Los diversos totalitarismos han intentado siempre ejercer alguna forma de violencia contra quienes se opusieron o no acataron los mandatos respectivos. Así, los nazis avanzaron en la eliminación de las “razas incorrectas”, mientras que los marxistas-leninistas hicieron lo propio con las “clases sociales incorrectas”. El totalitarismo teocrático, fundado por Mahoma, proclama la violencia contra las “religiones incorrectas” a través de la yihad o “guerra santa”.
En forma similar a lo que está ocurriendo con el marxismo-leninismo, que ha abandonado parcialmente la lucha armada para imponerse en los países democráticos, intentado lograr su dominio mediante la táctica de infiltración promovida por Antonio Gramsci, el Islam intenta lograr el poder en el continente europeo a través de una inmigración y de un mayor crecimiento poblacional posterior para que en el futuro los seguidores de Mahoma constituyan una mayoría.
Ni marxistas-leninistas ni musulmanes han abandonado la lucha por establecerse a lo largo y a lo ancho del mundo. En Europa y Latinoamérica los socialistas cuentan con el apoyo casi explícito de la Iglesia Católica, mientras que en Europa los musulmanes cuentan con el apoyo de los gobiernos socialistas que han dado la espalda al cristianismo, traicionando la cultura occidental, para abrir las puertas a los seguidores de Mahoma.
La peligrosidad del Islam radica en que la violencia es promovida nada menos que por un "enviado de Dios", según la creencia, de ahí que el creyente tiende a aceptar todo lo que aparece en el Corán. Y no sólo allí se promueve la violencia contra los “infieles”, sino que les promete premios en el más allá, lo que resulta atractivo para un terrorista.
A continuación se transcribe un artículo al respecto:
EL SCHIHAD (yihad)
Por Ambrosio Romero Carranza
¿Sería capaz de conquistar la tierra una religión inventada para el temperamento y la idiosincrasia del pueblo árabe?
¿Podría pretender la universalidad un culto tan localista como el rendido por los sarracenos a la piedra negra de la Kaaba?
¿Era posible que el Corán se parangonara con el Evangelio, y que la oscuridad de aquél disputase con la luz brillante de éste?
¿El lascivo Profeta de Alá, rodeado de sus diez esposas y tintas sus manos en sangre, desalojaría del corazón de la humanidad a la figura pura, casta y sin manchas de Jesús, el Hijo de la Virgen María, verdadero Dios y verdadero hombre?
¿Conseguiría la doctrina sensual y materialista de Mahoma reemplazar a la espiritual y eterna de Cristo?
Nada de esto parecía probable ni posible, y era contra toda lógica que el Islam se extendiera más allá de los desiertos de la península arábiga. Quizás el mismo Mahoma comprendió que la doctrina coránica sólo podía ser aceptable como religión nacional de los árabes, y nunca pensó seriamente en propagarla por el mundo, pues sus palabras con respecto a la necesidad de ensanchar las fronteras del Islam eran una simple pantalla con la cual trataba de encubrir la particularidad del credo musulmán.
Pero una prescripción del Profeta, llamada el schihad, sería causa de que dicho credo se propagara rápidamente y de que el culto puramente nacional del Islam se transformara en una religión cosmopolita que aun hoy día tiene más de 260 millones de adeptos [escrito en 1946] en cuatro continentes. En efecto, al imponer Mahoma a los musulmanes la obligación de efectuar la schihad, es decir, la guerra santa al infiel, instituyó un poderoso medio de propagación islámica. Pues, si imposible era que mediante la controversia y el apostolado pacífico la religión musulmana disputara al cristianismo la posesión de las almas, en cambio podía pretender imponerse a la fuerza, sojuzgando las naciones por medio de la guerra predicada por orden expresa de Alá.
“El deber público de efectuar la guerra santa es el único elemento original de la constitución del Islam, y fue lo que especialmente contribuyó a darle su carácter particular de fanatismo intolerante” (Edmund Power).
Hasta el advenimiento de Mahoma ningún pueblo había pretendido imponer su religión, a otros pueblos, por las armas. Cierto es que, con anterioridad, existieron persecuciones religiosas, pero ellas habían sido siempre realizadas dentro de los límites de una determinada nación, y tuvieron por objeto exterminar a los connacionales que, profesando una religión diferente de la mayoría, negábanse a adorar los tradicionales dioses de la patria. Tales fueron, por ejemplo, las sangrientas persecuciones que contra los cristianos se llevaron a cabo en el Imperio Romano y en el Imperio persa, persecuciones realizadas más por razones de índole política y patriótica, que por celo y fanatismo religioso.
No fue del cristianismo de donde Mahoma tomó la idea del schihad musulmán. El schihad por él predicado era la guerra santa para hacer triunfar su religión, guerra ofensiva a pueblos pacíficos e indefensos de los cuales nada tenía que temer la Arabia ni la religión musulmana. No se trataba de defender La Meca, de librar la Kaaba de profanaciones impías, de proteger a los peregrinos sarracenos, ni de llevar la civilización a tierras incultas y bárbaras, sino de atacar, invadir, matar, saquear y conquistar vastas naciones civilizadas y orgánicas a fin de imponerles el duro y pesado yugo del Islam.
El schihad instituido por Mahoma tenía por principal objeto que los creyentes del Corán pudiesen dominar el orbe entero, y que, en ningún rincón de la tierra, un musulmán fuera súbdito de soberanos que ignoraban o despreciaban al Profeta de Alá. El verdadero fin perseguido por la guerra santa musulmana no era, pues, propagar espiritualmente la religión del Islam, sino extender su reino terrenal. Y haciendo, una vez más, hablar a Alá según su propia conveniencia, Mahoma dejó dicho en el Corán que morir combatiendo por el islamismo constituía para Dios el acto más meritorio de un hombre, acto que le valdría la inmediata entrada en el jardín de las delicias celestiales.
Es de imaginar el efecto que causaría en un pueblo semibárbaro –como era el árabe del siglo VI- la idea de que Dios lo destinaba a ser dueño de todas las inmensas riquezas de Bizancio, Persia y la India. Al librar batalla a los infieles, los musulmanes devotos luchaban con valor pensando que, si morían en la refriega, entrarían inmediatamente en el Edén para gozar de las huríes y demás delicias prometidas en el Corán; por su lado los beduinos, no muy convencidos de la misión profética de Mahoma, peleaban sin embargo con igual valor sabiendo que si vencían el botín recogido superaría enormemente al producto de su acostumbrado merodeo de caravanas.
“Combatid a aquellos que no creen en Dios ni en el día del juicio, ni consideran prohibido lo prohibido por Dios y su enviado, ni confiesan la verdadera religión, hasta que paguen tributo como súbditos humildes” –había dicho Mahoma- y los árabes no se hicieron rogar: precipitáronse como halcones sobre las ricas provincias del Imperio bizantino y del persa, e impusieron pesados tributos a los habitantes de esas provincias.
“El incrédulo que se niega a creer en el islamismo es más abyecto que el bruto a los ojos del Eterno, y si la suerte de las armas permite que alguno caiga en tus manos, aterroriza con sus suplicios a los que le siguen, a fin de que piensen en la suerte que les aguarda” (Corán, capítulo VIII, versículos 57 y59).
“Si encontráis a los infieles, combatidlos hasta que hayáis matado un gran número. Cargad a los impíos de cadenas. Dios puede exterminar a los infieles sin el auxilio de vuestro brazo, pero quiere que unos sirvan para probar a los otros” (Corán, capítulo XLVII, versículos 4 y 5).
“Mahoma es el enviado de Dios. Sus discípulos serán humanitarios entre ellos pero terribles contra los infieles” (Corán, capítulo XLVIII, versículo 29).
Tales son, entre otros, los “divinos preceptos” de la religión mahometana que empujaron a sus primeros discípulos a arrojarse fanática y bárbaramente contra el mundo entero; para los hijos del desierto lo más interesante y conveniente del islamismo era el deber de emprender la guerra santa contra los infieles.
(Fragmentos de “El triunfo del cristianismo”-Club de Lectores SA-Buenos Aires 1975).
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3 comentarios:
Las citas transcritas que ponen de manifiesto el carácter teocrático y expansionista del Islam no pueden objetarse poque son verificables, pero dicho esto también es necesario añadir que los redactores del Corán contaron en el momento de esa actuación con el ejemplo históricamente reciente y poco edificante de un cristianismo religión oficial que persiguió violentamente a quienes querían continuar venerando a los antiguos dioses paganos.
En el Nuevo Testamento no aparecen directivas para actuar con violencia ante los "infieles", siendo inevitable los desvíos asociados a sus seguidores...En el Corán aparece una insinuación a la violencia promovida por el propio Mahoma. Hay diferencias. Por algo siguen habiendo asesinatos masivos de cristianos como en esta semana ocurrió en Nigeria, por parte de los musulmanes...
Cierto. Al Islam le faltan su Renacimiento y su Ilustración. Y por razón de su incitación explícita a la violencia es mucho más difícil que evolucionen en esa dirección.
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