio suplicio a aquel a quien afecta”.
Uno de los síntomas de la envidia es la tendencia a la difamación, que muchas veces adopta formas disimuladas y encubiertas para mejorar su efectividad. Carlos Castilla del Pino escribe: “El envidioso acude para el ataque a aspectos difícilmente comprobables de la privacidad del envidiado, que contribuirían, de aceptarse, a decrecer la positividad de la imagen que los demás tienen de él (el envidioso tiende a hacerse pasar por el mejor «informado», advirtiendo a veces que «aún sabe más»). Pero adonde realmente dirige el envidioso sus intentos de demolición es a la imagen que los demás, menos informados que él, o más ingenuos, se han construido sobre bases equivocadas”.
“¿Cómo conseguirlo? Mediante la difamación, originariamente disfamación. En efecto, la fama es el resultado de la imagen. La fama por antonomasia es «buena fama», «buen nombre», «crédito»”. “La difamación es el proceso mediante el cual se logra desacreditar gravemente la buena fama de una persona”. “Ahora vemos dónde está realmente el verdadero objeto de la envidia. No en el bien que el otro posee, sino en el (modo de) ser del envidiado, que le capacita para el logro de ese bien” (De “Teoría de los sentimientos”–Tusquets Editores SA-Barcelona 2001).
Quienes promueven la igualdad social (como igualdad económica), aducen que a la delincuencia la genera la desigualdad social, es decir, suponen que todo el “desigualmente inferior” padece de envidia, por lo que el socialismo la ha de calmar (en teoría). De ahí que propongan expropiar a los que más tienen (y generalmente, más producen) para darle el “botín” a los envidiosos, considerando que las actitudes erróneas del hombre serán aliviadas y curadas, no por psicólogos y humanistas, sino por políticos y economistas de izquierda. “El envidioso es un hombre carente de (algún o algunos) atributos y, por lo tanto, sin los signos diferenciales del envidiado. Sabemos de qué carece el envidioso a partir de aquello que envidia en el otro”. “Pero, además, en este discurso destaca la tácita e implícita aseveración de que el atributo que el envidiado posee lo debiera poseer él, y, es más, puede declarar que incluso lo posee, pero que, injustificadamente «no se le reconoce». Ésta es la razón por la que el discurso envidioso es permanentemente crítico o incluso hipercrítico sobre el envidiado, y remite siempre a sí mismo. Aquel a quien podríamos denominar «el perfecto envidioso» construye un discurso razonado, bien estructurado, pleno de sagaces observaciones negativas que hay que reconocer muchas veces como exactas”.
“No sólo el sujeto envidioso es inicialmente deficiente en aquello que el envidiado posee, sino que el enquistamiento de la envidia, es decir, la dependencia del envidioso respecto del envidiado perpetúa y agrava esa deficiencia”.
El envidioso, por lo general es el que renuncia a todo intento creativo e, incluso, constructivo. De ahí que pocas veces se ha de observar a un socialista tratar de repartir lo creado con sus propias manos o con su propio trabajo, sino que casi siempre promueve repartir los bienes ajenos. “Una de las invalideces del envidioso es su singular inhibición para la espontaneidad creadora. Ya es de por sí bastante inhibidor crear en y por la competitividad, por la emulación. La verdadera creación, que es siempre, y, por definición, original, surge de uno mismo, cualesquiera sean las fuentes de las que cada cual se nutra. No en función de algo o de alguien que no sea uno mismo. Pues, en el caso de que no sea así, se hace para y por el otro, no por sí. Todo sujeto, en tanto construcción singular e irrepetible, es original, siempre y cuando no se empeñe en ser como otro: una forma de plagio de identidad que conduce a la simulación y al bloqueo de la originalidad”.
“El hecho de que la envidia se constituya en una forma de estar en el mundo, en una actitud fundamental desde la que se impregna a las restantes actitudes parciales, procede de ese hecho doloroso e insubsanable: Ser quien se es; desear no serlo (y ocultarlo); tratar de ser otro (y negarlo); estar imposibilitado de serlo”.
La violencia política surge por lo general de la envidia. En este caso no significa que el envidioso sea el único culpable ya que también lo es quien da motivos para ello, como el que hace ostentación de poder y riquezas con las intenciones de despertar la envidia de sus “semejantes”. Por lo general se trata de gente “necesitada” ya que sus ambiciones no tienen límite, y por ello se comportan como personas con grandes necesidades; en realidad son necesidades espirituales aunque estén convencidas que la felicidad se logra con mayores riquezas materiales. “El tratamiento eficaz de la envidia cree verlo el que la padece en la destrucción del envidiado (si pudiera llegaría incluso a la destrucción física), para lo cual teje un discurso constante e interminable sobre las negatividades del envidiado. Es uno de los costos de la envidia, un auténtico despilfarro, porque rara vez el discurso del envidioso llega a ser útil, y con frecuencia el pretendido efecto perlocucionario –la descalificación de la imagen del envidiado- resulta un fracaso total”. “Su deficiencia estructural en los planos psicológico y moral aparece a pesar de sus intentos de ocultación y secretismo”.
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