Al existir partidarios del liberalismo que sólo reconocen el valor de la libertad, entendida como un derecho natural a ejercer una acción individual no limitada por ningún tipo de regla moral, surge la oposición de los sectores religiosos ya que la moral es la base de la religión. De ahí que surja un rechazo mutuo que, sin embargo, no debería generalizarse hacia todo sector liberal ni hacia toda la religión. Germán J. Bidart Campos escribió: “Concebido el liberalismo como la organización sociopolítica de la libertad en una variedad de mutaciones empíricas, y puesta la libertad como esencia de la democracia, ponderamos como necesario levantar una objeción que, en apariencia, tiene mucho peso. Nos referimos a las condenaciones pontificias del liberalismo, especialmente a partir de León XIII, y a algunas declaraciones del Concilio Vaticano II que, a ojos del desprevenido, pueden imaginarse como un posterior cambio de posición doctrinaria por parte de la Iglesia Católica”.
“En primer lugar, cabe decir que cuando la Iglesia ha condenado al liberalismo, la condena ha versado sobre puntos de doctrina, y no sobre formas políticas determinadas. En segundo lugar, hay que advertir que los puntos de doctrina condenados, en el contexto ideológico de su época, rozaban y comprometían aspectos que hacen a la fe religiosa” (De “La re-creación del liberalismo”-Ediar-Buenos Aires 1982).
Puede decirse que tanto el cristianismo como el liberalismo coinciden en la necesidad de limitar toda forma de gobierno del hombre sobre el hombre. Así, el liberalismo político propone la división de poderes como fundamento de la democracia política junto a la elección periódica de las autoridades estatales. De esa manera trata de impedir la concentración de poder en muy pocas manos, situación de alto riesgo para la seguridad individual. Por otra parte, la idea del Reino de Dios implica el gobierno de Dios a través de la ley natural, que rechaza toda forma de gobierno humano, excepto el compatible con las leyes naturales.
Puede decirse, además, que liberalismo y cristianismo se basan éticamente en la empatía emocional. Así, el fundamento de la democracia económica (economía de mercado) es el intercambio que beneficia a ambas partes y que se mantiene en el tiempo, resultando enteramente compatible con el mandamiento bíblico que nos sugiere compartir las penas y las alegrías ajenas como propias (amor al prójimo). La competencia en el mercado se opone a toda forma de monopolio y de poder económico concentrado. Bidart Campos agrega: “Vamos a corroborar que aquella línea de doctrina que aborda la inserción del hombre en la comunidad política, la dignidad de la persona, la promoción y tutela de sus derechos, no sólo es compatible con el liberalismo actual sino que le sirve de poderosa orientación”.
“En el liberalismo, como técnica de organización sociopolítica, se reivindica una forma política de moderación y limitación del poder y de afianzamiento de los derechos humanos, no sólo no hay nada discrepante con las enseñanzas pontificias, sino mucho concordante. Nadie que examine la cuestión de buena fe podrá invocar al respecto una condena pontificia a aquellos puntos de vista. Todo lo contrario. Cuando nosotros reclamamos una mayor y más justa libertad en la organización política, y cuando adherimos al concepto de Julián Marías de que el liberalismo es la organización social y política de la libertad, sentimos con certeza que el fundamento doctrinario de esa posición se inspira en la doctrina y en el magisterio de la Iglesia”.
Es oportuno mencionar que la economía propuesta por el liberalismo surge inicialmente de la filosofía moral, separándose luego, injustificadamente, como si la acción humana que apunta a la cooperación social no tuviese nada que ver con la ética. Luisa Montuschi escribió: “En sus comienzos los estudios económicos formaban parte de la filosofía moral. Sin embargo, esa posición fue abandonada en algún momento y, en el presente, son pocos los economistas que aceptan abiertamente una posible vinculación entre ambas disciplinas, dado que el pensamiento predominante sostiene que la ciencia económica debe estar libre de valoraciones. Es interesante indagar cómo se pudo haber llegado a este estado de cosas que, sin embargo, muchos economistas prestigiosos juzgan insatisfactorio”.
“La principal corriente actual del pensamiento económico acepta el enfoque de la ingeniería basado en la concepción de una ciencia económica avalorativa que, supuestamente, eximiría a los economistas de plantearse cuestiones éticas y morales. Sin embargo, los valores y las cuestiones éticas no desaparecen mágicamente por una decisión del agente que realiza las acciones o del investigador que las estudia y que procura formalizarlas de acuerdo con modelos estilizados que las excluyen”.
“La primera pregunta a formular se refiere a si la economía de mercado necesita de un comportamiento ético para que su funcionamiento permita obtener los resultados que de la misma se esperan. A favor de este punto de vista se pueden citar, como más representativas, las opiniones de dos Premios Nobel: Kenneth Arrow y Gary Becker. Es evidente que las transacciones del mercado, aunque fuesen libres y voluntarias, deben llevarse a cabo en un marco de honestidad, integridad, equidad, prudencia, responsabilidad, que configurarían el llamado «comportamiento ético», para que el sistema resulte aceptable para los actores involucrados y perdurable en el tiempo” (De “Medio siglo de Economía” de Alfredo M. Navarro (editor)-Temas Grupo Editorial SRL-Buenos Aires 2007).
Es bastante común, entre los científicos sociales, promover que la rama que ellos estudian debe independizarse del resto de las ciencias sociales. Esto ya ocurrió lastimosamente con el derecho, cuando se intentó desvincularlo de la moral natural para llegar a ser un arma letal en manos de los dictadores totalitarios. La autora mencionada agrega: “Milton Friedman enfatiza la distinción entre la economía positiva y la economía normativa y sostiene que la primera es, en principio, «independiente de toda postura ética o juicio normativo» ya que debe ocuparse de «lo que es» y no de «lo que debería ser» y que debe ser una «ciencia objetiva» en el mismo sentido en que pueden serlo las ciencias físicas”.
Ello implica que, si los que dominan una ciencia no se preocupan por “lo que debería ser” el comportamiento ideal o ético, serán otros individuos, ajenos a esa ciencia, los que sugerirán, con pobres conocimientos de la misma, cómo se deberá evolucionar, tal como en la actualidad sucede. Todo progreso social, ya sea en lo cultural, como en lo político o en lo económico, implica necesariamente una mejora ética individual.
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1 comentario:
Una cosa llamativa es que la Iglesia sí ha condenado al liberalismo, al socialismo y a otras doctrinas modernas, pero nunca condenó el Antiguo Régimen pese a dejar mucho que desear como realidad cotidiana perceptible, seguramente porque era parte consustancial del mismo.
Por otra parte, la sola economía no puede actuar como fuerza integradora de la sociedad, es claramente insuficiente para ello al tratarse de una realidad fundamentalmente material de múltiple y muy diferente manejo y percepción individual, careciendo de la fuerza cohesionadora con que cuentan las ideas y sentimientos compartidos.
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