Desde épocas remotas, el ser humano ha buscado la forma de comprender el universo para poder luego insertarse, o adaptarse, de la mejor manera. Entre los principales intentos encontramos a la religión y a la filosofía. En el primer caso se presupone la existencia de un ser omnipotente, con una inteligencia muy superior a la del ser humano, que diseña, construye y luego dirige todo lo existente. En el segundo caso, se amplía tal método caracterizándolo con razonamientos que sean lógicamente coherentes. También surge la posibilidad de contemplar un orden natural sin la existencia de una mente creadora y ordenadora, partiendo toda descripción de la existencia y de los atributos de dicho orden.
Históricamente, son principalmente dos los pueblos que influyeron en el desarrollo de la visión que el hombre occidental adoptó, tal el caso de los griegos y de los hebreos, representativos de las dos primeras posturas mencionadas. Leopoldo Zea escribió: “El griego necesitaba de un logos que le dijese lo que las cosas eran, al judío le basta saber cómo serían. No importa que le vaya mal si sabe que le irá bien, como sucede con el viejo Job. El judío no necesita de ningún logos que le diga lo que son las cosas, le basta la palabra que le diga cómo serán. La base de las relaciones entre el judío y su prójimo es la palabra”.
“Pero no la palabra como la entendía el griego. El griego entendía por palabra o logos aquello que definía, aquello que le describía o decía qué eran las cosas, para que sólo eso fuesen y nada más. Para el judío la palabra tiene otro sentido, algo muy personal, es sinónimo de confianza. Un hombre de palabra es un hombre en el cual se puede confiar. La verdad no es aquí una exhibición pública de lo que una cosa es, como lo entendía el griego, sino el cumplimiento de una promesa dada”.
“Para el griego un árbol verdadero es aquel cuya materia se adapta con más exactitud a su forma, a su esencia, a aquella definición sin la cual un árbol no es un árbol. Para el judío el árbol verdadero es aquel que da frutos. El árbol que no da frutos merece ser arrojado al fuego, porque no cumple con su deber ser. Para el griego la verdad depende de un decir bien lo que las cosas son; para el judío la verdad no depende de este decir bien las cosas, no importa decir bien las cosas, sino cumplirlas”.
“La verdad tiene para el judío un sentido moral y no lógico. Para el griego, la aletheia o verdad, nada tenía que ver con la moral porque se refería a hechos, a lo que las cosas fueran; mientras que el judío relaciona la verdad con los actos, la verdad es algo que se realiza, no es algo que esté hecho. La verdad es una forma de conducta. La verdad para el griego no puede ser sino falsa o verdadera; mientras que para el judío la verdad va a depender de la bondad o la maldad. Para el griego la verdad depende del raciocinio; para el judío depende de la voluntad” (De “La conciencia del hombre en la filosofía”-Imprenta Universitaria-México 1953).
Mientras que el judaísmo, como religión de un pueblo, no tuvo la intención de expandirse, mantuvo sus diferencias con la cultura greco-latina. Recordemos que los romanos adoptaron gran parte del pensamiento griego. El cristianismo, por el contrario, al surgir del judaísmo y al constituirse en una religión universal, debió establecer un paulatino acercamiento a las ideas imperantes en el Imperio Romano, iniciándose el surgimiento de la “filosofía cristiana”. Al respecto, Johannes Hirschberger escribió: “¿Filosofía o teología? Es bien explicable la pregunta que ante este hecho ha surgido espontánea en muchos espíritus, a saber, si tendremos auténtica filosofía donde el logos no reina como absoluto señor, sino que se deja conducir por la religión; pues en tal caso parece que todo tiene que estar predeterminado como tantas veces se ha repetido”.
“No le quedarían ya a la filosofía problemas que resolver cuando se los dan ya resueltos, resueltos por la fe: la filosofía habría de sustentarse sobre el plano de la fe. Sobre esa base tuvo que desenvolverse el filósofo y muchas veces no hizo éste más que servir a la fe, prestándole defensas, apoyos, esclarecimientos, análisis y síntesis científicas. «La filosofía sierva de la teología», fue la frase que se repitió una y otra vez, citando a san Pedro Damiano para caracterizar esa época. Una filosofía, en una palabra, no exenta de prejuicios y presupuestos; y por ello aparecerá problemático que se pueda en general hablar de una auténtica filosofía de la Edad Media”.
“En este modo de enjuiciar la Edad Media hay mucho de simplismo y de prejuicio indiscriminado. Es hijo de un tiempo en el que se miraba a la Edad Media como la edad de «los siglos oscuros», sin ver más en ella. Hoy, merced a los trabajos de investigación de Denifle, Ehrle,…., sabemos que las realizaciones filosóficas del medioevo fueron más vastas, más vitales y también más individuales de lo que en tiempos anteriores se supuso” (De “Historia de la Filosofía”-Editorial Herder SA-Barcelona 1977).
Mientras que la fe se asocia a la confianza en Dios y en sus intermediarios, la coherencia lógica de una descripción se asocia a los requerimientos de la filosofía. La irrupción de la ciencia experimental agrega un elemento que garantiza la compatibilidad de toda descripción con el mundo real, tal la verificación experimental. De ahí el cambio que se vislumbra finalizada la Edad Media, como lo fue el paulatino surgimiento del deísmo, el cual resultaba compatible con la ciencia experimental. Los deístas no consideraban, en general, que la religión surgía de Dios, sino de las propias necesidades del ser humano. De ahí que sus promotores no hablaban en nombre de Dios, sino que suponían lo que el orden natural esperaba de cada uno de nosotros. Voltaire escribió: “La naturaleza le dice a la humanidad: «Yo he hecho que todos vosotros nacierais débiles e ignorantes, que vegetarais unos minutos sobre la tierra y que la fertilizarais con vuestros cadáveres. Puesto que sois débiles, protegeos a vosotros mismos; puesto que sois ignorantes, procurad vuestra mutua ilustración. Cuando todos seáis de la misma opinión, lo que ciertamente no ocurrirá nunca, entonces, aunque sólo hubiera uno que tuviera una opinión diferente, habéis de perdonarlo; porque soy yo quien le hago pensar así. Yo os he dado vigor para cultivar la tierra, y un pequeño atisbo de razón para guiaros: yo he implantado en vuestros corazones un elemento de compasión que os permita ayudaros unos a otros a soportar la vida. No extingáis ese elemento; no lo corrompáis; sabed que es divino; y no ahoguéis con miserables rencillas escolásticas la voz de la naturaleza».
«Sólo yo preservo vuestra unidad a pesar vuestro, merced a vuestras mutuas necesidades, aun en medio de vuestras crueles guerras, emprendidas con tanta ligereza, eterno escenario de fechorías, peligros e infortunios. Soy yo sola quien dentro de una nación pongo freno a las desdichadas consecuencias de la interminable división entre la nobleza y la magistratura, entre esos dos cuerpos y el del clero, entre los hombres de la ciudad y los del campo. Todos ellos ignoran los límites de sus derechos; pero finalmente, a pesar suyo, escuchan mi voz, que habla a sus corazones. Yo sola preservo la equidad en los tribunales, donde, de no ser por mí, todo se guiaría por la indecisión y el capricho, en medio de un confuso cúmulo de leyes muchas veces aprobadas de manera fortuita, o para colmar una necesidad del momento, diferentes de una a otra provincia y de una ciudad a otra, y casi siempre internamente contradictorias. Yo sola puedo inspirar justicia, donde las leyes sirven sólo como artimañas: quien me escucha a mí siempre juzga correctamente; y quien intenta sólo reconciliar opiniones contradictorias es el que se extravía».
«Hay un inmenso edificio cuya construcción he llevado a cabo con mis propias manos; era sólido y sencillo, todo el mundo podía ponerse en él a salvo; los hombres quisieron decorarlo con los más extraños, ordinarios e inútiles ornamentos; el edificio se está desplomando por los cuatro costados; los hombres toman las piedras y se las arrojan unos a otros a la cabeza: yo los conmino: Deteneos, libraos de esa horrible basura que es vuestra obra y habitad conmigo en paz en el inconmovible edificio que es el mío»” (Citado en “Voltaire” de A. J. Ayer-Editorial Crítica SA-Barcelona 1988).
La actitud de Voltaire ha sido duramente criticada por la Iglesia en respuesta a las simultáneas críticas de Voltaire a la Iglesia. Sin embargo, debe tenerse presente que alguien debía apaciguar los ánimos ante la salvaje lucha establecida entre los distintos bandos cristianos (católicos vs. protestantes). A. J. Ayer escribió: “Desde que la guerra contra los albigenses terminó con una victoria católica a comienzos del siglo XIII, Toulouse había sido siempre un centro de tensión religiosa. El 17 de mayo de 1562, diez años antes de la matanza del día de San Bartolomé, cuatro mil hugonotes habían sido asesinados, tras ser inducidos a deponer sus armas mediante promesa de un salvoconducto. Doscientos años después, el aniversario de ese crimen era conmemorado anualmente con una procesión por los orgullosos católicos”.
Por lo general, se duda de que la ciencia experimental pueda servir para fundamentar o para invalidar alguna de las religiones existentes. Si por religión se entiende sólo lo sobrenatural o el mundo fantasmagórico de lo inaccesible a la razón y a lo evidente, la ciencia poco o nada podría decir al respecto. Por el contrario, si la religión es una cuestión de ética y de los efectos que producen las diversas actitudes humanas, las ciencias sociales pueden muy bien validar o invalidar las distintas propuestas religiosas.
En cuanto a la religión del futuro, especialmente en el caso de la Iglesia Católica, Joseph Ratzinger estableció algunos pronósticos (o profecía, según algunos) en los cuales, teniendo presente la crisis terminal que afecta a dicha institución, supone que deberá resurgir como una Iglesia pequeña, purificada, y que deberá remontar adversidades casi como en las épocas de la primitiva Iglesia cristiana.
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1 comentario:
La religión judía es una forma muy elaborada de sentimiento de pertenencia a una comunidad, mientras que la cultura griega clásica fue el primer reconocimiento de la individualidad en las personas y de la objetividad del mundo natural. Es tarea de la razón intentar compaginar la perspectiva emocional con la proveniente de los puros datos obtenidos científicamente.
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