Generalmente se acepta que con educación y ética se solucionarán todos los conflictos humanos. Sin embargo, es necesario aclarar cuál ha de ser esa ética y cuál la educación propuesta. Si se trata de una ética implícita en nuestra naturaleza humana, es posible lograr la mejora generalizada. Aún así, es necesario establecer un proceso cognitivo adecuado para poder distinguir la ética natural de todas las posibles éticas subjetivas propuestas.
Cuatro son las componentes cognitivas básicas de nuestra actitud característica; ellas materializan las posibles referencias adoptadas para comparar y valorar todo concepto que nos presenta la realidad cotidiana. Estas referencias son: la propia realidad (con sus leyes naturales), lo que piensa otra persona, lo que antes hemos pensado cada uno de nosotros y lo que piensa la mayoría. La independencia intelectual está asociada al primer caso, y es la postura del librepensador.
Quien más se aproxima al ideal de pensador independiente, es el científico dedicado a las ciencias exactas, ya sea porque puede verificar los diversos enunciados o bien porque puede demostrarlos, como lo hace el matemático. Quienes se dedican al resto de las actividades cognitivas, tienden a alejarse de ese ideal.
El librepensador queda liberado de las cambiantes visiones de otros hombres, que tienden a interpretar una misma realidad bajo la perspectiva y subjetividad de sus miradas. Aun cuando el librepensador asegure la independencia de su visión, sabe que, al comunicarla a los demás, sufrirá las distorsiones de quienes carecen de esa independencia. Mariano José de Larra escribió: "No hace muchas noches que me hallaba encerrado en mi cuarto y entregado a profundas meditaciones filosóficas, nacidas de la dificultad de escribir diariamente para el público. ¿Cómo contentar a los necios y a los discretos, a los cuerdos y a los locos, a los ignorantes y a los entendidos que han de leerme, y sobre todo a los dichosos y a los desgraciados, que con tan distintos ojos suelen ver una misma cosa?..." (De "Artículos de costumbres"-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1965).
Por lo general, se habla de libertad individual como un objetivo a lograr; pero esta libertad no ha de ser sólo material o física, sino también intelectual. De la misma manera en que la esclavitud voluntaria resulta ser la consecuencia inmediata de la negligencia; esto es, la condición de quienes prefieren renunciar a toda libertad y responsabilidad posibles, adoptando la comodidad de la obediencia; otros, quizás sin sospecharlo, hacen otro tanto con la libertad intelectual, que sacrifican voluntariamente por negligencia mental, para obedecer ciegamente los pensamientos y sugerencias establecidas por el ideólogo adoptado como referencia.
No existe, por supuesto, la independencia individual absoluta por cuanto, en toda sociedad se establecen relaciones de intercambios y dependencias mutuas, por lo que se critican los casos extremos, tanto de negligencia como de rechazo a toda forma de responsabilidad. Se atribuye a Henri Poincaré la siguiente expresión: "Dudar de todo o creerlo todo, son dos soluciones igualmente cómodas, pues tanto una como la otra nos eximen de reflexionar".
Cuando en una sociedad predomina la negligencia mental, predominan la ignorancia y el autosometimiento. De ahí que predomine la mentira sobre la verdad. Los embaucadores disponen del medio propicio para imponer slogans de todo tipo que van conformando una mentalidad generalizada que tarde o temprano llevará a la destrucción de la sociedad como tal.
Jacques Soustelle escribió: "En cuanto uno trata de comprender mejor los problemas del Tercer Mundo, advierte que es preciso avanzar sobre un terreno minado, lleno de emboscadas, como en los países tropicales, a través de una jungla plagada de insectos y de reptiles venenosos".
"Esas serpientes, esas arañas, son los mitos, las mentiras, las imposturas, con los que sistemáticamente, desde hace ya un cuarto de siglo, se alimenta a la opinión pública en el mundo occidental y especialmente en Francia" (De "Carta abierta sobre el Tercer Mundo"-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1973).
Este proceso conduce a una contaminación mental que hace que sea bastante frecuente encontrar a quienes aceptan con cierta naturalidad que haya sido "necesario" el asesinato masivo de gente común para establecer el socialismo en la URSS, China, Camboya y otros países. Justifican su apoyo a tales catástrofes sociales aduciendo el accionar del "enemigo", como la Inquisición, o bien los millones de víctimas ocasionadas por los contendientes de las dos guerras mundiales. Como ignoran la existencia de leyes naturales, o de Dios, suponen que las acciones negativas del "enemigo" convalidan el asesinato y toda violencia destinada a establecer la utopía socialista.
Es precisamente ante tales individuos cuando el librepensador necesita "eludir" las flechas de odio que les son destinadas, ya que no adhiere ciegamente a la Iglesia, ni al cristianismo, ni a los nacionalismos que provocaron las guerras, disponiendo de la libertad necesaria para mostrarle a los promotores de la violencia que son personas poco dignas de pertenecer a la especie humana.
Solamente el librepensador será capaz de contribuir, con su crítica, a la Iglesia o al cristianismo, ya que se mantiene un tanto alejado mentalmente de sus conflictos internos o externos, sin ser perturbado por ellos. Pero tendrá la mente abierta para razonar en base a las leyes naturales que acepta y busca como su única referencia válida.
Es muy distinto estar afuera de toda institución religiosa, política o social por ser un librepensador, que estar fuera de ellas por tratarse de alguien poco involucrado con los problemas y conflictos que aquejan a la sociedad. Sin embargo, involucrarse efectivamente en la sociedad, o en la humanidad, requiere previamente de la búsqueda de la referencia sugerida, es decir, de la ley natural. Luego, estará mentalmente apto para involucrarse en alguna institución concreta influyendo con su libre punto de vista.
Uno de los síntomas de pensamiento masificado se hizo evidente en una encuesta en la que participaban partidarios del kirchnerismo, por una parte, y del macrismo, por otra. Cuando se requería de los encuestados de ambos sectores lo que opinaban acerca de determinada decisión del gobierno kirchnerista, sus partidarios la consideraban positiva mientras los macristas la consideraban negativa. Luego, posiblemente cambiando las palabras, preguntaban por la misma decisión, pero esta vez efectuada por el gobierno macrista, cambiaban de manera inversa los porcentajes. Ello implica que las decisiones políticas y sus efectos, poco o nada influyen en los fanatizados encuestados, sino que sólo les importa quién las realiza. De ahi que no es de extrañar que algo más del 80% de los votantes tengan la intención de votar por alguno de los dos peores gobiernos que recuerda la historia reciente de la Argentina.
El fanático y el negligente tienden a clasificar a los demás según sus limitadas categorías ideológicas que cree dominar. Así, si Marx escribió alguna vez que "las hojas de los árboles son verdes", calificará como marxista a quien alguna diga que "las hojas de los árboles son verdes". Si conoce a varios católicos fanatizados con su religión, que además simpatizan con el fascismo, calificará como "fascista" a todo aquel que hable a favor del cristianismo, o se identifique con la ética cristiana.
De la misma manera en que algunos países se caracterizan por poseer ideales colectivos que orientan y unen a sus integrantes, es necesario encontrar ideales comunes a toda la humanidad, como lo es la búsqueda de mayores niveles de adaptación al orden natural, cuyo primer requisito ha de ser el logro de la independencia intelectual que sólo se conseguirá adoptando la ley natural como referencia e instancia superior a todos los seres humanos.
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