Entre los analistas políticos se discute acerca de la prioridad que debe tenerse presente para que una nación llegue al desarrollo. Unos piensan que debe lograrse primeramente el desarrollo económico para crear las condiciones propicias para que surja luego el desarrollo político. Otros sugieren establecer primero el desarrollo político para acceder luego al económico.
Todo parece indicar que, en realidad, se trata de una falsa disyuntiva, ya que primero debería establecerse el “desarrollo cultural”, principalmente moral, para que luego se vayan estableciendo las mejoras en todos los aspectos restantes. Ello implica que sigue teniendo vigencia la sugerencia bíblica: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. Y la búsqueda de tal Reino implica cumplir con los mandamientos éticos que apuntan a una mejora individual. El amor al prójimo es esencialmente el proceso de empatía emocional y rige tanto para los creyentes como para el resto de los mortales.
A continuación se transcribe parcialmente una entrevista que Juan José Sebreli (JJS) y Marcelo Gioffré (MG) le hacen a Mariano Grondona:
ENTREVISTA A MARIANO GRONDONA
28 de Agosto de 2011
MG: Una pregunta que hoy parece un poco anacrónica pero que acució a los politólogos y analistas en las décadas del sesenta, setenta e incluso ochenta fue si el desarrollo económico debía llegar primero y luego eso decantaba en democracia, o si, por el contrario, primero debía establecerse un sistema democrático y por añadidura llegaría el desarrollo, tema que el doctor Grondona ha tratado desde hace mucho en sus libros y en sus intervenciones periodísticas, y que ha abordado en especial en su última obra, cuyo título justamente es El desarrollo político.
JJS: Este último libro suyo complementa uno anterior, que a mí me había gustado, que es sobre el desarrollo cultural de la economía. En aquel primer libro, usted plantea muy bien las ideas imperantes en los años sesenta y setenta. El desarrollismo consideraba que el crecimiento económico iba a solucionar automáticamente los problemas políticos y sociales.
El tema era mundial con una influencia muy decisiva de la CEPAL, pero específicamente en la Argentina hubo dos tentativas: la primera civil, casi diríamos un borrador porque fue poco tiempo y tuvo poco poder, Frondizi, muy vigilado por el Ejército y la Iglesia; y más tarde una dictadura militar de base nacionalista-católica, Onganía. Eso se probó y no resultó, no trajo ni la estabilidad política ni el bienestar social.
Ahora, en este nuevo libro, usted ya plantea los nuevos enfoques que empiezan a predominar en la década del ochenta y se consolidan en los noventa: la idea de que primero viene la política, la democracia, y que esa era la condición para que luego haya un desarrollo económico sustentable, ejemplos: Brasil, Uruguay.
GRONDONA: Ahí, Juan José, me referiría primero a la famosa teoría de Ortega y Gasset de la razón narrativa: uno entiende los problemas cuando los cuenta. En nuestra generación fue así, en los años sesenta éramos todos desarrollistas con mayor o menor énfasis, y había ejemplos históricos recientes, sobre todo en Asia, Corea del Sur, Taiwán, que habían empezado por dictaduras ilustradas, Park Cheng-hee en Corea; lanzaron el desarrollo económico primero y después se democratizaron.
Este parecía el modelo casi obvio en los sesenta. Frondizi y Frigerio en la Argentina y Juscelino Kubitschek en Brasil reflejaban esta perspectiva. Ahora, con los años pasaron dos cosas: primero, el soporte teórico tenía ciertas debilidades, me acuerdo de algo que escribió Jorge Domínguez, el cubano-norteamericano, que dijo que los latinoamericanos estábamos tan obsesionados con el desarrollo económico que pensábamos que era posible hacer cualquier cosa con tal de lanzar el tren.
Era la convicción de mi generación, pensábamos que lo demás, la democracia, vendría después, y resultó que no era así, que no pasó. Quizás el único intento ortodoxo del desarrollismo fue Pinochet, primero el lanzamiento en el plano económico, congruente, para que finalmente Chile pasara a la democracia. Igual que Corea del Sur y Taiwán.
JJS: Pero otros, no. China, por ejemplo, no.
MG: España con Franco, tampoco.
GRONDONA: Claro. Y lo que pasó en los años ochenta en que empezaron a aparecer modelos inversos, Brasil, Uruguay. Quisiera resaltar el caso de Fernando Henrique Cardoso, que armó primero un sistema político, y por sistema político se entiende algo muy simple, la alternancia entre dos partidos democráticos, con presidentes que no quieren quedarse para siempre. Cardoso tuvo dos periodos y después vino Lula con sus dos periodos, y Lula con 87% de aprobación resistió la tentación del tercer periodo.
MG: Una precisión: en cuanto a lo que mencionaba de Chile como ejemplo de desarrollismo, la pregunta sería hasta qué punto no tuvo que ver esa salida democrática con una ola generalizada de la región, que de no haber existido tal vez hubiera permitido a Pinochet perpetuarse en el poder. Digo esto porque resulta raro que un dictador se desprenda del poder voluntariamente, parecería más bien una idea utópica, siendo más lógico que lo que quiere un dictador es un monopolio de poder sin límites temporales.
GRONDONA: Usted recuerda que Onganía también hablaba del tiempo económico, del tiempo social y del tiempo político, al cual no llegó nunca, naturalmente. Pero en mi generación –yo me hago la autocrítica- tuvimos una tentación militarista. Por esos años, el vicepresidente de Nixon, Nelson Rockefeller, hizo una gira por América Latina y produjo un informe en el cual decía directamente que la clase militar podía ser más eficiente para el desarrollo económico. Era la creencia de los años sesenta.
Esta es una anécdota que casi da vergüenza contarla. Lo íbamos a ver a Onganía, porque Onganía era el hombre fuerte de ese momento, era el que había ganado la guerra entre azules y colorados, y le dábamos libros de Jacques Maritain, se dan cuenta de la locura nuestra, no de Onganía ni de Maritain sino nuestra. La locura de pensar que podíamos… Y Onganía se miraba en el espejo de Franco, no se miraba en el espejo de De Gaulle. Y de Gaulle era el gran modelo para nosotros, porque había tomado el poder por un golpe, los paracaidistas, pero después fundó el sistema.
JJS: Charles de Gaulle era un bonapartista democrático. Y estos eran bonapartistas autoritarios.
GRONDONA: Exacto. Y después había una frase buenísima de De Gaulle que cito en el libro. Cuando De Gaulle arma su sistema político en el 58 y pasa a la próxima república francesa, le pregunta un periodista, con algún resabio desarrollista: “General,¿y la economía?”. Y De Gaulle le contesta: “¿L’economie? Ça va”. Es decir, usted tiene el sistema político, vienen las inversiones, ocurre.
JJS: Hay algo que me gustaría desarrollar en relación con el tema del populismo, que tal vez nos ayude a pensar. En su programa de televisión, el día de las elecciones, usted, Mariano, hace una corrección de algo que dice en el libro, y me llamó mucho la atención. En el libro habla de dos concepciones, la concepción liberal de John Locke y la concepción democrática radical de Rousseau. La de Locke es, básicamente, un individuo un voto, y como hay diversidad de posiciones contradictorias, gobierna el que consigue la mayoría, pero eso no significa que la minoría –que respetará el resultado- tiene que estar convencida de que la mayoría tiene razón.
Con eso estoy de acuerdo. En cambio está la otra posición, la de Rousseau, que habla de la voluntad general, y la mayoría en este caso representaría la verdad, tendría la razón, sería el alma del pueblo. Esta segunda posición es lo que hoy llamaríamos populismo, que cree en el ser nacional, que cree en una entidad supraindividual. Usted en el libro también está con Locke y es crítico de Rousseau. Pero en el programa de televisión de ese día de las elecciones, seguramente por la confusión que reinaba, dijo que tal vez tenía que corregir esa parte, y yo me quedé perplejo porque justamente era lo que más me había gustado de su libro.
GRONDONA: Revalorizar a Rousseau… era mi manera de absorber el impacto electoral.
JJS: Me di cuenta, sí…
GRONDONA: Yendo a lo que hablábamos antes del caso de Chile y creo que deberíamos mencionar a una figura trascendental, así como lo fue Cardoso en Brasil, que fue Patricio Aylwin, el primer presidente después de Pinochet. Llega al poder con una cláusula constitucional que limitaba su mandato sin reelección. Cuando terminó su mandato, y como había sido buen gobernante, hubo un movimiento importante para cambiar la Constitución y hacerlo reelegir, pero fueron a ver a Aylwin a la Casa de la Moneda y los sacó zumbando. Les dijo una cosa que quedó en la historia de Chile: “Yo juré por cuatro años y mi juramento es mi contrato”. A partir de ahí nadie en Chile ha osado pretender la reelección…
MG: En el curso de la charla varias veces surgió el nombre de Onganía. Y creo que usted ha hecho una autocrítica respecto de su apoyo bastante explícito al golpe contra Arturo Illia y su ilusión de que el gobierno de Onganía fuera una salida interesante.
GRONDONA: Sí, creo que lo que más influyó en mí y en muchos fue el modelo brasileño del 64, que fue como un relámpago. Cuesta enseñárselo a los jóvenes, pero en los años sesenta la Argentina era más que Brasil. Parece mentira decirlo porque lo miran a uno como un loco. Y en esos años la desesperación nuestra era que se nos escapaba Brasil. Los brasileños estaban creciendo más rápido y nos estaban pasando. Entonces ahí viene la desesperación por tomar atajos. Entonces, cuando aparece Onganía…
MG: Pero ¿cómo iban a ver en un militar nacionalista a un líder liberal?
JJS: Era una contradicción, sí. Pensaban que los militares formaban una elite dirigente mejor que los políticos.
GRONDONA: Esa fue una ingenuidad nuestra, creer que podíamos convertirlo a Onganía…Es lo de Platón con Dionisio de Siracusa, que creyó que al dictador se lo podía convertir en un estadista a través de la educación. Fue un profundo error nuestro. Lo lógico hubiera sido no aprobar el golpe del 66 y seguir con Illia, con los radicales y la democracia.
(Extractos de “Conversaciones irreverentes” de J.J. Sebreli y M. Gioffré-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2018).
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1 comentario:
La España de Franco sí tuvo como resultado casi inmediato un estado homologablemente democrático. Evidentemente no en vida y mando del propio Franco pero sí en los primeros años de su sucesor Juan Carlos I. Y es que la segunda parte de la dictadura, una vez adoptada la filosofía tecnocrática y desarrollista en 1959, con la consiguiente liberalización y apertura de la economía, lo fue del despegue económico y del cambio social con crecimientos anuales parecidos a los de la China de finales de los noventa y principios de los dos mil y la caída progresiva y rápida de los mitos premodernos de desenvolvimiento personal y social.
Sólo un empeño específico del poder político puede impedir que las etapas de fuerte desarrollo económico y social se vean progresivamente acompañadas de la democratización política y cultural porque son su resultado natural.
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