En la España de hace cinco siglos atrás y también en la Alemania nazi, predominaba la idea de la “pureza de sangre”, por lo cual se relegaba y se despreciaba a quienes no pertenecían al sector de afortunados que desde nacimiento poseían la “sangre correcta”. En la actualidad, ya superadas en la mayoría de los países tales formas discriminatorias, se observa una tendencia a discriminar en función de una “pureza ideológica”, o “ultra-ortodoxia”, originada en quienes necesitan sentirse superiores al resto, principalmente por adherir a una ideología concreta careciendo de otros atributos que justifiquen esa anhelada superioridad.
Este comportamiento, que se repite desde tiempos remotos, lo encontramos principalmente en los ámbitos de la religión y de la política. En el caso del creyente religioso, se observa cierta predisposición a rechazar a quienes no comparten sus creencias considerando que, mientras menos adeptos admita su religión, mayor ha de ser el mérito ante Dios. Ante esta contradicción, se advierte el olvido de que el cristianismo, como algunas otras religiones, pretende ser una religión universal, mientras que tal aspiración queda obstaculizada por una serie de misterios de difícil comprensión. Ello se observa en los mensajes que sus predicadores ofrecen, ya que van dirigidos casi con exclusividad a los adeptos y no a todo ser humano que habita el planeta, como debería ocurrir con una religión universal.
Cuando declina la etapa medieval europea, con el surgimiento de los humanistas, se advierte la necesidad de incorporar los conocimientos aportados por los denominados autores paganos, o no cristianos. Tales autores, marginados por bastante tiempo por la Iglesia, eran rechazados por el solo hecho de no haber conocido al cristianismo o por realizar aportes fuera del ámbito religioso. Varios humanistas tampoco quedan exentos de los mismos errores de la Iglesia pretendiendo reemplazar el cristianismo por el conocimiento griego y romano de la antigüedad. Erasmo de Rótterdam es una excepción por cuanto, a medio camino entre ambos extremos, intenta la reivindicación de los autores paganos sin dejar de lado al cristianismo.
Erasmo advierte que las posturas extremas surgen al perseguir metas personales, ligadas a la ignorancia y al fanatismo, por lo que considera que en ello residen las causas de todos los conflictos. Francisco Castilla Urbano escribió: “Durante el Renacimiento, se consideraba humanista al que se dedicaba a los studia humanitatis (estudio de humanidades), que eran el tipo de educación que debía poseer una persona culta, y que abarcaban conocimientos de gramática, retórica, poética, historia y filosofía moral. Además de dominar estas materias, los humanistas tenían también un profundo conocimiento de la Antigüedad, de sus lenguas fundamentales, de su ciencia y de la conducta de sus grandes hombres, saberes que utilizaron como medio para abordar los problemas de su tiempo”.
“El tema de la paz fue uno de los asuntos que más preocupó a Erasmo, quien se opuso durante toda su vida a la ligereza con que los gobernantes civiles o eclesiásticos utilizaban cualquier pretexto para iniciar guerras que permitieran engrandecer sus dominios, decidiendo fatalmente el destino de tantas vidas. Criticó las guerras emprendidas por los pontífices como algo indigno de su cargo, y la de los príncipes, incapaces de gobernar lo suyo pero ansiosos de arrebatar lo de los demás”.
“En toda Europa la vida intelectual se mostraba dividida entre escolásticos y humanistas, pero acaso era así con mayor encono en París, una de las grandes metrópolis occidentales de aquel momento. Los humanistas carecían de una ideología unitaria, se interesaban por cuestiones prácticas de política y moralidad, cuidaban el estilo literario y tendían a interpretar el mundo en términos de lenguaje e historia”.
“Por el contrario, los escolásticos, fundamentalmente filósofos y teólogos de planteamientos que iban desde el tomismo (Tomas de Aquino) al escotismo (Duns Escoto) o al nominalismo (Guillermo de Ockam), se ocupaban de disputas y discusiones abstractas en las que se utilizaba un lenguaje de carácter más lógico y conceptual, a la vez que pretendían construir sistemas teológicos que respondieran cuestiones relacionadas con la vida religiosa”.
“Por su sincretismo, Erasmo se considera el máximo representante del primer humanismo cristiano, que no se corresponde de manera exacta con la idea popular del humanismo como movimiento realista, secular e individualista. Su mensaje no podía ser más claro: búsqueda de la verdad cristiana en la Biblia, con preferencia clara por los mensajes de san Pablo, el teólogo más destacado del cristianismo primitivo, que vivió en el siglo I d.C., y utilización de las ideas de los poetas y filósofos antiguos cuando pudieran ser parecidas a las del cristianismo o cuando permitieran su interpretación desde la luz de la religión verdadera”.
“Erasmo luchó en diversos frentes por la misma idea. La discusión que había iniciado con sus compañeros de convento para reivindicar el valor de la cultura antigua lo condujo luego a chocar con los escolásticos para defender unos autores en detrimento de otros, por el estilo literario y la forma de argumentar sobre el cristianismo. Finalmente, acabó viéndoselas también con los humanistas que se habían olvidado del cristianismo para entregarse al clasicismo” (De “Erasmo”-RBA Coleccionables SA-Madrid 2015).
En el siglo posterior al de Erasmo, Galileo Galilei debe defenderse tanto de los adherentes a Aristóteles como de los sacerdotes partidarios de la interpretación textual de la Biblia. Mientras Galileo toma como referencia la propia realidad, con sus leyes naturales, parcialmente descriptas y comprobadas experimentalmente, los filósofos adoptaban como referencia los libros de Aristóteles y los sacerdotes a la Biblia. Si no había correspondencia entre teoría y realidad, Galileo proponía cambiar la teoría, mientras sus opositores proponían rechazar, tergiversar o ignorar la realidad.
Actualmente, la defensa de la pureza ideológica en cuestiones de política genera los mismos inconvenientes que los de la época de Galileo. No se busca tanto la defensa de la verdad como la defensa de la mentira. La defensa de la mentira se observa en el fanático y el ignorante cuando observa discrepancias entre sus creencias y la realidad. Este es el caso de los adherentes a los fracasados sistemas totalitarios con la perversa defensa tanto de sus creencias personales como de sus aspiraciones al poder que se mantienen aún cuando se opongan a la seguridad y a integridad de cada integrante de la sociedad.
En el lado opuesto, puede observarse el rechazo permanente ante quienes, una vez reconocidos sus errores, optaron por transmitirlos para evitar que otros cayeran en similar equivocación, como es el caso de muchos jóvenes que fueron embaucados por las ideas socialistas y de adultos rectificaron sus ideas y creencias. A ellos debe reconocerse la mejor información disponible respecto de los movimientos totalitarios y de las actitudes predominantes en sus integrantes. “Quien no es socialista de joven, no tiene corazón. Quien no es capitalista de adulto, no tiene cerebro” (frase atribuida a Fernando H. Cardozo).
Quienes rechazan el importante aporte de ex-comunistas son quienes mantienen sus ideas acerca de la pureza ideológica que detentan sin darse cuenta que poco les interesa el triunfo de la verdad, ya que usan su adhesión a ideas políticas por el solo hecho de sentirse integrantes de una tendencia que dé sentido a sus vidas, rechazando a los “ideológicamente impuros”.
Entre los casos más destacados de reconversión puede citarse a Mario Vargas Llosa, que alguna vez apoyó ingenuamente a la revolución cubana de Fidel Castro. Al respecto escribió: “Nadie está exento de sucumbir en algún momento de su vida a este género de idiotez (yo mismo aparezco en la antología con una cita perversa)” (De la Presentación del “Manual del perfecto idiota latinoamericano” de P. A. Mendoza, C. A. Montaner y A. Vargas Llosa-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1996).
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1 comentario:
Precisamente Erasmo intentó indicar una tercera vía entre los fanatismos católico y evangélico, haciendo hincapié en la conciliación y en el uso de la razón y el conocimiento. No tomó partido ni por Roma ni por la Reforma aunque se sentía unido a ambos bandos: a la doctrina evangélica porque fue de los primeros en reclamar una regeneración de la Iglesia y de la doctrina cristiana y a la Iglesia romana porque la veía como lo único que podía garantizar la unidad espiritual en un mundo que se volvía inestable e inseguro por momentos.
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