Desde el punto de vista ético, se entiende por virtud todo atributo individual que promueva el bien. La ausencia de tal atributo se considera un defecto, ya que no permite la posibilidad anterior. Cuando se promueve el mal, se trata de una perversión, o de una actitud pecaminosa (según el lenguaje religioso). La virtud es un atributo que requiere de bastante trabajo personal para lograrlo, si bien muchos tienen la suerte de "traerlo incorporado" desde nacimiento. Joseph de Maistre escribió: "Fue sin duda gran sabiduría de los romanos al llamar con un mismo nombre a la fuerza y a la virtud. No hay, en efecto, virtud propiamente dicha sin victoria sobre nosotros mismos, y aquello que nada nos cuesta, nada vale" (Del "Diccionario del lenguaje filosófico" de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
Debido a la existencia de un extenso listado de virtudes humanas, resulta casi imposible asimilarlas por cuanto son definidas en forma poco satisfactoria, adquiriendo además un significado subjetivo, llegándose al extremo de que algunos suponen ser personas virtuosas, asignando calificativos morales elevados a sus personalidades de dudosa moral. Es por ello que resulta necesario e imprescindible una mejor definición de las virtudes humanas y, en lo posible, sintetizarlas en una principal.
Algunos autores han hecho intentos al respecto, tal el caso de Josef Pieper, quien escribió: "La primera entre las virtudes cardinales es la prudencia. Es más: no sólo es la primera entre las demás, iguales en categoría, sino que, en general, «domina» a toda virtud moral". "La prudencia es causa, raíz, «madre», medida, ejemplo, guía y razón formal de las virtudes morales; en todas esas virtudes influye, sin excepción, suministrando a cada una el complemento que le permite el logro de su propia esencia; y todas participan de ella, alcanzando, merced a tal participación, el rango de virtud" (De "Las virtudes fundamentales"-Ediciones Rialp SA-Madrid 1980).
El citado autor, supuestamente cristiano, parece desconocer el mandamiento del amor al prójimo; o bien considera que su "prudencia" es de mayor importancia. Sin embargo, si tenemos en cuenta las cuatro respuestas emocionales básicas (amor, odio, egoísmo, indiferencia), veremos que sólo nos queda "elegir" una de ellas. Así, el amor, o empatía emocional, actitud por la cual sentimos la predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, parece reunir el atributo de "actitud unificadora de todas las virtudes".
Es oportuno mencionar la definición que Baruch de Spinoza establece respecto del amor, escribiendo al respecto: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza; y uno y otro de estos afectos será mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada”.
También define al odio, que resulta ser una perversión antes que un defecto o ausencia de virtud: “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá; y uno y otro afecto será mayor o menor según sea mayor o menor el afecto contrario en aquello a que tiene odio” (De “Ética”-Fondo de Cultura Económica-México 1985).
Entre las interpretaciones que los propios cristianos establecen respecto de su religión, aparece un sobrenaturalismo cotidiano por el cual se supone que Dios interviene en todo vínculo afectivo entre dos personas, "distribuyendo" sabiamente los premios y castigos oportunamente. El propio Dios estaría haciendo redundante a la empatía emocional, que es la principal ley natural de supervivencia. Es una idea similar a la existente en una economía socialista en la cual el Estado interviene "distribuyendo" entre dos personas, previa confiscación, lo que ambas desean intercambiar (bienes, trabajo, servicios, dinero) en forma directa.
También la virtud de la "caridad", interpretada generalmente como la acción de dar una limosna o una ayuda al necesitado, tiende a reemplazar a la actitud del amor al prójimo. Adviértase que una acción se puede repetir en varias situaciones aun sin la existencia de una actitud o predisposición permanente. Santo Tomás de Aquino escribió: "El cristiano se orienta -en la virtud teologal de la caridad- hacia Dios y su prójimo con una acepción que sobrepasa toda fuerza de amor natural" (Citado en "Las virtudes fundamentales").
Mientras mayor es la huída hacia lo sobrenatural, mayor ha de ser la predisposición a esquivar todo intento de adoptar la actitud por la cual hemos de compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. Esto hace recordar a los ministros de economía de la Argentina que buscan distintas escapatorias y mecanismos monetarios para evitar suprimir el derroche estatal de los recursos económicos.
Otros suponen que, por ser Dios "bueno por naturaleza", siempre ha de perdonar nuestros pecados, por lo que podemos pecar seguido, pero, eso sí, debemos luego arrepentirnos. Esa supuesta actitud favorable de Dios hacia el creyente ha de provenir precisamente del cumplimiento del supuesto mayor mandamiento; el de la creencia en su existencia. Alberto Moravia escribió: "Una de las numerosas degeneraciones del cristianismo es la que se refiere al arrepentimiento, dolor posterior al pecado y purificador del pecado. Rasputín, monje vicioso, había inventado el medio de pecar deliberadamente para luego arrepentirse. Rasputín razonaba del modo siguiente: el buen cristiano es aquel que se arrepiente de haber pecado, y cuanto más cristiano es, tanto más se arrepiente. Así pues, el buen cristiano es aquel que peca. En consecuencia, más se peca y más cristiano se es. Este es el modo de razonar y sentir pervertidamente no sólo de Rasputín, sino también en muchos cristianos de hoy" (De "El hombre como fin"-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1967).
Resulta fácil advertir que la adopción de la actitud del amor al prójimo generará un aceptable y hasta elevado grado de felicidad. Sin embargo, quienes lo interpretan "sobrenaturalmente", suponen que la felicidad no se ha de obtener luego del trabajo previo requerido para la adopción de tal actitud, sino del "sacrificio" que debe hacerse para ayudar a los demás. Como el sacrificio se opone a la felicidad, se advierte que poco o nada tiene que ver con el amor al prójimo. Pocas veces se dirá que una madre, que ama a sus hijos, se "sacrifica" por ellos. En realidad, todo esfuerzo redunda en sentimientos de alegría que surgirán a partir del trabajo realizado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Parece correcto deducir que el uso y abuso de lo sobrenatural en religión es síntoma de doblez espiritual, de huida de la propia responsabilidad sobre nuestros actos.
Publicar un comentario