En cada época aparecen pensadores que, disconformes con la sociedad en que viven, proponen cambios para producir mejoras sociales e individuales. Ellos se enfrentan con la tradición, con los filósofos, con los políticos, con los religiosos, principalmente. Pero los cambios propuestos, a veces aceptados, a veces rechazados, pueden en realidad mejorar o empeorar las cosas. Uno de tales innovadores fue Sören Kierkegaard, respecto de quien Carlos Goñi escribió: "Kierkegaard fue un pensador apasionado. Vivió, pensó y escribió con pasión. y lo hizo porque creía que la pasión de la interioridad era la única manera que tenía el ser humano de salir del pozo sin fondo de la indiferencia".
"Había caído allí empujado por tres fuerzas: la filosofía, la religión y la trivialidad de la época. La filosofía racionalista, en su afán de explicar la realidad, no contaba con el individuo real existente, por lo que lo convirtió en una abstracción, en algo prescindible. La religión que Kierkegaard tildó de «oficial» se presentaba como una instancia expendedora de tranquilidad y justificación, y había convertido la fe en un mero conjunto de rituales desapasionados. Y la época misma, primera mitad del siglo XIX, sólo invitaba a salvar las apariencias, a obrar como se espera, a pensar con corrección, a vivir como todo el mundo y a no salirse del redil que la sociedad había cercado para enclaustrar al individuo".
"Urgía, por tanto, rescatar al sujeto del tranquilo mar de la indiferencia. Ese era el propósito de Kierkegaard. Para conseguirlo tuvo que despertar las conciencias adormecidas y rescatar esa pasión de la interioridad que nos hace humanos y que él llamaba «subjetividad»" (De "Kierkegaard"-RBA Coleccionables SA-Madrid 2015).
A partir de las experiencias exitosas y fallidas, observadas a lo largo de la historia, se puede encontrar un criterio optimizador de intentos adaptadores al orden natural. El primer aspecto a considerar es, precisamente, que nos debemos adaptar al orden natural y a las leyes naturales que lo conforman. De ahí que todo intento por imponer "modelos" de individuo o de sociedad que no contemplen aquellas leyes, conduce al absurdo de que un ser humano pretenda orientar o dirigir a la sociedad, y a la humanidad, por un criterio personal.
El otro absurdo que aparece frecuentemente implica establecer un modelo de sociedad sin antes haber propuesto un modelo de individuo; lo que equivale a la construcción de una vivienda comenzando por el techo y terminando por los cimientos. Los sistemas totalitarios se caracterizan por este absurdo, mientras que la ética cristiana sólo sugiere cumplir con los mandamientos bíblicos ya que "(el sistema social emergente)...se os dará por añadidura".
Un caso frecuente implica rechazar propuestas al observar en ellas algún error y de ahí suponer que la propuesta completa es errónea, y que debe reemplazarse por otra totalmente opuesta. Esta parece haber sido una de las causas ideológicas que implicaron el rechazo del liberalismo, y aún del cristianismo, y el surgimiento de los nefastos totalitarismos.
El medioevo se basaba en la fe religiosa, seguido por una etapa racionalista hasta llegar al imperio de la "voluntad". En todos los casos se descartó, total o parcialmente, el seguro método de la ciencia experimental, el cual se desinteresa un tanto de la fe, la razón o la voluntad, para atenerse estrictamente a los efectos producidos por una determinada ética una vez puesta en práctica. Pennington Haile escribió: "La teoría de Kant de la naturaleza del conocimiento, suministró la base para desacreditar los cimientos filosóficos del mundo democrático occidental. Porque si Locke o Hume habían errado en su teoría del conocimiento debido a un concepto equivocado del carácter de la mente humana, su interpretación de la naturaleza del ser humano no era exacta".
"Eso significaba que las recomendaciones que Locke había formulado para la sociedad política no eran correctas, ya que sólo regían para el individuo humano según lo contemplaba Locke. Dado que Hume había errado más que Locke al negar toda actividad a la mente humana, toda teoría económica fundada en su filosofía era más inexacta todavía. En consecuencia, los sistemas políticos y sociales de occidente descansaban en cimientos inadecuados y deberían ser suplantados por nuevos sistemas".
"La voluntad estaba llamada a convertirse en la esencia del ser humano, en vez de la razón interpretativa, según había sido para la concepción de Locke. Lo que caracteriza al ser humano no es que sea observador e intérprete del mundo independiente. No, su carácter esencial es la capacidad para la voluntad del bien, para ser un «yo» activo, esforzado, poseído de voluntad".
"Fitche, como Locke, hablaba de «derechos naturales», pero su concepto de esa naturaleza y del mérito que el hombre tenía para esos derechos era sumamente diferente. Este mérito del individuo es la libertad de su persona y a la proyección de su libertad descansaba, para Fitche, en que era necesario que el individuo gozase de esta libertad y esta protección para el cumplimiento del deber. Para Locke no existía semejante necesidad contingente; los derechos eran absolutos, «inalienables». Para Fitche sólo se deben disfrutar mientras el hombre cumpla con su deber".
"En este punto debemos preguntar: ¿Su deber ante qué? ¡Ante el Estado! Es la respuesta. Aquí mismo podemos ver cómo el pensamiento de Fitche se inclina en una dirección peligrosa. Kant había dicho que el deber del hombre era la Ley Moral que hallaría en su propio corazón y no principalmente en las leyes de su Estado, pues éstas eran meras aproximaciones de la Ley Moral".
"Pero Fitche encontró que era natural buscar en la organización del Estado un foco de voluntad mucho más efectivo que un simple individuo. Debido a que el Estado era más capaz de poner en ejercicio la libertad que el individuo, era digno que éste se le sometiese. En consecuencia, para Fitche fue natural el hacer que los derechos del hombre dependiesen del cumplimiento del deber frente al Estado".
"En los escritos de Hegel, quien llegó a convertirse en el sumo sacerdote de la filosofía alemana, estos conceptos de la nsturaleza del hombre y de su relación con el Estado toman formas en las que podemos discernir claramente las bases del Estado Totalitario. Hegel escribió sobre todas estas cuestiones. Su «Sistema», que mereció el respeto y la admiración del mundo filosófico, lo explica absolutamente todo: lógica, psicología, ley ética, gobierno, arte, religión, todo lo que se desee aparecerá en esta vasta exposición filosófica. El Sistema es completo, lógico, consistente. Las dificultades sólo comienzan cuando se trata de encuadrarlo en la experiencia directa y real del hombre en el mundo en que vive".
"Con Hegel se concebía la idea de que el Estado cuenta con una especie de sanción divina, la idea de que el hombre está llamado a desarrollar Estados cada vez mejores y debe someterse a ellos para traducir en historia real la revelación de un plan preexistente".
"Ahora bien, para muchos de nosotros esto se presenta como un cúmulo de incongruencias. ¿Acaso el concepto de que el mundo es la revelación de un Plan Divino no estaba expresado mejor y con más sencillez por el criterio cristiano? Ese criterio jamás identificaba el desarrollo de las instituciones políticas del hombre con una revelación de esa índole. Si se hace eso, como sucedió con Hegel, se imprime al Estado y a su autoridad un carácter místico e imperioso que es inmerecido, inapropiado y extremadamente peligroso".
"No es de maravillarse que los ciudadanos adoctrinados del Estado totalitario dediquen seria devoción a su país y a sus dirigentes: ¡este es el resultado del traspaso de la actitud religiosa al campo político! ¡No debe sorprender que el nazismo y el comunismo pasen a reemplazar a la religión y absorban los atributos de la religión misma! La idea hegeliana de la naturaleza del Estado esclarece mucho más este punto porque es su propio origen" (De "El águila y el oso"-Editorial Ágora-Buenos Aires 1957).
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1 comentario:
El estado totalitario con su adoctrinamiento total lleva hasta sus últimas consecuencias la vieja idea de que no hay régimen político o social capaz de sobrevivir si no consigue formular y hacer creíbles y razonables altas ilusiones sobre sí mismo.
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