En épocas de severa crisis moral, las esperanzas recaen en los niños y en las futuras generaciones, suponiendo que una adecuada educación restablecerá con ellos los valores morales perdidos por la sociedad. Sin embargo, no resulta sencillo decidir el contenido de la formación moral por cuanto no existe unanimidad al respecto. Si la Iglesia propone su doctrina, los sectores marxistas aducirán un similar derecho para imponer sus propuestas, por lo que resultará necesario recurrir a instancias superiores, como lo es la ley natural y los efectos que han de producir ambas opciones, ya que no es lo mismo amar al prójimo que odiar a la clase social enemiga. Pedro Barreto Jimeno escribió: "Desde la antigüedad hasta nuestros días, filósofos, teólogos, psicólogos, sociólogos, pedagogos y otras personas e instituciones, comprometidas con la formación integral y armónica del ser humano, vienen resaltando la urgencia de educar en valores. Somos conscientes de que «aquello que no educa en valores no es una verdadera educación»".
"La educación, por tanto, tiene la intención de transmitir, informar, inculcar, desarrollar y formar en valores. Sin duda, en primer lugar, en el seno de la familia, base de toda sociedad y de la comunidad eclesial. Se puede afirmar, entonces, que si, en la sociedad, hay crisis de ética y moral, urge formar a las familias en valores. En segundo lugar, la escuela es el espacio propicio para formar a los niños y jóvenes, a fin de que ellos mismos sean auténticos promotores de valores en su propia familia. La niñez y juventud son llamadas a ser, además, sujetos activos en un proceso de educación en valores de la misma sociedad" (Del prólogo de "Plenitud de vida. Valores" de A. Altamirano Herrera y M. T. Cruz Herrera-Editorial San Pablo-Buenos Aires 2011).
En cuanto al logro concreto de los valores morales, primeramente se los debe definir. Y aquí comienzan las dificultades por cuanto la lista es extensa. Podemos citar algunas de esas virtudes:
Generosidad. Fortaleza. Optimismo. Perseverancia. Orden. Responsabilidad. Respeto. Sinceridad. Pudor. Sobriedad. Flexibilidad. Lealtad. Laboriosidad. Paciencia. Justicia. Obediencia. Prudencia. Audacia. Humildad. Sencillez. Sociabilidad. Amistad. Comprensión. Patriotismo.
Cada uno de estos valores se desarrolla en el libro: "La educación de las virtudes humanas" de David Isaacs (Ediciones Universidad de Navarra SA-Pamplona 1976). La extensión de los mismos nos sugiere la necesidad de establecer una especie de teoría unificadora de los valores humanos a fin de hacerlos accesibles al estudiante y al ciudadano común.
Si tenemos presente el concepto de actitud característica, de la psicología social, veremos que en realidad existen unas pocas componentes afectivas de la misma, quedando todas las virtudes mencionadas sintetizadas en la actitud cooperativa por la cual nos predisponemos a compartir las penas y las alegrías de los demás como propias. Esto no es otra cosa que el mandamiento bíblico que nos sugiere (u ordena) "amar al prójimo como a ti mismo". James W. Vander Zanden escribió: "Una actitud es una tendencia o predisposición adquirida y relativamente duradera a evaluar de determinado modo a una persona, suceso o situación y actuar en consonancia con dicha evaluación" (Del "Manual de Psicología Social"-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 1984).
Al adoptar tal actitud, intentamos incorporar la predisposición a poseer las virtudes mencionadas, si bien puede ser un trabajo mental arduo vincular el mandamiento mencionado a cada una de ellas. Adviértase, además, que el autor del libro no establece ese vínculo, posiblemente pareciendo no desear entrometerse con lo "sagrado", por lo que lo esencial de la ética cristiana pasa inadvertido y oculto ante la reverencia impuesta a lo supuestamente sobrenatural, mientras que el amor al prójimo es esencialmente el proceso psicológico (natural) de la empatía emocional.
No sólo los seguidores de Cristo reemplazaron sus prédicas originales por una filosofía cristiana plena de misterios y simbologías, sino que su ética natural resultó reemplazada por virtudes secundarias. Josef Pieper, por ejemplo, escribe: "De entre los diferentes principios que informan la doctrina clásico-cristiana de la vida, ninguno producirá tan viva extrañeza al hombre de nuestros días, sin excluir al cristiano, como éste que enunciamos a continuación: que la virtud de la prudencia es la «madre» y el fundamento de las restantes virtudes cardinales: justicia, fortaleza y templanza; que, en consecuencia, sólo aquel que es prudente puede ser, por añadidura, justo, fuerte y templado; y que, si el hombre bueno es tal, lo es merced a su prudencia" (De "Las virtudes fundamentales"-Ediciones Rialp SA-Madrid 1980).
Con bastante frecuencia, al mandamiento del amor al prójimo se lo reemplaza por la caridad, que no es una actitud o predisposición, sino una acción concreta que es interpretada generalmente como la acción de dar una limosna al pobre. De ahí que, pareciera, la esencia del cristianismo se reduce a tan pequeño acto. Incluso los egoístas en extremo publicitan toda ayuda material al necesitado para mostrar a la sociedad que se trata de personas poseedoras de grandes virtudes humanas.
Mientras que, en una economía de mercado, el valor asignado a toda mercancía tiene un carácter subjetivo, ya que depende de las necesidades y gustos de cada comprador, las virtudes morales tienen un valor objetivo, ya que sus efectos, en cada uno y en los demás, no dependerán, en general, de lo que opina cada individuo. De lo contrario, no serían "valores" ni nadie se preocuparía por lograrlos (como en el caso de los partidarios del relativismo moral, que les otorgan una validez subjetiva).
De todas las inteligencias posibles, la necesaria para adquirir y para transmitir las virtudes humanas es la inteligencia espiritual, que cada vez, pareciera, es más escasa y menos valorada en las diversas sociedades. Francese Torralba escribió: "La inteligencia espiritual capacita para tomar distancia del mundo, también respecto de uno mismo, da poder para repensar el pasado y anticipar el futuro, pero también capacita para valorar y emitir juicios de valor sobre decisiones, actos y omisiones".
"El ser humano no sólo obra en el mundo; además, dispone de la facultad de valorar, a la luz de unos criterios, sus acciones, sus omisiones, sus palabras, sus silencios, y tiene, además, la capacidad de modificar, si cabe, la trayectoria de su andadura. Es actor y espectador de sí mismo. Puede descender del Gran Teatro del Mundo y valorar cómo desarrolla su papel en él".
"La tarea de valorar es inexcusablemente humana y le convierte en un sujeto ético. La experiencia ética halla su fundamento en la inteligencia espiritual. Somos seres capaces de tener experiencia ética, porque tomamos distancia y emitimos valoraciones. La auscultación de la voz del deber es el fundamento de la experiencia ética y convierte al ser humano en un ser especial en el conjunto del mundo".
"Cuando uno tiene la conciencia de haber obrado bien, siente un bienestar interior, un buen ánimo que no es de origen sensible, pero tiene repercusiones positivas en la corporeidad. Sin embargo, cuando la valoración del pasado es negativa, cuando uno tiene consciencia de haber obrado mal, de no haber actuado conforme a las propias convicciones y criterios, experimenta una emoción negativa como la culpabilidad o el remordimiento. En tal caso, debe desarrollar mecanismos de reconciliación y elaborar correctamente la emoción y canalizarla de tal modo que no afecte negativamente al conjunto de personas".
"Valorar es un acto del que se siguen distintas consecuencias de orden emocional. Consiste en identificar los bienes y males que ha generado una determinada decisión en el pasado. Consiste en someter al tribunal de la razón tal elección. Para ello, es básico sopesar, observar los efectos que ha tenido para uno mismo y para los otros".
"Al valorar las acciones u omisiones realizadas en el pasado, uno petrifica los hechos que acaecieron y, gracias a la labor de memoria, sopesa los elementos valiosos y debilidades de las mismas. Esta mirada retrospectiva exige distancia, capacidad de autotrascendencia y ello emana de la inteligencia espiritual" (De "Inteligencia espiritual"-Plataforma Editorial-Barcelona 2010).
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