Los conceptos de determinismo (en la física) y de libre albedrío (en la conducta humana), consolidados en sus respectivos ámbitos, generan inconvenientes cuando se los trata de generalizar en el hombre. Ello se debe a la confirmación científica de que la estructura de los seres vivientes está conformada con los mismos elementos que la materia inerte. Incluso una parte importante de los átomos que constituyen nuestro propio cuerpo, en un pasado remoto fueron parte de alguna estrella. De ahí la posibilidad de que compartamos y heredemos el determinismo asociado a la materia.
Uno de los antiguos planteos filosóficos, sobre cuestiones éticas, cuestiona la existencia simultánea de la responsabilidad respecto de nuestros actos, y la posibilidad de un determinismo estricto, ya que, si fuésemos entes similares a un autómata carente de libertad, nuestras decisiones vendrían determinadas necesariamente por nuestro pasado quitándonos toda culpa ante nuestras acciones negativas y todo mérito por las positivas. Ben Dupré escribió: “El espectro del determinismo se cierne sobre la ética, sin haber podido exorcizarlo después de siglos de debate. La cuestión básica, el hecho de que la percepción de nosotros mismos como seres morales vaya en contra de la comprensión científica del universo, sigue dividiendo a los filósofos, y no hay consenso a la vista. Las cuestiones metafísicas, como las que tratan de la naturaleza fundamental de las cosas, a veces se descartan por considerarse castillos en el aire, pero se ha demostrado que las implicaciones del determinismo son demasiado fuertes como para dejarlas de lado” (De “50 cosas que hay que saber sobre ética”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2014).
Para tener una idea concreta del significado que se le da a la palabra “determinismo”, podemos considerar el caso de una piedra arrojada al aire. Una vez que se conocen las condiciones iniciales del movimiento, como la masa, la posición y la velocidad, se le aplican las leyes del movimiento de Newton y puede seguirse la trayectoria que el móvil ha de seguir en el tiempo. Se dice que el futuro viene determinado por las condiciones iniciales y por la ley respectiva. Pierre Simon de Laplace escribió: “Una inteligencia que en un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero: nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos” (Del “Ensayo filosófico sobre las probabilidades”).
En cuanto al determinismo en el ser humano, considerado “como una piedra”, Jacques Bourquin escribió: “Quien niega el libre albedrío se ve arrastrado a negar toda libertad. Tal el caso de los filósofos deterministas, fatalistas o materialistas. Lalande define el determinismo como una doctrina filosófica según la cual, todos los acontecimientos del universo y en especial las acciones humanas están ligadas de manera tal que siendo las cosas como son en un momento dado, no tienen para cada uno de los momentos anteriores y posteriores más que un estado que sea compatible con el primero. Se ve por esta definición que la libertad no puede ser admitida en la menor medida por los que creen en el determinismo” (De “La libertad de prensa”-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 1952).
Respecto del libre albedrío, el filósofo medieval San Agustín escribió: “El libre albedrío fue concedido al hombre para que contara méritos siendo bueno, no por necesidad, sino por libre voluntad”. “Nuestra voluntad es la que quiere y no quiere, siendo sujeto libre capaz de bondad o malicia; contra la evidencia del testimonio interior no puede lucharse”. “Nuestra voluntad no sería voluntad si no fuera libre” (Del “Diccionario antológico del pensamiento universal” de Antonio Manero-UTEHA-México 1958).
Por otra parte, Immanuel Kant escribió: “Muchas de nuestras actitudes se convierten en paradojales y vanas cuando se someten a la opinión de aquellos que nos consideran como criaturas privadas de autonomía, como verdaderos autómatas. El individuo que ha perjudicado a cualquiera de sus semejantes, ¿conocería alguna vez el remordimiento, por ejemplo, si su mala acción no hubiese tenido otro origen que la necesidad, de donde proceden los acontecimientos que vienen a colmar el doble cuadro del espacio y del tiempo? Ciertamente no. El remordimiento tiene en el culpable, cuando éste lo descubre en los entresijos de su ser, más fuertes que todos los razonamientos interesados que quieran destruirlo, la certidumbre de que, desgraciadamente, su falta no es producida por una fuerza causal extrínseca, sino que es su propia criatura” (De “Critica de la razón práctica”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1973).
Desde el punto de vista de la ciencia contemporánea, todo parece indicar que existe un determinismo que incluye nuestro propio comportamiento, ya que solamente en la escala atómica ocurren sucesos indeterminados individualmente, mientras que todo conjunto numeroso de partículas sigue patrones característicos y predecibles. Tal es así que la ecuación básica de la mecánica cuántica no relativista, la “ecuación de Schrödinger”, permite seguir el desarrollo temporal de la función de onda, a partir de la cual puede calcularse la probabilidad de ocurrencia de un suceso individual. Sin embargo, la estructura matemática de tal ecuación admite cierto determinismo asociado a la evolución temporal de dicha variable. Erwin Schrödinger escribió:
“Una de las partes más importantes del libre albedrío humano es la conducta ética. Suponiendo que los acontecimientos físicos en el espacio y en el tiempo no estén determinados estrictamente, sino sujetos en gran parte al azar, como creen muchos físicos de nuestro tiempo, es evidente (dice Cassirer) que este aspecto arbitrario de los sucesos del mundo material es lo último que hay que invocar como modelo físico de la conducta ética humana. Pues ésta no es nada arbitraria, sino que está determinada fuertemente por motivos que van desde los más bajos a los más sublimes; desde la avaricia y el rencor, hasta el verdadero amor al prójimo y la devoción religiosa más sincera”.
“En mi opinión, éste es el fruto más valioso de toda la controversia; la balanza se ha inclinado a favor de una posible reconciliación del libre albedrío con el determinismo físico, al comprobar la poco adecuada que resulta una base física arbitraria para la ética”. “El resultado neto es que la física cuántica no tiene nada que ver con el problema del libre albedrío. Si existe este problema, no ha progresado nada con los últimos desarrollos de la física. Volviendo a citar a Ernst Cassirer: «Por lo tanto, está claro…que cualquier posible cambio en el concepto físico de la causalidad no podrá tener una influencia inmediata sobre la ética»” (De “Ciencia y humanismo”-Editorial Alhambra SA-Madrid 1954).
Para compatibilizar el determinismo universal, asociado a la existencia de leyes naturales causales, con la aparente libertad de elección y, por lo tanto, con el deber moral, Baruch de Spinoza considera que estamos determinados por una enorme cantidad de causas pasadas, generalmente desconocidas, y de ahí que podamos hablar de libre arbitrio sin abandonar el determinismo. Al respecto escribió: “En la mente no hay ninguna voluntad absoluta o libre, sino que la mente es determinada a querer esto o aquello por una causa que también es determinada por otra, y ésta a su vez por otra, y así hasta el infinito”.
“La voluntad es un cierto y determinado modo de pensar, por tanto no puede ser causa libre de sus acciones, o sea, no puede tener una facultad absoluta de querer o no querer, sino que debe ser determinada a querer esto o aquello por una causa que también es determinada por otra, y esta a su vez por otra, etc.”.
Philipp Frank escribe al respecto: “Según Spinoza, los estados mentales son parte de la cadena causal de estados físicos, y la pregunta que podemos hacer no es la de si hay «lagunas» en esa cadena, sino más bien la de cómo llega a ocurrir que nuestra observación interior parece decirnos que podemos tomar decisiones «libres». Spinoza da una buena respuesta a esta pregunta en el apéndice a la Primera Parte de su «Ética»: «Bastará aquí que tome por fundamento lo que todos deben reconocer, a saber, que todos los hombres nacen ignorantes de las causas de las cosas, que todos apetecen buscar su propia utilidad y que son conscientes de ello. De esto, en efecto, se sigue: primero, que los hombres creen ser libres, puesto que son conscientes de sus voliciones y de su apetito, pero no piensan, ni en sueños, qué causas los disponen a apetecer y querer, porque las ignoran; segundo, que los hombres hacen todo por un fin, a saber, por la utilidad que apetecen; de donde proviene que nunca anhelan conocer sino las causas finales de las cosas que se llevan a cabo, y una vez que las han oído se aquietan, sin duda porque no tienen ningún motivo para seguir dudando»” (De “Filosofía de la Ciencia”-Herrero Hnos. Sucesores SA-México 1965).
La idea de la adaptación del hombre al orden natural presupone la existencia de un riguroso determinismo que se debe compatibilizar con la libertad de elección. Una alternativa a la postura de Spinoza consiste en considerar al hombre como un sistema complejo adaptativo, esto es, un sistema que tiene memoria y que es capaz de aprender. Si se construyera un robot con una gran capacidad de memoria y una gran variedad de sensores, puede decirse que las acciones futuras de esta máquina vienen determinadas parcialmente por su constructor y parcialmente por la propia capacidad del robot para adquirir información de su ambiente al cual se ha de adaptar, es decir, de ser apto para moverse y reaccionar en ese medio.
Se observa una gran diferencia entre el movimiento de una piedra y el comportamiento del robot, ya que este último, al poder captar y procesar información del medio circundante, tiene un gran porcentaje de autodeterminación, que es en definitiva la idea asociada a la libre elección. Por ser el hombre un sistema complejo adaptativo, con capacidad de recibir y procesar información, puede decirse que su futuro depende bastante más de su aprendizaje y de su esfuerzo de adaptación que de la herencia genética recibida, por lo que su carácter autónomo puede interpretarse como el principal factor de su comportamiento libre.
Si tuviésemos que asociar una imagen más o menos concreta a la expresión “libre arbitrio”, deberíamos considerar que cada ser humano tiene una forma única para elegir y procesar la información que recibe desde el medio al cual pretende adaptarse. De ahí que la libertad de elección que posee queda ligada íntimamente a sus atributos personales que configuran su personalidad única. Maurice Blondel escribió: “La libertad, lejos de excluir al determinismo, surge de él y lo utiliza; el determinismo, lejos de excluir la libertad, la prepara y produce”.
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