Especialmente en Psicología social, se distinguen dos tendencias principales que orientan las vidas individuales: cooperación y competencia. Bajo la cooperación social todo individuo tiende a responder a la sociabilidad inserta en nuestra naturaleza humana, ya que tal cooperación es necesaria para la supervivencia individual y colectiva. Por el contrario, cuando la actitud competitiva se apodera de la mente de un individuo, tiende a perder su naturaleza social y, por lo tanto, a negar todo síntoma de cooperación social. Oliver Brachfeld escribió: “La autoestima es un hecho inminentemente social. Sólo en la sociedad puede brotar, como resultante de la comparación con los demás, comparación que es inconsciente y poco violenta en el caso de la persona «normal», y es exagerada y enfermiza en el proceso de sentimientos de inferioridad más o menos violentos” (De “Los sentimientos de inferioridad”- Luis Miracle Editor- Barcelona 1959).
Mientras que la persona segura de sus valores concentra sus acciones y pensamientos en la cooperación social, quien sospecha ser inferior al resto, vive obsesionado buscando la igualdad o la superioridad compensatoria que surge de todo complejo de inferioridad.
La persona excesivamente competitiva puede mostrar, como síntomas, la envidia, la vanidad y la soberbia. La envidia es propia de quienes están contra la "competencia social" y contra todo sistema competitivo, no porque ellos no sean competitivos, sino porque se sienten perdedores en tal contienda. La vanidad y la soberbia aparecen en quienes no abandonan la posibilidad de triunfar en tal competencia, o porque sienten haber triunfado. En realidad, la complejidad del comportamiento humano impide establecer definiciones estrictas, por lo que sólo resulta posible expresar indicaciones generales.
Respecto de las formas en que nos evaluamos, José Ortega y Gasset escribió: “Hay dos maneras de valorarse el hombre a sí mismo radicalmente distintas. Nietzsche lo vio ya con su genial intuición para todos los fenómenos estimativos. Hay hombres que se atribuyen un determinado valor –más alto o más bajo- mirándose a sí mismos, juzgando por su propio sentir sobre sí mismos. Llamemos a esto valoración espontánea. Hay otros que se valoran a sí mismos mirando antes a los demás y viendo el juicio que a éstos merecen. Llamemos a esto valoración refleja. Apenas habrá un hecho más radical en la psicología de cada individuo”.
“Se trata de una índole primaria y elemental, que sirve de raíz al resto del carácter. Se es de la una o de la otra clase”. “Para los unos, lo decisivo es la estimación en que se tengan; para los otros, la estimación en que sean tenidos. La soberbia sólo se produce en individuos del primer tipo; la vanidad, en los del segundo”.
“Ambas tendencias traen consigo dos sentimientos opuestos de gravitación psíquica. El alma que se valora reflexivamente pondera hacia los demás y vive de su periferia social. El alma que se valora espontáneamente tiene dentro de sí su propio centro de gravedad y nunca influyen en ella decisivamente las opiniones de los prójimos. Por esta razón, no cabe imaginar dos pasiones más antagónicas que la soberbia y la vanidad. Nacen de raíces inversas y ocupan distinto lugar en las almas. La vanidad es una pasión periférica que se instala en lo exterior de la persona, en tanto que el soberbio lo es en el postrer fondo de si mismo” (Citado en “Los sentimientos de inferioridad”).
Quienes muestran actitudes de soberbia, al tratar de encubrir sentimientos de inferioridad, despiertan en los demás cierto desprecio. De ahí que los líderes populistas no despierten odio en sus rivales, ya que el odio se siente por el igual o el superior, sino repugnancia. Ello se debe a que el soberbio se caracteriza por una actitud de indiferencia, o de valoración nula, hacia los demás. Ortega y Gasset escribió: “Ese error persistente en nuestra valoración implica una ceguera nativa para los valores de los demás. En virtud de una deformación imaginaria, la pupila estimativa, encargada de percibir los valores que en el mundo existen, se halla vuelta hacia el sujeto, e, incapaz de girar en torno, no ve las cualidades del prójimo. No es que el soberbio se haga ilusiones sobre sus propias excelencias, no. Lo que pasa es que a toda hora están patentes a su mirada estimativa los valores suyos, pero nunca los ajenos. No hay, pues, manera de curar la soberbia si se trata como una ilusión, como un alucinamiento…Sólo métodos indirectos cabe usar”.
El complejo de inferioridad se hace tanto más evidente cuanto más notorio resulte el disfraz de la soberbia. Ortega agrega: “Las almas soberbias suelen ser herméticas, cerradas a lo exterior, sin curiosidad, que es una activa porosidad mental. Carecen de grato abandono y temen morbosamente el ridículo. Viven en un perpetuo gesto anquilosado, ese gesto de gran señor, esa «grandeza» que a los extranjeros maravilla siempre en la actitud del castellano y del árabe”.
“Al sentimiento de creerse superior a otro acompaña una erección del cuello y la cabeza –por lo menos una iniciación muscular de ello-, que tiende a hacernos físicamente más altos que el otro. La emoción que en este gesto se expresa es finamente nombrada «altanería»”.
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1 comentario:
El problema de la soberbia es que a fuerza de encerrarse en sí mismo el soberbio desconoce o no se percata de lo exterior, de lo que le rodea, y claro, así comete muchos más errores y más graves que los que son habituales en una persona normal.
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