Existen dos propuestas distintas para lograr que en la sociedad predominen las ideas y los sentimientos de igualdad; la primera es la que sugiere que, desde el interior de cada persona, surja una actitud que permita sentir como propias las penas y las alegrías ajenas; la segunda consiste en establecer, mediante distintos cambios sociales, el surgimiento de hábitos y costumbres que conducirán a un comportamiento de tipo igualitario. El primer camino implica una forma natural de lograr la igualdad, ya que se fundamenta en actitudes individuales concretas, mientras que el segundo, al ignorar al primero, resulta ser una tentativa artificial que, por lo general, no consigue los fines propuestos.
La primer alternativa no es otra cosa que el “Amarás al prójimo como a ti mismo”; uno de los mandamientos cristianos. Adviértase que, por el hecho de compartir las penas y las alegrías de los demás, se logra adicionalmente la libertad respecto al resto de los seres humanos, ya que toda pérdida de libertad, adopta alguna forma de dependencia o servidumbre; que son los estados sociales que surgen justamente cuando no existe igualdad en el sentido considerado.
Las tendencias asociadas, respectivamente, al liberalismo y al socialismo, se caracterizan por la prioritaria búsqueda de la libertad, en el primer caso, y de la igualdad, en el segundo caso, aunque muchas veces no se logra ninguna de ellas. Y ello sucede cuando no tienen en cuenta la propuesta cristiana, ya que se supone que el sistema económico adoptado conducirá hacia los fines prioritarios buscados. Incluso desde las propias instituciones cristianas se ha ocultado de tal forma al mandamiento mencionado, revistiéndolo de misterios e incoherencias lógicas, que le han quitado toda utilidad práctica. Impidiendo, además, que desde ámbitos ajenos a la religión surjan interpretaciones que difieran de las adoptadas por la Iglesia, siendo consideradas “sacrílegas”; de ahí que, por lo general, pocos se atreven a proponer la difusión que debería tener. Baruch de Spinoza escribió:
“La escritura no enseña sino cosas muy sencillas, ni busca otra cosa que la obediencia, y que, acerca de la naturaleza divina, tan sólo enseña aquello que los hombres pueden imitar practicando cierta forma de vida” (Del “Tratado teológico-político”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).
Una de las primeras definiciones del amor, surgida desde la filosofía, fue establecida en el siglo XVII por Baruch de Spinoza, quien escribió: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza: y uno y otro de estos afectos será mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada” (De “Ética”). Desde la psicología se considera al amor como un aspecto del fenómeno general de la empatía. De ahí que, seguramente, el mandamiento cristiano se fortalecerá en el futuro afianzado por el conocimiento surgido de la ciencia experimental, especialmente desde la neurociencia.
La ética se inicia con la religión, continúa con la filosofía, hasta llegar a una etapa en que ha de ser definida con mayor certeza por la ciencia experimental. Ben Dupré se pregunta: “¿Lo que es moralmente bueno es bueno porque Dios lo ordena o Dios lo ordena porque es bueno? Si nos decantamos por el primer caso, claramente las preferencias de Dios podrían haber sido…diferentes”. “Si Dios ordena lo que es bueno porque es bueno, claramente esa bondad es independiente de Dios. En ese caso, Dios se limitaría a ser poco más que un intermediario. En principio, por tanto, podríamos actuar por nuestra propia cuenta e ir directamente a la fuente moral o a la norma, sin ayuda de Dios. Por tanto, cuando se discute sobre autoridad moral, parece que Dios es arbitrario o redundante” (De “50 cosas que hay que saber sobre ética”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2014).
Toda incompetencia para la difusión de la igualdad natural, permite el ingreso de la igualdad artificial. Uno de esos intentos fue el del marxismo, que se opuso acérrimamente al cristianismo, por lo que surge la duda acerca de si tales intentos por establecer la igualdad fueron sinceros. La igualdad (teórica al menos), sin libertad, produjo el socialismo real, donde la clase dirigente dominaba a una clase obrera que sólo debía obedecer las órdenes recibidas y adaptarse a la planificación establecida. El atractivo que siempre tuvo el socialismo se debió principalmente a las ambiciones de poder de los líderes políticos e ideólogos de izquierda, y a los deseos de los envidiosos de ver sucumbir a quienes disponen de mayor nivel económico. Ambicionar el gobierno de un hombre sobre otros hombres es una actitud poco igualitaria, mientras que la búsqueda de la igualdad económica, que rebaja al que más tiene, dista bastante de la búsqueda de la igualdad natural. A. Vinet escribió: “La necesidad de dominar y ser dominado me parece más antigua y profunda que la necesidad de ser igual”.
En forma opuesta al cristianismo, que promueve una actitud cooperativa desde los afectos hasta la acción concreta, el marxismo sostiene que la igualdad económica es prioritaria a las restantes. La igualdad económica estricta sólo puede establecerse con la pobreza generalizada. Napoleón Bonaparte expresó: “El mejor camino para hacer a todos pobres es insistir en la igualdad de la riqueza”.
La igualdad económica, como objetivo a lograr, ha sido siempre un obstáculo para el crecimiento económico, por cuanto ha significado el traspaso de riquezas desde los sectores productivos a aquellos poco adeptos al trabajo, con perjuicios para ambos. De ahí la sugerencia, para lograr la justicia distributiva, de la aceptación de cierta desigualdad económica que favorezca a ambas partes. John Rawls sugería que “cierto grado de desigualdad en la distribución de la riqueza puede ser necesario para permitir que todos vivamos mejor”.
Es importante aclarar que, si bien el mercado es el marco conveniente para el desarrollo económico, son las sugerencias o los mandamientos éticos los que deben orientar nuestras acciones, y no los resultados monetarios. De ahí que, cuando alguien realice un intercambio poco satisfactorio desde el punto de vista del beneficio económico, pero satisfactorio desde el punto de vista ético, debe priorizar este último aspecto. Pablo Da Silveira escribió: “No es aceptable que sacrifiquemos una o varias de nuestras libertades fundamentales para aumentar la eficiencia económica. Y tampoco es aceptable sacrificar una o varias de esas libertades en beneficio de la igualdad material. La igualdad es un valor importante, pero debe ser alcanzada por vías que sean compatibles con el respeto de las libertades fundamentales” (De “John Rawls y la justicia distributiva”-Campo de Ideas SL-Madrid 2003).
Algunos autores consideran que un alto nivel de igualdad es un síntoma de incivilización, ya que, al irse transformando en individualización, se logra el progreso cultural. C. Arenal escribió: “La mayor suma de igualdad posible se alcanza en el estado salvaje, y la civilización lleva consigo indefectiblemente la desigualdad; y aun he llegado a sospechar, que esas tribus salvajes, que por incivilizables perecen, no pudiendo sostenerse enfrente de pueblos muy adelantados, son tal vez razas absolutamente refractarias a las desigualdades indispensables a toda civilización” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
La igualdad de los hombres deriva de estar todos regidos por leyes naturales. Con un criterio similar, tal igualdad sigue teniendo vigencia ante las leyes humanas, de donde surge la igualdad de derechos y de deberes de todo ciudadano. Los países que más importancia han concedido a la democracia han sido justamente quienes contemplaron la libertad y la igualdad con similar importancia. Thomas Jefferson expresó: “Sostenemos estas verdades como evidentes: que todos los hombres han sido creados iguales y han sido dotados por el Creador con inalienables derechos, entre los cuales están la vida, la libertad y la persecución de la felicidad” (De la Declaración de la Independencia de los EEUU).
Con las intenciones de subsanar los serios problemas sociales que aquejan a algunas sociedades, en lugar de estimular los valores éticos que contemplan el respeto por los derechos de los demás y el cumplimiento de los deberes propios, se ha optado por compensar las desigualdades sociales concediendo mayores derechos y menores obligaciones a quienes consideran injustamente relegados por el sistema económico imperante. Se ha llegado al extremo de considerar que el delincuente actúa como tal por haber sido previamente marginado por la sociedad y de ahí que se lo trata de reinsertar aun cuando muestre signos evidentes de peligrosidad. Ello conlleva un serio perjuicio para la gente decente y también para el delincuente, por cuanto, al persistir en su accionar antisocial, profundiza su marginalidad y su resentimiento.
Con similar criterio, se tolera (y así se promueve) la indisciplina en establecimientos educacionales, perjudicando a todos sus integrantes, ya que la tendencia compensadora a otorgar premios a los que no cumplen con sus deberes, y la indiferencia hacia los demás, termina alentando el accionar del alumno indisciplinado, aumentando las diferencias con los alumnos de buen comportamiento.
El igualitarismo nivelador también aparece en el sistema económico cuando se expropia gran parte de las ganancias empresariales para otorgarlas, no a los pobres o a los indigentes, exclusivamente, sino, mediante una asistencia social universal, a sectores poco adeptos al trabajo, por lo que el sistema económico tiende a ser inoperante.
El hombre-masa, que supone que sólo tiene derechos y que es exigente con el cumplimiento de los deberes ajenos, es el resultado promovido por los gobiernos que tratan de imponer la igualdad artificial desconociendo la igualdad natural.
Puede mencionarse un ejemplo concreto de esta mentalidad en el caso de los adolescentes que deterioran seriamente los bancos de la Plaza España, de Mendoza, ante la necesidad de divertirse con sus patinetas. La que antes constituía un orgullo digno de ser mostrado a los turistas, en la actualidad es una muestra de la decadencia social y del salvajismo reinante. Ello se debe a que se contemplan los derechos a divertirse del adolescente aun destruyendo lo que a todos pertenece, ignorando los derechos del habitante común, que cuida el patrimonio social y no lo destruye. El periodista Pablo Icardi termina una nota afirmando: “Prefiero las plazas llenas; un intendente gastando fortunas en arreglar una y otra vez una plaza rota por su uso antes que estén brillantes para la foto y con adolescentes escondidos” (De “Voxpopuli.com”-Mendoza 17/4/14). El periodista olvida que la tolerancia ante el comportamiento destructivo y egoísta de quien poco respeta los derechos ajenos, favorece su automarginamiento respecto de la sociedad y de todo comportamiento civilizado.
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