En los Evangelios se propone el perdón, en lugar de la venganza, como un importante medio pacificador. Pero el perdón tiene sentido una vez que el culpable de algún mal se ha arrepentido de haberlo cometido, de lo contrario el perdón tendería a favorecer o a convalidar el mal. Tal arrepentimiento no ha de ser, por supuesto, el del delincuente que advierte que por sus delitos debe pasar algunos años en la cárcel, sino por sentir empáticamente parte del dolor padecido por su víctima.
Jorge Bergoglio admitió públicamente tener un vínculo social, o cierta amistad personal con Raúl Castro, el líder cubano quien, junto a su hermano Fidel y a Ernesto Guevara, cometió miles de asesinatos en Cuba, además de promover el terrorismo revolucionario en gran parte de Latinoamérica, sin jamás pedir perdón públicamente y sin mostrar el menor arrepentimiento. De ahí que el tácito perdón que le ha concedido Bergoglio poco o nada tiene que ver con el perdón cristiano. Por el contrario puede considerarse como una validación de la actividad desplegada por el marxismo-leninismo, especialmente durante el siglo XX.
Es oportuno mencionar que la revolución socialista, que apuntaba a construir un “mundo mejor”, produjo millones de víctimas en los lugares en donde se impuso. Al tener el socialismo como enemigo al capitalismo y al liberalismo, enemigos también de Bergoglio y de muchos sectores de la Iglesia, puede decirse que tales sectores son, al menos, “medio comunistas”, de ahí la complicidad existente. Claire Wolfe escribió: “Casi cien millones de muertos. No víctimas de guerra, sino civiles asesinados. Muertos en gulags y campos de concentración. Con una bala en la cabeza. La mayoría, muertos en hambrunas, planificadas o como resultado de castigos por luchas intestinas (como en la URSS de Stalin), o como consecuencia de una mala gestión central” (Cita en “El libro negro del comunismo” de Stephen Courtois y otros-Ediciones B-Barcelona 2010).
Respecto del caso cubano, Guillermo Martínez Márquez escribió: “Mientras los agentes de Castro lo secundaban en su tarea de despertar el dormido entusiasmo popular, los Tribunales Revolucionarios no se daban punto de reposo. En algunos lugares, como en la provincia de Oriente –entonces bajo la autoridad militar del comandante Raúl Castro, hermano de Fidel-, se «despachaba» con dramática rapidez a los acusados, llegando a dictarse cerca de setenta penas de muerte en breves horas; en otras regiones, y de manera especial en La Habana, las audiencias públicas de los juicios revolucionarios se montaban como en un circo romano. El público rodeaba al tribunal y a los encartados, aprobaba o rechazaba a viva voz los descargos del acusado, las declaraciones de los testigos o las apelaciones de los defensores y el fiscal. Con sus gritos alentaba a los acusadores, coaccionaba a los abogados, amedrentaba a los presuntos culpables y en definitiva adelantaba el ineludible fallo a la última pena que seguía a la mayoría de estos juicios faltos de la serenidad imprescindible a la justicia”.
“En esta forma fueron condenados a muerte, y fusilados, más de quinientos ex-militares y ex–policías, junto a algunas autoridades del régimen depuesto y amigos del dictador Batista”. “Pronto, sin embargo, se acabaron los «criminales de guerra». Comenzó entonces la batida contra «los malversadores», los que se habían enriquecido con el dinero robado al pueblo; contra los contratistas que habían cobrado sobreprecios por las obras realizadas; contra los funcionarios del gobierno anterior, y contra los amigos de Batista, y los amigos de los amigos de Batista”.
“Los locales destinados a cárceles se colmaron con los detenidos. A muchos de ellos no se les instruía siquiera de cargos, no se les decía a ellos, ni a sus familiares, ni a sus abogados de qué se les acusaba. Como el gobierno había suspendido el recurso de habeas corpus, permanecían en prisión, con frecuencia incomunicados y casi sin alimentación durante días, semanas y meses. Llegó a darse el caso de hacinarse más de dos mil personas en una cárcel que normalmente no hubiera podido albergar a más de doscientos presos”.
“Así se inició la siembra de odios en un país donde sus pobladores gozaban de la merecida fama de ser los más cordiales del mundo”. “Así se inició, pero no se detuvo ahí. Los ricos, decían, tenían una gran parte de la culpa de lo ocurrido, porque atesoraban sus riquezas sin pensar en los pobres. (No decían que los banqueros, industriales, hacendados y ganaderos de Cuba habían donado millones de pesos a la revolución y a Castro; no recordaban que numerosos revolucionarios habían salvado su vida en virtud de las gestiones de extranjeros y cubanos influyentes)”.
“Los viejos, los hombres de experiencia, tampoco habían colaborado en la lucha contra la tiranía, según los agentes de Castro. Durante la Dictadura habían permanecido indiferentes al dolor y al sacrificio del pueblo, y eran también culpables de lo ocurrido. Los profesionales, los intelectuales, los periodistas, los escritores, tampoco habían utilizado sus conocimientos en favor de los humildes, los habían abandonado a su suerte, se habían mostrado más que cobardes, cómplices de la Dictadura con su silencio que era como un asentimiento tácito con los crímenes y horrores cometidos. Eran también culpables”.
“Y así continuó la siembra de odios; así fue tejiéndose la complicada red del gran rencor, del resentimiento inmenso que envuelve al pueblo cubano, que lo aprisiona y que no le deja ver una solución normal a sus problemas”.
“Ese era, claro está, el caldo de cultivo de la proyectada era comunista. Una etapa de preparación a la entrada de una sociedad al comunismo muy peculiar, porque se iniciaba sobre el odio de los pobres a los ricos, de los jóvenes a los viejos, de los negros a los blancos y de los ignorantes a los profesionales, sin acentuar demasiado la lucha de clases de los obreros contra los patrones, que postula el marxismo porque, como proyectaban convertir casi inmediatamente al Estado en patrón único, no convenía a sus planes intensificar la agitación obrera” (Del Prólogo de “Media vuelta a la izquierda” de Frank Gibney-Diario de la Marina-La Habana 1960)
Tampoco la Iglesia Católica ha pedido perdón públicamente por formar en algunas de sus instituciones a grupos terroristas, como fue el caso de Montoneros, quienes tampoco se arrepienten por sus acciones delictivas, a excepción de algunos pocos de sus integrantes que han mostrado sincero arrepentimiento. Ceferino Reato escribió: “Córdoba es clave también porque revela las razones del rápido vuelco a la lucha armada de tantos jóvenes y muestra nítidamente las tres matrices que explican la formación de Montoneros: la Iglesia Católica, el nacionalismo y el Ejército, en este caso a través del Liceo Militar General Paz”.
“Muchos de los cordobeses que fundaron Montoneros egresaron de ese Liceo y pertenecían a familias del patriciado local: todos eran católicos militantes: Montoneros nació en las sacristías y en los colegios, las universidades, las residencias estudiantiles, los campamentos juveniles y las misiones de ayuda social organizadas por la Iglesia”.
Mientras la Iglesia, los partidos políticos y los intelectuales en general no muestren señales de arrepentimiento por sus adhesiones y promoción de la violencia de los años 70, se mantendrá vigente la grieta social que divide a los argentinos. Tzvetan Todorov escribió al respecto: “La Historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables. Si no conseguimos acceder a la Historia, ¿cómo podría verse coronado por el éxito el llamamiento al «¡Nunca más!». Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable, está preparando el retorno de la violencia, revestida de un vocabulario nuevo, adaptada a unas circunstancias inéditas” (Citado en “Los 70. La década que siempre vuelve” de Ceferino Reato-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2020).
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1 comentario:
Esa inculcación de odio y rencor ha tenido éxito muchas veces porque se da simultáneamente con un nivel cultural bajo y una frustración general entre las personas a las que van dirigidos, y son eficientes incluso aunque éstas estén situadas entre los diversos estratos de la clase media.
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