Cotidianamente realizamos intercambios comerciales que benefician simultáneamente a ambas partes intervinientes. Si adquirimos pan, nos beneficiamos ante la evidente utilidad que brinda todo alimento, mientras que también se beneficia quien lo elabora al obtener cierta ganancia monetaria, además de la satisfacción que logra al sentirse una persona útil que coopera con los demás miembros de la sociedad. Puede decirse que existe cierta dependencia entre ambas partes, por cuanto el consumidor, para lograr su supervivencia, depende de quien satisface sus necesidades alimenticias, mientras que los medios económicos para la supervivencia del productor dependen de los intercambios realizados con sus clientes.
Esto resulta bastante evidente. Sin embargo, no todos están de acuerdo en que los intercambios deban describirse de la forma en que se ha hecho. Para un sector de la sociedad, en los intercambios comerciales hay alguien que gana y alguien que pierde, y de ahí que toda dependencia mutua sea indeseable. Por ello, si un individuo se siente satisfecho con su accionar cotidiano realizando intercambios y cooperando con la sociedad, deba cambiar de parecer, tal lo que le sucede al ciudadano común cuando en su país llegan al poder los socialistas. Debe cambiar su escala de valores y su forma de razonar sobre cuestiones evidentes; todo ello para estar de acuerdo con la ideología que se le ha de imponer.
En el caso de las naciones, las cosas son bastante similares, por cuanto los intercambios comerciales se realizan bajo la evidencia del beneficio simultáneo, de lo contrario, quien ha de perder, se abstendría de hacerlo. Eduardo Galeano escribe al respecto:
“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”. “Es América Latina la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días todo se ha trasmutado siempre en capital europeo, o más tarde norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centro de poder”.
El párrafo anterior, que aparece en el libro “Las venas abiertas de América Latina”, se menciona en el “Manual del perfecto idiota latinoamericano” de Plinio A. Mendoza, Carlos A. Montaner y A. Vargas Llosa (Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1996), de donde se extraerán los comentarios que siguen. El titulo del Manual resulta un poco chocante, aunque los propios autores confiesan que alguna vez ellos mismos merecieron ese adjetivo, debido precisamente a desconocer aspectos obvios de la realidad. En cuanto a las expresiones de Galeano, escriben: “A partir de esta espeluznante premisa antropomórfica no es difícil deducir el destino zoológico que nos espera a lo largo del libro: rapaces águilas americanas ferozmente carroñeras, pulpos multinacionales que acaparan nuestras riquezas, o ratas imperialistas cómplices de cualquier inmundicia”. “La idea tan elemental y simple, tan evidente, de que la riqueza moderna sólo se crea en la buena gestión de las actividades empresariales no le ha pasado por la mente”.
Recordemos que uno de los postulados básicos del marxismo es la existencia de clases sociales cuyos integrantes son todos buenos, o todos malos, según de cual clase se trate. De ahí que resulta natural suponer que hay países cuyos habitantes son todos buenos y países en donde todos son malos. En ambos casos, los malos son los exitosos económicamente hablando y los buenos los menos exitosos. Los autores citados agregan: “Lo que unos tienen –supone-, siempre se lo han quitado a otros. No importa que la experiencia demuestre que lo que a todos conviene no es tener un vecino pobre y desesperanzado, sino todo lo contrario, porque del volumen de las transacciones comerciales y de la armonía internacional van a depender, no sólo nuestra propia salud económica, sino de la de nuestro vecino”.
“Nadie se especializa en perder. Todos (los que hacen bien su trabajo) se especializan en ganar. En 1945, de cada dólar que se exportaba en el mundo, 50 centavos eran norteamericanos; en 1995, de cada dólar que se exporta sólo 20 centavos corresponden a EEUU. Pero eso no quiere decir que algún chupóptero se ha instalado en una desprotegida arteria gringa y lo desangra, puesto que los estadounidenses son cada vez más prósperos, puesto que ha habido una expansión de la producción y del comercio internacional que nos ha beneficiado a todos y ha reducido (saludablemente) la importancia relativa de los EEUU”.
Eduardo Galeano escribió: “La región (América Latina) sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y las carnes, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos, que ganan consumiéndolos mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos”.
Los “tres idiotas” escriben al respecto: “Supongamos que los evangelios del señor Galeano se convierten en política oficial de América Latina y se cierran las exportaciones del petróleo mexicano o venezolano, los argentinos dejan de vender en el exterior carnes y trigo, los chilenos atesoran celosamente su cobre, los bolivianos su estaño, y colombianos y brasileros se niegan a negociar su café, mientras Ecuador y Honduras hacen lo mismo con el banano. ¿Qué sucede? Al resto del mundo, desde luego, muy poco, porque toda América Latina apenas realiza el 8% de las transacciones internacionales, pero para los países al sur de Río Grande la situación se tornaría gravísima. Millones de personas quedarían sin empleo, desaparecería casi totalmente la capacidad de importación de esas naciones y, al margen de la parálisis de los sistemas de salud por falta de medicinas, se produciría una terrible hambruna por la escasez de alimentos para los animales, fertilizantes para la tierra o repuestos para las máquinas de labranza”.
“Dado que América Latina importa más de lo que exporta, es el resto del planeta el que tiene su sistema circulatorio a merced del aguijón sanguinolento de los hispanoamericanos. De manera que sería posible montar un libro contravenoso en el que apasionadamente se acusara a los latinoamericanos de robarles las computadoras y los aviones a los gringos, los televisores y los automóviles a los japoneses, los productos químicos y las maquinarias a los alemanes y así hasta el infinito”.
Existe un caso en que un país fue conducido por un seguidor de Galeano; la Venezuela chavista. Recordemos que el propio Hugo Chávez le obsequió a Barak Obama un ejemplar de “Las venas abiertas de América Latina”. La severa crisis de Venezuela, acentuada por la fuga de capitales privados debida a las expropiaciones, la caída de la producción, el aumento de las importaciones de comestibles, etc., implica que a Venezuela le “han abierto las venas”, pero no precisamente quienes son denunciados por Galeano, sino por sus propios seguidores. Muchos de los capitales que salieron de Venezuela habrán ido a parar a los países desarrollados, por lo que el planteo ideológico resulta completamente absurdo. De ahí que cierto autor afirmó, acertadamente, que el subdesarrollo “está en la mente”.
Galeano escribe: “Son mucho más altos los impuestos que cobran los compradores que los precios que reciben los vendedores”.
Los autores del Manual comentan al respecto: “Galeano no es capaz de entender que si los latinoamericanos no exportan y obtienen divisas, a duras penas podrán importar. Por otro, no se da cuenta de que los impuestos que pagan los consumidores de esos productos no constituyen una creación de riqueza, sino una simple transferencia de riqueza del bolsillo privado a la tesorería general del sector público”. “Pero donde Galeano y sus seguidores demuestran una total ignorancia de los más elementales mecanismos económicos es cuando no sólo les suponen a esos impuestos un papel «enriquecedor» para el Estado que los asigna, sino cuando ni siquiera son capaces de descubrir que la función de esos gravámenes no es otra que disuadir las importaciones. Es decir, constituyen un claro intento de disminuir el flujo de sangre que sale de las venas de América Latina, porque, aunque el idiota latinoamericano no sea capaz de advertirlo, nuestra tragedia no es la hemofilia de las naciones desarrolladas sino la hemofobia. No tenemos suficientes cosas que vender en el exterior. No producimos lo que debiéramos en las cantidades que sería deseable”.
En cuanto a los precios, Galeano escribe: “Hablar de precios justos en la actualidad es un concepto medieval. Estamos en plena época de la libre comercialización. Cuanta más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario construir para quienes padecen los negocios”.
Los autores del Manual comentan: “Aquí está –en efecto- la teoría del precio justo y el horror al mercado. Para Galeano, las transacciones económicas no deberían estar sujetas al libre juego de la oferta y la demanda, sino a la asignación de valores justos a los bienes y servicios; es decir, los precios deben ser determinados por arcangélicos funcionarios ejemplarmente dedicados a estos menesteres. Y supongo que el modelo que Galeano tiene en mente es el de la era soviética, cuando el Comité Estatal de Precios radicado en Moscú contaba con una batería de abrumados burócratas, perfectamente diplomados por altos centros universitarios, que asignaban anualmente unos quince millones de precios, decidiendo, con total precisión, el valor de una cebolla colocada en Vladivostok, de la antena de un sputnik en el espacio, o de la junta del desagüe de un inodoro instalado en una aldea de los Urales, práctica que explica el desbarajuste en que culminó aquel experimento, como muy bien vaticinara Ludwig von Mises en un libro –«Socialismo»- gloriosa e inútilmente publicado en 1926”.
El hecho de que, hasta el año 1996, el libro de Galeano llevara 67 ediciones, por lo cual en la actualidad deben ser muchas más, es un penoso síntoma del nivel intelectual de la izquierda en Latinoamérica, ya que constituye un libro básico que fundamenta la ideología respectiva.
Galeano escribe: “El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados desde fuera, por su incorporación al engranaje universal del capitalismo”.
Los autores citados comentan: “En esa palabra –determinados- ya hay toda una teoría conspirativa de la historia”. “¿Qué nación o qué personas le asignaron a Singapur, a partir de 1959, el papel de emporio económico asiático especializado en alta tecnología de bienes y servicios? O –por la otra punta- ¿qué taimado grupo de naciones condujo a Nigeria y Venezuela, dos países dotados de inmensos recursos naturales, a la desastrosa situación en la que hoy se encuentran? Sin embargo, ¿qué mano extraña y bondadosa colocó a los argentinos del primer cuarto del siglo XX entre los más prósperos ciudadanos del planeta?”.
El odio intenso hacia los EEUU (y hacia Occidente) es promovido por libros como el escrito por Eduardo Galeano, favoreciendo la verdadera y humillante dependencia; la de la mente y la de los sentimientos. La mayor degradación que puede sufrir un pueblo es la sumisión producida por el odio colectivo. Friedrich Nietzsche escribió: “No se odia mientras se menosprecia. No se odia más que al igual o al superior”.
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