Si se busca un proceso que le dé sentido a la historia, de la misma forma en que la evolución le da sentido a la biología, seguramente lo hemos de encontrar en la evolución cultural, que es el medio que disponemos para concretar nuestra adaptación al orden natural. Dicho proceso le da sentido, no sólo a la historia, sino a la humanidad, ya que posibilita nuestra supervivencia, mientras que el fracaso en ese intento implicaría la desaparición de la única especie inteligente hasta ahora conocida.
Mientras que el hombre no interviene en la evolución biológica, excepto como una especie viviente afectada por la misma, la evolución cultural depende exclusivamente de la creatividad del hombre, por lo que el conjunto de las innovaciones dispone de una referencia concreta que permite valorarlas como posibles mejoras adaptativas, o no. Como ejemplo podemos considerar el caso de nuestra visión, que se deteriora con los años, incluso provocando, en algunos casos, la imposibilidad de seguir trabajando. La invención de los anteojos constituye entonces una mejora culturalmente adaptativa. Cada mejora introducida podrá ser de utilidad para el resto de la humanidad, heredando cada generación los avances logrados por sus antepasados. Tanto la ciencia experimental como la tecnología son actividades que se asocian a la adaptación cultural, siendo representativas de dicho proceso.
La lucha cotidiana por la subsistencia, es el precio que pagamos ante las exigencias del medio social en que vivimos. El arduo trabajo diario ha sido un requisito exigido a la mayor parte de los hombres, en todas las épocas y en todos los pueblos. Teniendo en cuenta este aspecto de la vida, podemos preguntarnos por el precio que impone el orden natural, a la humanidad, para permitirnos nuestra supervivencia. Teniendo en cuenta el desarrollo de la ciencia y de la tecnología, puede decirse que dicho orden nos exige alcanzar la máxima capacidad laboral e intelectual para vencer los obstáculos que la realidad nos presenta.
En cuestiones éticas y morales, ha sido históricamente la religión la que ha promovido nuestra adaptación cultural. Como, generalmente, se supone que la religión surge de Dios, y no de los hombres, la información necesaria para un aceptable desempeño moral provendría de las oportunas intervenciones de Dios, por lo cual la religión constituiría un proceso adaptativo distinto al de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, los aspectos éticos de nuestro comportamiento resultan accesibles a las ramas humanísticas y sociales de la ciencia, por lo cual no debemos descartar la posibilidad de la existencia de un solo proceso adaptativo; que incluya tanto a la ciencia como a la religión.
Desde el punto de vista de la coherencia lógica, resulta adecuado suponer que la religión surge del hombre que mira a Dios (y no de un Dios que mira a los hombres). Así, la mejora adaptativa promovida por el cristianismo, resulta ser una obra humana, cuyo mérito es también humano. De lo contrario, si el hombre recibiera información ética por vía de una revelación, nos veríamos en la necesidad de hablar de dos procesos asociados a nuestra adaptación cultural; el que nos exige el orden natural para los aspectos éticamente neutrales y, además, el proceso por el que Dios nos revela la información precisa para los aspectos éticos. Como el desarrollo de las potencialidades humanas depende de las exigencias a las que somos sometidos, podemos suponer que nuestro desarrollo ético e intelectual, será favorecido por una exigencia a lograrlos por nuestros propios medios.
Adviértase que la unificación del proceso de adaptación cultural implica una “nueva” forma de interpretar al cristianismo. En realidad, tal postura se conoce, desde hace varios siglos, como religión natural, y es la que toma como referencia a las propias leyes naturales antes que a los Libros Sagrados, considerando como “simbología” a todo lo que separa el relato bíblico de la realidad.
Es interesante advertir que en épocas pasadas se consideraba que Dios comunicaba a algunos hombres la información sobre cuestiones éticas tanto como las asociadas a las científicas, tal la creencia del propio Isaac Newton. Al respecto, John Maynard Keynes, el economista, escribió: “¿Por qué se le llamó un brujo? Porque consideraba todo el universo y todo lo que hay en él como un acertijo, como un secreto que podía ser leído aplicando el pensamiento puro a cierta evidencia, a ciertas claves místicas que Dios había puesto por el mundo para permitir que una especie de tesoro del filósofo fuera descubierto por la humanidad esotérica. Creía que estas claves debían encontrarse, en parte, en la evidencia de los cielos y en la constitución de los elementos (y esto es lo que da la idea falsa de que era un filósofo natural experimental), pero en parte también en ciertos escritos y tradiciones transmitidas por los hermanos en una cadena continua, que se remontaba hasta la revelación críptica original de Babilonia. Consideraba al universo como un criptograma puesto por el Omnipotente –de la misma manera que él ocultó en un criptograma los descubrimientos del cálculo cuando comunicó con Leibniz-. Creía que el velo se descorrería para el iniciado por medio del pensamiento puro, de la concentración mental”.
“Él «leyó» la adivinanza de los cielos. Y creía que, por los mismos poderes de su imaginación introspectiva, leería en el acertijo de la Divinidad, de los acontecimientos pasados y futuros divinamente preestablecidos, de los elementos y su constitución a partir de una primera materia originariamente indiferenciada, de la salud y de la inmortalidad. Todo se le revelaría a él, sólo con que pudiera perseverar hasta el fin, ininterrumpidamente, por sí mismo, sin que nadie entrara en la habitación, leyendo, copiando, comprobando –todo por sí mismo, ninguna interrupción, por el amor de Dios, ninguna declaración, ninguna irrupción o crítica discordante, con miedo y retraimiento, como él acometía estas cosas semiordenadas, semiprohibidas, deslizándose hasta el seno de la Divinidad como en las entrañas de su madre” (De “El mundo de las matemáticas”-James R. Newman-Editorial Grijalbo SA-Barcelona 1968).
Cuando Newton no pudo explicar las irregularidades del movimiento de Júpiter y Saturno, supuso que, de vez en cuando, el Creador intervenía en el universo para poner las cosas nuevamente en orden. Al respecto escribió: “Un destino ciego no habría podido nunca hacer mover a todos los planetas de manera tan regular, excepto por ciertas desigualdades que pueden provenir de la acción mutua entre los planetas y los cometas, desigualdades que probablemente irán en aumento por mucho tiempo, hasta que finalmente el sistema tendrá necesidad de ser puesto de nuevo en orden por su creador”.
En cuanto a las profecías bíblicas, si no es factible describirlas en base a posibles decisiones de Dios localizadas en el tiempo, deberán ser descriptas como mensajes emitidos hacia el futuro por los profetas para que alguien se encuadre en ellas y las cumpla. De lo contrario, deberíamos admitir que Dios contempla el sufrimiento de los hombres sin hacer nada, pudiendo hacerlo, o pudiendo adelantar su intervención para evitar dicho sufrimiento. Justamente, el sufrimiento es una medida del grado de desadaptación del hombre al orden natural. Puede decirse que tal orden nos “presiona” para que mejoremos nuestro nivel de adaptación, proceso que ha de finalizar con un aceptable nivel de felicidad. Así, cuando la Biblia describe la historia del hombre como una lucha entre el Bien y el Mal, describe también la lenta transición de la infelicidad a la felicidad, o de la desadaptación hasta la plena adaptación cultural, que son formas complementarias de describir un mismo acontecimiento.
El bíblico “final de los tiempos” implica una plena adaptación del hombre como consecuencia de haber podido encontrar la información necesaria para lograrla. La unificación de ciencia y religión, concretada por la religión natural (no revelada) conducirá a la unificación de las distintas religiones. La palabra “Apocalipsis” ha sido traducida como “desocultamiento”, y ha de consistir posiblemente en la tarea de reeditar la información clara y precisa dada por Cristo, que por siglos ha padecido el encubrimiento mediante todo tipo de misterios, tanto teológicos como filosóficos, haciéndola impracticable por parte del hombre común.
Así como existe el “odio colectivo”, promovido por los distintos totalitarismos, podemos hablar del “egoísmo colectivo”, asociado al conservadurismo religioso. Tal es la postura del que desea que nada cambie, ya que, para él, no es importante el hecho de que muchos seres humanos sufran demasiado, sino que lo importante es que el “creyente” vaya a la vida eterna, no tanto por cumplir con los mandamientos éticos, sino simplemente por “creer”. En este caso se ha reducido la religión ética a una mera cuestión filosófica, tal la de suponer, meritoriamente, que el mundo funciona de cierta manera y no de otra. Max Brod escribió: “Ha llegado ahora el momento de que la humanidad vuelva a sacarse la cuña del egocentrismo que tiene metida en sus carnes. Según me parece, el egocentrismo constituye una más grave infracción contra el sentido de la vida que el egoísmo. El egoísmo se limita a las necesidades más importantes propias de un individuo, y puede ser dominado. El egocentrismo, empero, extiende la pequeñez de su visión a todo el mundo, lo refiere a todo, a toda la creación. El egoísta puede llegar a estar satisfecho; el egocéntrico nunca. Desgraciadamente casi todos nosotros, bajo mil subterfugios, de un modo consciente o inconsciente, somos egocéntricos. El renunciar al egocentrismo es una tarea ardua porque supone luchar contra muchas cosas profundamente arraigadas en nosotros; pero este renunciamiento en modo alguno es resignación, sino liberación, voluntad de hacer prevalecer la alegría de la vida” (De “La nueva visión del mundo” de J. Gebser y otros-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1956).
Un mundo en el cual al hombre no se le exige lograr, como precio a pagar por su supervivencia, el máximo desarrollo de sus potencialidades, no permitirá tal desarrollo, mientras que, por el contrario, cuando vive en un mundo exigente, se verá obligado a ser lo que potencialmente puede llegar a ser. En el primer caso ocurrirá algo similar a lo que sucede bajo el socialismo, en el cual la creatividad individual fue desplazada por la obediencia, anulando parcialmente las potencialidades latentes de todo individuo, mientras que, en los sistemas con economía libre, se le exige a cada individuo el óptimo despliegue de sus atributos, por lo que no resulta extraño que los grandes avances de la ciencia y de la tecnología hayan surgido de las sociedades capitalistas.
La religión de la contemplación debe dar lugar a la religión de la acción ética. Si existe el premio posterior de la vida eterna, seguramente habrá de ser para quienes compartieron las penas y las alegrías ajenas como propias, en lugar de ser para aquellos que se limitaron a aceptar, mediante la fe, la veracidad de las prédicas bíblicas, pero sin siquiera intentar ponerlas en práctica.
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