Por lo general, la humildad se considera opuesta a la soberbia, ya que ambas actitudes tienden a promover acciones opuestas en similares circunstancias y efectos opuestos en quienes las contemplan. El caso más evidente es el de los vecinos que comparten un espacio común, que se ensucia casi permanentemente. La mayoría tiende a no barrerlo porque le cuesta mucho dar su tiempo y su trabajo a los demás. El soberbio tampoco lo hará porque a tal trabajo lo considera como algo indigno de su nivel, mientras que el humilde será el único que se pondrá a barrer en tal situación.
"La humildad es una virtud humana propia de quien ha desarrollado conciencia de sus propias limitaciones o debilidades, y obra en consecuencia. Es un valor que fomenta la empatía y la consideración hacia los demás, generando relaciones más saludables y constructivas".
"Su significado es el opuesto a la soberbia, y es una cualidad que define a aquella persona que reconoce la dignidad e igualdad de todos los seres humanos. Esto hace de la humildad una cualidad relacionada con la virtud de la modestia.
La humildad es una virtud independiente de la posición económica o social. Una persona humilde no se siente superior ni inferior a nadie, sino que siente el mismo respeto por todas las personas de su entorno y sabe valorar sus esfuerzos"(De www.significados.com).
La actitud de la soberbia no es solamente considerada como el primero de los pecados capitales, sino que incluso los abarcaría a todos. Como todo pecado, o defecto moral, resulta ser una debilidad humana. Actualmente es descripta como un complejo de superioridad que surge como una necesidad para compensar un previo complejo de inferioridad. La soberbia es un egoísmo extremo que genera en los demás una actitud de rechazo o de repugnancia.
El soberbio ve a la persona cooperativa como alguien débil, que se rebaja ante los demás. De ahí que uno de los síntomas de la vagancia sea la ausencia de toda intención de cooperación, que impide realizar trabajos que han de llevar, de alguna forma, a beneficiar a los demás. Es por ello que los habitantes de los países subdesarrollados muestran mayores niveles de soberbia que los habitantes de los países desarrollados, más predispuestos al trabajo cotidiano.
El soberbio, como persona egoísta, es incapaz de reconocer méritos ajenos, mientras que exagera los propios. Casi siempre se lo ve descender desde su imaginario pedestal para ponerse a la altura de los simples mortales, no sin cierto esfuerzo. En el ámbito de la ciencia, en donde aparecen investigadores que muestran niveles de inteligencia abismalmente superiores al del ciudadano común, no debería haber soberbios (en caso de ser honestos y de no ser ignorantes de las realizaciones de otros).
Giovanni Papini realizó una síntesis respecto de la soberbia a través de un sermón imaginario dentro de una Iglesia, escribiendo al respecto:
Hermanos y hermanas. Vimos en los días precedentes cuál es la forma y gravedad de los siete pecados capitales o pecados mortales. Hoy deseo deciros una verdad que nadie ha dicho hasta ahora al pueblo cristiano. Quiero anunciar, en esta iglesia consagrada a Nuestra Señora de la Humildad, que en realidad de verdad esos siete pecados se reducen a uno solo: el pecado de la soberbia.
Considerad, por ejemplo, los modos y los motivos de la ira. Este horrible pecado no es más que un efecto y un escape de la soberbia. El hombre soberbio no tolera ser contrariado, se siente ofendido por cualquier contraste y hasta por la más justa reprensión; el hombre soberbio siempre quiere vencer y superar a quien considera inferior, y por esto se ve arrastrado a las injurias, a la cólera y la rabia.
Pensad en otro pecado igualmente odioso y maldito: la envidia. El soberbio no puede concebir que otro hombre tenga cualidades o fortunas de las que él carece; no puede soportar, a causa de su ilusión de que está sobre todos, que otros estén en sitios más elevados que el suyo, que sean más alabados y honrados, que sean más poderosos y ricos. Por lo tanto la envidia no es más que una consecuencia y manifestación de la soberbia.
También se manifiesta claramente la soberbia en el repugnante pecado de la lujuria. El lujurioso es el que quiere someter a su capricho y a su placer el mayor número posible de mujeres dóciles y complacientes. La mujer lujuriosa es la que quiere someter a su carne y a su vanidad al mayor número de hombres robados al derecho o al deseo de otras mujeres. El frenesí de la posesión carnal se funda en la ilusión de una dominación recíproca, o sea, en la «libido dominandi» que es, a su vez, el verdadero fundamento de la soberbia. Poseer quiere decir ser dueño, o sea, superior; ser amado significa ser preferido a los demás, es decir: ser considerado y adorado como criatura privilegiada. Y todo esto no es otra cosa que manifestación y satisfacción de ciega soberbia.
Ya es más difícil reconocer a la soberbia en el innoble pecado de la gula. Mas, como de costumbre, también en esto viene en nuestra ayuda la Sagrada Biblia. Cuando la serpiente, símbolo de la soberbia, quiso tentar a Eva, ¿a qué medio recurrió además de mentirosas promesas? Presentó a la mujer una fruta deseable a la vista y dulce para comer. Recordad también que en la última Cena Nuestro Señor ofreció pan mojado, es decir, el bocado preferido, al traidor, y esto después de haber dicho que Satanás, o sea, la soberbia, había entrado antes en Judas. Por lo tanto, los que ponen sus delicias en llenar el vientre más allá de lo que se precisa para saciar el hambre, están emparentados con los soberbios; en tal bestial proeza o manía buscan una prueba de su riqueza, de su capacidad o valer, de su arte de engullir y saborear, resumiendo, de su superioridad.
También la avaricia, hermanos míos, o la voracidad por el dinero y demás bienes terrenos, se halla estrechamente relacionada con el pecado de la soberbia. El hombre avaro desea hacer todo suyo y no ceder a los hermanos ni siquiera una parte mínima de su tesoro. Su sueño supremo consiste en llegar a ser el más rico de todos en medio de una turba de pobres, pues sabe que en nuestro mundo idiota y perverso el rico es respetado, es adulado, honrado, implorado y servido como un monarca. Para el avaro la riqueza es antes que nada un medio para saciar su avidez de dominio, su torpe vanidad, su loca soberbia.
Ahora no nos queda más que volver nuestra consideración hacia la vergonzosa pereza. Como bien lo pensáis, el perezoso es el ser humano que anhela o pretende vivir a costa del trabajo de los demás, como si tuviera un derecho natural al tributo de seres que le son inferiores, como si el trabajo fuera algo indigno de su orgullosa superioridad; perezoso es el que nada hace y nada emprende para mejorarse a sí mismo, para mejorar su alma y su condición, y en esto fácil es descubrir la implícita persuasión de que ya es perfecto, de que es mejor que quienes están a su alrededor, pero en esa su loca certeza notáis fácilmente la diabólica afirmación de la omnipresente soberbia.
Espero haber demostrado, aunque haya hablado brevemente, la verdad de mi aserto: hay un solo pecado en séptuple forma, el homicida y deicida pecado de la soberbia.
(De “El libro negro”-Editorial Mundo Moderno-Buenos Aires 1952).
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1 comentario:
Es triste que en el dinero se vea mucho más un medio para ejercer poder sobre los demás que un medio para obtener más libertad y placer.
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