Las mayores catástrofes sociales han sido asociadas a los diversos totalitarismos, ya que la total unificación del poder en manos de quien gobierna el Estado establece la mayor inseguridad posible, ya que pequeñas desviaciones del gobernante respecto de la normalidad psicológica, conduce a serios inconvenientes en la sociedad por él gobernada. De ahí que la división del poder sea la principal medida de seguridad propuesta en política.
La separación entre religión y Estado es parte de tal medida de seguridad, y es la que impidió parcialmente que en la Edad Media europea se extralimitaran tanto la Iglesia como los Reyes. Esta separación puede también ser vista desde otro punto de vista, ya que religión y política son dos actividades diferentes y no resulta aconsejable que los religiosos se entrometan en temas que no les competen, al menos según muchos resultados que se han advertido especialmente en Latinoamérica.
La religión, en el mejor de los casos, está asociada a la moral, y es a la mejora ética de toda la sociedad a lo que debe apuntar tal actividad. Si, por el contrario, renuncian a dicha actividad para una posible actuación en política, se desvirtúa la misión original con el engaño asociado a la creencia de que en realidad se la está cumpliendo de esa forma.
La prioridad de la política en lugar de la religión parece ser la auténtica vocación de Jorge Bergoglio. Al respecto, Juan José Sebreli escribió: “Los jesuitas han estado más inclinados a la pastoral y la misión que a la contemplación y la mística. Bergoglio, antes que un intelectual –nunca terminó su tesis doctoral sobre Romano Guardini-, es un hombre de acción, un político en el sentido amplio, más apto que su antecesor, el contemplativo Ratzinger, para dirigir una Iglesia agobiada por graves problemas internos”.
“Es significativo que el teólogo preferido por Bergoglio haya sido Romano Guardini, que en El poder (1959) desarrolló una teoría de teología política sobre la concepción católica del poder. Es Dios el que entrega al hombre el poder y le ordena ejercerlo: «El hombre no puede ser hombre y más allá de ello ejercer o no tanto un poder; ejercer ese poder es esencial para él. A ello lo ha destinado el autor de su existencia»”.
“Guardini señala el carácter netamente político del catolicismo en oposición a la orientación despolitizadora moderna: «El problema central en torno al cual deberá girar el trabajo de la cultura futura y de cuya solución dependiera no sólo el bienestar y la miseria, sino la vida y la muerte, es la política»”.
“No puede negarse que Bergoglio fue un buen discípulo de Guardini. También como los jesuitas, era un político antes que un religioso; la preocupación central de su vida fue avanzar en la jerarquía eclesiástica; en los cargos que obtuvo, actuó con exceso de autoridad, aunque tal vez jamás soñó con acceder al máximo poder dentro de la Iglesia” (De “Dios en el laberinto”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2017).
Entre los autores preferidos de Bergoglio, según Sebreli, se encuentra el inglés Basil Liddell Hart, quien escribió: “El objetivo debe ser vencer la resistencia del enemigo antes que vencerlo. Los profetas han sido fundamentales para el progreso porque expresan la verdad, pero la aceptación de esa verdad depende de los conductores de masas que deben conciliarla con la sensibilidad de la época”.
“Si el destino del profeta es morir lapidado, es porque el conductor de masas ha fracasado. Para que la verdad sea aceptada hay que evitar el ataque frontal y buscar el flanco del otro que es más vulnerable a esa verdad. La verdadera victoria consiste en obligar al adversario a abandonar su propósito con la menor pérdida propia”.
“El mejor general es el que consigue convertir la guerra en paz. Como dijo Napoleón, en la guerra «lo moral está en lo físico en relación de tres a uno». El único principio invariable es que los medios y las condiciones varían sin cesar. Cortar al enemigo su última vía de escape es el modo más seguro de infundirle el valor de la desesperación”.
La gravedad de la situación no radica tanto en el hecho de que algunos sacerdotes se dediquen a la política, sino que elijan la peor de las políticas, es decir, las que conducen a alguna forma de totalitarismo. Así, hubo casos como el del colombiano Camilo Torres Restrepo que abandonó los hábitos sacerdotales para hacerse guerrillero marxista.
El caso más sorprendente fue el del seminarista Stalin. Al respecto, Alberto Falcionelli escribió: “En cuanto a Stalin, en la época en que se llamaba todavía Iosef Vissarionovich Dzhugashvili -«Sosso» para su señora madre- fue seminarista durante varios años, y muy devoto por añadidura según se afirma en Tiflis. Mas un día, se hizo ateo y revolucionario profesional, vuelco que lo llevó bastante lejos como se sabe”.
“Con todo, a él también algo debió quedarle de su juventud si, en 1943, «reconcilió» al Estado soviético encabezado por él en su calidad de Jefe Genial, con la Iglesia ortodoxa. No me consta que lo haya hecho embargado por los recuerdos de su adolescencia piadosa, sino movido, muy sencillamente, por la voluntad de transformar a dicha Iglesia en elemento activo y domesticado de la empresa revolucionaria. «Sosso» había aprendido en el seminario la importancia del factor religioso” (De “El licenciado, el seminarista y el plomero”-Editorial La Mandrágora-Buenos Aires 1961).
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1 comentario:
La clave más importante de la relación entre política y religión está en que esta última nunca puede sacrificar a la razón y al intelecto humanos en aras de la obediencia y adoración de entes de existencia improbable e improbada.
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