Fijada cierta actividad humana, como la economía, habrá una ética asociada que mejor la hará funcionar. Existe, por lo tanto, una estrecha vinculación entre ética y economía. De ahí que existirán propuestas éticas básicas que propondrán sistemas económicos que se adapten a ellas, ignorando un tanto el funcionamiento de la economía real. Estas serían las denominadas teorías voluntaristas.
Por otra parte, existen las economías naturalistas y son las que, ignorando un tanto la ética, describen la realidad económica sin prestar demasiada atención a lo ético o, al menos, a suspender toda ética que se oponga al desarrollo económico. Amintore Fanfani escribió: “Desde la antigüedad -época en que el hombre comenzó a reflexionar sistemáticamente- han venido formulándose distintos tipos de doctrinas económicas”.
“Se agrupan en una misma familia aquellas doctrinas que se fundamentan en el supuesto de que no existe, o no está impuesto por la naturaleza un orden económico natural; en una segunda familia se reúnen aquellas doctrinas que, por el contrario, se basan en el supuesto de que la naturaleza ha previsto, e incluso impone un orden económico racional contra el cual es vano oponerse”.
“Finalmente, en una tercera familia figuran aquellas doctrinas que, huyendo de la arbitrariedad de las primeras y de la necesidad de las segundas, parten del supuesto de que, aun no existiendo en la naturaleza un orden económico racional, es posible crearlo mediante el comportamiento racional, pero exponiéndose a limitaciones y resistencias de distinta especie, unas veces invencibles y otras superables” (Del “Diccionario de Economía política” de Claudio Napoleoni-Ediciones Castilla SA-Madrid 1962).
Entre las teorías voluntaristas, la que ha tenido una gran influencia es la propuesta por la Iglesia Católica; partiendo de aspectos teológicos, ha intentado supeditar la economía a ellos. Fanfani agrega: “Las doctrinas del primer grupo se denominan «voluntaristas», para poner de relieve su confianza en la voluntad humana como realización de los ideales sugeridos por la razón. Fueron formuladas bajo la civilización grecorromana, en la medieval y, limitadamente en los siglos XVI-XVIII, en la moderna”.
“Los teóricos medievales aceptaron todos los supuestos de los grecorromanos, limitándolos de esta forma:
1- Los bienes económicos existen para que todos los hombres alcancen el fin eterno, respetando en la adquisición de los bienes la justicia conmutativa, y en su uso la distributiva.
2- La sociedad y el Estado existen para facilitar al hombre la obra de su salvación.
3- La racionalización de la vida económica tiene por fin legítimo el desarrollo pleno y completo del hombre.
4- Por lo tanto, la intervención del Estado en materia económica tiene por fin el bien del individuo y de la sociedad, y no el poder del Estado o el orden en sí y por sí.
5- El hombre, desde el pecado original, tiende a utilizar torcidamente los bienes, pero es susceptible de reeducación y disciplina.
6- Familia, sociedad profesional, civil y eclesiástica tienen la misión de ayudar al hombre (educándolo, vigilándolo, corrigiéndolo e integrándolo) a perseguir su fin, aunque actúe en la vida económica.
7- Todos los talentos existentes deben servir para beneficio de todas las personas, de forma que todas deben disfrutar socialmente los bienes que poseen”.
La postura de la Iglesia parece no haber cambiado demasiado desde aquellos principios medievales, llegando incluso a simpatizar con los totalitarismos del siglo XX, manteniendo su antagonismo hacia todo lo que implique liberalismo. Incluso Jorge Bergoglio lo difama como si existiera cierta perversidad intrínseca de la economía de mercado. Ignacio Zuleta escribió: “Bergoglio asume como propia la hipótesis de que la desocupación y la exclusión no son un efecto colateral de la economía de mercado del capitalismo del siglo XXI. Son, por el contrario, según el Papa, un ingrediente sistémico. Por eso la tarea hacia delante es asumir esa realidad y construir caminos para contener y auxiliar a los excluidos de la «sociedad del descarte»” (De “El Papa peronista”-Ariel-Buenos Aires 2019).
Coincidiendo con la visión papal, sus amigos peronistas han “incluido” a millones de individuos designándolos en puestos de trabajo estatales superfluos, han otorgado millones de jubilaciones sin aportes, millones de planes sociales, etc. En pocas palabras, han destruido por largo tiempo el sistema económico, por lo que el aumento de la pobreza es alarmante. Sin embargo, para todo fanático, la realidad poco o nada importa, ya que las creencias y las ideologías tienden a reemplazar en sus mentes a las propias leyes naturales, o leyes de Dios, que deberían ser la referencia de toda persona normal.
Las simpatías que muchos sacerdotes sienten por el socialismo se deben a que en todo convento se comparten bienes y pertenencias, dejándose de lado toda ambición personal de tipo económico. Sin embargo, como la mayoría de las personas no tiene vocaciones sacerdotales, el socialismo está lejos de ser “un enorme convento sin Dios” para ser una “enorme cárcel sin Dios”.
La Iglesia Católica, volcada a la misión de convertir al socialismo a la mayoría de sus adeptos, al menos según las intenciones de Bergoglio, parece ignorar que el socialismo es totalmente opuesto al cristianismo. Así, mientras el Estado concentrador de poder y de decisiones es la base de todo socialismo, el Reino de Dios bíblico prohíbe todo gobierno del hombre sobre el hombre, especialmente el gobierno del Estado sobre todo individuo, para ser gobernado por Dios a través de las leyes naturales.
Además, mientras que el socialismo propone la unión entre seres humanos a través del trabajo y los medios de producción, simbolizados por la hoz y el martillo, el cristianismo propone al amor al prójimo (empatía emocional) como el vínculo de unión entre seres humanos. Mientras que Marx, Lenin, Stalin y otros jerarcas socialistas, adoptaban, quizás en forma inconsciente, la imagen de una colmena o de un hormiguero, la Biblia apunta hacia la construcción de una sociedad verdaderamente humana.
Desgraciadamente, algunos sectores “liberales” suponen que Bergoglio es un auténtico predicador del cristianismo, y, por su ignorancia, colaboran con la masiva conversión de cristianos al socialismo. De ahí que no es de esperar, en un futuro próximo, un avance significativo de la adhesión al liberalismo en aquellas sociedades en donde el cristianismo resulta todavía influyente.
Para que existan intercambios económicos o comerciales frecuentes, que se mantengan en el tiempo, es necesario que ambas partes intervinientes se beneficien simultáneamente. Si existe egoísmo en una de ellas, o en ambas, los intercambios habrán de interrumpirse. Es decir, ello no significa que el egoísmo no exista, o no deba existir en las personas, sino que significa que el egoísmo debe controlarse para que se mantengan los intercambios.
El intercambio que beneficia a ambas partes es la base de la economía de mercado, lo que implica que se trata de una economía natural. Incluso se advierte que la ética cristiana, o de la empatía emocional, implica una predisposición a interactuar socialmente bajo la idea de un beneficio simultáneo. Considerando la existencia adicional de un sistema autorregulado, que no necesita de la intromisión o regulación del Estado, se establece una economía impuesta por el orden natural, y es la denominada economía de mercado.
Por lo general, las críticas recaen sobre economías con muy pocas empresas. Al no existir competencia ni control mutuo en base a esa competencia, no son verdaderamente “economías de mercado”, sino economías constituidas por diversos monopolios, siendo el objetivo principal de la crítica marxista y bergogliana. Sin embargo, pretenden solucionar las economías monopólicas reemplazándolas por un gran monopolio: el socialismo, actitud que carece de lógica elemental.
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1 comentario:
Una interesante cuestión es por qué en los países desarrollados existen tan pocas vocaciones monacales, y en general, religiosas, entendiendo por tales las sacerdotales. Un factor a considerar sería si las situaciones de penuria no están en el origen o favorecen en gran manera a la gran mayoría de esas vocaciones, lo que de resultar cierto les restaría verosimilitud y autenticidad. Tampoco debería obviarse en relación con la misma cuestión que allí donde existe abundancia económica suele darse también pluralidad cultural, es decir, que el atractivo que pueda tener la vida religiosa consagrada tiene que competir con los provenientes del resto de propuestas vitales que coexisten en esas sociedades.
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