Se asocia la palabra "ortodoxia" a la adhesión incondicional a un dogma o a un principio considerado verdadero; etimológicamente proviene de opinión (doxa) recta (orthé). Tal actitud se extiende a la adhesión incondicional a un ideólogo, lo que se establece tanto en el campo de la religión, la política, la filosofía, incluso en la propia ciencia experimental, si bien en este caso contradice totalmente sus reglas básicas.
Cuando se reemplaza a la propia realidad como referencia para valorar una opinión o un nuevo conocimiento, existe una dependencia mental respecto de otra persona, lo que resulta admisible en etapas de temprana formación intelectual. Si tal dependencia se mantiene una vez cumplida tal etapa, pueden advertirse dos situaciones posibles: el individuo dependiente renuncia a adquirir una postura intelectual propia (aun cuando pueda coincidir con otras similares), o bien pretende ubicarse en la cima de la intelectualidad endiosando al líder adoptado como referencia.
De la misma forma en que se somete intelectualmente, tal individuo denigra a quienes adoptan posturas distintas tratando de someterlos a sus propias creencias. Por lo general ignora totalmente las posturas ajenas y toma como ejemplo, para descalificarlas, a las actitudes de fanáticos que se le parecen bastante, pero pertenecientes a otras sectas. Así, quienes denigran a la religión, en lugar de ocuparse de conocer algo al respecto, la descalifican "en grupo" y adoptan como justificación la opinión de alguien con algún tipo de trastorno mental.
El conjunto de personas dependientes mentalmente de un líder, tienden a formar una secta con integrantes alienados, que han perdido o renunciado a acentuar y a construir una personalidad individual. La ideología adoptada tiende a reemplazar en su cerebro a la propia realidad. De ahí que, ante determinada situación, las respuestas de sus integrantes serán casi idénticas, no porque todos concuerden en la verdad, sino porque todos han sido "reprogramados" con una ideología similar.
Los seguidores incondicionales de Aristóteles, que negaban las evidencias experimentales de Galileo, constituyeron una especie de secta que el propio Aristóteles seguramente hubiese rechazado. En otros casos, cuando el líder ideológico es autorreferencial, e ignora o rechaza la mayor parte del conocimiento verificado por la ciencia experimental, en cierta forma predispone a la formación de una secta. Incluso cuando pregona un racionalismo extremo, parece dar por cierto que el resto de los autores no razona, y de ahí la seguridad ofrecida a sus adeptos. Resulta casi cómico observarlos, luego de rechazar toda evidencia que contradiga sus creencias, tratar de descalificar las opiniones adversas realizando un riguroso examen desde la lógica simbólica, de la misma manera en que un abogado busca alguna incorrección lógica para pedir la anulación de una sentencia que no favorece a su ocasional cliente.
El racionalismo basado en la lógica simbólica no garantiza la eficacia del método. Arthur Koestler escribió: "Silogismo y razonamiento deductivo no son el método del pensamiento creador, y sólo sirven como justificación formal del mismo después del acto (y como esquema para repetir el proceso por analogía después de la bisociación original de los dos campos en que están ubicadas respectivamente las premisas). No se «inventan» ni se «deducen», pues, las soluciones de los problemas, sino que meramente se «encuentran», «ocurren»” (De “Discernimiento y perspectiva”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1962).
El pseudo-intelectual discute, no para llegar a la verdad, sino para ganar una discusión, creyendo que cierta habilidad para negar lo que no le conviene y para utilizar palabras adecuadas, lo aproximaría a lo que él considera como "la verdad", es decir, la verdad implica para él mostrar que la opinión de su líder tiene coherencia lógica y que su rival presenta alguna forma de incoherencia lógica.
Es frecuente observar, entre los jóvenes fanatizados que apenas conocen algunos principios del liberalismo, intentar descalificar por todos los medios a quienes no "piensan" exactamente como ellos, incluso negando que también sean liberales. Quieren formar una secta ultra-ortodoxa con "verdaderos libertarios" (los demás serían falsos libertarios). En lugar de tratar de difundir principios de validez general, que sirvan al ciudadano común, utilizan gran parte de su tiempo en "purificar la secta", tratando de excluir a la mayor cantidad de gente para que sus "méritos" de obsecuencia y sometimiento luzcan con mayor esplendor.
La actitud de los ultraortodoxos; los que no buscan la verdad por cuanto suponen poseerla, puede entenderse considerando que una de las mayores motivaciones del ser humano es la búsqueda de trascendencia personal, que a veces llega a ser una búsqueda a cualquier precio. Arthur Koestler escribió: “Uno de los rasgos principales de la condición humana es la necesidad perentoria de identificarse con un grupo social o un sistema de creencias que es ajeno a la razón, a los intereses del individuo e incluso al instinto de conservación…Lo cual nos lleva a la conclusión, en contraste con la opinión preponderante, de que el problema de nuestra especie no es un exceso de agresividad defensiva, sino un afán excesivo de trascendencia”.
Rita Levi-Montalcini opina al respecto: “Este afán de trascendencia, que se pone de manifiesto en la obediencia ciega y es uno de los rasgos principales del comportamiento humano, conduce a la aceptación estúpida. Estas tendencias innatas, más que el instinto agresivo como desahogo del llamado «imperativo territorial», son las responsables de la universalidad de la guerra en todas las sociedades humanas. El mismo autor afirma que «sin lenguaje no habría poesía, pero tampoco habría guerra». Con esta breve frase resume la condición unitaria del hombre. El lenguaje ha dotado al hombre del sistema más eficaz de comunicación para unir a los miembros de las tribus primitivas y, más tarde, a los de las sociedades más avanzadas, pero al mismo tiempo ha hecho que sean sumamente receptivos a los mensajes que proceden del medio circundante” (De “Tiempo de cambios”-Ediciones Península-Barcelona 2005).
Los totalitarismos constituyen gigantescas sectas ultra-ortodoxas, que dominan mentalmente tanto a seguidores como a extraños con hábiles eslogans repetidos miles de veces. Arthur Koestler escribió: “Fui hacia el comunismo como quien va hacia un manantial de agua fresca y dejé el comunismo como quien se arrastra fuera de las aguas emponzoñadas de un río cubiertas por los restos y desechos de ciudades inundadas y por cadáveres de ahogados. Esta es en suma mi historia desde 1931 a 1938, desde la época en que tenía veintiséis años hasta que cumplí treinta y tres. Las cañas y juncos a que me aferré, y que me salvaron de ser tragado por aquellas turbias aguas, fueron el nacimiento de una nueva fe que, teniendo sus raíces en el fango, es algo esquivo, huidizo, pero tenaz. No puedo definir de otro modo la condición de esa fe, sino diciendo que en mi juventud miraba el universo como un libro abierto, impreso en el lenguaje de ecuaciones físicas y de determinaciones sociales, en tanto que ahora se me manifiesta como un texto escrito con tinta invisible, del cual, en raros momentos de gracia, conseguimos descifrar algún pequeño fragmento”.
“El proceso de degeneración había sido gradual y continuo, pues es posible descubrir ya el germen de la corrupción en la obra de Marx: en el tono cáustico de sus polémicas, en los denuestos dirigidos a los que se le oponían y en considerar como traidores a la clase trabajadora y agentes de la burguesía a los adversarios y disidentes, Marx trató a Proudhon, Düring, Bakunin, Liebknecht, Lasalle exactamente como Stalin trató a Trotski, Bujárin, Zinóviev, Kaméniev y otros, sólo que Marx no tenía poder para hacer matar a sus víctimas”.
“Mientras fui un verdadero creyente, la fe tuvo un efecto paralizador sobre mis facultades creadoras. La doctrina marxista es una droga como el arsénico o la estricnina; droga que, ingerida en pequeñas dosis, determina un efecto estimulante, pero paralizador de las facultades creadoras cuando se la toma en grandes cantidades. La mayor parte de los escritores «con conciencia de clase» del decenio al que me refiero fueron estimulados por la doctrina marxista porque no ingresaron en el partido, sino que permanecieron como simpatizantes de él a una segura distancia. Los pocos que efectivamente tomamos una parte activa en la vida del partido –tales como Víctor Serge, Richard Wright, Ignazio Silone- nos sentimos frustrados mientras permanecimos en él y sólo volvimos a encontrar nuestras verdaderas voces después del rompimiento”.
“Es relativamente fácil explicar cómo una persona con mi historia y antecedentes pudo llegar a convertirse en comunista, pero más difícil es expresar el estado de ánimo que llevó a un joven de veintiséis años a avergonzarse de haber estado en una universidad, a maldecir su propia agilidad mental, la pureza de su dicción en el lenguaje, a considerar los gustos y hábitos civilizados adquiridos como una constante fuente de reproches, y la mutilación intelectual de su personalidad como un fin deseable. Si me hubiera sido posible extirpar esos gustos y hábitos como si se tratara de un forúnculo me habría sometido gustosamente a la operación” (De “Autobiografía” II-Editorial Debate SA-Madrid 2000).
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