Por Juan Carlos Fasciolo
La ciencia tiene por finalidad la descripción y la interpretación de la naturaleza. Llena una imperiosa necesidad del espíritu: el deseo de saber y comprender.
Pero saber es poder, y la ciencia ha conferido al hombre la capacidad de dominar las fuerzas de la naturaleza. Su utilidad es también un poderoso justificativo para que sea cultivada.
Se ha discutido mucho sobre el bien y el mal que hace la ciencia. La ciencia no tiene moral, no en sí, ni buena ni mala. Buenos o malos pueden ser los científicos, o los que se valen de ella. La ciencia confiere poder y el poder puede ser empleado para el bien o para el mal, según la moral del que la emplea. El descubrimiento de los explosivos facilita la exploración de las minas, o la construcción de caminos, pero los explosivos pueden ser utilizados para destruir vidas, para esclavizar pueblos o para devolverles su libertad. El estudio de los gérmenes permite combatir las enfermedades infecciosas, pero puede emplearse para la guerra bacteriológica.
La ciencia nació de la necesidad de la inteligencia humana de saber y comprender. Pero sus aplicaciones resultaron de tal utilidad práctica, que en la actualidad es cultivada, en buena parte, con miras a la aplicación de sus conclusiones.
Sin embargo, aún hoy en día, los descubrimientos más fértiles e importantes, han sido aquellos en los que se buscó la verdad por la verdad misma, sin preocuparse de la posible aplicación de los resultados obtenidos.
Decenas de ejemplos ilustran esta afirmación. Baste mencionar el descubrimiento de los antibióticos, nacidos del estudio del poder inhibidor de ciertos hongos sobre las bacterias, y el de la energía contenida dentro del átomo. Sólo más tarde se exploraron sus posibilidades con fines utilitarios.
El hombre de ciencia es el que se dedica a la búsqueda de la verdad, en el terreno de su especialidad. Siempre he creído que la investigación científica es una de las actividades más nobles a las que se puede dedicar un hombre. No puede rendirse mejor tributo a Dios que tratando de comprender su obra.
No por esto, ser hombre de ciencia significa un rango aristocrático dentro de la comunidad. La categoría, en cualquier actividad, está dada por las realizaciones del individuo.
Miles de modestos y oscuros hombres de ciencia contribuyen con su labor al progreso de ésta. Pocos afortunados, ya sea por su excepcional capacidad o dedicación, por los medios que disponen, o por otras causas, consiguen inscribir sus nombres en el libro de las celebridades.
¿Qué es lo que lleva a ciertos hombres a dedicarse al curioso oficio de perseguir la verdad?
El alma humana es demasiado compleja y polimorfa, para que exista un motivo único. Algunos pueden haber sido movidos por su deseo de ser útiles al prójimo, aliviando sus pesadas tareas, o encontrando remedio para sus males. Otros por consideraciones más egoístas, como el afán de fama y honores. Creo que la mayoría ha sido por el encanto que tiene la aventura y por la bendita curiosidad que encierra el espíritu del hombre. Nada produce mayor satisfacción al hombre de ciencia que descubrir un hecho nuevo, o encontrar la verdadera explicación de otro.
El científico con vocación genuina se dedica a la ciencia por la ciencia misma. Ella no es para él un medio, sino un fin. Las diificultades que encuentra en su camino le son pagadas con creces por la sola satisfacción de haber podido superarlas. Es en verdad una actitud sana frente a la vida considerar a las dificultades como un desafío a nuestra capacidad para resolverlas.
Hablando de mi propio caso, que debería ser el que mejor conozco, ¿por qué me he dedicado a la investigación fisiológica, qué he dado a ella y qué he obtenido de ella? ¿Por qué me he dedicado a la fisiología?
Creo que en ello ha influido poderosamente el ejemplo de mi maestro el Dr. Bernardo Houssay, cuyas brillantes cualidades despertaron mi admiración y cuyo entusiasmo se contagia como el sarampión.
Como ustedes saben perfectamente, mis aptitudes distan mucho de ser brillantes, pero la verdad sea dicha, a los veinte años yo tenía un muy buen concepto de mí mismo. Hoy en cambio, mis acciones han bajado mucho, lo que en compensación indica que mi juicio crítico se ha robustecido con el tiempo.
Nuestras virtudes tienen sus raíces más hondas en nuestros defectos. Creo que en mi decisión de dedicarme a la investigación fisiológica influyó, en no pequeña proporción, la pereza, que me incitaba a no dedicarme al ejercicio de una profesión tan sacrificada como es la del médico. ¡Crimen y castigo! He aprendido por propia experiencia que elegí un duro oficio, donde no hay lugar para la holganza y la molicie.
Sin duda en mi decisión influyeron los éxitos iniciales de nuestras investigaciones, más debidos a factores fortuitos que a mi propia capacidad. Ellos me hicieron caer en el ingenuo error de creer que era fácil la tarea de hacer descubrimientos.
Lo que yo he dado a la ciencia es poco; mi vida entera, mi entusiasmo y algunos pocos hechos nuevos. En cambio, lo que de ella he recibido es mucho: he pasado en el laboratorio horas inolvidables trabajando con colegas, con lo que nuestra común afición cimentó una sólida amistad.
Creo que nada pudo haberme divertido tanto. Nuestras hipótesis, pocas veces confirmadas por los hechos, nuestras ilusiones, nuestros fracasos, todo fue causa de diversión. No menciono los éxitos, no sólo porque fueron pocos sino también porque he encontrado que habitualmente producen una satisfacción egoísta y enseñan menos que los fracasos. El éxito crea una sensación de superioridad a la que es difícil escapar. Nos hace vanidosos, nos ciega y puede enturbiar la amistad.
El mérito de la ciencia está en la originalidad, y el investigador echa sus redes para recoger algo novedoso. La investigación científica es una apasionante aventura. Cada nuevo tema de investigación que abordamos, está cargado de preguntas, de incertidumbre, de respuestas preparadas de antemano, de esperanzas y de toda clase de dificultades. Tenemos una hipótesis, trazamos un plan de campaña para tratar de aprisionar la verdad, pero la mayor parte de las veces ésta evade nuestras argucias.
La práctica de la investigación nos hace respetuosos de la inteligencia divina. ¡Cuántes veces formulamos múltiples hipótesis, para investigarlas una a una, creyendo haber descubierto todas las posibilidades y a la postre resulta que permanecimos ciegos frente a la evidencia, sin comprender lo que una vez aclarado nos parece tan simple!
Por ello el ejercicio de la investigación, al hacer evidente mi ignorancia e incapacidad, me ha dado una auténtica modestia. Al mostrame la grandeza y majestad de la naturaleza, me ha dado fe en la justicia, en la verdad y en los destinos de la raza humana. Al enseñarme la complejidad de las cosas, me han hecho cauto en el juicio y sobrio en las conclusiones.
La ciencia crea la costumbre de establecer una línea recta de separación entre los hechos y las interpretaciones. Los primeros son inmutables, pero las segundas cambian con los tiempos y con los hombres. Esto me ha conferido un sano escepticismo (que no debe confundirse con el pesimismo), el que me ha resultado muy útil en la vida.
Por todo esto debo a la ciencia una filosofía y una moral comprensiva y humana. En ella, el hombre aparece como un ser pequeño, movido por instintos y pasiones, que lo dominan y lo ciegan, debatiéndose en la oscuridad, pero buscando la luz.
También le debo una inmensa admiración por la obra de Dios y un ingenuo deseo de comprenderla.
¿Reflejan estas interpretaciones la verdad sobre mi propia persona? Siempre ha de haber un pequeño lugar para la duda. Es fácil que muestren, no lo que soy, sino lo que me gustaría ser.
Los hombres de ciencia creemos que no hay nada más importante que la ciencia misma. Creemos que la ciencia hará más felices a los hombres, en lo que probablemente estemos equivocados. Creemos que mejorará hasta lo increíble las condiciones materiales de la vida, lo que probablemente sea correcto y que su cultivo desarrollará el juicio crítico de los hombres, los hará mejores, más objetivos y los ayudará a dominar sus pasiones.
Esta profesión de fe, crea al científico graves responsabilidades. ¿Debe estudiar y comunicar sólo aquello que es capaz de producir algún bien a la humanidad, o que por lo menos no le acarree daño alguno? Dificil es distinguir entre el bien y el mal, y el científico no está en mejores condiciones para hacerlo, que el resto de los hombres. La misma bomba atómica, al terminar rápidamente una sangrienta guerra, pudo resultar beneficiosa, y sin duda alguna, el empleo pacífico de la energía nuclear, ha abierto una era de insospechables posibilidades.
Creo por ello que el científico debe buscar la verdad allí donde la encuentre. Mi fe en el destino de los hombres me hace pensar que éstos acabarán por emplear su poder en beneficio de la raza humana.
Los hombres de ciencia vemos con profunda pena el escaso apoyo que se brinda en la mayoría de los países a la investigación científica. En lo que a mí respecta, me duele el lamentable estado de la producción científica original en casi todos los pueblos latinos. Los pueblos que han sabido desarrollar la ciencia, marchan a la cabeza del mundo, mientras que los otros quedan relegados y deben contentarse con el modesto papel de imitadores de aquellos que crean. Esta situación debe remediarse ya que no existe ninguna incapacidad racial que nos inhabilite para la producción científica. Antes por el contrario, nuestros pueblos son inteligentes e imaginativos y están en general dotados para el cultivo de la ciencia. Pero hacen falta los medios materiales, para que los jóvenes puedan prepararse para la tarea y luego dedicarse de lleno a la ciencia. Creo que no hay dinero mejor gastado que el que se emplea en la promoción científica.
Los dividendos que han pagado algunos descubrimientos han sido fabulosos. Basta citar unos pocos ejemplos, como el caso de los sueros, las vacunas o los antibióticos en el campo de la medicina; la energía eléctrica y la electrónica en el campo de física; las innumerables substancias sintéticas que nos provee la industria química, etc.
Muchas enfermedades se curan hoy día gracias a la labor de los investigadores. Otras como las enfermedades vasculares, la hipertensión arterial y el cáncer serán dominadas en el futuro, y ese futuro estará tanto más próximo cuanto más esfuerzo dediquen los investigadores a su estudio y cuanto mejores sean los medios materiales que se dispongan.
(Charla pronunciada en el Rotary Club de Mendoza en 1955).
(De "Juan Carlos Fasciolo. Del hombre al cientifico" de Susana Fasciolo-EDIUNC-Mendoza 2010).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
El doctor Fasciolo hace una notable y didáctica introducción a los aspectos humanísticos de la ciencia. Pero su actitud sensata ante ella y ante la gran mejora de las condiciones de vida de los pueblos que aquélla ha ayudado a conseguir no está acompañada por la de la gran mayoría de la población, quien da por hecho natural e irreversible un resultado práctico que es fruto de unos principios y cualidades que no son naturales en el ser humano sino consecuencia del cultivo y promoción de una ética determinada, cuya postergación o cultivo insuficiente tendrá como consecuencia final la llegada de una barbarie todavía por conocer en toda su amplitud pero que nos va descubriendo ya alguna de sus tenebrosas características.
Publicar un comentario