En la antigüedad no se aceptaba, como fundamento de la ética, otro que no fuera religioso, ya que se suponía que sólo estaban capacitados para ello los intermediarios que Dios elegía para expresar su voluntad respecto de la conducta que esperaba de los seres humanos. Previamente, los profetas de Israel advertían acerca de los efectos que podrían sobrevenir en el futuro si el pueblo no respondía a cierta ética básica. Santiago Kovadloff escribió: "Profetizar no significa adivinar lo venidero, sino inferir sus rasgos esenciales a partir de un conocimiento cabal de la actualidad".
"El profeta no es un visionario. Lo suyo es inferir, de las acciones presentes y pasadas, las consecuencias futuras. No proviene de las nubes su advertencia, ni cae en éxtasis para discernir qué sucederá. Extrae sus conclusiones de las conductas que observa. Es un analista político y no un buceador de las sombras. A la vez, es un teólogo incisivo y realista; articula como nadie el entramado histórico con el trascendental. Su figura es única en el mundo antiguo. Dotada de una actualidad desconcertante. No encontramos, entre los siglos IX y VI previos a Cristo, otra igualmente ganada por ese ideal de ley en el que se aúnan la justicia social, la perspicacia política y la austeridad moral en la gestión pública" (De "Locos de Dios"-Emecé-Buenos Aires 2018).
Los moralistas de la antigüedad, como los de toda época, se enfrentan con sociedades que desoyen sus advertencias, por cuanto todo proceso de masificación tiende a legitimar conductas generalizadas. El citado autor agrega: "Es sabido: a lo largo de casi tres siglos fueron muchos los profetas empeñados en sacudir el letargo moral de Israel. Aquí se los conjuga en una sola voz. Me fundo para hacerlo en la comunidad de propósito que compartieron. Del primero al último, esos judíos sucesivos hicieron oír un mismo reclamo. Las diferencias que hay entre ellos en términos de estilo, época y temperamento no afectan la sorprendente unidad de su mensaje. Por el contrario: la respaldan. Ella prueba dos cosas: el espesor del muro contra el que chocaron y la formidable constancia de la pasión con que lo embistieron. Su tenacidad incansable. La fortaleza de ese empeño, de esa resolución, sólo cayó con la concreción de lo que ellos pronosticaban y temían: la destrucción de Israel".
El proceso descripto por Kovadloff no difiere demasiado del que posteriormente emplearán los filósofos moralistas y los científicos sociales, ya que el método de observación de las conductas individuales, junto a sus consecuencias, permite advertir tanto lo que produce lo bueno y deseable, como lo malo e indeseable. La ética, propuesta por religiosos, filósofos o científicos, implica un reconocimiento de las actitudes que producen tanto el bien como el mal, para acentuar el bien y rechazar el mal.
Debe concluirse que no existe un fundamento religioso de la ética, excluyente de otros posibles fundamentos, ya que toda ética, compatible con las leyes naturales que rigen nuestras conductas individuales, se ha de establecer en base a la observación directa de las conductas mencionadas.
La superioridad de la ética cristiana, aducida por la Iglesia, no se debe a su origen sobrenatural, sino a su efectividad al ponerse en práctica. Ella consiste en la adopción de la actitud o predisposición afectiva basada en la empatía emocional. El amor al prójimo, como predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, aparece en alguna parte del Antiguo Testamento, siendo ubicado en un nivel prioritario en la ética cristiana.
La independencia de la ética, respecto de la religión, resulta imprescindible por cuanto no debe impedirse la posibilidad de ampliaciones o mejoras respecto del conocimiento de mayor importancia para todo ser humano, ya que, de la adopción de determinada ética, dependerá el nivel de felicidad que obtendrá en la vida.
Además de la independencia de los fundamentos de la ética respecto de la religión, existe también una independencia de la moral respecto de las creencias individuales. Paul Hazard escribió: "Si hay un hombre que haya afirmado, más clara y enérgicamente que todos sus predecesores, la independencia de la moral y la religión, es Pierre Bayle".
"Empezaba suavemente: los ateos no son peores que los idólatras, sea por la mente o por el corazón. Entonces, siguiendo la inclinación así establecida, insinuaba que los ateos no eran peores que los cristianos. Si se dijera a un hombre que llegara de otro mundo que existen gentes dotadas de razón y de buen sentido, temerosas de Dios, que creen que el Cielo recompensará sus méritos y que el infierno castigará sus vicios,el hombre del otro mundo esperaría verlas practicar las obras de misericordia, respetar al prójimo, perdonar las injurias, trabajar, en fin, por ganar una eternidad de dicha".
"¡Ay! no pasan así las cosas en realidad. Hay que rendirse a un hecho de experiencia que el espectáculo de la vida pone en una luz deslumbrante: entre lo que se cree y lo que se hace, es grande la diferencia. Los principios carecen de influencia sobre la acción: se es piadoso en palabras, impío en la conducta; se pretende adorar a Dios y no se obedece más que al interés, sólo se sigue a las pasiones; veo el bien y lo apruebo, pero hago el mal: el adagio no es nuevo" (De "La crisis de la conciencia europea"-Ediciones Pegaso-Madrid 1952).
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1 comentario:
Por cierto que parece consistente la hipótesis que adjudica un papel decisivo a la religión monoteísta en el afianzamiento de la ciencia. Sin la creencia en un único legislador racional y omnipotente difícilmente se hubiera pasado al concepto de una naturaleza inteligible de manera sistemática y cuantitativa, formulable matemáticamente.
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