Si se pudiese sintetizar en pocas palabras la actitud del anarquista, podría decirse que es la persona que rechaza toda forma de gobierno del hombre sobre el hombre. En cierta forma coincide con la religión judeo-cristiana ya que ésta propone el gobierno de Dios sobre el hombre (el Reino de Dios) para evitar aquel gobierno entre iguales. Sin embargo, no existen coincidencias totales entre las diversas formas de anarquismo, como el que lo propone mediante la economía de mercado y el que lo propone mediante el socialismo. Tampoco existen coincidencias totales en el ámbito de la religión.
Si se propone el anarquismo como una tendencia a lograr en el futuro, siempre y cuando exista la libertad individual junto a la responsabilidad correspondiente, resulta aceptable tal postura. Por el contrario, si se propone el anarquismo en forma inmediata, suponiendo que la eliminación del Estado ha de resolver todos los problemas humanos y sociales casi en forma automática, tal propuesta resultaría suicida por cuanto existe cierta inercia mental que favorece la continuidad de los errores y defectos personales ya existentes.
A continuación se menciona el artículo de un escritor católico, quien señala los errores posibles del anarquismo, tanto del libertario como del socialista. El artículo fue escrito en 1927 y hace referencia a la violencia generada por grupos anarquistas de ese entonces. De todas formas, algunos aspectos siguen teniendo vigencia en la actualidad.
ANARQUISTAS
Por Giovanni Papini
Aquí y allá sobre la tierra se ocultan ciertos hombres acerbos y agitados que son los últimos adoradores del Fénix. Creen furiosamente que el más seguro remedio a un cuerpo cansado y enfermo es la combustión. Persuadidos de que la mayoría de los edificios actuales son estrechos y oscuros, consideran que la solución consiste en retornar a las cavernas. Su primer profeta es un masoquista sofista ginebrino; su lema: ni Dios ni amo. Se llaman a sí mismos anarquistas y libertarios: sería más justa la denominación de escépticos. Entre ellos se encuentran príncipes en decadencia y albañiles autodidactos, y componen una singular alianza de mesiánicos alusinados y de vindicativos bárbaros.
Nacen del absurdo y se mueven en la contradicción. Creen en la inocencia y perfección del hombre pero roban y matan; no quieren ser dominados pero obedecen ciegamente a sus jefes; odian la guerra porque destruye y no ven otra solución que la destrucción violenta; se burlan del paraíso perdido y esperan el advenimiento de Eldorado. Más aún, a causa de la ironía de los extremos, en el fondo del alma de los más hábiles y fuertes de ellos hay un déspota que dormita. Éstos comprenden que sólo el autócrata, y ni siquiera siempre, puede estar por encima de las leyes, es decir, libre. Y entonces, para no ser gobernados, se vuelven ellos mismos jefes de un gobierno y su yugo no es siempre de los más suaves.
Pero los más simples, como los salvajes expatriados, sueñan con el regreso a un estado natural, sin saber que reencontrarían los vínculos complicados de las tribus y una crueldad multiplicada. Imaginan que todos los hombres serían buenos y bienaventurados si no hubiera gobierno ni leyes. A semejanza de los locos sostienen que las rejas son la verdadera causa de la locura. Según ellos, las ataduras han producido las llagas, y los códigos los delitos. Si el inválido arrojase las muletas ya no sería inválido; romped los barrotes de la jaula y los leones protegerán el sueño de los corderos.
No saben reconocer que los gobiernos, aunque defectuosos y gravosos, se han vuelto necesarios por la mal reprimida rapacidad y ferocidad de los hombres y que la enferma y bestializada humanidad no se volvería suave, en condiciones de ser socorrida, ni bien le fuesen suprimidos guardianes y cercos. La anarquía supone, advenida o inminente, esa total conversión a la benevolencia fraterna que veinte siglos de evangelio han encaminado apenas. Desatar de improviso a las fieras sujetas, en vez de apresurarla la volvería más difícil: cuando las revueltas y las guerras dejan en suspenso el efecto de las leyes, los instintos salvajes liberados en vez de aplacarse prorrumpen, fuera de la máscara civil, en horrendas saturnales.
Son precisamente los espíritus más rudos y rebeldes -es decir, los espíritus predestinados a la anarquía- los que justifican la coerción de los que dominan, ya que los mismos libertarios combaten un mal que ellos y sus símiles han hecho necesario. Un pueblo de santos puede prescindir de gobernantes y leyes, pero mientras no seamos todos santos o casi todos, no se posible quemar códigos y abolir los Estados. Entre los perfectos el deseo del mal es impensable, el amor ocupa el lugar de la represión y la obediencia a Dios exime de la obediencia humana, pero así como somos, fundir las cadenas significaría la victoria de los violentos astutos, la centuplicación de los tiranos. La santidad es el estado preliminar de todo rescate.
En lo profundo de su corazón todos los grandes espíritus son anárquicos porque tienen en sí ley y dominio: serían igualmente rectos y puros sin que nadie los mandase desde afuera. Pero saben que la coartación es necesaria a los más y renuncian libremente a la libertad. Los espíritus bajos y descompuestos, como los anarquistas, no son dignos de la libertad, y son precisamente ellos quienes la exigen, total e inmediata. No son dueños de sus instintos y se niegan a reconocer amos. No son capaces de gobernarse a sí mismos y pretenden que nadie los gobierne. Buscan la libertad en lo exterior y no saben que la verdadera libertad, la única, es la del espíritu, que nadie puede donar ni quitar a nadie. El sabio paga de buen grado sus atributos a los poderosos porque sabe que su patrimonio esencial no es embargable, y respeta las leyes porque no le atañen: conciernen al animal voraz y litigioso y no al hombre redimido.
Pero son muchos los fracasados, los heridos, los innobles que culpan a la sociedad de toda desventura y desean vengarse destruyéndola. "No soy feliz ni poderoso, por lo tanto, hay que prenderle fuego al mundo".
El anarquista es un culpable que quiere creerse inocente y se encarniza en el hecho de descargar sobre los regímenes políticos las responsabilidades propias y las de los suyos. Al igual que el ciudadano de Ginebra afirma con frenesí ser el más inocente de los seres vivos: si es castigado quiere decir que la ley es delictuosa. Disolved la comunidad que lo corrompe y le despuntarán en la espalda dos alas de ángel.
El anarquista no quiere aceptar su parte de pecado original; rechaza frenéticamente la herencia universal de la caída. Creyó en la muerte de Dios y se ha convertido gozosamente a la religión del hombre deificado. Si no existe Dios ni el Mal, nada superior al hombre, cada hombre debe ser libre a semejanza del viejo Dios, sin superiores ni obstáculos. Si el hombre es Dios yo soy divino a la par tuya y no tienes el derecho a mandarme. La anarquía es el corolario más riguroso del ateísmo perfecto. Si las religiones son falsas no es justo que se obedezca a estas religiones remendadas y demasiado humanas que quisieran seguir encerradas en rediles de ovejas. Los libertarios son los herederos más legítimos del Deicidio. De la narración del Génesis aceptan sólo las promesas del tentador.
Hay, en el orden ideal, dos libertades posibles: la de los discípulos de la serpiente que lleva a la ferocidad desencadenada, y la de los imitadores de Cristo, de los Santos, fundada en la obediencia a Dios. La primera es un precipitarse en la más tremenda servidumbre, la segunda, que parece sujeción, es la auténtica libertad del esperado Reino de los Cielos.
(De "Informe sobre los hombres"-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1979)
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1 comentario:
La relación entre anarquistas y culpabilidad quedó claramente visualizada en España durante los últimos años setenta del siglo pasado (tiempos de la Transición) cuando una autodenominada Coordinadora de Presos en Lucha, muy relacionada con la histórica central sindical anarquista CNT que entonces estaba dando sus últimas boqueadas pues fue absolutamente marginada por los pactos entre reformistas y oposición, puso sobre la mesa y en los medios de comunicación la necesidad de excarcelar a todos los presos comunes, reivindicación que fue acompañada de diversas acciones de protesta dentro y fuera de las cárceles que tuvieron cierto eco en los círculos más izquierdistas de aquellos tiempos pese a que de llevarse a cabo esa reivindicación hubiese supuesto la puesta en libertad de muchos individuos condenados por crímenes violentos y atroces, además de un grupo aún más numeroso de amigos de lo ajeno y refractarios al trabajo honrado.
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