Es frecuente encontrar personas que distinguen entre "espiritualidad" y "ética", ya que disocian ambos conceptos y de esa forma eluden la necesidad de cumplir con el "Amarás al prójimo como a ti mismo". La gravedad del caso es que ni siquiera aceptan haber despreciado el principal mandamiento ético que aparece en la Biblia, sino que incluso pretenden ocupar un lugar preeminente, por encima de los simples y vulgares "seres humanos naturales", a quienes consideran casi en el límite de la animalidad.
Al considerar al bien y al mal asociándolos al espíritu y al cuerpo, respectivamente, consideran que, si se interpreta el amor al prójimo en base a la empatía emocional, implica asociar el bien a un aspecto vinculado al cuerpo, por lo cual se rechaza tal interpretación drásticamente, anulando de esa forma el principal principio de supervivencia humana y la esencia de la ética bíblica. René Descartes escribió: "Las cosas que concebimos clara y distintamente ser sustancias diferentes, como concebimos el espíritu y el cuerpo, son en efecto sustancias distintas, y realmente distintas unas de otras" (De "Meditaciones metafísicas"-Aguilar Argentina SA de Ediciones-Buenos Aires 1982).
La espiritualidad se asocia a lo sobrenatural, a un mundo paralelo en el cual se mantiene cierto vínculo directo con un Dios con atributos humanos, interpretando el mandamiento del amor al prójimo de una manera por la cual se desciende desde las alturas supuestas al nivel de los simples mortales que requieren de la orientación de los seres superiores conectados con Dios. Miguel Ángel Fuentes escribió: “Conocemos de Dios no sólo su existencia sino sus atributos o cualidades, su esencia íntima (es un solo Dios en tres Personas distintas, es decir es Trinidad), conocemos su plan de salvación sobre los hombres (revelado en la Sagrada Escritura, particularmente en el Nuevo Testamento)”.
“Científicamente alguna de estas verdades no son alcanzables pues sobrepasan la capacidad de nuestro intelecto; estas verdades superiores a nuestra potencia natural son denominadas «misterios intrínsecamente sobrenaturales», y como tales sólo pueden ser conocidos por Dios y por aquél a quien Dios quiera manifestarlos (= revelarlos o des-velarlos). Tal es el caso del misterio de la Trinidad, del pecado original, de la Encarnación de Dios (Jesucristo) y su obra salvadora. La ciencia no puede alcanzarlas con su propio método, pues éste parte de las cosas naturales y con la fuerza que le da la sola razón humana natural. Pero estrictamente hablando la ciencia tampoco puede refutarlas ni contradecirlas puesto que precisamente por definición escapan a su campo”. “De este modo un científico no tiene autoridad para hablar de lo que no es su competencia” (De “Las verdades robadas”-Ediciones del Verbo Encarnado-San Rafael-Mendoza 2008).
La actitud del religioso que trata de prescindir de los científicos es similar a la del médico que trata de excluir a otros colegas ante los requerimientos de un enfermo. Si se siente tan confiado como para poder resolver los problemas que se le presentan, y los resuelve, entonces resulta aceptable su proceder. Pero, si no los resuelve, y muere su paciente, comete un grave error; por cuanto ha priorizado su orgullo personal sobre la vida del paciente, desvirtuando la ética profesional.
Si desde la religión sobrenatural se logra encauzar a la sociedad por el camino del bien, incluso terminando los conflictos entre religiones, pocas personas tendrán inconvenientes en concederle la supremacía reclamada. Si, por el contrario, sus difusores no aceptan ninguna crítica desde los ámbitos sociales “inferiores”, entonces la cuestión se agrava, ya que negarle a cualquier integrante de una sociedad que opine o critique a una actividad que tiene incidencia sobre su propio grupo social, y sobre su propia persona, implica adoptar una actitud de extrema soberbia.
Cristo predicaba una actitud de humildad y de igualdad, que proviene de una previa predisposición afectiva. Por el contrario, varios de sus “supuestos seguidores” muestran una casi ilimitada soberbia. Manuel M. Carreira Verez comenta las conclusiones de un libro escrito por un astrónomo: “Para el científico que ha vivido con la fe en el poder de la razón, el libro termina como una pesadilla. Ha escalado las montañas de la ignorancia; está a punto de conquistar la cima más elevada; cuando se remonta sobre la última roca, le saluda un grupo de teólogos que están sentados allí desde hace siglos” (De “El creyente ante la ciencia”-Cuadernos BAC-Madrid 1982).
Los soberbios parecen olvidar que, en cierta ocasión, Cristo expresó: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los listos y las has revelado a los insignificantes” (Mt).
Por el contrario, los teólogos, pareciera, se han encargado de "elevar" las dificultades cognitivas hasta hacerlas inaccesibles al entedimiento del hombre común, siendo la "obra cumbre" la actual campaña del Vaticano de convertir a los millones de católicos al marxismo-leninismo vía Teología de la Liberación.
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1 comentario:
Si esas supuestas verdades acerca de Dios superan las capacidades de nuestro intelecto, es decir, no son falsables, ¿por qué, pese a ello, pueden ser conocidas por algunos supuestos “elegidos”? ¿No será porque así se resguardan de tener que dar explicaciones o someterse a crítica?
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