Por Faustino Ballvé
Hasta donde alcanza la Historia (estudio de la vida de la humanidad por documentos) y aun la Prehistoria o Arqueología (estudio de la vida de la humanidad por monumentos) se encuentra a los hombres aplicando su trabajo a los recursos naturales para satisfacer sus necesidades, es decir: produciendo (aun cuando sea solamente cobrando la caza o la pesca o desprendiendo de campos y bosques las maderas y los frutos silvestres, llevándolos al lugar de su consumo y haciendo pues, de ellos mercancías), cambiando sus productos con otros hombres, ya directamente por medio del trueque, ya indirectamente por medio de una mercancía neutral: el dinero; compitiendo en la oferta o en la demanda según haya abundancia o escasez de determinados bienes; ejercitando el derecho de elección, el productor produciendo lo que espera le traerá más beneficio y el consumidor comprando lo que le parece más barato y conveniente; reteniendo productos o dinero, ya con el propósito de obtener más tarde mayor ventaja, ya con el de construir una reserva para momentos de apuro; prestando el que tiene cosas o dinero de los que puede prescindir al que tiene necesidad urgente de ellos, mediante alguna remuneración o asociándose varias personas para la producción o para el consumo.
Todas estas actividades humanas consistentes en el ejercicio de la iniciativa individual y de la facultad de elección para la satisfacción de las necesidades y el mejoramiento de lo que hoy llamamos el nivel de vida son, en forma más o menos primitiva o desarrollada, tan viejas como la humanidad. Sus formas más modernas se extienden cada día más de los países adelantados a los atrasados al mismo tiempo que las formas primitivas no desaparecen: son empleadas por los pueblos civilizados como lo demuestra el recrudecimiento reciente del trueque en la guerra y en la posguerra aun en pueblos tan cultos como Francia, Alemania, Inglaterra y los mismos Estados Unidos.
También desde tiempos remotos, esta manifestación de la actividad humana ha preocupado a los estudiosos y a los pensadores. Para no ir más lejos, Platón se ocupa de la división del trabajo y de las profesiones; Xenofonte se preocupa de acrecentar las rentas de Atica y establece una teoría del dinero; Aristóteles habla de las profesiones crematísticas, desea la substitución de las fuerzas de los esclavos por la fuerza mecánica y anticipa la distinción que hará 22 siglos más tarde Adam Smith entre el valor de uso y el valor de cambio; Roma hace una política económica de protección a la agricultura, política que en la Edad Media propugna también la Iglesia Católica que anatemiza el comercio y prohíbe la percepción de intereses que califica de usura y sólo acepta, como fundamento del precio, el valor de uso repudiando el valor de cambio.
Santo Tomás de Aquino propugna una especie de comunismo como practicarán los jesuitas en Paraguay entre 1610 y 1766; el obispo francés Nicolás Oresmius publica un tratado de la moneda y Gabriel Biel, de Wurtemberg hace investigaciones sobre la naturaleza del dinero y la formación de los precios.
El humanismo sostiene con Erasmo la honorabilidad del comercio. Martín Lutero, fundador del protestantismo, postula que «el hombre ha nacido para trabajar», estudia la división del trabajo y subraya la importancia y utilidad del comercio, recomendando el mercado libre, aun cuando sigue condenando la «usura». Calvino disiente en este último punto de Lutero y, además, es el primero en propugnar la intervención del Estado en la vida económica, intervención que ya existía en su época, que en mayor o menor grado ha existido siempre y que en los últimos treinta años se ha presentado como una panacea.
La constitución de las monarquías absolutas de los siglos XVI y XVII y el nacimiento de las modernas nacionalidades con una conciencia ardorosa y juvenil del sentimiento nacional produjeron al mismo tiempo un manejo de la actividad económica y una justificación teórica de ese manejo que se conoce históricamente como mercantilismo. Sus principios fundamentales, que evocan los de la época actual, calificada acertadamente de neomercantilista, son los siguientes: dirección de la vida económica por el poder público, consideración del dinero como la verdadera riqueza, preocupación por un balance favorable de pagos al objeto de obtener más dinero en el intercambio internacional, fomento de la industria al objeto de tener artículos de exportación que produzcan dinero para el país, sistema de premios y privilegios a las industrias y al comercio de exportación o que evite las importaciones, crecimiento de la población para acrecentar las fuerzas productoras, competencia con el extranjero y aislamiento de él por medio de las fronteras aduaneras y, por encima de todo, creencia en que la prosperidad de un país no es posible sino a costa de los demás.
Estos principios informaron la regulación de la vida económica por los gobiernos omnipotentes en los siglos XVI y XVII y fueron desarrollados, aun cuando con grandes discrepancias de detalle por Serra, Broggia y Genovesi en Italia,......
Como el político más representativo ha pasado a la historia el ministro de Luis XIV, Colbert.
Las experiencias del sistema mercantilista fueron desastrosas, pues la pulverización de los grupos económico-politicos, estrangulaba la vida económica general y producía la miseria en el interior y la guerra en el exterior. El ejemplo de Holanda llevó a Isabel de Inglaterra a dar mayor libertad al comercio y a quitar importancia a los gremios y en seguida el incipiente liberalismo, apoyado en la teoría del derecho natural, inspiró una crítica del sistema y una tendencia científica en sentido contrario que se conoce como la escuela fisiocrática, cuyos iniciadores fueron los franceses Pierre Boisguillebert, el mariscal Vauban y, sobre todo, Quesnay, médico de cámara de Luis XV, a los que siguieron Vicente Gournay, Mirabeu padre y parcialmente el célebre ministro Turgot.
Como lo indica su nombre, esta teoría partía del principio de que la vida económica tenía sus leyes naturales que obraban automáticamente. Los males del mercantilismo provenían de inferir por la vía estatal estas leyes naturales, por lo que era aconsejable prescindir de toda reglamentación de la actividad económica y dejarla a la iniciativa individual. Este principio lo tradujo Gournay en la célebre frase: dejar hacer, dejar pasar ("laissez faire, laissez passer").
El fisiocratismo, como mera negación del mercantilismo, encontró en Inglaterra terreno abonado por el hecho de no haber prevalecido nunca allí completamente ni el culto mercantilista del dinero ni el culto a la agricultura que los fisiócratas tomaron de los canonistas, como base única de la riqueza nacional. Pero los ingleses no se contentaron con la mera afirmación de la existencia de leyes naturales que no debían ser interferidas por el Estado, sino que quisieron investigar y fijar dichas leyes y a tal efecto dieron al mundo la llamada escuela clásica de la economía. Abrieron el camino Hutchenson y David Hume, que influyeron sobre Adam Smith, el cual publicó el primer tratado de Economía propiamente hablando bajo el título de Investigaciones acerca de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones (1776). Se inspiraron en Smith, en Inglaterra David Ricardo, y hasta cierto punto los Mill padre e hijo, en Francia Jean Batiste Say y Frederic Bastiat, y en Alemania Enrique y J.H. Thünen, Rau, Hermann y Nebenius.
En Inglaterra fue nota discordante el sacerdote Robert Malthus con su teoría de que la población tendía a crecer más rápidamente que los medios de subsistencia, lo cual aconsejaba tomar medidas para evitar los estragos de abandonarse cándidamente a las leyes naturales. En los EEUU comulgaron con la doctrina clásica Franklin y Hamilton, quien fue, no obstante, proteccionista.
El auge de la escuela clásica coincidió con el fabuloso aumento de la producción y del intercambio internacional de bienes a consecuencia del maquinismo (revolución industrial) y del progreso de las comunicaciones; pero tres hechos motivaros sus crisis. El primero fue la constatación de que las leyes que creyó poder deducir de la observación de los fenómenos económicos en una área geográfica limitada (sobre todo Inglaterra y Francia) y sobre las cuales discrepaban grandemente sus representantes, no eran tales leyes, sino meras regularidades que, tomadas como leyes infalibles, a menudo fallaban en su aplicación. El segundo la situación de inferioridad en que, en la competencia mundial, se sentían los países más jóvenes, sobre todo Alemania y los Estados Unidos. El tercero la apreciación general, más o menos fundada, pero divulgada por la propaganda y aceptada irreflexivamente por la intelectualidad y la clase media, de que del progreso material hijo de la libre iniciativa no se beneficiaban los humildes y particularmente los trabajadores.
De ahí salieron tres contracorrientes: el proteccionismo nacionalista, que lanzó en Alemania Friedrich List y cuyo último y más eminente representante fue Adolf Wagner; el socialismo en sus diversas formas, entre las que destaca el llamado "socialismo científico" de Karl Marx y Friedrich Engels y la llamada escuela histórica (Bruno Hildebrand, Knies,Roscher, Schmoller), reflejo al mismo tiempo del romanticismo y el positivismo de Auguste Comte, que sostuvo el criterio de que cada país tenía su economía particular que debía responder a sus condiciones y tradición y al interés nacional y no individual. Las tres tendencias, incluso la socialista nacida con carácter cosmopolita, derivarons hacia el mito de la riqueza nacional a la que subordinaron la de los individuos y para cuya defensa sostuvieron la licitud de todos los medios (sacro egoísmo).
Es curioso notar que estas doctrinas que se calificaban a sí mismas de "modernas", a pesar de presentarse como oposición al liberalismo clásico, siguieron en todo sus huellas y más que adversarias del clasisismo, son hijas de él, sin excluir al socialismo marxista. En primer lugar conciben a la economía, no como una actividad universal de lucha por el bienestar de los hombres, sino como economía nacional, política, y así, aun recientemente, el profesor alemán Fuchs define la Economía Política como "el estudio de la economía de un pueblo" y le da como misión "el sustento creciente y la satisfacción cada vez más perfecta de las necesidades de una población en aumento sobre un territorio dado".
En segundo lugar no captan la totalidad y la unidad del fenómeno económico y siguen tratando separadamente y sin conexión alguna la producción, la distribución y el consumo como si fueran cosas independientes y no meras partes de un proceso general. En tercer lugar siguen creyendo en la existencia de leyes que rigen el proceso económico con independencia de la voluntad de los hombres, y así el mismo Marx, contra todos los hechos anteriores que le desmienten y los que posteriormente le desmentirán, concibe la evolución histórica de la economía como presidida por la gran ley de la concentración del capital en virtud de la cual la riqueza se va concentrando cada día en pocas manos mientras que aumenta el "ejército del proletariado" hasta que llegue el momento en que, fatalmente, "los expropiadores serán expropiados".
No se les alcanza que los hechos económicos no son fatales sino producto de la voluntad electiva de los hombres; que producción, distribución y consumo son aspectos de un solo proceso económico ni que, a pesar de todas las experiencias nacionalistas y aislacionistas, la economía de todo el mundo es solidaria, ni finalmente que ninguna ley ni ningún gobierno ha logrado ni puede lograr impedir que cada hombre busque su bienestar en la tierra para sí y para los suyos del modo que considere más conveniente ejercitando su voluntad de elección, corolario natural de su libertad, como lo demuestra el contrabando contra las limitaciones al comercio internacional y el llamado "mercado negro" contra las limitaciones al comercio interior.
Estas tres tendencias "modernas": desconfianza en la iniciativa individual, nacionalismo exacerbado (chauvinismo del político ultranacionalista francés Chauvin) y socialismo se sintetizan prácticamente al filo de los siglos XIX y XX en el neomercantilismo que se inicia en la Alemania de Bismarck y en los Estados Unidos, se extiende por reacción a Inglaterra, Francia y otros países, produce las dos guerras mundiales, desbarata la economía universal, se bautiza en la Alemania de 1920 con el nombre de Economía planificada (Planwirtschaft) y más adelante en todo el mundo con el de economía dirigida y, con el pretexto de la defensa de los intereses nacionales en el exterior y de las clases humildes en el interior, entroniza por doquier la omnipotencia gubernamental y pone en receso la democracia y la libertad que se creían conquistas definitivas del género humano.
Pero el amor a la libertad es tan inmortal como el amor a la ciencia, es decir, a la búsqueda de la verdad sin ideas preconcebidas ni temor a sus consecuencias. Este espíritu rigurosa y honradamente cientifico, animó al profesor vienés Carl Menger, allá por 1870, a hacer una revisión de las doctrinas económicas con la mira de encontrar los principios de la economía científica.
Menger estableció la teoría de la utilidad marginal casi simultáneamente con el inglés Stanley Jevons y el francés León Walras. De ahí salieron dos corrientes: la matematicista y la de la llamada escuela vienesa representada por el mismo Menger, Böhm Bawerk, Wieser y otros y actualmente por Ludwig von Mises, autor del tratado La Acción Humana y su discípulo Friedrich Hayek, autor del famoso libro Camino de Servidumbre. Ambos son hoy profesores en los EEUU, están formando gran número de discípulos y con ellos coincide el americano Henry Hazlitt, autor de la famosa Economía en una lección.
La tendencia matematicista, que se remonta al francés Cournot, se ha dividido en dos corrientes: la que, partiendo de Walras, Pareto y Pantaleoni, ha derivado en la llamada "Econometría" que pretende obtener completa exactitud en el cálculo económico y es el gran apoyo del dirigismo en nuestro días y la que, partiendo del inglés Marshall, sólo usa la matemática como medio de expresión gráfica de las tesis económicas sin aquella pretensión de hacer de la Economía una "ciencia exacta".
Entre los matematicistas cabe citar a John Bates Clark y a Irving Fisher, mientras que Walter Eucken y Wilhelm Röpke, ambos alemanes, aun cuando el último ha actuado sobre todo en Egipto y en Suiza, representan una tendencia liberal no matemática. Francia ha mantenido su rango en la ciencia económica y en el liberalismo con la figura señera de Charles Gide, con Rist y recientemente Jacques Rueff, Louis Baudin, Pierre Lhoste-Lachaume y muchos otros.
Hay que decir que Ludwig von Mises y sus discípulos representan un avance considerable sobre sus antecesores de la llamada escuela vienesa, que en realidad puede considerárseles como fundadores de una novísima escuela que bien se podría calificar de crítica. Para esta nueva corriente rigurosamente científica, la economía es la actividad humana dirigida a la satisfacción de las necesidades en uso de la facultad de elección. La ciencia económica es a su vez el estudio de esta actividad económica del hombre. Por ello no abarca problemas filosóficos ni morales porque la ciencia económica no juzga sino que describe. Tampoco problemas políticos porque el economista no da consejos: se limita a exponer lo que es la actividad económica para que el político y el ciudadano en general saquen de esos conocimientos las consecuencias que su buen sentido les dé a entender. Finalmente se desentiende de los problemas históricos porque la Historia sólo nos enseña, y en esto puede ser una buena auxiliar de la política, lo que ha sido, pero no lo que es, y mucho menos lo que será. También de la estadística que, no pudiéndose referir más que a hechos pasados, sólo puede ser un auxiliar de la Historia.
Por este camino es por donde se llega a individualizar el verdadero contenido de la ciencia económica. La actividad económica se desarrolla en el lugar y en el tiempo. En tal virtud ofrece coincidencias, discrepancias y secuencias de hechos. Estas variables exteriores son objeto de la historia y de la geografía económica. Pero por debajo de estas variedades, la reflexión, que no la pura observación y comparación, descubre ciertos aspectos uniformes y permanentes de la actividad económica de los hombres de los que hemos puesto ejemplos al comienzo de este capítulo. Estas formas generales y permanentes de la actividad económica del hombre constituyen el objeto de la ciencia económica como sus variedades en el lugar y en el tiempo constituyen la materia de la geografía y de la historia.
(De "Diez lecciones de economía"-Víctor P. de Zavalía, editor-Buenos Aires 1960)
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3 comentarios:
La descripción que se hace en el texto del neomercantilismo se ajusta como un guante a las políticas que sigue Alemania dentro de la Unión Europea respecto del resto de miembros y también hacia los países externos, ambas en favor de su economía nacional. La única duda que puede aparecer en un primer momento es la relativa al fomento del crecimiento de la población dado su bajísimo índice de natalidad, pero se disipan si recordamos la actitud laxa que tuvo Merkel en la crisis de los inmigrantes procedentes del Próximo Oriente con motivo de la guerra de Siria. Realmente el llamado proyecto europeo está en serio riesgo disolución por esta y otras causas.
Como en la Argentina hacemos todo mal, nos imaginamos que en Europa hacen todo bien. Que no se enteren los políticos argentinos de los errores europeos porque entonces van a tener otro pretexto para seguir haciendo todo mal. Incluso hace poco decían que Biden se había "peronizado" porque estaba cometiendo "errores argentinos"....
Lo de Biden es probablemente cierto, pero lo que es seguro es que la izquierda española está totalmente peronizada. Demagógica hasta la náusea y cada vez más autoritaria y guerracivilista.
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